I. Indios Garroteros
  —¡Atención, muchachos! —dijo el que hacía de jefe 
de la gavilla a los ocho hombres que le rodeaban, sentados sobre la 
yerba a la orilla del río de Santiago—. Allí viene ya Pascual y parece 
que trae algo para nosotros.
  Todos miraron en la dirección que el que había hablado les 
indicaba, viendo efectivamente aparecer sobre la colina un grupo de seis
 hombres conduciendo en el centro de ellos a otro decentemente vestido, 
mientras que uno de los mismos bandoleros traía de la brida su caballo, 
del que lo habían hecho desmontarse, según la costumbre.
  Cuando este último grupo llegó adonde estaba el primero, todos se 
levantaron, y el que hacía de jefe se adelantó a examinar al prisionero.
  Después que lo hubo contemplado un poco, dijo con aire despreciativo:
  —Lo que es éste no nos ha de traer gran cosa.
  —No traigo nada, en efecto —contestó el preso—, pues sólo venía con
 el fin de hablar al jefe de estos hombres, como lo he manifestado a los
 que me salieron en el camino.
  —Sí —dijo Pascual—, luego que nos vio, se dirigió a nosotros, y 
dijo: «Vengo a hacer un trato con el jefe de ustedes, ¿dónde puedo 
encontrarlo?». Nosotros le dijimos que aquí, pues que al cabo si trae 
intenciones, podemos matarlo.
  —¿Y dinero? ¿Y alhajas? —preguntó el jefecillo.
  —No traje nada, ignorando en qué manos caería, y viniendo 
expresamente a hablar con el jefe de la partida para proponerle un 
negocio.
  El indito, jefe de los ladrones, se quedó mirando otra vez fijamente a su interlocutor, y luego le dijo:
  —¿Un negocio? Dígamelo pues.
  —Desearía que nadie pudiera oírnos.
  El capitán, que era muy desconfiado, hizo que se le registrara 
escrupulosamente por si tenía oculta alguna arma, empuñó por su parte 
una daga y le dijo:
  —Véngase para acá.
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