Textos más antiguos etiquetados como Novela no disponibles que contienen 'u' | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 267 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Novela textos no disponibles contiene: 'u'


34567

Marido y Mujer

Wilkie Collins


Novela


Afectuosamente dedicado al Señor Frederick Lehmann y señora

¿No puedo escribir con este estilo,
con este método también, sin perder
mi fin, tu bien? ¿Por qué no puede hacerse?
Las nubes negras traen agua; no así las claras.

JOHN BUNYAN, Apology for his Book.

Prefacio

La historia que aquí se ofrece al lector difiere en un aspecto de las historias que la han precedido, escritas por la misma mano. Esta vez, la ficción se basa en hechos y aspira a contribuir en la medida de lo posible a acelerar la reforma de ciertos abusos que se cometen desde hace demasiado tiempo entre nosotros sin que nadie les ponga freno.

En cuanto a la escandalosa situación actual de las leyes matrimoniales en el Reino Unido, no hay controversia posible. El informe de la Comisión Real, designada para examinar el funcionamiento de dichas leyes, me ha proporcionado la sólida base sobre la que he construido mi libro. En el Apéndice se encontrarán las referencias a tan alta autoridad que puedan ser necesarias para convencer al lector de que no le llevo a engaño. Sólo me queda por añadir que, mientras escribo estas líneas, el Parlamento se dispone a remediar los crueles abusos que se exponen en la historia de «Hester Dethridge». Existe por fin el proyecto de establecer legalmente en Inglaterra el derecho de una mujer a tener propiedades y a conservar sus ingresos. Aparte de esto, la Legislatura no ha hecho el menor esfuerzo, que yo sepa, por depurar las deformaciones que existen en las leyes matrimoniales de Gran Bretaña e Irlanda. Los miembros de la Comisión Real han pedido la intervención del Estado sin la menor vacilación, sin que hasta ahora hayan recibido respuesta del Parlamento.


Información texto

Protegido por copyright
715 págs. / 20 horas, 51 minutos / 103 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Respuesta Es No

Wilkie Collins


Novela


Libro primero. En la escuela

Capítulo I. Un festín de contrabando

Afuera del dormitorio la noche era oscura y silenciosa.

En el jardín, la llovizna era tan fina que no se la oía; en el aire estancado por la calma no se movía ni una hoja; el perro guardián dormía; los gatos habían buscado refugio en la casa; bajo el cielo lóbrego, ningún sonido, fuera próximo o distante, rompía el silencio.

En el dormitorio la noche era oscura y silenciosa.

La señora Ladd conocía demasiado bien sus deberes de directora de escuela como para permitir luces encendidas durante las noches; y se suponía que las jóvenes de la señora Ladd estaban profundamente dormidas, de acuerdo con los reglamentos de la institución. Sólo a ratos se interrumpía levemente el silencio, cuando el suave roce de unas sábanas delataba que una de las chicas se había dado la vuelta, intranquila, en su cama. En los largos períodos de quietud no se oía ni la suave respiración de las jóvenes dormidas.

El primer sonido revelador de vida y movimiento acusó el compás mecánico del reloj. Desde las regiones inferiores de la casa, la voz del Padre Tiempo anunció la hora que precedía a la medianoche.

Cerca de la puerta de la habitación, una voz suave se alzó desfallecida. Contó las campanadas del reloj y le recordó la hora a una de las chicas.

—¡Emily!, las once.

No hubo respuesta. Al cabo de un momento, la voz fatigada volvió a intentarlo, esta vez un poco más alto.

—¡Emily!

Una joven, cuya cama se encontraba en el extremo más alejado de la habitación, suspiró en el pesado bochorno de la noche y dijo en tono perentorio:

—¿Es Cecilia la que habla?

—Sí.

—¿Qué quieres?

—Tengo hambre, Emily. ¿La chica nueva duerme?

La chica nueva respondió rápida y resentida:

—No, no duerme.


Información texto

Protegido por copyright
389 págs. / 11 horas, 22 minutos / 88 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que Fue Jueves

Gilbert Keith Chesterton


Novela


CAPÍTULO I. LOS DOS POETAS DE SAFRON PARK

El barrio de Saffron Park —Parque de Azafrán— se extendía al poniente de Londres, rojo y desgarrado como una nube del crepúsculo. Todo él era de un ladrillo brillante; se destacaba sobre el cielo fantásticamente, y aun su pavimento resultaba de lo más caprichoso: obra de un constructor especulativo y algo artista, que daba a aquella arquitectura unas veces el nombre de "estilo Isabel" y otras el de "estilo reina Ana", acaso por figurarse que ambas reinas eran una misma.

No sin razón se hablaba de este barrio como de una colonia artística, aunque no se sabe qué tendría precisamente de artístico. Pero si sus pretensiones de centro intelectual parecían algo infundadas, sus pretensiones de lugar agradable eran justificadísimas. El extranjero que contemplaba por vez primera aquel curioso montón de casas, no podía menos de preguntarse qué clase de gente vivía allí. Y si tenía la suerte de encontrarse con uno de los vecinos del barrio, su curiosidad no quedaba defraudada. El sitio no sólo era agradable, sino perfecto, siempre que se le considerase como un sueño, y no como una superchería. Y si sus moradores no eran "artistas", no por eso dejaba de ser artístico el conjunto. Aquel joven —los cabellos largos y castaños, la cara insolente— si no era un poeta, era ya un poema. Aquel anciano, aquel venerable charlatán de la barba blanca y enmarañada, del sombrero blanco y desgarbado, no sería un filósofo ciertamente, pero era todo un asunto de filosofía. Aquel científico sujeto —calva de cascarón de huevo, y el pescuezo muy flaco y largo— claro es que no tenía derecho a los muchos humos que gastaba: no había logrado, por ejemplo, ningún descubrimiento biológico; pero ¿qué hallazgo biológico más singular que el de su interesante persona?


Información texto

Protegido por copyright
174 págs. / 5 horas, 5 minutos / 368 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que Sabía Demasiado

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. EL ROSTRO EN LA DIANA

Harold March, el nuevo y renombrado periodista político, paseaba con aire decidido por una meseta en la que, desde hacía tiempo, se iban sucediendo por igual páramos y planicies, y cuyo horizonte se hallaba orlado por los lejanos bosques de la conocida propiedad de Torwood Park. Era un joven bien parecido, de pelo rubio y rizado y ojos claros, vestido con un traje de tweed. Inmerso en su feliz deambular a lo largo y ancho de aquel embriagador paisaje de libertad, Harold March era aún lo bastante joven como para tener bien presentes sus convicciones políticas y no simplemente para intentar olvidarlas a la menor ocasión. No en vano, su presencia en Torwood Park tenía precisamente un motivo político. Era el lugar de encuentro propuesto nada menos que por el Ministro de Hacienda, Sir Howard Horne, quien por entonces intentaba dar a conocer su denominado Presupuesto Socialista, el cual tenía la intención de exponer a cronista tan prometedor durante el transcurso de cierta entrevista que ambos tenían concertada. Harold March, por su parte, pertenecía a esa clase de hombres que saben todo lo que hay que saber sobre política pero nada acerca de los políticos, además de ser poseedor de unos notables conocimientos sobre arte, letras, filosofía y cultura general (acerca, en fin, de casi todo excepto del mundo en el que vivía).


Información texto

Protegido por copyright
229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 322 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Regreso de Don Quijote

Gilbert Keith Chesterton


Novela


AWR. Titterton

Mi querido Titterton, esta parábola dirigida a los reformadores sociales fue pensada y escrita, en parte, mucho antes de la guerra, por lo que con respecto a ciertas cosas, desde el fascismo a las danzas negras, carecía por completo de una intención profética. Fue su generosa confianza, sin embargo, lo que la sacó del polvoriento cajón en el que estaba guardada, y aunque dudo sinceramente que el mundo encuentre motivos para agradecérselo, son tantos los míos para mostrarle mi gratitud y reconocer cuanto ha hecho usted por nuestra causa, que le dedico este libro.

Con todo mi afecto, G. K. Chesterton

I. Un desconchón en la casta

Había mucha luz en el extremo de la habitación más larga y amplia de la Abadía de Seawood porque en vez de paredes casi todo eran ventanas. Esa parte de la habitación daba al jardín, haciendo terraza y asomándose al parque. Era una mañana de cielo despejado. Murrel, a quien todos llamaban el Mono por algún motivo que ya nadie recordaba, y Olive Ashley, aprovechaban la buena luz para pintar. Ella lo hacía en un lienzo pequeño y él en otro muy grande.

Meticulosa, se aplicaba la joven dama en la elaboración de pigmentaciones extrañas, como remedando esas joyas lisas e impresas de brillo medieval que tanto la entusiasmaban y a las que tenía por una especie de expresión vaga, aunque ella la pretendía explícita, de un pasado histórico rutilante. El Mono, por el contrario, era decididamente moderno; usaba de latas llenas de colores muy crudos y de pinceles que de tan grandes parecían escobas. Con eso manchaba grandes lienzos y también no menos grandes láminas de latón, destinado todo ello a decorar una obra de teatro de aficionados de la que aún sólo estaban en los ensayos. Hay que decir que ni ella ni él sabían pintar; y que ni se les pasaba por la cabeza saberlo. Ella, sin embargo, al menos lo intentaba con denuedo. Él no.


Información texto

Protegido por copyright
251 págs. / 7 horas, 20 minutos / 202 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Sabiduría del Padre Brown

Gilbert Keith Chesterton


Novela


La ausencia de Mr. Glass

La consulta del doctor Orion Hood, el eminente criminólogo y especialista en ciertos desordenes morales, tenía vista al mar y estaba situada en Scarborough. Desde sus ventanas de estilo francés, grandes y bien iluminadas, se podía contemplar el mar del Norte como un infinito muro exterior de mármol azul verdoso. En un lugar así, el mar tenía algo de la monotonía de un friso monocromo, pues en las estancias regía una terrible pulcritud, no muy diferente a la del mar. No debe suponerse, sin embargo, que el apartamento del Dr. Hood carecía de lujo o, incluso, de poesía. Todo lo contrario, se podían percibir claramente, pero uno sentía que no se les permitía salir de allí. El lujo estaba presente: sobre una mesa había ocho o diez cajas de los mejores cigarros, aunque situadas de tal modo que los más fuertes siempre estaban más cerca de la pared y los más suaves de la ventana. Asimismo, un mueble bar, que contenía tres tipos de licores excelentes, permanecía siempre sobre la lujosa mesa. Pero la moda mandaba que el whisky, el brandy y el ron siempre parecieran situados al mismo nivel. La poesía también estaba presente: en una esquina de la habitación se alineaban los clásicos ingleses, en otra los fisiólogos ingleses y extranjeros. Pero si alguien tomaba un volumen de Chaucer o de Shelley de uno de los anaqueles, su ausencia irritaba tanto la mirada como la falta de un diente delantero en una persona. No se podría decir si esos libros se habían leído alguna vez, probablemente si, pero su ser mismo parecía encadenarlos a sus sitios, como las biblias en las iglesias antiguas. El doctor Hood trataba sus anaqueles como si fueran la biblioteca pública.


Información texto

Protegido por copyright
224 págs. / 6 horas, 32 minutos / 302 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Esfera y la Cruz

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. Discusión un poco en el aire

La nave voladora del profesor Lucifer silbaba atravesando las nubes como dardo de plata; su quilla, de límpido acero, fulgía en la oquedad azul oscuro de la tarde. Que la nave se hallaba a gran altura sobre la tierra es poco decir; a sus dos ocupantes les parecía estar a gran altura sobre las estrellas. El profesor mismo había inventado la máquina de volar, y casi todos los objetos de su equipo. Cada herramienta, cada aparato tenía, por tanto, la apariencia fantástica y atormentada propia de los milagros de la ciencia. Porque el mundo de la ciencia y la evolución es mucho más engañoso, innominado y de ensueño que el mundo de la poesía o la religión; pues en éste, imágenes e ideas permanecen eternamente las mismas, en tanto que la idea toda de evolución funde los seres unos con otros, como sucede en las pesadillas.

Todos los instrumentos del profesor Lucifer eran los antiguos instrumentos humanos llevados a la locura, desenvueltos en formas desconocidas, olvidados de su origen, olvidados de su nombre. Aquella cosa que parecía una llave enorme con tres ruedas, era, en realidad, un revólver, patentado, y muy mortífero. Aquel objeto que parecía hecho con dos sacacorchos enrevesados, era, en realidad, la llave. La cosa que hubiera podido confundirse con un triciclo volcado patas arriba era el instrumento, de imponderable importancia, a que servía de llave el sacacorchos. Todas estas cosas, como digo, las había inventado el profesor; había inventado todo lo que llevaba la nave voladora, con excepción acaso de su misma persona. El profesor había nacido demasiado tarde para que pudiese descubrirla realmente, pero creía, al menos, haberla mejorado bastante.


Información texto

Protegido por copyright
244 págs. / 7 horas, 7 minutos / 706 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Nuestro Amigo Común

Charles Dickens


Novela


Libro primero. Entre la copa y el labio

Capítulo I. Ojo avizor

En esta época nuestra, aunque no sea necesario precisar el año exacto, un bote de aspecto sucio y poco honorable, con dos figuras en él, flotaba sobre el Támesis, entre el Southwark Bridge, que es de hierro, y el London Bridge, que es de piedra, cuando una tarde de otoño tocaba a su fin.

Las figuras que se veían en el bote eran la de un hombre recio, de pelo desgreñado y entrecano y la cara bronceada por el sol, y la de una muchacha morena de diecinueve o veinte años, que se le parecía lo bastante como para poder identificarla como su hija. La chica remaba, manejando un par de espadillas con suma facilidad; el hombre, con las cuerdas del timón inertes en sus manos, y las manos abandonadas en la pretina, estaba ojo avizor. No llevaba red, ni anzuelo, ni sedal, y no podía ser un pescador; su bote no tenía cojín para pasajero, ni pintura, ni inscripción, ni más accesorio que un oxidado bichero y un rollo de cuerda, y él no podía ser un marinero; su bote era demasiado frágil y demasiado pequeño para dedicarse a labores de reparto, y no podía ser un transporte de mercancía ni de pasajeros; no había indicio de qué podía estar buscando, pero buscaba algo, pues su mirada era de lo más escrutadora. La marea, que había cambiado hacía una hora, ahora iba a la baja, y sus ojos observaban cada remolino y cada fuerte corriente de la amplia extensión de agua a medida que el bote avanzaba ligeramente de proa contra la marea, o le enfrentaba la popa, según él le indicara a su hija con un movimiento de cabeza. Ella observaba la cara del padre con tanta fijeza como él el río. Pero en la intensidad de la muchacha había una nota de temor u horror.


Información texto

Protegido por copyright
1.067 págs. / 1 día, 7 horas, 8 minutos / 680 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Tienda de Antigüedades

Charles Dickens


Novela


Al señor don Samuel Rogers

Estimado señor.

Permítame que asocie mis «placeres de la memoria» a este libro dedicándolo a un poeta cuyos escritos (como todo el mundo sabe) rebosan sentimientos generosos y sinceros, y a un hombre cuya vida cotidiana (como no todo el mundo sabe) es igualmente pródiga en simpatía y compasión hacia los más pobres y humildes de su especie.

Su siempre fiel amigo,

Charles Dickens

Prólogo de 1841

Un autor —dice Fielding en su introducción a Tom Jones— no debería compararse con quien ofrece un banquete con fines benéficos, sino con quien regenta una fonda en la que es bien recibida cualquier persona dispuesta a pagar. Quien paga por lo que come puede exigir que se gratifique su paladar, por exquisito y antojadizo que este sea; y si lo ofrecido no le resulta agradable, tendrá derecho a censurar, quejarse y maldecir la comida cuanto se le antoje.

»Para impedir, pues, que los clientes se sientan ofendidos ante semejante decepción, es costumbre entre los hospederos honrados y juiciosos ofrecer una minuta que todos puedan consultar al entrar en la fonda. Enterados, así, de lo que les espera, pueden o bien quedarse y ser obsequiados con lo que se les ofrece o bien marcharse a algún otro lugar más acorde con su gusto».


Información texto

Protegido por copyright
691 págs. / 20 horas, 9 minutos / 526 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Barnaby Rudge

Charles Dickens


Novela


Prefacio a la edición de 1849

Tras haber expresado el ya fallecido señor Waterton, hace algún tiempo, que los cuervos se estaban extinguiendo poco a poco en Inglaterra, le ofrecí las siguientes palabras acerca de mi experiencia con esas aves.

El cuervo de esta historia esta concebido a partir de dos grandes originales de los que fui, en distintos momentos, orgulloso propietario. El primero estaba en la flor de la juventud cuando fue descubierto en un modesto retiro de Londres por un amigo mío, que me lo dio. Tuvo desde el principio, como dice sir Hugh Evans de Anne Page, «buenas dotes» que mejoró por medio del estudio y la atención de manera ejemplar. Dormía en un establo —generalmente encima de un caballo— y tenía atemorizado a un perro ladrador gracias a su sobrenatural sagacidad; era conocido por poder, gracias a la superioridad de su genio, llevarse la comida del perro ante sus narices con total tranquilidad. Estaba adquiriendo rápidamente conocimientos y virtudes cuando, en una mala hora, su establo fue pintado. Observó a los pintores con atención, vio que manejaban con cuidado la pintura, e inmediatamente deseó poseerla. Cuando se fueron a comer, se comió toda la que habían dejado allí, una libra o dos de plomo blanco, y su juvenil indiscreción le llevó a la muerte.


Información texto

Protegido por copyright
798 págs. / 1 día, -1 horas, 16 minutos / 168 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

34567