Prólogo
Al sur de Florencia, a unas sesenta millas y a
una distancia de casi tres veces igual del oeste de Roma sobre tres
colinas, está enclavada Siena, la más uniforme de todas las ciudades de
Toscana.
En el Terzo de Cittá, ignoro en qué región, está el palacio Festini.
Se encuentra en un lugar apartado; es de magnificencia suntuosa al
par que solemne, y como data de la época del contiguo Baptisterio de San
Giovanni, viene a ser como un resto desmoronado y severo de aquel
sagrado edificio, que en un gesto de rebeldía ha querido subsistir para
ir destruyéndose a su placer.
Aquí, con una grandeza ruin, moraban los Festini, quienes se decían
ser descendientes nada menos que de Guido Novello, del cual escribió
Compagni, el archiapologista: «El conte Guido non aspettó il fine, una senza dare colpo di spada, si parti».
Los Festini eran una familia cuyo nombre oía la nobleza italiana con
expresión imperturbable. Si optabais por alabarlos, se produciría un
asentimiento cortés, o si los condenabais, seríais oídos en silencio;
pero si inquiríais respecto a su situación jerárquica, podéis tener la
seguridad que, desde Roma hasta Milán, vuestra pregunta tropezaría con
un inmediato, cuando no invariable, cambio de tema.
Los Festini, cualesquiera que fuesen sus relaciones con Guido «el
Cobarde», en realidad llevaban a cabo los procedimientos de los Polomei,
los Salvani, los Ponzi, los Piccolomino y los Forteguerri.
Las venganzas de la Edad Media revivieron y fueron mantenidas por
estos productos de la civilización del siglo XIX, y el viejo Salvani
Festini es bien notorio que había sobrepasado el límite prescrito para
los agravios de su propia familia y se había aliado, ya activamente o
por simpatía, con toda sociedad que amenazase al buen gobierno de
Italia.
Información texto 'La Cuarta Plaga'