Textos más largos etiquetados como Novela no disponibles publicados el 16 de junio de 2016

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etiqueta: Novela textos no disponibles fecha: 16-06-2016


Ulises

James Joyce


Novela


1. Telémaco

MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afei­tar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba de­licadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:

—Introibo ad altare Dei.

Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente:

—¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!

Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemen­te tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormila­do, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fría­mente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido.

Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.

—¡Al cuartel! dijo severamente.

Añadió con tono de predicador:

—Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silen­cio, todos.

Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbi­do de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contesta­ron en la calma.

—Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es su­ficiente. Corta la corriente ¿quieres?


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Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Reina Margot

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. EL LATÍN DEL DUQUE DE GUISA

El lunes 18 de agosto de 1572 se celebraba en el Louvre una gran fiesta.

Las ventanas de la gran residencia, habitualmente a oscuras, se hallaban profusamente iluminadas; las calles y las plazas contiguas, siempre solitarias en cuanto se oían las nueve campanadas en Saint—Germain d'Auxe­rre, estaban, aun siendo ya media noche, atestadas de gente. Aquella multitud apretujada, amenazadora y es­candalosa parecía en la oscuridad de la noche un mar tenebroso y revuelto, cuyo ímpetu rompía en oleadas murmuradoras y cuyo caudal, desembocando por la calle de Fossés—Saint—Germain y por la de l'Astruce, fluía al pie de los muros del Louvre, batiendo con su reflujo las paredes del palacio de Borbón, que se elevaba enfrente.

A pesar de la fiesta real, o quizá debido a ella, la mu­chedumbre ofrecía un aspecto poco tranquilizador. El pueblo ignoraba que semejante solemnidad, en la que tan sólo tomaba parte como simple espectador, no era sino el preludio de otra, aplazada para ocho días des­pués, a la que sí sería convidado y a la que asistiría sin recelo alguno.

Celebraba la corte las bodas de doña Margarita de Valois, hija del rey Enrique II y hermana del rey Carlos IX, con Enrique de Borbón, rey de Navarra. Aque­lla misma mañana, el cardenal de Borbón los había ca­sado, sobre una tribuna erigida frente a la puerta de Nótre—Dame, siguiendo el ceremonial de rigor en las bodas de las princesas de Francia.


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660 págs. / 19 horas, 16 minutos / 101 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Cabaña del Tío Tom

Harriet Beecher Stowe


Novela


CAPÍTULO PRIMERO. EN EL QUE SE PRESENTA AL LECTOR A UN HOMBRE HUMANITARIO

A mediados de una fría tarde de febrero, dos hombres estaban sentados solos con una copa de vino delante en un comedor bien amueblado de la ciudad de P. de Kentucky. No había criados, y los caballeros estaban muy juntos y parecían estar hablando muy serios de algún tema. Por comodidad, los hemos llamado hasta ahora dos caba­lleros. Sin embargo, al observar de forma crítica a uno de ellos, no parecía ceñirse muy bien a esa categoría. Era bajo y fornido, con facciones bastas y vulgares, y el aspecto fanfa­rrón de un hombre de baja calaña que quiere trepar la escala social. Vestía llamativamente un chaleco multicolor, un pa­ñuelo azul con lunares amarillos anudado alegremente al cuello con un gran lazo, muy acorde con su aspecto general. Las manos eran grandes y rudas y cubiertas de anillos; lleva­ba una gruesa cadena de reloj repleta de enormes sellos de gran variedad de colores, que solía hacer tintinear con paten­te satisfacción en el calor de la conversación. Ésta estaba to­talmente exenta de las limitaciones de la Gramática de Mu­rray, y salpicada regularmente con diversas expresiones pro­fanas, que ni siquiera el deseo de dar una versión gráfica de la conversación nos hará transcribir.

Su compañero, el señor Shelby, sí parecía un caballero; y la organización y el aparente gobierno de la casa indicaban una posición cómoda si no opulenta. Como hemos apunta­do, estaban los dos inmersos en una seria conversación.

—Así dispondría yo el asunto —dijo el señor Shelby.

—No puedo hacer negocios de esa forma, de verdad que no, señor Shelby —dijo el otro, alzando su copa entre él y la luz.

—Pues el caso es, Haley, que Tom es un muchacho poco común; desde luego que vale ese precio en cualquier parte, pues es formal, honrado, eficiente y me lleva la granja como la seda.


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586 págs. / 17 horas, 5 minutos / 252 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Jane Eyre

Charlotte Brontë


Novela


I

Aquel día no fue posible salir de paseo. Por la mañana jugamos durante una hora entre los matorrales, pero después de comer (Mrs. Reed comía temprano cuando no había gente de fuera), el frío viento invernal trajo consigo unas nubes tan sombrías y una lluvia tan recia, que toda posibilidad de salir se disipó.

Yo me alegré. No me gustaban los paseos largos, sobre todo en aquellas tardes invernales. Regresábamos de ellos al anochecer, y yo volvía siempre con los dedos agarrota­dos, con el corazón entristecido por los regaños de Bessie, la niñera, y humillada por la consciencia de mi inferioridad física respecto a Eliza, John y Georgiana Reed.

Los tres, Eliza, John y Georgiana, se agruparon en el salón en torno a su madre, reclinada en el sofá, al lado del fuego. Rodeada de sus hijos (que en aquel instante no disputaban ni alborotaban), mi tía parecía sentirse perfec­tamente feliz. A mí me dispensó de la obligación de unirme al grupo, diciendo que se veía en la necesidad de mantener­me a distancia hasta que Bessie le dijera, y ella lo compro­bara, que yo me esforzaba en adquirir mejores modales, en ser una niña obediente. Mientras yo no fuese más sociable, más despejada, menos huraña y más agradable en todos los sentidos, Mrs. Reed se creía obligada a excluirme de los privilegios reservados a los niños obedientes y buenos.

—¿Y qué ha dicho Bessie de mí? —interrogué al oír aquellas palabras.

—No me gustan las niñas preguntonas, Jane. Una niña no debe hablar a los mayores de esa manera. Sién­tate en cualquier parte y, mientras no se te ocurran me­jores cosas que decir, estate callada.


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473 págs. / 13 horas, 48 minutos / 512 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de la Máscara de Hierro

Alejandro Dumas


Novela


TRES COMENSALES ADMIRADOS DE COMER JUNTOS

Al llegar la carroza ante la puerta primera de la Bastilla, se paró a intimación de un centinela, pero en cuanto D'Artagnan hubo dicho dos palabras, levantóse la consigna y la carroza entró y tomó hacia el patio del gobierno.

D'Artagnan, cuya mirada de lince lo veía todo, aun al través de los muros, exclamó de repente:

—¿Qué veo?

—¿Qué veis, amigo mío? —preguntó Athos con tranquilidad.

—Mirad allá abajo.

—¿En el patio?

—Sí, pronto.

—Veo una carroza; habrán traído algún desventurado preso como yo.

—Apostaría que es él, Athos.

—¿Quién?

—Aramis.

—¡Qué! ¿Aramis preso? No puede ser.

—Yo no os digo que esté preso, pues en la carroza no va nadie más.

—¿Qué hace aquí, pues?

—Conoce al gobernador Baisemeaux, —respondió D'Artagnan con socarronería: —llegamos a tiempo.

—¿Para qué?

—Para ver.

—Siento de veras este encuentro, —repuso Athos, —al verme, Aramis se sentirá contrariado, primeramente de verme, y luego de ser visto.

—Muy bien hablado.

—Por desgracia, cuando uno encuentra a alguien en la Basti­lla, no hay modo de retroceder.

—Se me ocurre una idea, Athos, —repuso el mosquetero; — hagamos por evitar la contrariedad de Aramis.

—¿De qué manera?

—Haciendo lo que yo os diga, o más bien dejando que yo me explique a mi modo. No quiero recomendaros que mintáis, pues os sería imposible.

—Entonces?...

—Yo mentiré por dos,, como gascón que soy.

Athos se sonrió.

Entretanto la carroza se detuvo al pie de la puerta del go­bierno.

—¿De acuerdo? —preguntó D'Artagnan en voz queda,

Athos hizo una señal afirmativa con la cabeza, y, junto con D'Artagnan, echó escalera arriba.


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405 págs. / 11 horas, 49 minutos / 915 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cumbres Borrascosas

Emily Brontë


Novela


Capítulo I

He vuelto hace unos instantes de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario vecino va a inquietarme por más de una causa. En este bello país, que ningún misántropo hubiese podido encontrar más agradable en toda Inglaterra, el señor Heathcliff y yo habríamos hecho una pareja ideal de compañeros. Porque ese hombre me ha parecido extraordinario. Y eso que no mostró reparar en la espontánea simpatía que me inspiró. Por el contrario, metió los dedos más profundamente en los bolsillos de su chaleco y sus ojos desaparecieron entre sus párpados cuando me oyó pronunciar mi nombre y preguntarle:

—¿El señor Heathcliff?

Él asintió con la cabeza.

—Soy Lockwood, su nuevo inquilino. Le visito para decirle que supongo que mi insistencia en alquilar la «Granja de los Tordos» no le habrá causado molestia.

—Puesto que la casa es mía —respondió apartándose de mí— no hubiese consentido que nadie me molestase sobre ella, si así se me antojaba. Pase.

Rezongó aquel «pase» entre dientes, con aire tal como si quisiera mandarme al diablo. Ni tocó siquiera la puerta en confirmación de lo que decía. Esto bastó para que yo resolviese entrar, interesado por aquel sujeto, al parecer más reservado que yo mismo. Y como mi caballo empujase la barrera, él soltó la cadena de la puerta y me precedió, con torvo aspecto, hacia el patio, donde dijo a gritos:

—¡José! ¡Llévate el caballo de este señor y danos vino!

Puesto que ambas órdenes se dirigían a un solo criado, juzgué que toda la servidumbre se reducía a él. Por eso entre las baldosas del patio medraban hierbajos y los setos estaban sin recortar, sólo mordisqueadas sus hojas por el ganado.


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319 págs. / 9 horas, 18 minutos / 823 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.