Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Poesía

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Viento del Pueblo

Miguel Hernández


Poesía


Dedico este libro a Vicente Aleixandre

Vicente: A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida, junto a todos los hombres. Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos de mañana. Nuestro cimiento será siempre él mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante. Aquel que se atreve a manchar esas manos, aquellos que se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados. Tu voz y la mía irrumpen del mismo venero. Lo que echo de menos en mi guitarra lo hallo en la tuya. Pablo Neruda y tú me habéis dado imborrables pruebas de poesía, y el pueblo hacia el que tiendo todas mis raíces alimenta y ensancha mis ansias y mis cuerdas con el soplo cálido de sus movimientos nobles.

Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El puebla espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo.

Elegía primera

(A Federico García Lorca, poeta)


Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.


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Dominio público
27 págs. / 47 minutos / 420 visitas.

Publicado el 26 de marzo de 2022 por Edu Robsy.

Tu Nombre

Eduardo Robsy


Poesía


Ayer te vi venir, bajando la calle,
andando orgullosa, pies descalzos,
sonrisa triste y paso firme,
desnudo tu cuerpo, única verdad,
perseguida por una jauría de lobos,
los golpes y heridas recientes
sobre tu piel tan blanca, tan amada.

Me dijeron: no la mires, no es tuya,
y miré hacia otra parte, no quise ver.
No quise ver cómo te rodearon.
No miré cuando taparon tu cuerpo
con sucios trapos, para protegerte
decían ellos, de ti misma.
Ni cuando a golpes te dejaron tendida,
apenas sombra de ti misma, en el suelo,
y los más crueles de ellos, riendo,
te sujetaron con bozal y correa.

Los más atrevidos, cuerpos henchidos,
te humillaban, te mancillaban,
gritaban muy alto tu nombre,
diciéndose tus dueños, pero sin mirarte,
apartándose entre ellos a empellones,
reclamando tus despojos como botín.

Mis mayores recuerdan todavía un mundo
en el que tú no eras más que un sueño,
y cada día, para ellos, una pesadilla
de la que tardaron medio siglo en despertar.
Vertiendo su sangre conjuraron tu nombre,
y de su sacrificio naciste tú, pura luz.

Nosotros, hijos descastados, te repudiamos.
Tu desnudez desluce nuestros ricos ropajes,
culpamos a tu piel blanca de nuestras negras ideas
y cada palabra que proteges y nos ofende,
se convierte en un espinoso látigo
con el que golpearte hasta que callas.

Me cuentan que en otros barrios,
en otras calles no tan lejanas,
nunca han sabido de ti, o peor aún,
conociéndote, han fingido olvidarte.
A quien, en tu ausencia, menciona tu nombre,
le insultan, le golpean y le silencian.
Y quién así reprime, dice hacerlo en tu nombre.


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Creative Commons
1 pág. / 2 minutos / 246 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Sueño

José Francisco de Isla


Poesía


Dedicatoria

Escrito por el Padre
Josef Francisco de la Isla,
en la exaltación
del Señor D. Carlos III
(que Dios Guarde)
al Trono de España.

Octavas


I

No pasa el mar, quien nunca se aventura,
dicen las Mozorruelas redomadas,
y como este refrán las asegura,
por eso hay tantas bien-aventuradas.
Esta desatinada conjetura
alentó mis tibiezas desmayadas
para que la aprehension se encaracole,
temple la gayta, y apareje el fole.


II

¿Ello ha de ser? Pues manos á la obra,
pongo papel en mesa, y pluma en ristre:
todo à la vela está, todo de sobra,
no hay quien me turbe, enfade, ni registre.
Ahora bien, con quietud y sin zozobra,
expresiones al cálamo ministre
la chola con alguna extravagancia,
fresca del tiempo, y al asunto rancia.


III

Córto la pluma: doy una palmada
en mi rugosa dilatada frente:
atusome la greña mal peinada:
nada discurro: déjolo impaciente:
vuelvo segunda vez á la estacada,
tomo un polvo, y me asaltan de repente
entusiasmos de un Sueño, en cuyo empeño
dejando de dormir, me rindo al Sueño.


IV

¡Bravamente ha salido el conceptillo!
Lo pudiera lucir en un Poema;
y luego me dirán, que es blanco el Grillo;
pues vamos adelante, y valga flema.
Ya he cebado el fogón, y alcé el gatillo,
polvora es el capricho, blanco el tema,
y dispuesta la idea en el encaro,
ninguno se me oponga, que disparo.


V

Yo no he de andar en el comun debate
de invocar à las Musas, ni lo esperen,
que tienen un capricho botarate,
son feminas, y quieren quando quieren.
Para decir mal dicho un disparate
me sobran las especies que sugieren
quantos (gongoricemos) à montones
esquinas entapizan papelones.


VI


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 84 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Sonetos del Amor Oscuro

Federico García Lorca


Poesía


Soneto gongorino

Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.

Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.

Pasa la mano sobre tu blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora, sin verte, su melancolía.

Llagas de amor

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Soneto de la guirnalda de las rosas

¡Esa guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
¡Teje deprisa! ¡Cantal ¡Gime! ¡Canta!
Que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados,
bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pronto ¡prontol! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 3.402 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Soledades, Galerías y Otros Poemas

Antonio Machado


Poesía


Soledades

(1899-1903)

I. El viajero

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre loba— muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro,
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela henchida?

Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas…

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.

II. He andado muchos caminos

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.


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Dominio público
33 págs. / 58 minutos / 1.875 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2020 por Edu Robsy.

Soledades

Antonio Machado


Poesía


I. El viajero

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo,

El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó—la pobre loba—muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucaliptus, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas...

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar, golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.

II

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y he atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 175 visitas.

Publicado el 16 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Sinfonía Natura

Elle de Jan


fantasía, cuento corto, poesía, poema


Una flor de viento vino hacia mí. Me incliné para mirarla: era un inmenso tesoro. Se abría y mostraba el fuego del éter, un cuadro de polvo antiguo y diverso, de tonos que se revolvían como suspiros de dioses en lo alto. Era también un mar; un mar de cristales de sueños remotos, que empapaban el cielo como una caricia mágica. Hálitos divinos se enlazaban y se fugaban, en medio del atardecer de un mundo, hacia las orillas de otro tiempo. El manto de la noche cayó como una suave cascada; y, en su seno de sombras luneras, quedaron brillando pequeños fragmentos de diamantes de antaño.La flor se cerró luego de esta visión, pero aún la guarda en su interior. La he tomado para conservarla, como la memoria de una sinfonía de la naturaleza que perdura día tras día, año tras año, vida tras vida, a lo largo del cosmos.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 39 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2023 por Elle de Jan.

Santa

Juan Valera


Cuento, poesía


El rey de Anga, Lomapad glorioso,
A un brahmán ofendió, no dando en premio
De un sacrificio lo que dar debiera.
Irritados entonces los brahmanes,
Salieron todos de su reino: el humo
Del holocausto al cielo no subía;
Indra negaba la fecunda lluvia,
Y la miseria al pueblo devoraba.
Lomapad, consternado, saber quiso
El parecer de los varones doctos,
Y los llamó a consejo, y preguntoles
Qué medio hallaban de aplacar la ira
Del Dios que lanza el rayo y amontona
En el cielo del agua los raudales.
Mil sentencias se dieron; mas al cabo
El más prudente de los sabios dijo:
—Escucha ¡oh rey! mientras brahman no haya
Que sacrificio en este suelo ofrezca,
Indra no saciará la sed abriendo
El líquido tesoro de las nubes.
Los brahmanes, movidos del enojo,
Al sacrificio no se prestan. Oye
Para cumplir el venerando rito
Cómo hallar sólo sacerdote puedes.
En la fértil orilla del Kausiki,
En lo esquivo y recóndito del bosque,
Del trato humano lejos, su vivienda
Vinfandák tiene, el hijo de Kasyapa,
Brahman austero y penitente. Vive
En el yermo con él su único hijo,
El piadoso mancebo Risyaringa.
No vio a más hombre que a su padre nunca;
Sólo frutos silvestres, hierbas sólo
Y licor sólo que entre rocas mana,
Alimento le dieron y bebida.
Tan inocente y puro es el mancebo,
Que de lo qué es mujer no tiene idea.
Manda, pues, rey, que una doncella hermosa
Vaya al bosque, le hable, y con hechizos
De amor, cautivo a la ciudad le traiga.
No bien sus pies en tus sedientos campos
La huella estampen, no lo dudes, Indra
Dará propicio el suspirado riego.
Así habló el sabio, y su atinado aviso
Agradó mucho al rey.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Rosario de Sonetos Líricos

Miguel de Unamuno


Poesía


Breve e amplissimo carme…
fosti d'arcan dolori arcan richiamo.

Carducci. Rime nuove. Al soneto.
 


The great object of fhe Sonnet seems to be, to express in musical numbers and as it were with individed breath, some occasional thought or personal feeling «some fee-grief due to the poet's breast». It is a sigh uttered from the fulness of the heart, an involuntary aspiration born and diying in the same moment.

W. Hazlitt. Table Talk. On Milton's sonnets.

Los sonetos de Bilbao

I. Ofertorio

A mi querido amigo Pedro Eguillor.


No de Apenino en la riente falda,
de Archanda nuestra la que alegra el boche
recojí este verano á troche y moche
frescas rosas en campo de esmeralda.


Como piadoso el sol ahí no escalda
los montes otorgóme este derroche
de sonetos; los cierro con el broche
de este ofertorio y te los doy, guirnalda.


Van á la del Nervión desde la orilla
esta del Tormes; á esa mi Vizcaya
llevando soledades de Castilla.


No con arado, los saqué con laya;
guárdamelos en tu abrigada cilla
por si algún día en mí la fé desmaya.

II. Puesta de sol

¿Sabéis cuál es el más fiero tormento?
Es el de un orador volverse mudo;
el de un pintor, supremo en el desnudo,
temblón de mano; perder el talento


ante los necios, y es en el momento
en que el combate trábase más rudo,
solo hallarse sin lanza y sin escudo,
llenando al enemigo de contento.


Verse envuelto en las nubes del ocaso
en que al fin nuestro sol desaparece
es peor que morir. Terrible paso


sentir que nuestra mente desfallece!
Nuestro pecado es tan horrendo acaso
que asi el martirio de Luzbel merece?


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 266 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

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