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El Cristo de Velázquez

Miguel de Unamuno


Poesía


¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.


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2 págs. / 4 minutos / 436 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Sonetos del Amor Oscuro

Federico García Lorca


Poesía


Soneto gongorino

Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.

Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.

Pasa la mano sobre tu blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.

Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora, sin verte, su melancolía.

Llagas de amor

Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.

Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.

Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.

Soneto de la guirnalda de las rosas

¡Esa guirnalda! ¡Pronto! ¡Que me muero!
¡Teje deprisa! ¡Cantal ¡Gime! ¡Canta!
Que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y mil la luz de enero.

Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.

Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados,
bebe en muslo de miel sangre vertida.

Pronto ¡prontol! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.


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3 págs. / 5 minutos / 3.409 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Hechicera

Virgilio


Poesía


Poeta.

Quiero el alterno canto y los amores
Imitar de Damón y Alfesibeo,
A cuyo dulce són la becerrilla,
Olvidada del pasto, absorta estuvo,
Y atónitos los linces atendían,
Y el curso revolviendo de sus ondas
En silencio á escuchar llegóse el río.
Quiero el alterno canto y los amores
De Damón imitar y Alfesibeo.

Tú, ó ya las rocas del Timavo undoso,
Folión, superes, ó rayendo vayas
Del Ilírico golfo las riberas.
Oye mi voz. ¡Oh! ¿al fin vendrá aquel día
En que tus heclios diga, y por el orbe

Pueda tus cantos divulgar, que solos
El coturno de Sófocles merecen?
Tomó principio en ti la Musa mía,
Y en tu honor sonará su voz postrera.
Acoge en tanto los humildes versos
Que ensayo obedeciéndote, y permite
Que en torno se deslice de tu frente
Aquesta hiedra entre gloriosos lauros.

Habíanse del cielo las nocturnas
Frígidas sombras ahuyentado apenas,
Hora en que alegra fúlgido rocío
Sobre la fresca hierba á los ganados,
Cuando en polido báculo de oliva
Apoyado Damón, así cantaba:


Damón.

Sal tú, lucero, precursor del día,
Sal presuroso, y el lamento escúcha
De este amante infelice, hoy despreciado
Por Nisa, la que ayer llamaba esposa.
En mi hora postrimera, á las deidades
Testigos de mi amor y su perjurio,
Yo me lamento, y me lamento en vano.
Flauta, ensayemos pastorales tonos.

Tonos conmigo ensáya, flauta mía.
Como en Ménalo se oyen, donde suenan
Bosques silbosos y parleros pinos:
Allí zagales, que de amores cantan;

Allí el músico Pan, que dió el primero
A las cañas inertes ejercicio.
Flauta, ensayemos pastorales tonos.


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3 págs. / 5 minutos / 371 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Santa

Juan Valera


Cuento, poesía


El rey de Anga, Lomapad glorioso,
A un brahmán ofendió, no dando en premio
De un sacrificio lo que dar debiera.
Irritados entonces los brahmanes,
Salieron todos de su reino: el humo
Del holocausto al cielo no subía;
Indra negaba la fecunda lluvia,
Y la miseria al pueblo devoraba.
Lomapad, consternado, saber quiso
El parecer de los varones doctos,
Y los llamó a consejo, y preguntoles
Qué medio hallaban de aplacar la ira
Del Dios que lanza el rayo y amontona
En el cielo del agua los raudales.
Mil sentencias se dieron; mas al cabo
El más prudente de los sabios dijo:
—Escucha ¡oh rey! mientras brahman no haya
Que sacrificio en este suelo ofrezca,
Indra no saciará la sed abriendo
El líquido tesoro de las nubes.
Los brahmanes, movidos del enojo,
Al sacrificio no se prestan. Oye
Para cumplir el venerando rito
Cómo hallar sólo sacerdote puedes.
En la fértil orilla del Kausiki,
En lo esquivo y recóndito del bosque,
Del trato humano lejos, su vivienda
Vinfandák tiene, el hijo de Kasyapa,
Brahman austero y penitente. Vive
En el yermo con él su único hijo,
El piadoso mancebo Risyaringa.
No vio a más hombre que a su padre nunca;
Sólo frutos silvestres, hierbas sólo
Y licor sólo que entre rocas mana,
Alimento le dieron y bebida.
Tan inocente y puro es el mancebo,
Que de lo qué es mujer no tiene idea.
Manda, pues, rey, que una doncella hermosa
Vaya al bosque, le hable, y con hechizos
De amor, cautivo a la ciudad le traiga.
No bien sus pies en tus sedientos campos
La huella estampen, no lo dudes, Indra
Dará propicio el suspirado riego.
Así habló el sabio, y su atinado aviso
Agradó mucho al rey.


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3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Primavera

José María de Pereda


Poesía


Deja, Fabio, esa lira
que tanto te recrea,
ó aprende lo que ignoras
y canta lo que aprendas.
Basta de idilios tiernos,
basta de dulces églogas;
no más pastores, Fabio;
Fabio, no más praderas.
Yo quise entre los rústicos
paisajes de mi tierra
buscar de tus cantares
la realidad perfecta;
y ¡ay, Fabio!, tú no has visto
jamás la primavera.
Tú no has pisado el «campo
de terciopelo y seda»;
ni respiraste el «fresco
cefirillo que juega
de los sombríos bosques
con la enrramada espesa»;
ni la cascada viste
que «rauda se despeña
en el profundo abismo
desde la altura inmensa»;
ni «matizadas flores»
cojiste entre la yerba,
ni oístes el «murmullo
del que manso la riega,
arroyo cristalino
do beben las Napeas
y encuentran las pastoras
cristal que les refleja
de sus cabellos de oro
las ondulantes hebras»;
ni el trino has escuchado
de «mil y mil parleras,
pintadas avecillas,
de las de arpada lengua,
entre el follaje verde
de misteriosa selva»;
ni vistes el cabrito
«triscar la mata fresca,
trepar de roca en roca
la tímida gacela,
ni sobre el fácil soto
rumiar la mansa oveja»,
ni, en fin, esos primores
que describir intentas
en las limadas coplas
que, tierno, canturreas.
Tu campo es un tapete,
tus bosques son macetas,
tus flores, inodoras,
tus cefirillos, hielan;
de trapo son tus ninfas,
tus pastores, horteras,
gorriones tus jilgueros;
y tu cascada horrenda,
del carcomido techo
que á tu numen alberga,
por más que la levantes
es húmeda gotera.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Canciones y Coplas

Antonio Machado


Poesía


I

Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas
de un balcón florido,
vi las dos hermanas. La menor cosía,
la mayor hilaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña y rosada
—su aguja en el aire—
miró a mi ventana.

La mayor seguía,
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca,
que el lino enroscaba,
abril florecía
frente a mi ventana.

Una clara tarde
la mayor lloraba,
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
—¿Qué tienes—le dije—
silenciosa, pálida?
Señaló el vestido
que empezó la hermana.
En la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el blanco velo,
el dedal de plata.
Señaló a la tarde
de abril que soñaba
mientras que se oía
tañer de campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus lágrimas...
Abril florecía
frente a mi ventana.

Fué otro abril alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita
risueña y rosada,
ni la hermana triste
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo en el huso
el lino giraba
por mano invisible,
y en la oscura sala
la luna del limpio espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón florido,
me miré en la clara
luna del espejo
que lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mi ventana.

II. De la vida

(Coplas elegíacas)


¡Ay del que llega sediento
a ver el agua correr
y dice: la sed que siento
no me la calma el beber!

¡Ay de quien bebe y, saciada
la sed, desprecia la vida:
moneda al tahur prestada,
que sea al azar rendida!


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Publicado el 17 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Federico García Lorca


Poesía, Elegía


I. La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.


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Publicado el 15 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Del Camino

Antonio Machado


Poesía


I. Preludio

Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
Acordaré las notas del órgano severo
al suspirar fragante del pífano de abril.

Madurarán su aroma las pomas otoñales,
la mirra y el incienso salmodiarán su olor;
exhalarán su fresco perfume los rosales,
bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

Al grave acorde lento de música y aroma,
la sola y vieja y noble razón de mi rezar
levantará su vuelo suave de paloma
y la palabra blanca se elevará al altar.

II

Daba el reloj las doce... y eran doce
golpes de azada en tierra...
...¡Mi hora!—grité—... El silencio
me respondió:—No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.

III

Sobre la tierra amarga,
caminos tiene el sueño
laberínticos, sendas tortuosas,
parques en flor y en sombra y en silencio;

criptas hondas, escalas sobre estrellas;
retablos de esperanzas y recuerdos.
Figurillas que pasan y sonríen
—juguetes melancólicos de viejo—;

imágenes amigas,
a la vuelta florida del sendero,
y quimeras rosadas
que hacen camino... lejos...

IV

En la desnuda tierra del camino
la hora florida brota,
espino solitario,
del valle humilde en la revuelta umbrosa.

El salmo verdadero
de tenue voz hoy toma
al corazón, y al labio,
la palabra quebrada y temblorosa.

Mis viejos mares duermen; se apagaron
sus espumas sonoras
sobre la playa estéril. La tormenta
camina lejos en la nube torva.

Vuelve la paz al cielo;
la brisa tutelar esparce aromas
otra vez sobre el campo, y aparece,
en la bendita soledad, tu sombra.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 163 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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