Introducción
Decía Ismael Medina en un lejano artículo, citando a Jacques Bergier,
que «sólo las armas parapsicológicas pueden lograr el triunfo de una
guerrilla urbana a condición de que el poder instalado no sea el primero
en utilizarlas, ya que también pueden convertirse en un instrumento de
represión.»
En España tenemos un poder que ejerce en los dos bandos posibles: en
el Gobierno y en la Revolución, alternando las acciones legislativas con
las revolucionarias, y aspirando, desde el mismo momento de su
instauración, no a cambiar la sociedad española (mejorándola,
engrandeciéndola, culturizándola, instruyéndola y enriqueciéndola), sino
a SUPLANTARLA, a hacer otra nación, todavía con el nombre de España
pero sin su cultura, sin su carácter histórico. Sin sus tradiciones y
sin su religión.
El poder es, desde el 76 y más desde el 82, el principal factor de la
revolución en España y, convencido de que hoy no es posible hacerla de
un día para otro con las masas en la calle, se ha embarcado en un
proyecto a largo plazo para suplantar a España por otra cosa. En el
mundo actual, donde las masas están descubriendo de nuevo el
individualismo, egoísta sin duda, es imposible usarlas como fuerza de
choque según los cánones de la Revolución de Octubre rusa, pero Sí es
posible desarraigarlas, como hacían los asirios cambiando a pueblos
enteros de territorios, cambiando hoy a pueblos enteros de cultura, en
cuyo caso, perdidos sus marcos de referencia, son pueblos sin
personalidad y sin capacidad de reacción.
Nueva definición
En política, los españoles tendemos a darle un elevado valor
intelectual y moral: desde la libre representación del pueblo a la
consecución del bien común, pasando por creer que es el arte de lo
posible. Pero esto ya no es así, puesto que la política práctica hoy al
uso en España es solamente un método para manipular mejor la opinión de
de los ciudadanos
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