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El Jardín Secreto

Francisco A. Baldarena


cuento



EL BOTÁNICO 


Los cargadores, baquianos del lugar, aprovecharon el ensimismamiento del botánico para largar los bultos al piso y convertirse, en segundos, en parte de la selva. Mientras el profesor Zachariah Taylor estaba en «su mundo», cosas ajenas a lo estrictamente salvaje y natural estaban fuera de su percepción; por eso vino a percatarse que lo habían abandonado mucho después, cuando se le resbaló de las manos sudadas los prismáticos con el cual observaba la techumbre verde surcada por luminosos haces rectilíneos en todas direcciones, tratando de avistar un guacamayo escurridizo herido en un ala que se movía torpe y dificultosamente por la copa de los árboles, un poco más adelante que la comitiva. Justo ahí, sin nadie delante ni detrás, fue que se dio cuenta de que estaba solo, abandonado y librado a su suerte en medio de una selva repleta de peligros. Entretanto, creyó que no le resultaría difícil volver por la trocha abierta entre la maraña si no se demoraba mucho en pegar la vuelta, puesto que si lo agarraba la noche en la selva, lo más probable es que no fuese a sobrevivir para contarlo. 

 Miró la hora. Eran las nueve y veintiocho, así que todavía tenía un buen margen de luz para continuar explorando un poco más. Presumía que el guacamayo de un momento a otro caería con un ruido blando, soltando quizás un quejido de dolor casi imperceptible, sobre la hojarasca humedecida, entonces lo atraparía, le trataría la herida y se lo llevaría como recuerdo de sus andanzas por la selva. 


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4 págs. / 8 minutos / 536 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Antonio, o el Desconocimiento del Amor

Francisco A. Baldarena


cuento


«Y he aprendido que amar a dos 

Es igual a no amar a ninguna.» 

Caramelos de Cianuro 



LA INVITACIÓN 


Mientras no aparecía nadie, yo me entretenía jugando solo a la bolita en la vereda de mi casa, una ya lejana tarde de verano a mediados de los setenta, cuando oí un silbido. Levanté la cabeza. 

   Era Antonio, uno de los hijos mayores de don Nicola, parado en la vereda, delante de su casa. Me saludó con la mano y cruzó la calle apoyado en la bicicleta. 

   —Fran, ¿me acompañas a un par de cuadras de acá? —me preguntó. 

   Le iba a decir que no, pero antes que yo le contestara, adosó un soborno a la proposición: 

   —Te dejo andar de bici —me dijo. 

   Yo, que no tenía bicicleta, pero sabía andar, cambié de idea y le respondí con entusiasmo que sí y después le pregunté: 

   —¿Qué vas a hacer? Le pregunté qué iba a hacer, no por curiosidad ni porque me importase con ello, sino porque creí que algo tenía que preguntarle. 

   —Voy a ver a una novia —dijo, y después me previno que si salía el padre de la chica, le dijera que yo era su hermano. Lo de hermano lo acompañó guiñando un ojo. 

   —Está bien —le respondí,­ aunque no tenía bien en claro por qué tendría que pasar por hermano delante del padre de la chica. 

   Mientras íbamos, yo montado en el caño porque la bicicleta era de varón, le pregunté, desde la inocencia de mis diez u once años, no recuerdo bien, pero por ahí andaría, si no le daba asco besar en la boca, porque sabía que los novios hacían eso. Él lanzó una risotada corta y me dijo: 

   —¡Claro que no!, es rebueno. 


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Publicado el 20 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Cadima

Pablo Guillamón


Granada época actual. Intriga y suspense,


    

  

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Aquella tarde de invierno, la redacción del periódico en el que trabajaba Bruno, estaba llena a rebosar. El frío que hacía en la calle mantenía los reporteros remoloneando por los despachos antes de salir a cubrir las últimas noticias del día. Bruno estaba con el responsable de los «semanales», esos artículos, que se suelen colocar en la edición del sábado o el domingo. Repasaban el contenido de «Vivir en la calle». Pasó varios días recorriendo lugares frecuentados por mendigos. Había hablado con algunos en la estación de autobuses, en la de ferrocarril y en las colas de algunos comedores sociales. En la estación, suelen deambular horas y horas por los andenes, le dijo a su jefe, que lo escuchaba asombrado.

Había recogido muchas historias de vidas desoladas, perdidas, desgarradas, pero hizo una selección en la que destacó la de dos divorciados a los que sus parejas habían dejado literalmente tirados en la calle, sin dinero ni trabajo, se habían conocido hacía poco y ahora «estaban juntos» le dijeron. Se organizaban en pequeños lugares en que los podían verse a solas y compartir momentos de intimidad. Por la noche dormían en el suelo con cartones y mantas que guardaban en el portal de una casa abandonada, le dijeron. Eran habituales de los comedores sociales, pero algunas veces conseguían algo de dinero y podían organizar una cena íntima en un edificio en construcción o una casa abandonada. «Eran felices, le dijeron. Más que antes».


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Licencia limitada
344 págs. / 10 horas, 2 minutos / 772 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2024 por Pablo Guillamón.

Odisea

Homero


Poesía, Clásico, Poema épico, Grecia


Canto I

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de Helios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

Ya en aquel tiempo los que habían podido escapar de una muerte horrorosa estaban en sus hogares, salvos de los peligros de la guerra y del mar; y solamente Odiseo, que tan gran necesidad sentía de restituirse a su patria y ver a su consorte, hallábase detenido en hueca gruta por Calipso, la ninfa veneranda, la divina entre las deidades, que anhelaba tomarlo por esposo.

Con el transcurso de los años llegó por fin la época en que los dioses habían decretado que volviese a su patria, aunque no por eso debía poner fin a sus trabajos, ni siquiera después de juntarse con los suyos. Y todos los dioses le compadecían, a excepción de Poseidón, que permaneció constantemente irritado contra el divinal Odiseo hasta que el héroe no arribó a su tierra.

Mas entonces habíase ido aquel al lejano pueblo de los etíopes -los cuales son los postreros de los hombres y forman dos grupos, que habitan respectivamente hacia el ocaso y hacia el orto de Hiperión- para asistir a una hecatombe de toros y de cordero. Mientras aquel se deleitaba presenciando el festín, congregáronse las otras deidades en el palacio de Zeus Olímpico.


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Dominio público
371 págs. / 10 horas, 49 minutos / 5.523 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma de Canterville

Oscar Wilde


Novela corta


I

Cuando míster Hiram B. Otis, el ministro de América, compró Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba embrujada.

Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando llegaron a discutir las condiciones.

—Nosotros mismos —dijo lord Canterville— nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King's College, de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.

—Mi lord —respondió el ministro—, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores "prima donnas", estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearle por los caminos como un fenómeno.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 4.196 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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