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Galerna

Joaquín Dicenta


Novela corta


Capítulo I

Amanece. Violeta pálido es el cielo. Ni la más pequeña nube hay en él. El mar parece lago, que poetizan las gaviotas con el desperezo de sus alas. Por la cumbre de un monte verde, conduce sus vacas el pastor. Chirriante baja una carreta, al pezuñeo cansino de dos bueyes, por los accesos de otro monte. El boyero canta:


«Es la mozuca mía
la mejor moza
que hay desde Castro-Urdiales
hasta Reinosa.»
 

Así, esclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañés, canta su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por el espacio en himno de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.

¡Amanecer tibio de Julio, el aire te embellece con el musicar de sus besos sobre las hierbas enjoyecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venir sobre las aguas del Cantábrico, que se deshace contra el rocaje en caireles de espuma!... A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.

Las lanchas boniteras negrean encima de la ría; a pliegues apabellónase el velamen al largo de los palos.

Todo es quietud, dulcedumbre en la aldea, en la campiña y en el mar.

A misa de alba repican las campanas del románico templo. Algunas viejas suben por la cuesta que a la iglesia conduce. Son las primeras parroquianas del oficio dominical. El mocerío duerme, aguardando la misa mayor para exhibirse bajo las naves anchurosas, entre sones de órgano y perfumes de incienso.


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Dominio público
34 págs. / 1 hora / 135 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Auto-retrato

Miguel de Unamuno


Artículo, autobiografía


Sr. D. Francisco Villaespesa

Mi estimado amigo: Me pide usted un retrato mío y ante tal pedido surge un pequeño conflicto sin graves consecuencias —en mi conciencia. Renuncio á describírselo, aunque con semejante renuncia nos perdamos un trozo de psicología introspectiva, diferente, como es natural, de la ultrospectiva.

El resultado final de tal conflicto es la decisión de enviarle el retrato, pues el resistirse á que aparezca en público la imagen de nuestro físico arguye, en los tiempos que corren, mayor petulancia que el ceder á ello. Hoy, en que se prodiga tanto la estampación pública de retratos, es un verdadero acto de humildad, á la vez que un acto de verdadera humildad, el dejar que se dé á estampa pública el propio y peculiar retrato.

Ahora bien: visto y acordado en el tribunal de mi conciencia el remitirle un retrato de mi físico —dueño y á la vez siervo de dicha conciencia—, quedaba sólo la ejecución del acuerdo.

Y aquí me encuentro con que apenas tengo fotografías, y ellas no muy buenas, de mi semblante y traza corporal, y en este apuro acudo a la pluma misma con que trazo estas líneas y con ella dibujo mi perfil. Y en esto ha de permitirme que eche mano del egotismo y le diga que yo tengo más fisonomía visto de lado que no de frente. Hasta como escritor público creo que me ocurre lo mismo.

El hecho —porque es, sin duda, un hecho– de que envíe un auto-retrato supone que cultivo el «conócete á ti mismo»; y no pongo en latín esta sentencia, porque eso me parece algo asi como citar á Nietzsche ó á Tolstoi en francés, y el cultivar ese «conócete» dicen que es un mérito y el camino obligado para el «poséete».


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 452 visitas.

Publicado el 12 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Antítesis

Ricardo Güiraldes


Cuento


La estancia vieja

Todas las estancias del partido, contagiadas de civilización, perdían su antiguo carácter de praderas incultas.

Las vastas extensiones, que hasta entonces permanecieran indivisas, eran rayadas por alambrados, geométricamente extendidos sobre la llanura.

No era ya el desierto, cuyo verde unido corría hasta el horizonte. Breves distancias cambiaban su aspecto, y no parecía sino una sucesión de parches adheridos.

La tierra sufría el insulto de verse dominada, explotada, y, renunciando a una lucha degradante, abdicaba su gran alma de cosa infinita.

Pies extranjeros13 la hollaban14 sin respeto e instrumentos de tortura rasgaban su verdor en largas heridas negras.

Semillas ignotas sorbían vida en su savia fecunda, y manos ávidas robaban a sus entrañas la sangre para convertirla en lucro.

Un sólo retazo escapaba a aquel cambio. Era la estancia de don Rufino, que, como un hijo ante el ultraje de su madre, presenciaba esa invasión, la muerte en el pecho.

Con irónica sonrisa, en que había una lágrima, decía, sacudiendo su barba «cana como pantalón de gringo», y sus ojos, tristes, se nublaban, uniendo los diferentes colores.

Su estancia no había cambiado. Un sólo potrero servía de pastoreo a vacas, yeguas y ovejas. Y el personal, todo criollo, se abrazaba al último pedazo de pampa como a una bandera.

Allí se podía olvidar y hasta hacerse la ilusión de que, pasados los límites, todo seguía como diez años antes. Diez años que habían traído un cambio brusco que causaba la sorpresa de una traición.

Don Rufino era el verdadero patrón, como el concepto viejo lo entiende. Criado en el campo, apto a todo trabajo, con una rusticidad de alma llena de cariño, era respetado por sus camas y querido por su bondad.


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Dominio público
6 págs. / 12 minutos / 166 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Viaje Terrible

Roberto Arlt


Novela corta


Dedicatoria

Al doctor Eladio Di Lata, noble amigo de sus enfermos.

I

Cierto astrólogo me dijo una vez que el signo zodiacal que presidía la casa de mi nacimiento indicaba, entre otros accidentes, temerarios peligros en viajes de mar, y yo sonreí con dulzura porque no creía en la influencia de los astros; de manera que al iniciar mi viaje hacia Panamá ni por un momento se me ocurrió que me aguardaban aventuras tan tremendas como las que me permitirían compaginar la presente crónica, que, sumada a los informes telegráficos del corresponsal del Times en Honolulú, constituye una de las más sorprendentísimas historias que la Geología haya podido desear para completar sus estudios sobre las dislocaciones que se producen en el fondo del océano Pacífico.

Tuve el presentimiento de la desgracia el día 23 de setiembre a las 16 horas, momento en que permanecía recostado en la hamaca del primer puente del buque «Blue Star», mirando caer la tarde sobre el puerto de Antofagasta.

Humeaban las chimeneas de la ciudad al borde del desierto, y amarilleaban lentamente las fachadas de las fábricas. El arco del puerto, con sus casas escalonadas en la falda de los cerros, encajonaba calles en pendiente que parecían fundirse en la neblina azul que flotaba en los socavones de la cordillera.

Durante el día había soplado un viento fuerte y el aire estaba cargado del rojizo polvo del desierto. A un costado del puerto, sobre la superficie montuosa de un cerro trepaba la vía de un ferrocarril; de pronto, un convoy de pasajeros, chapadas las ventanillas por el oro del sol, se perdió entre un abultamiento de montañas y no sé por qué el corazón se me encogió dolorosamente. Si en aquel momento hubiera escuchado la voz de mis instintos habría abandonado el «Blue Star», pero poderosas razones me impedían bajar a tierra.


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 255 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

La Novela de Don Sandalio, Jugador de Ajedrez

Miguel de Unamuno


Novela corta, novela epistolar


Alors une faculté pitoyable se développa dans leur esprit, celle de voir la bêtise et de ne plus la tolérer.

(G. Flaubert, Bouvard et Pécuchet)

Prólogo

No hace mucho recibí carta de un lector para mí desconocido, y luego copia de parte de una correspondencia que tuvo con un amigo suyo y en que éste le contaba el conocimiento que hizo con un Don Sandalio, jugador de ajedrez, y le trazaba la característica del Don Sandalio.

“Sé —me decía mi lector— que anda usted a la busca de argumentos o asuntos para sus novelas o nivolas, y ahí va uno en estos fragmentos de cartas que le envío. Como verá, no he dejado el nombre lugar en que los sucesos narrados se desarrollaron, y en cuanto a la época, bástele saber que fue durante el otoño e invierno de 1910. Ya sé que no es usted de los que se preocupan de situar los hechos en lugar y tiempo, y acaso no le falte razón”.

Poco más me decía, y no quiero decir más a modo de prólogo o aperitivo.

I

31 de agosto de 1910

Ya me tienes aquí, querido Felipe, en este apacible rincón de la costa y al pie de las montañas que se miran en la mar; aquí, donde nadie me conoce ni conozco, gracias a Dios, a nadie. He venido, como sabes, huyendo de la sociedad de los llamados prójimos o semejantes, buscando la compañía de las olas de la mar y de las hojas de los árboles, que pronto rodarán como aquéllas.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 615 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Raucho

Ricardo Güiraldes


Novela


Prólogo

En torno a la muerta: cirios, traperío negro y cadáveres de flores.

Descomposiciones lentas, trabajo silenciosamente progresivo, elaboraciones de química fétida en un cuerpo amado.

La vida se siente empequeñecida. Todo acalla y las respiraciones en sordina tienen vergüenza de sí mismas. Nada llega de los alrededores; el mundo ha cesado su pulsación de vida.

Don Leandro, positivamente viudo e incapaz de reaccionar contra el sopor que lo mantiene insensible, no da señales de dolor alguno. Una lágrima cae en su alma, una lágrima larga y punzante como hoja de acero.

Pasó el aturdimiento del golpe como una crisis de locura, con sus gritos, sus desvaríos, su consiguiente decrepitud física.

Los episodios inexplicables de las ceremonias inhumatorias fueron fantasmas en la noche espesa del embotamiento dolorido: la capilla ardiente, el féretro, la inmovilidad increíble de las facciones queridas, el descenso a la bóveda, toda esa gente que un fenómeno extraño enfunda en macabras vestiduras y que hablan con voces perdidas allá en un delirio persistente. ¿Sería posible?

Eso pasó y quedaba para los días venideros, una vida hecha de sobras.

Don Leandro orilló el suicidio durante dos meses. Sin amigos, él que había vivido trabajando para los suyos, no tuvo quién le hablara de consuelo.

En su escritorio, enredado de humo a fuerza de fumar con tic de maniático, veía la vida simbolizada por su traje de luto, comprado en momentos de desvarío, ridículo en su solemnidad y demasiado grande; algo superfluo, mísero, extraño a él.

Caía en la noche, como en una incoherencia. Aplastado en un sillón jugaba con un pequeño revólver, cuya empuñadura nacarada refrescaba sus manos; era una habitud desde que sacó por primera vez aquella arma, con decisión hecha.


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Dominio público
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 294 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Aventuras Grotescas

Ricardo Güiraldes


Cuentos, Colección


Arrabalera

Es un cuento de arrabal para uso particular de niñas románticas.

Él, un asno paquetito.

Ella, un paquetito de asnerías sentimentales.


La casa en que vivía,
arte de repostería.
El padre, un tipo grosero
que habla en idioma campero.
 

Y entre estos personajes se desliza un triste, triste episodio de amor.

La vio, un día, reclinada en su balcón; asomando entre flores su estúpida cabecita rubia llena de cosas bonitas, triviales y apetitosas, como una vidriera de confitería.

¡Oh, el hermoso juguete para una aventura cursi, con sus ojos chispones de tome y traiga, su boquita de almíbar humedecida por lengua golosa de contornos labiales, su nariz impertinente, a fuerza de oler polvos y aguas floridas, y la hermosa madeja de su cabello rizado como un corderito de alfeñique!

En su cuello, una cinta de terciopelo negro se nublaba de uno que otro rezago de polvos, y hacía juego, por su negrura, con un insuperable lunar, vecino a la boca, negro tal vez a fuerza de querer ser pupila, para extasiarse en el coqueto paso sobre los labios de la lengüita humedecedora.

Una lengüita de granadina.

La vio y la amó (así sucede), y le escribió una larga carta en que se trataba de Querubines, dolores de ausencia, visiones suaves y desengaño que mataría el corazón.

Ella saboreó aquel extenso piropo epistolar. Además, no era él despreciable.

Elegante, sí, por cierto, elegante entre todos los afiladores del arrabal, dejando entrever por sus ojos, grandes y negros como una clásica noche primaveral, su alma sensible de amador doloroso, su alma llena de lágrimas y suspiros como un verso de tarjeta postal.

Todo eso era suficiente para hacer vibrar el corazón novelesco de la coqueta balconera.

Se dejó amar.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 223 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Trilogía Cristiana

Ricardo Güiraldes


Cuentos, Colección


Para Alfredo González Garaño

El juicio de Dios

(Equidad)

(Cuadro de costumbres)

Dios meditaba en el sosiego paradisíaco del Paraíso. El ambiente de contemplación le sumía en estado simil y pensaba divinamente.

Como un nimbo de carnes rosadas y puras, una guirnalda de angelitos le revoloteaba en torno coreando el himno eterno.

De pronto, algo así como un crujido de botín perforó el ambiente beato. Un angelito enrojeció en la parte culpable, y, presas de súbito terror, las aladas pelotitas de carne se desvanecieron como un rubor que pasa.

Dios sonreía patriarcalmente; sentíase bueno de verdad, y un proyecto para aliviar los males humanos afianzábase en su voluntad.

Quejidos subían de la tierra, y en la felicidad del cielo eran más dolorosos. Había, pues, que remediar, y Dios, resuelto al fin, envió a sus emisarios trajeran lo más distinguido de entre la colonia de sus adoradores.

Así se hizo.

Reunidos, habló Jehová.

—¡Oíd!... un rumor de descontento sube de la tierra jamás el hombre miserable llevará con resignación su cruz, e inútil les habrá sido el ejemplo dado en mi hijo Cristo. Los rezos, hoy como siempre, importunan mi calma y quiero cesen. Mi voluntad es escuchar los deseos humanos y, según ellos, darle felicidad para al fin gozar de la nuestra.

¡Vosotros, ángeles negros, distribuidores de noche, embocad las largas cañas de ébano y soplad, por los ojos de los hombres, la nada en sus pechos!

¡Qué las almas tiendan hacia mí mientras conserváis los cuerpos así luego vuelve la vida a seguir su pulsación!

Como en los cielos carecen de tiempo, estuvieron muy luego los citados, míseros y ridículos en las multiformes y policromas vestimentas.


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Dominio público
13 págs. / 24 minutos / 146 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Xaimaca

Ricardo Güiraldes


Novela epistolar, novela


Para Adelina del Carril;

Tres veces este libro ha caído de mis manos, encontrando el sostén de las tuyas.

Sola, has opuesto fe a mis dudas.

Hoy que corre su destino, lo amparo en tu cariño.

R. G.

Diciembre 28, 1916. Buenos Aires

Ante todo quisiera personalizar mis sensaciones, como si fuera mi viaje un punto de partida hacia algo definido.

Las cosas se inscribirán en mí según mi idiosincrasia y me interesa tanto observarme, que quiero, a diario, fijar mi modo de reaccionar ante los incidentes nuevos.

Voy al Perú para internarme hacia los restos de la civilización preincásica. No sé empero si desembarcaré en Mollendo, en el Callao o en Trujillo.

Pequeño descubridor de mis propias impresiones, llevo como bagaje moral mi gran curiosidad, como fortuna la cantidad suficiente para viajar cinco meses y como carga personal, indispensable, mis baúles y mi libreta de enrolamiento.

Basta por hoy.

Diciembre 31. F. C. P.

8 a. m.— Instalado en el tren con premura. (Un tren largo aquí y que nada será perdido en la pampa, dentro de poco). Buenos Aires, Mendoza, Santiago, cordillera inclusive, con derroche de cumbres, laderas y demás componentes obligatorios.

Va a hacer mucho calor y tierra de esa que ha poco aventaban cascos de caballos indios.

Entretanto cruzan por andenes y pasadizos algunos remolinos de provincianos: héroes que vuelven de haber conquistado la capital. Arrinconarse y mirarlos con el merecido respeto. Sombreros grises, martingalas, guantes color patito, tez mate y pelo lacio.

Sube a mi vagón una pareja que he encontrado en la agencia donde compré mi boleto.

Recuerdo que en aquella ocasión miré a la mujer, como se mira una belleza de cinematógrafo a cuya patria no se irá. Ahora, la coincidencia de nuestro encuentro me parece significativa.

Me pregunto: ¿es un peligro?


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Dominio público
84 págs. / 2 horas, 27 minutos / 137 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

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