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Amélia

Roberto Payró


Cuento


I

Las sierras se levantan, cubiertas de verdura; el arroyo, limpio y claro, cae saltando de piedra en piedra, para correr en seguida tranquilamente por la llanura inmensa, sin que un solo obstáculo se oponga á su acelerada marcha; ningun rumor se escucha, salvo el cántico de las aves, de ruido de las piedras que ruedan barbotando desde la cima, el murmullo acompasado del agua, y el monótono grito del insecto que vive oculto entre las yerbas altas y no holladas jamás por el pié humano; algunos árboles sin corpulencia adornan el paisaje; después la Pampa siempre verde, siempre igual, se extiende hasta otras sierras que, como éstas, van preparando las inmensas alturas de los Andes, como los centinelas avanzados anuncian la proximidad del ejército; estas sierras, seguidas de llanuras más ó menos prolongadas, van alternándose desde Córdoba hasta los primeros contrafuertes de la inmensa cadena de montañas que sigue paralela á las costas del Pacífico en la América del Sud.

En una de las soluciones de continuidad de esas primeras alturas, en una abra regada por las aguas de un pequeño arroyo, que se pierde en seguida en la cenagosa superficie de una cañada, cubierta de cortadera, de junco, de achira y otros vejetales amantes de la humedad, se alza una casita rodeada de jardines, perfectamente cuidada y limpia, que parece arrancada de la ciudad para trasportarla á lo más fragoroso de la sierra. Un hombre ya algo entrado en años, de porte distinguido y severo; una mujer joven y hermosa, y tres criados, uno de los cuales sirve de correo de aquella apartada colonia —habitan en la casa que, asentada gallardamente sobre la falda de uno de los cerros, blanca y limpísima, vista de lejos parece un dado de marfil sobre el tapete verde de la vegetación.


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11 págs. / 19 minutos / 113 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Noches de Estío

Roberto Payró


Cuento


I

... Con su canto acompasado y monótono, el vonciglero grillo rompe el silencio de la noche; solo su voz adormecedora es lo que se escucha. Después, todo es silencio...

La luna —paseante angusta— recorre con lentitud su camino, iluminado cariñosamente al mundo que duerme, y sin hacer caso de las estrellas que palidecen de envidia al verla tan hermosa.

Abajo, en la tierra, la brisa cansada de revolcarse en el polvo, bajo el ardiente rayo del sol, no tiene ya fuerza bastante para agitar las hojas de los árboles, ni deseos de entonar su cántico armonioso al deslizarse blandamente sobre la perfumada yerba de la llanura extendida....

No es tarde aún. Hace tres horas apenas que el sol poderoso se ocultó en el occidente, presentando á los ojos asombrados del hombre: el cielo convertido en una áscua roja y chispeante, en un infinito piélago de fuego.

Es el momento del descanso primero: todos los rumores se acallan, todas las aves duermen en sus nidos, todas las flores yacen mústias, agostadas ...

Dentro de poco, cuando la luna haya dado algunos pasos más, comenzarán á oirse esos rumores vagos, misteriosos, esas indecisas armonías de la naturaleza, notas suaves, cadenciosas, acordes, ideales , que luego susurran como un recuerdo lejano en el oido del músico y del poeta, que vanamente se esfuerzan por repe­tirlas, porque son intangibles, celestiales, infinitas, porque se desvanecen sin dejar rastros, porque el arte del músico y del poeta es demasiado pequeño para poder copiar esa mágica sinfonía que comienza á altas horas de la noche, para ir en crescendo hasta llegar al portentoso coro de la aurora, en que cada ser microscópico, cada yerba, cada grano de arena, cada irisada gotita de rocío, tiene una nota propia y original con qué saludar la llegada de las primeras claridades del nuevo dia...


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4 págs. / 7 minutos / 53 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Niños

Roberto Payró


Cuento


Un dia, volviendo de lo infinitamente grande á lo infinitamente pequeño, fijando sus miradas en dos niños que jugaban en la calle, —me dijo con ese acento melanóclico que daba siempre á sus palabras:

—Amo á los niños de ojos azules y cabellos rúbios; en su mirada indecisa y soñadora veo algo dulce y vago que me encanta. Amo tambien á los de cabellera negra y ojos brillantes: los amo con todo mi corazón, porque el niño es siempre una promesa del porvenir lejano, y gozo al soñar en lo que no se ha realizado aún, en lo que solo en la imaginación existe. Algunos viven del pasado, muchos del presente: á mí me gusta vivir del futuro; por eso amo á los niños. Quizás también sea porque, como entre nubes, se me presenta ahora la imájen de mi madre santa y noble, haciéndome dormir con la cabeza entonces blonda, reclinada en su regazo, mientras me miraba con sus grandes ojos que decían tántas cosas!...

Pero, á veces, cuando los contemplo, sentados sobre mis rodillas, siento llenárseme de lágrimas los ojos. ¡Pobres almas puras y candorosas! Ellas también perderán sus ilusiones al ponerse en contacto con el mundo, como pierde la mariposa el dorado polvillo de sus alas, al escapar de sus manos, sonrosada cárcel que suele ser á veces su sepulcro. Ellas también palparán la realidad, y verán al hombre pequeño, más pequeño que lo que él mismo se crée desde que ha ahogado su corazón dentro del pecho; ellas también echarán alguna vez de ménos, los dias en que no se daban cuenta de ellas mismas, cuando vagaban por los espacios siderales, envidiando el ráudo vuelo del ave, que, embriagada en torrentes de luz, se levanta hasta las nubes; ellas se verán también pequeñas, cuando los plateados hilos de las canas les traigan un poco de experiencia, y un poco más de nieve para helar su corazón ...


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4 págs. / 8 minutos / 46 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Doble Existencia

Roberto Payró


Cuento


Á Ana Lin Payro
 

—¿Así, pues, preguntó Arturo, hay siempre ese antagonismo entre los ricos y los pobres, y vice-versa?

—Sí, dijo el anciano. O, por lo menos, no he visto más que excepciones durante toda mi vida. Y también esa era la opinión de mi madre, cuando tenía más años que los que tengo yo ahora, y los cabellos tan blancos ya como un copo de algodón.

—¿Cómo lo sabe Vd? preguntó Luis.

—¿Cómo? Porque siempre me relataba un cuento, un cuento raro, que, según ella, debía llamarse "La existencia doble"

—¡Veamos el cuento, veamos el cuento! exclamaron todos.

—Es largo, es difícil de contar, y quién sabe si acierto en mi ignorancia: mejor es que calle.

—¡Nó, nó! ¡que lo cuente, que lo cuente! entonaron en roro.

—Si tal es el deseo de Vds... Pero quizá se arrepientan. No olviden que el cuento era relatado en aquella época por una mujer pobre; que hoy lo es por un hombre más pobre todavía; y que los que carecemos de fortuna, los que nos vemos obligados á trabajar hasta la edad más avanzada de la vida, tenemos mucha hiel que verter sobre los ricos...

—No importa, dijeron unos.

—¡Tanto mejor! exclamaron otros.

—Siendo así, comenzaré mi cuento, pero les ruego que no me interrumpan, dijo el anciano componiéndose el pecho y paseando la vista en de rededor, mientras el más profundo silencio reinaba en la sala.

I

Allá, en lejanos tiempos, cuando los pobres no pensaban, porque no tenían libertad para ello todavía, cuando ciertos hombres eran señores, y esclavos los demás, habitaba en una ciudad populosa un humilde carpintero, acompañado por su mujer y dos hijos pequeños, que, si le daban alegrías pasajeras, constituian para él una pesada carga, una fuente de disgustos nunca concluida.


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23 págs. / 41 minutos / 52 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Días Nublados

Roberto Payró


Cuento


á J. Peralta Martinea.
 

Bajo la influencia de este cielo plomizo, sintiendo la caricia del viento que arrebata las nubes negras y sombrías, en una especie de somnolencia indescriptible, mis ideas toman un tinte nebuloso y vago; paréceme que estoy entre sueños y que lo que veo y toco se desvanecerá en breve, como esas caprichosas imágenes que la pesadilla presenta á nuestros ojos asombrados.

Esta claridad de crepúsculo en que nos agitamos, hace que la pupila se dilate, y que la vista perciba menos que el oido. Asi, todo rumor, todo eco toman sones extraños, melancólicos; el canto del ave resuena más dulce, más poéticamente; el rumor de las risas alegres toma un timbre fantástico; nuestra misma voz adquiere sonoridades no imajinadas, repercutiendo en el ambiente que parece más denso, más vibratorio; la calma en que yace la naturaleza, el silencio general que reina en estos dias, solo turbado por rítmicas frases sonoras, ejerce marcada presión en nuestro espíritu, y lo lleva á ese estado anómalo en que se asimila pensamientos y creencias de que carece en los dias normales. Por esa razon ha dicho Zorrilla en uno de sus poemas:


Pero la noche oscura, la de nublados llena.
me dice mas pujante: — Tu Dios se acerca á ti".
 

Y nadie dejará de comprender toda la verdad que encierran esos dos versos: —en lo sobrenatural pensamos, cuando la luz tamizada por las nubes, como por un vídrio ahumado, llega á nosotros con vaguedades encantadoras, con resplandores que no hieren nuestros ojos, y que dan á los objetos coloridos extraordinarios, nebulosos ...

Este aspecto del cielo y de la tierra, empuja nuestro espíritu hácia la poesía, y le hace gozar con ciertos versos.


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4 págs. / 8 minutos / 101 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Quien Da Pan a Perro Ageno

Roberto Payró


Cuento


I. Las dos amigas

En un extremo del soberbio salón, la hermosa Elena conversa en voz baja con Marciana, su antigua amiga, mientras que Emilia, su madre, al lado de las altas ventanas, ocúpase en ejecutar un primoroso bordado que destina á la canastilla de bodas de su hija. De cuando en cuando la anciana señora levanta la vista de su labor, y fija sus ojos cariñosos en Elena, regocijándose con la alegría que resplandece en el rostro de la novia, Marciana, entre tanto, escucha con la mayor atención las palabras de su amiga, que víbran apenas en el silencio de la vasta sala.

—Tengo que comunicarte una noticia, una gran noticia... Ya te la hubiera dicho, pero como pareces olvidarte de mí ... como no vienes hace un siglo..

—¿Una noticia? preguntó Marciana afectando interés. ¿Cuál es ella?

—No, no te lo digo ... adivina si puedes, contestó la jóven, ruborizada, pero no sin cierta malicia.

—¿Lograste por fin que tu mamá accediera al proyectado viaje á París?

—Nó, nó, es mejor que eso, es mejor que eso! murmuró Elena con los ojos brillantes.

—Entonces ... no adivino.

—¿No sabes? dijo ella sonrojándose aun más. Estoy de novia ... me caso antes de tres meses!

—¿De veras?

—Oh! Y tan de veras! figúrate ... soy feliz! ¡Tan feliz!

—Y ¿quién es el afortunado?

La jóven miró á su amiga con expresión indefinible de contento y orgullo, y con volubilidad:

—Imajínate un hombre alto rubio, elegante, de bigote siempre correcto, ojos azules, boca sonriente, una cabeza artística ... y luego tan bueno, de tanto talento! .. y tambien ... tan enamorado de mí! ..

—Sí; el retrato puede ser exacto; pero no reconozco en él al retratado. ¿Quien es?

—¿No lo has reconocido? ¡qué tonta! si es Rodolfo, si es mi primo! ...

—¡Rodolfo! exclamó Marciana palideciendo.

—Sí, él, él mismo.


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10 págs. / 17 minutos / 47 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Telefonemas de Manolita

Juan Valera


Cuento


Manolita, personaje único.

CUADRO PRIMERO

Salón elegante y rico. Es de noche. Lámparas y bujías encendidas. Hay teléfono. Manolita sola. Inquieta, yendo y viniendo de un extremo a otro, había consigo misma.

Mucho quiero a mamá. No faltaba más que yo no la quisiera. El cuarto honrar padre y madre. Además, harto fácil es para mí cumplir este mandamiento. No estoy resentida, sino agradecida de que me haya tenido cerca de tres años en el colegio. Yo estaba imposible de mimada, de traviesa y de voluntariosa. Yo era un diablillo y necesitaba que me metiesen en costura. Ahora, que he vuelto de nuevo a casa, soy persona de mucho juicio. ¿Y cómo no he de querer a mamá? Me mima, me celebra, me idolatra. Mis caprichos son ley. Mamá me regala mil dijes; gasta un dineral en mis vestidos y sombreros. Nunca rabia cuando vienen las cuentas. Hasta le parece poco lo que paga. Y con todo, no puedo negarlo: mamá me tiene quejosa.

Buena y santa es la inocencia; sí, señor; muy buena y muy santa; pero yo acabo de cumplir diecisiete años, y aunque apenas hace tres meses que salí del Sagrado Corazón de Jesús, no por eso ha de imaginar mamá que soy tonta y que no veo ni entiendo nada.

Algo más de ocho años lleva ya de viuda. Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento. Sospecho que mamá se consuela con el general. No la condeno. Sea en buen hora. Es libre: bien puede hacer lo que le agrade sin ofender a Dios. Lo que a mí me ofende es la falta de confianza en mí; que mamá me engañe sin necesidad.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Máquina de Coser

Vicente Riva Palacio


Cuento


Todo se había empeñado o vendido. En aquella pobre casa no quedaban más que las camas de doña Juana y de su hija Marta; algunas sillas tan desvencijadas que nadie las habría comprado; una mesita, coja por cierto, y la máquina de coser.

Eso sí: una hermosa máquina que el padre de Marta había regalado a su hija en los tiempos bonancibles de la familia. Pero aquélla era el arma de combate de las dos pobres mujeres en la terrible lucha por la existencia que sostenían con un valor y una energía heroicos; era como la tabla de un naufragio; de todo se habían desprendido; nada les quedaba que empeñar; pero la máquina, limpia, brillante, adornaba aquel cuarto, para ellas, como el más lujoso de los ajuares.

Cuando quedó viuda doña Juana, comenzó a dedicarse al trabajo; cosía y cosía con su hija, sin descanso, sin desalentarse jamás. Pero aquel trabajo era poco productivo; cada semana había que vender algún mueble, alguna prenda de ropa.

La madre y la hija eran la admiración de las vecinas. En su pobre guardilla parecía haberse descubierto el movimiento perpetuo, porque a ninguna hora dejaba de oírse el zumbido monótono de la máquina de coser.

Don Bruno, que tocaba el piano en un café y volvía a casa a las dos de la mañana, al pasar por la puerta de la guardilla de Marta veía siempre la luz y oía el ruido de la máquina; lo mismo contaba Mariano, que era acomodador del teatro Apolo; y Pepita la lavandera, una moza por cierto guapísima, decía que en verano, cuando el sol bañaba su cuarto y el calor era insoportable a mediodía, se levantaba a las tres a planchar, para aprovechar el fresco de la mañana, y siempre sentía que sus vecinas estaban cosiendo.

¿A qué hora dormían aquellas pobres mujeres? Ni ellas lo sabían. Cuando una se sentía rendida se echaba vestida sobre la cama, y mientras, la otra seguía el trabajo.


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5 págs. / 9 minutos / 184 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Honras de Carlos V

Vicente Riva Palacio


Cuento


Entre los misioneros franciscanos que predicaban el cristianismo a los indios tarascos, habitantes de las escarpadas sierras de Michoacán, en Nueva España, contábase fray Jacobo Daciano, distinguidísimo varón, lleno de caridad y modelo de constancia.

Era fray Jacobo, según el decir de los religiosos cronistas de la Orden de San Francisco, de tan ilustre sangre y de tan elevada alcurnia, que igualarle en eso sólo podrían en Nueva España los hijos del emperador Moctezuma, o los del infortunado y tímido Caltzontzin, por otro nombre Tzintxicha, rey de los tarascos; porque fray Jacobo, llamado Dacio por haber nacido en Dacia, era de la familia de los reyes de aquella nación, tan famosa desde los tiempos de Heródoto hasta los días en que fray Jacobo pasó a Nueva España y las luchas religiosas de luteranos y católicos hacían estremecer a las naciones europeas.

Fray Jacobo embarcóse para América buscando, no sólo la conversión de los indios, sino también refugio contra las persecuciones de un obispo de su país que, tocado de la herejía, como dice el cronista Larrea, intentaba poner fin a la terrenal existencia de fray Jacobo.

Los tarascos que, sin resistencia alguna, por culpa de su rey, recibido habían el yugo de los conquistadores españoles, víctimas de los mismos a quienes ofrecieron sus servicios y su amistad, andaban fugitivos y errantes por los montes; que en ninguna otra provincia de Nueva España se habían extremado tanto en sus crueldades y tiranías los soldados de Nuño de Guzmán.


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3 págs. / 6 minutos / 67 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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