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fecha: 02-05-2019


El Alcázar de Sevilla

José María Blanco White


Cuento


Mi paseo favorito, cuando me hallaba de estudiante en Sevilla, era el Alcázar, antigua residencia de los reyes moros y cristianos que fijaron su corte en aquella capital. Los árabes empezaron a edificar este palacio, a poco trecho de la principal mezquita, convertida después de catedral. Pedro el Cruel lo reedificó en más vastas dimensiones, por los años de 1360. El tirano de Castilla quiso que aquel edificio sirviese al mismo tiempo de palacio y de fortaleza, y para esto alzó, en la parte que mira a la ciudad, una muralla, que, aunque oculta en el día por las casas labradas en los tiempos siguientes, hace ver cuánto tiene que temer aquel a quien todos temen.

Las puertas de este circuito indican los límites de la antigua Sevilla, sin que se crea que me sirvo de este epíteto en el sentido de los anticuarios. Poco o nada me importan las fechas históricas, antes bien, por los malos ratos que me han dado durante el curso de la vida, procuro borrarlas cuanto antes de mi memoria. Ni siquiera he tomado en las manos un solo libro de los que contienen la historia de mi ciudad nativa. ¿Qué más libros que el Alcázar? Para mí era aquél un sitio de encanto. Los cantos tradicionales que tantas veces había oído en los dulces labios que me enseñaron el habla de Castilla habían producido este efecto en mi imaginación. Dábaseme un bledo de sus actuales habitantes, ni veía otros en el Alcázar que las sombras de los moros y españoles que habían residido allí en las eras del amor y de la caballería.


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 159 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Antígona

Roberto Payró


Novela


I. LA BORDADORA

Su belleza era grande, asi como sus ojos negros, llenos de luz; pero nadie hubiera sospechado que bajo esa corteza frájil y hermosa se escondieran un alma varonil y un carácter enérjico.

Aunque hubo un tiempo en que la fortuna sonreía á su familia, ese tiempo habia pasado, como todas las cosas de este mundo, y don Miguel Arelio, su padre, obligado á ganar el sustento por medio del trabajo diario, ocupaba un mal empleo en la Direccion Nacional de Rentas. Sus desdichas no se detenian ahí; Eugenia, la madre querida que la cuidara con tanto esmero en los no lejanos dias de la infancia, herida desde mucho tiempo atrás por una enfermedad incurable, la tísis, iba muriéndose poco á poco, con agonía lenta y dolorosa.

La anciana no abandonaba ya su lecho, y permanecia largas horas adormecida, agobiada por la enfermedad.

Muchas noches pasó Manuela con la vista fija en su madre, escuchando la tos que parecia desgarrarle las entrañas.

Vanos eran todos los remedios; el mal seguía su curso sin que pudieran detenerlo ni los medicamentos, ni los amorosos cuidados de la niña, que no se separaba un solo minuto del lado de la enferma.

Los honorarios de don Miguel eran tan pobres que apenas bastaban para la subsistencia de su familia. Así, las dos piezas ocupadas por ésta en una casa de los confines de la calle Bolívar, estaban tan miserablemente alhajadas que parecían la habitación de la pobreza misma. Sin embargo, el trabajo y la infinita paciencia de Manuela, que trataba de que todo estuviera siempre en órden, parecian llevar á la triste vivienda algo como un rayo de luz.

Nunca desaparecia de su rostro la sonrisa del que espera, y cuando su padre se quejaba de la suerte, tenia tales palabras de ternura y consuelo, que hacia que el buen anciano la tomara en sus brazos, besándola en la frente y derramando una lágrima de agradecimiento.


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Dominio público
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Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Chamijo

Roberto Payró


Cuento


Capítulo I

Es muy interesante la historia entera del divertido y simpático bribón español Pedro Chamijo, «el falso Inca», cuyas aventuras aquende la Cordillera relatamos años ha. Así, pese al tiempo transcurrido, hoy nos entra comezón de escribir, no su segunda parte (pues harto sabido es que «nunca segundas partes fueron buenas»), sino muy al contrario, la primera, la inicial, la que en aquel entonces —quizá por falta de información— dejamos en el tintero. Y esta segunda parte de la historia de Chamijo (que es en realidad la primera), o esta primera parte (que es editorialmente la segunda) tiene por animado teatro —salvo un intermedio en la Argentina y otro en Chile— al Perú de principios del siglo XVII, el Perú de los virreyes, el Perú de las riquezas fabulosas y del perpetuo holgorio.

Chamijo, que hasta entonces (contaba a la sazón veinticinco años), después de largo vagar por aquellas tierras, entre indios cuya lengua aprendió a maravilla, y de una estancia bastante prolongada en el turbulento Potosí, había tenido que contentarse —o descontentarse— con ser simple soldado, acababa de desertar de una lejana guarnición, campo miserable, fastidioso y estrecho para sus grandes facultades. La Ciudad de los Reyes era excelente refugio de bribones y buscavidas, gracias a la turba que en ella remolineaba atraída por su riqueza y en cuyo torbellino podía disimularse maravillosamente un aventurero más. Y Chamijo estaba, por lo tanto, en Lima.

No había llegado solo. Acompañábalo una chola, con quien se unió en Potosí, muy joven y bonita, criada en una casa señorial y escapada poco antes de la de San Juan de la Penitencia, de Lima, reformatorio de menores donde se la encerró, niña aún, para corregir sus inclinaciones, desde temprano harto licenciosas.


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Dominio público
31 págs. / 55 minutos / 136 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Nuevos Cuentos de Pago Chico

Roberto Payró


Cuentos, Colección


El fantasma

El fantasma Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponec, traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingorotado y tremebunda esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidenta de las Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentas, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.

Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban «por si acaso» desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.

Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma —que era el ánima de su marido Nemesio Ponce, comisario de Tablada— siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un «carcamán sin conciencia», era el único que tenía corona para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus «sorcismos».


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42 págs. / 1 hora, 14 minutos / 151 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Divertidas Aventuras del Nieto de Juan Moreira

Roberto Payró


Novela


Primera parte

Capítulo I

Nací a la política, al amor y al éxito, en un pueblo remoto de provincia, muy considerable según el padrón electoral, aunque tuviera escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, nada de industria y lo demás en proporción. El clima benigno, el cielo siempre azul, el sol radiante, la tierra fertilísima, no habían bastado, como se comprenderá, para conquistarle aquella preeminencia. Era menester otra cosa. Y los «dirigentes» de Los Sunchos, al levantarse el último censo, por arte de birlibirloque habían dotado al departamento con una importante masa de sufragios —mayor que el natural—, para procurarle decisiva representación en la Legislatura de la provincia, directa participación en el gobierno autónomo, voz y voto delegados en el Congreso Nacional y, por ende, influencia eficaz en la dirección del país. Escrutando las causas y los efectos, no me cabe duda de que los sunchalenses confiaban más en sus propias luces y patriotismo que en el patriotismo y las luces del resto de nuestros compatriotas y de que se esforzaban por gobernar con espíritu puramente altruista. El hecho es que, siendo cuatro gatos, como suele decirse, alcanzaban tácita o manifiesta ingerencia en el manejo de la res pública. Pero esto, que puede parecer una de tantas incongruencias de nuestra democracia incipiente, no es divertido y no hace tampoco al caso. Lo que sí hace y quizá resulte divertido es que mi padre fuera uno de los susodichos dirigentes, quizá el de ascendiente mayor en el departamento, y que mi aristocrática cuna me diera —como en realidad me dio— vara alta en aquel pueblo manso y feliz, holgazán bajo el sol de fuego, soñador bajo el cielo sin nubes, cebado en medio de la pródiga naturaleza.


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317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 209 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Pago Chico

Roberto Payró


Cuentos, Colección


Capítulo I. La escena y los actores

Fortín en tiempo de la guerra de indios, Pago Chico había ido cristalizando a su alrededor una población heterogénea y curiosa, compuesta de mujeres, de soldados, —chinas— acopiadores de quillangos y plumas de avestruz, compradores de sueldos, mercachifles, pulperos, indios mansos, indiecitos cautivos —presa preferida de cuanta enfermedad endémica o epidémica vagase por allí.

El fortín y su arrabal, análogo al de los castillos feudales, permanecieron largos años estacionarios, sin otro aumento de población que el vegetativo —casi nulo porque la mortalidad infantil equilibraba casi a los nacimientos, pero cuyos claros venían a llenar los nuevos contingentes de tropas enviados por el gobierno.

Mas cuando los indios quedaron reducidos a su mínima expresión —«civilizados a balazos»—, la comarca comenzó a poblarse de «puestos» y «estancias» que muy luego crecieron y se desarrollaron, fomentando de rechazo la población y el comercio de Pago Chico, núcleo de toda aquella vida incipiente y vigorosa.

Cuando ese núcleo provincial adquirió cierta importancia, el gobierno provincial de Buenos Aires, que contaba para sus manejos políticos y de otra especie con la fidelidad incondicional de los habitantes, erigió en «partido» el pequeño territorio, dándole por cabecera el antiguo fuerte, a punto ya de convertirse en pueblo. El gobierno adquiría con esto una nueva unidad electoral que oponer a los partidos centrales, más poblados, más poderosos y más capaces de ponérsele frente a frente para fiscalizarlo y encarrilarlo.

Como por entonces no existían ni en embrión las autonomías comunales, el gobierno de la provincia nombraba miembros de la municipalidad, comandantes militares, jueces de paz y comisarios de policía, encargados de suministrarle los legisladores a su imagen y semejanza que habían de mantenerlo en el poder.


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Dominio público
167 págs. / 4 horas, 53 minutos / 203 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.