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La Llave del Dolor

Robert Chambers


Cuento


El halcón salvaje al cielo que el viento barre,
El ciervo al salutífero monte,
Y el corazón del hombre al corazón de la joven,

KIPLING

I

Estaba haciendo muy mal su trabajo. Le rodearon el cuello con la cuerda y le ataron las muñecas con juncos, pero de nuevo cayó esparrancado, revolviéndose, retorciéndose sobre las hojas, desgarrándolo todo a su alrededor, como una pantera atrapada.

Les arrancó la cuerda; se aferró de ella con puños sangrantes; le clavó sus blancos dientes hasta que las hebras de yute se aflojaron, se deshicieron y se rompieron roídas por sus blancos dientes.

Dos veces Tully lo golpeó con una porra de goma. Los pesados golpes dieron contra una carne rígida como la piedra.

Jadeante, sucio de tierra y hojas podridas, con las manos y la cara ensangrentadas, estaba sentado en el suelo mirando al círculo de hombres que lo rodeaban.

—¡Disparadle! —exclamó Tully jadeante, enjugándose el sudor de la frente bronceada; y Bates, respirando pesadamente, se sentó en un leño y sacó un revólver de su bolsillo trasero. El hombre echado por tierra lo observaba; tenía espuma en la comisura de los labios.

—¡Retroceded! —susurró Bates, pero la voz y la mano le temblaban—. Kent —tartamudeó— ¿no dejarás que te colguemos?

El hombre por tierra lo miró con ojos refulgentes.

—Tienes que morir, Kent —lo instó—; todos lo dicen. Pregúntaselo a Zurdo Sawyer; pregúntaselo a Dyce; pregúntaselo a Carrots. Tienes que columpiarte por lo que hiciste ¿no es cierto, Tully? Kent, por amor de Dios ¡cuelga! ¡Hazlo por esta gente!

El hombre por tierra jadeaba: sus ojos brillantes estaban inmóviles.


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17 págs. / 31 minutos / 60 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Máscara

Robert Chambers


Cuento


Camilla: Señor, debería is quitaros la máscara.
Forastero: ¿De veras?
Cassilda: En verdad, ya es hora. Todos n os hemos despojado de los disfraces, salvo vos.
Forastero: No llevo mascara.
Camilla: (Aterrada a Cassilda)
¿No lleva máscara? ¿No la lleva?

Acto 1. Escena 2a.

I

Aunque yo no sabía nada de química, escuchaba fascinado. El cogió un lirio de Pascua que Geneviève había traído esa mañana de Nôtre Dame y lo dejó caer en el cuenco. Instantáneamente el líquido perdió su cristalina claridad. Por un segundo el lirio se vio envuelto de una espuma blanco lechosa que desapareció dejando el fluido opalescente. Sobre la superficie jugaron cambiantes tintes anaranjados y carmesíes y luego, lo que pareció un rayo de pura luz solar surgió desde el fondo donde se encontraba el lirio. En el mismo instante sumergió la mano en el cuenco y extrajo la flor.

—No hay peligro —explicó— si se escoge el instante preciso. Ese rayo dorado es la señal.

Me tendió el lirio y yo lo tomé en mi mano. Se había convertido en piedra, en el más puro mármol.

—Ya lo ves —me dijo—, ni la menor mácula. ¿Qué escultor podría reproducirlo?

El mármol era blanco como la nieve, pero en sus profundidades las vetas del lirio se teñían del más leve azul celeste y un ligero arrebol se demoraba en lo profundo de su corazón.

—No me preguntes la razón —dijo sonriente al advertir mi asombro—, no tengo idea de por qué se colorean las vetas y el corazón, pero siempre sucede así. Ayer hice la prueba con el pez dorado de Geneviève: helo aquí.


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21 págs. / 36 minutos / 105 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Una Agradable Velada

Robert Chambers


Cuento


Et pis, doucement on s'endort,
On fait sa carne, on fait sa sorgue,
On ronffle, et, c omme un tuyau d'orgue,
Le tuyau se met à ronffler plus fort…

ARISTI DE BRUANT

I

Al ascender a la plataforma de un vagón funicular de Broadway de la calle Cuarenta y dos, alguien dijo:

—Hola, Hilton; Jamison te está buscando.

—Hola, Curtis —contesté—. ¿Qué es lo que desea Jamison?

—Quiere saber qué has estado haciendo toda la semana —dijo Curtis aferrándose desesperadamente de la barandilla al ponerse el coche en movimiento—; dice que pareces creer que el Manhattan Illustrated Weekly fue creado con el sólo propósito de procurarte salario y vacaciones.

—¡El viejo gato capón e hipócrita! —dije indignado—. Sabe perfectamente dónde he estado. ¡Vacaciones! ¿Cree que el Campamento del Estado en junio es cosa fácil de sobrellevar?

—Oh —dijo Curtis— ¿has estado en Peekskill?

—Yo diría que sí —respondí mientras sentía crecer mi cólera al pensar en mi cometido.

—¿Mucho calor? —preguntó Curtis con aire ensoñador.

—Treinta y dos a la sombra —respondí—. Jamison quería tres páginas completas y tres medias páginas para impresión policroma y un montón de dibujos lineales por añadidura. Podría haberlos inventado. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Fui lo bastante tonto como para preocuparme y deslomarme con el fin de lograr algunos dibujos honestos y este es el agradecimiento que recibo.

—¿Llevabas una cámara?

—No. La llevaré la próxima vez. No desperdiciaré ya mi tiempo trabajando a conciencia para Jamison —dije malhumorado.


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28 págs. / 49 minutos / 110 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

El Mensajero

Robert Chambers


Cuento


Pequeño mensajero gris,
vestido como la Muerte pintada,
polvo es tu vestido.
¿A quién buscas
entre lirios y capullos cerrados
al atardecer?
Entre lirios y capullos cerrados
al atardecer
¿a quién buscas,
pequeño mensajero gris
vestido en el espantable atuendo
de la Muerte pintada?
Omniprudente
¿has visto todo lo que hay que ver con tus dos ojos?
¿Conoces todo lo que hay por conocer y, por tanto,
omnisciente
te atreves a decir no obstante que tu hermano miente?

R .W. C.

I

—La bala entró por aquí —dijo Max Fortin, y puso su dedo medio en un limpio boquete exactamente en medio de la frente.

Yo estaba sentado en un montículo de algas y me descolgué la escopeta con que cazaba aves.

El pequeño químico palpó con precaución los bordes del agujero abierto por el disparo, primero con el dedo medio, luego con el pulgar.

—Déjeme ver el cráneo otra vez —dije.

Max Fortin lo alzó del suelo.

—Es como todos los otros —observó. Yo asentí con la cabeza sin ofrecerme a aliviarlo de la carga. Al cabo de un momento, reflexivamente volvió a ponerlo sobre la hierba a mis pies.

—Es como todos los otros —repitió, limpiando sus gafas con el pañuelo—. Pensé que querría ver uno de los cráneos, de modo que traje éste del cascajar. Los hombres de Bannalec están todavía cavando. Tendrían que detenerse.

—¿Cuántos cráneos hay en total? —pregunté.

—Encontraron treinta y ocho cráneos; hay treinta y nueve anotados en la lista. Están apilados en el cascajar al borde del trigal de Le Bihan. Los hombres están trabajando todavía. Le Bihan los detendrá.

—Vayamos allí —dije; y cogí mi escopeta y me puse en camino a través de los riscos, Fortin a un lado, Môme al otro.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 179 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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