Un Crimen
Soledad Acosta de Samper
Cuento
Non vedes las yerbas verdes y floridas,
que amanecen verdes y anochecen secas.
JUAN LORENZO
Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 209 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Mostrando 11 a 20 de 40 textos encontrados.
Non vedes las yerbas verdes y floridas,
que amanecen verdes y anochecen secas.
JUAN LORENZO
Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 209 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
—Con más razón te conmovería su suerte, si supieras que cada uno de sus conventos era un hogar hospitalario que han perdido, y que el sacarlas de allí les ha causado más pena que la que sintiera un patriota a quien desterrasen de su país sin tener esperanza de volver jamás.
—¡Vaya, tú exageras! ¡Cuántas no se habrán alegrado al verse libres!
—¡Libres! ¿Llamas libertad el tener que vivir pobremente de limosnas y con el corazón henchido por el dolor de haber dejado el asilo que habían jurado no abandonar sino con la vida? ¿Llamas libertad vivir en una pobre casa, sin ninguna de las comodidades a que estaban enseñadas, y con el continuo temor de carecer de lo necesario?
—¿Y tú qué sabes de eso? ¿acaso has vivido con ellas?
—Sí… , las conozco muy bien y mi simpatía no hace comprender mucho de lo que no todos ven. ¿No te acuerdas que ahora algunos años pasé unos meses en el convento de ***, cuya grata y desinteresada hospitalidad será motivo de mi agradecimiento mientras viva?
—Lo había olvidado, y en verdad que siempre he tenido muchos deseos de sabor cómo viven las monjas en sus misteriosos conventos.
—El convento es un pequeño mundo donde se agitan, no lo dudes, todos o casi todos los sentimientos humanos. Hay varios tipos de monjas que no dejaría de ser interesante estudiar, porque en ellos hallaríamos cuál ha sido la misión de los monasterios en nuestra sociedad.
—Te ruego que recuerdes algunos de ellos para…
—¿Alimentar tu curiosidad? Lo mejor que puedo hacer entonces, querida mía, será dejarte recorrer las páginas del diario que escribí durante mi permanencia en el convento de ***.
Efectivamente al día siguiente recibí el diario de Pía, del cual con permiso suyo me he tomado la libertad de trascribir algunos trozos.
Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 140 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Sentada ante uno de esos arcaicos veladores con tablero de damas, que tanta boga conquistaron en los comienzos del siglo, cabecea el sueño la anciana condesa de Cela: los mechones plateados de sus cabellos, escapándose de la toca de encajes, rozan con intermitencias desiguales los naipes alineados para un solitario. En el otro extremo del canapé, su nieta Rosarito mueve en silencio cuatro agujas de acero, de las cuales, antes que la velada termine, espera ver salir un botinín blanco con borlas azules, igual en todo a otro que la niña tiene sobre el regazo, y sólo aguarda al compañero para ir a calzar los diminutos pies del futuro conde de Cela. —Aunque muy piadosas entrambas damas, es lo cierto que ninguna presta atención a la vida del Santo del día, que el capellán del Pazo lee en voz alta, encorvado sobre el velador, y calados los espejuelos de recia armazón dorada—. De pronto Rosarito levanta la cabeza y se queda como abstraída, fijos los ojos en la puerta del jardín, que se abre sobre un fondo de ramajes oscuros y misteriosos: ¡no más misteriosos, en verdad, que la mirada de aquella niña pensativa y blanca! Vista a la tenue claridad de la lámpara, con la rubia cabeza en divino escorzo, la sombra de las pestañas temblando en el marfil de la mejilla, y el busto delicado y gentil destacándose en la penumbra incierta sobre la dorada talla y el damasco azul celeste del canapé, Rosarito recordaba esas ingenuas madonas pintadas sobre fondo de estrellas y luceros. La niña entorna los ojos, palidece, y sus labios agitados por temblor extraño dejan escapar un grito:
—¡Jesús!… ¡Qué miedo!…
Interrumpe su lectura el clérigo, y mirándola por encima de los espejuelos, carraspea:
—¿Alguna araña, eh, señorita?
Rosarito mueve la cabeza.
—¡No señor, no!
Dominio público
18 págs. / 31 minutos / 149 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
El pobre mozo permanecía en la actitud de un hombre sin consuelo, sentado delante de la mesa donde había escrito las Cartas a una querida, aquellos versos eróticos, inspirados en la historia de sus amores con Octavia Santino. Conservaba la abatida cabeza entre las manos, y sus dedos flacos y descoloridos, desaparecían bajo la alborotada y oscura cabellera, a la cual se asían, de tiempo en tiempo, coléricos y nerviosos. Cuando se levantó para entrar en la alcoba, donde la enferma se quejaba débilmente, pudo verse que tenía los ojos escaldados por las lágrimas. Hacía un año que vivía con aquella mujer. No era ella una niña, pero sí todavía hermosa; de regular estatura y formas esbeltas; con esa morbidez fresca y sana que comunica a la carne femenina el aterciopelado del albérchigo, y le da grato sabor de madurez. Supiera hacerse amar, con ese talento de la querida que se siente envejecer, y conserva el corazón joven como a los veinte años; ponía ella algo de maternal en aquel amor de su decadencia; era el último, se lo decían bien claro los hilillos de plata que asomaban entre sus cabellos castaños, los cuales aún conservaban la gracia juvenil.
Un momento se detuvo Perico Pondal en la puerta de la alcoba. Era triste de veras aquella habitación silenciosa, solemne, medio a oscuras; envuelta en un vaho tibio, con olor de medicinas y de fiebre.
Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 76 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Vae victis!
...Aquella tarde asistimos al entierro de la pobre forastera que mi tío había confesado el día anterior, y al volver a la casa cural fuimos a sentarnos en el ancho corredor donde nos reuníamos por la noche. Durante algunos momentos permanecimos todos silenciosos mirando el paisaje que aparecía iluminado por la naciente luna: los árboles, plateados solamente, en la parte superior de sus ramas, quedaban negros y oscuros por debajo, menos en tal cual sitio en que filtrando los luminosos rayos por en medio de las hojas, formaban fantásticos dibujos en el suelo. El cielo azul, y sin nubes, estaba salpicado aquí y allí por algunas estrellas cuyo brillo no podía ocultar la envidiosa luz de la luna; y allá en el horizonte, por encima de un lejano cerro, se hundía poco a poco el lucero de la tarde, que parecía despedirse con dificultad de las escenas terrestres.
«Les había ofrecido referir la historia de la mujer de cuya vida sólo hemos visto el primer acto —dijo mi hermana—, y cumpliré mi promesa hoy.
Ustedes saben —añadió—, que desde que llegó a este pueblo procuré socorrerla en cuanto me fue posible; le había cobrado simpatía, encontrando en ella modales y lenguaje que indicaban hubiese tenido una educación a que no correspondía su aparente posición social. En largas conversaciones que tuvimos, y ayudada de algunos datos que me suministró por escrito, creo haber reunido los principales rasgos de su vida, cuya narración he puesto en boca de ella, procurando imitar su lenguaje en cuanto me ha sido posible.»
Y entrando a la sala, mi hermana nos leyó lo que sigue:
Dominio público
24 págs. / 42 minutos / 80 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Nos paseábamos hacía rato, secándonos del zambullón reciente, recreados por toda aquella grotesca humanidad, bulliciosa e hirviente, en la orilla espumosa del infinito letargo azul.
El sol ardía al través de la irritante ordinariez de los trajes de baño.
—Verdad —decía Carlos—, tendría razón el refrán si dijera: «el hábito hace al monje». ¡Qué pudor ni que ocho cuartos, aquí hay coquetería y una anca se luce como un collar en un baile! Pero ahí viene Alejandro y le vamos a hacer contar aventuras extraordinarias.
Saludos. Carlos hace alusiones al ambiente singularmente afrodisiaco del lugar; Alejandro sonríe de arriba y toca con los ojos indiscretos los retazos de formas mujeriles que se acusan en la negra adherencia de los trapos mojados.
Nos mira con pupilas crispadas de visiones libidinosas y arguye convencido:
—Se vive en un tarro de mostaza. El sueño es una incubación de energías, el aire matinal un «pick me up» y este espectáculo diario es tan extraordinario para la «taparrabería» de nuestra vida cotidiana, que uno anda vago de mil promesas incumplidas, como las pensionistas de convento privadas del mundo ansiado que les desfila en desafío bajo las narices.
Por suerte, hay una que otra rabona posible...
—Así que vos, a pesar de tu renombre donjuanesco... ¿se te acabaría la racha?
—¿Racha?... El mío es un oficio como cualquier otro. Lógico es que algo me resulte.
—Y ¿nada para contarnos?
—¡Algo siempre hay!
—¿De carnaval?... ¿La eterna mascarita?
—¡Sí, la eterna mascarita!...
Y eso es natural en un día anónimo.
—¿Nos contarás tu aventura?
—Si quieren; es bastante curiosa... Vamos a vestirnos y, tomando los copetines, charlaremos.
Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 59 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
«Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones, y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción.»
Imitación de Cristo
Mi tío empezó de esta manera:
—Siendo bastante joven me enviaron a *** con el objeto de que acompañase en sus tareas al doctor Orellana entonces cura del lugar. Poco después de haber llegado allí aquel se enfermó y tuvo que ausentarse durante algún tiempo dejandome solo en el curato. Ya he dicho que era muy joven; acababa de salir del seminario, y tenía una alta idea de lo que debe ser la misión del sacerdote; de este sentimiento provenía en mí un gran temor y desconfianza de mis fuerzas, buscándolas en la oración.
Una mañana me fueron a llamar de parte de una señora cuyo carácter exaltado me causaba siempre mucho malestar, porque me hallaba incapaz de guiar y aconsejar una conciencia como aquella; pero doña Isabel era la persona más importante de ***, y además muy devota y sumamente caritativa, por lo que el cura antes de partir, me había recomendado que tuviese para con ella las mayores consideraciones.
Fui, pues, a su casa inmediatamente.
Doña Isabel era hija única del dueño de casi todas las haciendas y tierras en contorno de ***. Se casó, en parte contra la voluntad de su padre, con un hombre que no diré amaba, porque lo idolatraba; sin embargo su matrimonio duró poco, pues al cabo de tres o cuatro años murió su esposo dejándole dos hijos. Contaban primores de su desesperación cuando murió el marido, y nada pudo consolarla sino clamor de Dios, al cual se entregó con el mayor fervor.
Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 120 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
La nature est un drame avec des personnages
VÍCTOR HUGO
—¡Qué linda muchacha! —exclamó Antonio al ver pasar por la mitad de la plaza de la aldea de N*** algunas personas a caballo, que llegaban de una hacienda con el objeto de asistir a las fiestas del lugar, señaladas para el día siguiente.
Antonio González era mi condiscípulo y el amigo predilecto de mi
—Lo que más me admira —añadió Antonio, es la cutis tan blanca y el color tan suave, o como no se ven en estos climas ardientes.
Efectivamente, los negros ojos de Dolores y su cabellera de azabache hacían contraste con lo sonrosado de su tez y el carmín de sus labios.
—Es cierto lo que dice usted —exclamó mi padre que se hallaba a mi lado—, la cutis de Dolores no es natural en este clima… ¡Dios mío! —dijo con acento conmovido un momento después—, yo no había pensado en eso antes.
Antonio y yo no comprendimos la exclamación del anciano. Años después recordábamos la impresión que nos causó aquel temor vago, que nos pareció tan extraño.
Mi padre era el médico de N*** y en cualquier centro más civilizado se hubiera hecho notar por su ciencia práctica y su caridad. Al contrario de lo que generalmente sucede, él siempre había querido que yo siguiese su misma profesión, con la esperanza, decía, de que fuese un médico más ilustrado que él.
Hijo único, satisfecho con mi suerte, mimado por mi padre y muy querido por una numerosa parentela, siempre me había considerado muy feliz. Me hallaba entonces en N*** tan sólo de paso, arreglando algunos negocios para poder verificar pronto mi unión con una señorita a quien había conocido y amado en Bogotá.
Dominio público
62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 395 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Los perros de raza, iban y venían con carreras locas, avizorando las matas, horadando los huecos zarzales, y metiéndose por los campos de centeno con alegría ruidosa de muchachos. Ramiro Mendoza, cansado de haber andado todo el día por cuetos y vericuetos, apenas ponía cuidado en tales retozos: con la escopeta al hombro, las polainas blancas de polvo, y el ancho sombrerazo en la mano, para que el aire le refrescase la asoleada cabeza, regresaba a Villa-Julia, de donde había salido muy de mañana. El duquesito, como llamaban a Mendoza en el Foreigner Club, era cuarto o quinto hijo de aquel célebre duque de Ordax que murió hace algunos años en París completamente arruinado. A falta de otro patrimonio, heredara la gentil presencia de su padre, un verdadero noble español, quijotesco e ignorante, a quien las liviandades de una reina dieron pasajera celebridad. Aún hoy, cierta marquesa de cabellos plateados —que un tiempo los tuvo de oro, y fue muy bella—, suele referir a los íntimos que acuden a su tertulia los lances de aquella amorosa y palatina jornada.
El duquesito caminaba despacio y con fatiga. A mitad de una cuestecilla pedregosa, como oyese rodar algunos guijarros tras sí, hubo de volver la cabeza. Tula Varona bajaba corriendo, encendidas las mejillas, y los rizos de la frente alborotados.
—¡Eh! ¡Duque! ¡Duque!… ¡Espere usted, hombre!
Y añadió al acercarse:
—¡He pasado un rato horrible! ¡Figúrese usted, que unos indígenas me dicen que anda por los alrededores un perro rabioso!
Ramiro procuró tranquilizarla:
—¡Bah! No será cierto: si lo fuese, crea usted que le viviría reconocido a ese señor perro.
Al tiempo que hablaba, sonreía de ese modo fatuo y cortés, que es frecuente en labios aristocráticos. Quiso luego poner su galantería al alcance de todas las inteligencias, y añadió:
—Digo esto porque de otro modo quizá no tuviese…
Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 223 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Don Regino Palacios y su mujer habían adoptado a los dos muchachos como cumpliendo una obligación impuesta por el destino. Al fin y al cabo no tenían hijos y podrían criar esa yunta de cachorros, pues abundaba carne y hubiesen considerado un crimen abandonarlos en manos de aquel padre borracho y pendenciero.
—Déjelos, no más, y Dios lo ayude —contestaron simplemente.
Sobre la vida tranquila del rancho pasaron los años. Los muchachos crecieron, y don Regino quedó viudo sin acostumbrarse a la soledad.
Los cuartos estaban más arreglados que nunca; el dinero sobraba casi para la manutención, y sólo faltaba una presencia femenina entre los tres hombres.
El viejo volvió a casarse. En la intimidad estrecha de aquella vida pronto se normalizó la primera extrañeza de un recomienzo de cosas, y la presente reemplazó a la muerta con miras e ideas símiles.
Juan, el mayor, era un hombre de carácter decidido, aunque callado en las conversaciones fogoneras. Marcos, más bullanguero y alegre; cariñoso con sus bienhechores.
Y un día fue el asombro de una tragedia repentina. Juan se había ido con la mujer del viejo.
Don Regino tembló de ira ante la baja traición y pronunció palabras duras delante del hermano, que, vergonzoso, trataba de amenguarla con pruebas de cariño y gratitud.
Entonces comenzó el extraño vínculo que había de unir a los dos hombres en común desgracia. Se adivinaron, y no se separaban para ningún quehacer; principalmente cuando se trataba de arreos a los corrales; andanzas penosas para el viejo. Marcos siempre hallaba modo de acompañarle, aunque no le hubiesen tratado para el viaje.
Juan hizo vida vagabunda y se conchabó por temporadas donde quisieran tomarlo, mientras la mujer se encanallaba en el pueblo.
Fatalmente, se encontraron en los corrales. El prurito de no retroceder ante el momento decisivo los llevó al desenlace sangriento.
Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 67 visitas.
Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.