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fecha: 05-03-2017


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Los Zorritos

Rudyard Kipling


Cuento


Un zorro salió de su madriguera en las orillas del gran río Gihon, que fluye por Etiopía. Vio a un hombre blanco cabalgando entre los agostados campos de mijo y, para que el hombre pudiera cumplir su destino, el zorro aulló.

El jinete se detuvo entre los campesinos y se volvió, apoyándose en el estribo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Eso —respondió el jefe de la aldea— es un zorro, su excelencia nuestro gobernador.

—¿No es un chacal?

—Nada de chacal. Es Abu Hussein, el Padre de la Astucia.

—Soy el mudir de esta provincia —dijo el hombre blanco alzando un poco la voz.

—Cierto —exclamaron los campesinos—. Ya, Saart el Mudir («su excelencia nuestro gobernador»).

El gran río Gihon, acostumbrado a los caprichos de los reyes, fluía entre sus riberas de más de un kilómetro de ancho en dirección al mar, mientras el gobernador alababa a Dios con un grito inquisitivo y sonoro jamás oído por el río.

Cuando el gobernador hubo retirado el dedo índice de detrás de la oreja derecha, los aldeanos le hablaron de sus cosechas de centeno, de mijo, de cebollas y otros cultivos similares. El gobernador estaba de pie sobre los estribos. Veía al norte una franja de sembrados verdes de varios metros de ancho, tendida como una alfombra entre el río y la línea rojiza del desierto. Esta franja se extendía por espacio de noventa kilómetros ante sus ojos y otros tantos a sus espaldas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Vigilia de Gow

Rudyard Kipling


Cuento


Acto V, escena tercera

Después de la batalla.

La PRINCESA junto al estandarte en el fortín.

Entra GOW, con la corona del reino.

GOW: He aquí la muestra de que la reina se ha rendido.
Presuroso la trajo su último emisario.

PRINCESA: Ya era nuestro. ¿Dónde está la mujer?

GOW: Huyó con su caballo. Con el albor partieron.
No ha dado el mediodía y ya eres reina.

PRINCESA: Por ti… gracias a ti. ¿Cómo podré pagarte?

GOW: ¿Pagarme a mí? ¿Por qué?

PRINCESA: Por todo… todo… todo…
¡Desde que el reino sucumbió! ¿Lo habéis oído? «Me pregunta ¿por qué?».
Tu cuerpo entre mi pecho y el cuchillo de ella,
tus labios en la copa con la que quiso ella envenenarme;
tu manto sobre mí, esa noche en la nieve
de vigilia en el paso de Bargi. Cada hora
nuevas fuerzas, hasta este inconcebible desenlace.
«¿Honrarlo?». Te honraré… te honraré…
Es tu elección.

GOW: Niña, eso queda muy lejos.

(Entra FERDINAND, como recién llegado a caballo).

Éste hombre sí es digno de todos los honores. ¡Sé bienvenido, Zorro!

FERDINAND: Y tú, Perro Guardián. Es un día importante para todos.
Lo planeamos y lo hemos conseguido.

GOW: ¿La ciudad se ha tomado?

FERDINAND: Lealmente. Ebrios de lealtad están en ella.
El ánimo virtuoso. Tus bombardeos han contribuido…
Pero traigo un mensaje. La Dama Frances…

PRINCESA: Enferma la he dejado en la ciudad. Ningún quebranto, espero.

FERDINAND: Nada que a ella así le pareciera. Muy poco, en realidad, lo que (a gow) vengo a decirte. Que estará aquí enseguida.

GOW: ¿Es ella quien lo ha dicho?

FERDINAND: Escrito.
Esto. (Le da una carta). En la noche de ayer.
En mis manos lo puso el sacerdote…
La acompañó en su hora.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Radio

Rudyard Kipling


Cuento


LA CANCIÓN DE RASPAR, EN «VARDA»

Alta la mirada ante los peligros,
los muchachos siguen el vuelo de Psyche,
vueltos hacia arriba los rostros sudorosos,
con redes azotan los vacíos cielos.

Sigue su caída entre los zarzales,
se pinchan los dedos con copas de pinos.
Tras mil arañazos y otros tantos golpes
enjugan sus frentes, y la caza cesa.

Viene luego el padre a tranquilizarlos
y calma el derroche de dolor y pena,
diciendo: «Hijos míos, id hasta mi huerto
y de él traedme una hoja de col.

»Hallaréis en ella montones de huevos
grises y sin lustre, que, bien protegidos
en larva se tornan y luego en docenas
de Pysches radiantes y resucitadas».

«El Cielo es hermoso; es fea la Tierra»,
dijo el sacerdote tridimensionado.
No busques a Psyche nacer donde yacen
babosa y lombriz… ¡Ésa es nuestra muerte!

ERIK JOHAN STAGNELIUS

—¿ No le resulta raro este asunto de Marconi? —preguntó el señor Shaynor, con tos ronca—. Al parecer no le afecta nada, ni tormentas, ni montañas… nada; si es verdad, mañana lo sabremos.

—Pues claro que es verdad —respondí, pasando detrás del mostrador—. ¿Dónde está el anciano señor Cashell?

—Ha tenido que irse a la cama por la gripe. Dijo que seguramente vendría usted por aquí.

—¿Y su sobrino?

—Dentro, preparándolo todo. Me ha contado que en su último intento instalaron una antena en el tejado de uno de los grandes hoteles; las baterías electrificaron el agua y —soltó una risotada— las damas recibieron calambrazos al tomar sus baños.

—No lo sabía.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Puerta de las Cien Penas

Rudyard Kipling


Cuento


¿Me envidias porque puedo alcanzar el cielo
con un par de monedas?

Proverbio del fumador de opio

Esto no es obra mía. Me lo contó todo mi amigo Gabral Misquitta, el mestizo, entre la puesta de la luna y el amanecer, seis semanas antes de morir; y mientras respondía a mis preguntas anoté lo que salió de su boca. Fue así:

Se encuentra entre el callejón de los orfebres y el barrio de los vendedores de boquillas de pipa, a unos cien metros a vuelo de cuervo de la mezquita de Wazir Jan. Hasta ahí no me importa decírselo a cualquiera, pero lo desafío a encontrar la puerta, por más que crea conocer bien la ciudad. Uno podría pasar cien veces por ese callejón y seguir sin verla. Nosotros lo llamábamos «el callejón del Humo Negro», aunque su nombre nativo es muy distinto, claro está. Un asno cargado no podría pasar entre sus paredes, y en un punto del paso, justo antes de llegar a la puerta, la panza de una casa te obliga a caminar de lado.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Marca de la Bestia

Rudyard Kipling


Cuento


Tus dioses y mis dioses: ¿sabes tú o sé yo
quiénes son más poderosos?

Proverbio indio

Al este de Suez, sostienen algunos, la Providencia deja de ejercer su control. Los hombres quedan sometidos al poder de los dioses y demonios de Asia, y la Iglesia anglicana se limita a supervisar a los ingleses tan sólo moderada y esporádicamente.

Esta teoría explica una parte de los horrores más innecesarios de la vida en la India, por eso me propongo ampliarla para contar esta historia.

Mi amigo Strickland, que es policía y buen conocedor de los nativos de la India, puede dar fe de los hechos que aquí van a relatarse. Dumoisa, nuestro médico, también presenció lo mismo que Strickland y yo presenciamos. Su interpretación de las pruebas, sin embargo, fue del todo errada. Ahora está muerto; murió de un modo bastante curioso y ya descrito en otro lugar.

Cuando Fleete llegó a la India, tenía algo de dinero y un poco de tierra en el Himalaya, cerca de un lugar llamado Dharamsala. Había heredado ambas cosas de un tío suyo, y tomó la firme decisión de conservarlas. Era un hombre grande, gordo, inofensivo y genial. Su conocimiento de los nativos era, naturalmente, limitado, y se quejaba de las barreras lingüísticas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Llamada de la Selva

Jack London


Novela


I. La vuelta al atavismo

Nostalgias inmemoriales de nomadismo brotan
debilitando la esclavitud del hábito;
de su sueño invernal despierta otra vez,
feroz, la tensión salvaje.

Buck no leía los periódicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no sólo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego, con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los protegiera del frío.

Buck vivía en una extensa propiedad del soleado valle de Santa Clara, conocida como la finca del juez Miller. La casa estaba apartada de la carretera, semioculta entre los árboles a través de los cuales se podía vislumbrar la ancha y fresca galería que la rodeaba por los cuatro costados. Se llegaba a ella por senderos de grava que serpenteaban entre amplios espacios cubiertos de césped y bajo las ramas entrelazadas de altos álamos. En la parte trasera las cosas adquirían proporciones todavía más vastas que en la delantera. Había espaciosas caballerizas atendidas por una docena de cuidadores y mozos de cuadra, hileras de casitas con su enredadera para el personal, una larga y ordenada fila de letrinas, extensas pérgolas emparradas, verdes prados, huertos y bancales de fresas y frambuesas. Había también una bomba para el pozo artesiano y un gran estanque de hormigón donde los chicos del juez Miller se daban un chapuzón por las mañanas y aliviaban el calor en las tardes de verano.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Iglesia que Había en Antioquía

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando Pedro vino a Antioquía,
yo me enfrenté a él cara a cara y le reprendí.

Carta de san Pablo a los gálatas 2:11

La madre, una viuda romana, devota y de alta cuna, decidió que al hijo no le hacía ningún bien continuar en aquella Legión del Oriente tan próxima a la librepensadora Constantinopla, y así le procuró un destino civil en Antioquía, donde su tío, Lucio Sergio, era el jefe de la guardia urbana. Valens obedeció como hijo y como joven ávido por conocer la vida, y en ese momento llegaba a la puerta de su tío.

—Esa cuñada mía —observó el anciano— sólo se acuerda de mí cuando necesita algo. ¿Qué has hecho?

—Nada, tío.

—O sea que todo, ¿no?

—Eso cree mi madre, pero no es así.

—Ya lo veremos.

—Tus habitaciones se encuentran al otro lado del patio. Tu… equipaje ya está allí… ¡Bah, no pienso interferir en tus asuntos privados! No soy el tío de lengua áspera. Toma un baño. Hablaremos durante la cena.

Pero antes de esa hora «Padre Serga», que así llamaban al prefecto de la guardia, supo por el erario que su sobrino había marchado desde Constantinopla a cargo de un convoy del tesoro público que, tras un choque con los bandidos en el paso de Tarso, entregó oportunamente.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber su tío mientras cenaban.

—Primero debía informar al erario —fue la respuesta.

Serga lo miró y dijo:

—¡Por los dioses! Eres igual que tu padre. Los cilicios sois escandalosamente cumplidores.

—Ya me he dado cuenta. Nos tendieron una emboscada a menos de ocho kilómetros de Tarso. ¿Aquí también son frecuentes esas cosas?


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Gente del Abismo

Jack London


Crónica, Periodismo, Investigación


PREFACIO

Lo que relato en este volumen me sucedió en el verano de 1902. Descendí al submundo londinense con una actitud mental semejante a la de un explorador. Estaba predispuesto a dejarme convencer por mis propios ojos más que por las enseñanzas de aquellos que nada habían visto, o por las palabras de los que fueron y vieron antes que yo. Es más, adopté un criterio sencillo para medir la vida de aquel submundo. Aquello que estuviera por la vida, por la salud física y espiritual, era bueno; lo que estuviese en contra, hiriera, disminuyera o pervirtiera la vida, era malo.

El lector comprenderá enseguida que mucho de lo que vi era malo. Sin embargo, no debe olvidarse que la época sobre la que escribo era considerada en Inglaterra como de «buenos tiempos». El hambre y la falta de techo que encontré constituían una situación de miseria crónica que no se superaba ni siquiera en los períodos de mayor prosperidad.

Un duro invierno siguió a aquel verano. Los parados, en gran número, organizaban manifestaciones, a veces hasta doce al mismo tiempo, y marchaban por las calles de Londres pidiendo pan. Mr. Justin McCarthy, en su artículo en The Independent de Nueva York, en enero de 1903, resume la situación así:

«Los albergues ya no disponen de espacio donde amontonar a las multitudes hambrientas que durante el día y la noche llaman a sus puertas pidiendo alimento y cobijo. Todas las instituciones caritativas han agotado su capacidad de conseguir alimentos para los hambrientos que llegan desde los sótanos y buhardillas, de las callejuelas y callejones de Londres. Los locales del Ejército de Salvación en varios lugares de Londres se ven asediados todas las noches por hordas de parados hambrientos a los que no se puede proporcionar sustento ni albergue.»


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195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 252 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Extraña Galopada de Morrowbie Jukes

Rudyard Kipling


Cuento


O vivo o muerto: no hay otro modo.

Proverbio indio

No hay invención en este relato. Jukes topó por accidente con un pueblo de cuya existencia se tiene conocimiento cierto, aunque él tan sólo sea el inglés que estuvo allí. Floreció en otro tiempo un lugar en cierta manera similar en los alrededores de Calcuta, y se cuenta que si uno se adentra hasta el corazón de Bikanir, que es lo mismo que decir el corazón del gran desierto indio, se encontrará no ya con un pueblo, sino con una ciudad donde los muertos que no murieron pero que tampoco pueden vivir han establecido su cuartel general. Y, siendo del todo veraz que en ese mismo desierto existe una maravillosa ciudad a la que se retiran los acaudalados prestamistas tras amasar sus fortunas —fortunas tan vastas cuyos propietarios ni siquiera pueden confiar en la mano dura del gobierno para su protección, de ahí que se refugien en las arenas resecas—, quienes conducen suntuosas calesas, compran hermosas muchachas y decoran sus palacios con oro, marfil, madreperla y azulejos Minton, no veo razón alguna para que la historia de Jukes no sea real. Es ingeniero de caminos, entiende de mapas, distancias y asuntos parecidos, y no creo yo que se tomara la molestia de inventar trampas imaginarias. Podía ganar mucho más cumpliendo con su trabajo legítimo. Nunca introduce variaciones en su relato, y se enardece y enfurece cuando recuerda el infame trato que recibió. Lo escribió primero de un tirón, aunque ha retocado algunos pasajes y añadido reflexiones morales; así:


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26 págs. / 46 minutos / 65 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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