Textos más largos publicados el 5 de noviembre de 2017

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fecha: 05-11-2017


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Vida de Don Quijote y Sancho

Miguel de Unamuno


Ensayo, novela


Prólogo a esta segunda edición

Apareció en primera edición esta obra en el año 1905, coincidiendo por acaso, que no de propósito, con la celebración del tercer centenario de haberse por primera vez publicado el Quijote. No fue, pues, una obra de centenario.

Salió, por mi culpa, plagada, no ya sólo de erratas tipográficas, sino de errores y descuidos del original manuscrito, todo lo que he procurado corregir en esta segunda edición.

Pensé un momento si hacerla preceder del ensayo que «Sobre la lectura e interpretación del Quijote» publiqué el mismo año de 1905 en el número de Abril de La España Moderna, mas he desistido de ello en atención a que esta obra toda no es sino una ejecución del programa en aquel ensayo expuesto. Lo que se reduce asentar que dejando a eruditos, críticos e historiadores la meritoria y utilísima tarea de investigar lo que el Quijote pudo significar en su tiempo y en el ámbito en que se produjo y lo que Cervantes quiso en él expresar y expresó, debe quedamos a otros libre el tomar su obra inmortal como algo eterno, fuera de época y aun de país, y exponer lo que su lectura nos sugiere. Y sostuve que hoy ya es el Quijote de todos y de cada uno de sus lectores, y que puede y debe cada cual darle una interpretación, por así decirlo, mística, como las que a la Biblia suele darse.

Mas si renuncié a insertar al frente de esta segunda edición de mi obra aquel citado ensayo, no así con otro que con el título de «El sepulcro de Don Quijote» publiqué en el número de febrero de 1906 de la misma susomentada revista La España Moderna.


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308 págs. / 9 horas / 2.759 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Brigada Móvil

Edgar Wallace


Novela


I

Lady’s Stairs era una desvencijada casa de madera que, suspendida sobre la caleta entre el río y el canal, miraba a aquél, dominándolo. Se la veía desde la esclusa, que indicaba el sitio donde terminaba el canal y comenzaba el ancho y barroso estuario.

Era una especie de hórreo ruinoso, soportado por gruesos pilotes de madera, cuya sucia fachada alguna vez, en lejano tiempo, habría sido pintada, pero que no volvió a serlo. Había adquirido un extraño y sombrío colorido, que le hubiese tornado invisible, a no ser por estar empotrado entre un gran almacén y la cúpula de una fundición. Por debajo de los cuartos principales corría la caleta, cuyas aguas, en épocas de crecida, subían hasta pocos pies del salón de Li Yoseph.

Lady’s Stairs, de donde tomaba su nombre, había desaparecido. En algún tiempo este oscuro y sucio desierto fue un agradable remanso del Támesis, y aún había señales de su pasado carácter bucólico. Stock Gardens era un barrio pobre situado paralelamente al canal. Lavender Lane y Lordhouse Road no eran menos desagradables, y donde las casas de vecindad levantaban sus feos tejados y los gritos de los niños que jugaban sonaban día y noche, aún se seguía llamando The Meadows (La Pradera).

Li Yoseph tenía costumbre de sentarse en su saloncito, observar los barcos carboneros amarrar, en marea alta, en Brands Wharf y contemplar las gabarras, remolcadas despacio hacia la esclusa. Encontraba motivo de satisfacción en que, alargando el cuello fuera de la ventana, podía ver también los grandes barcos holandeses que bajaban del río hacia el mar.

La Policía no tenía nada contra Li Yoseph. Le conocía por ser comprador de objetos robados y contrabandista, pero sin pruebas de ello, y no esperaba encontrarlas en esta necesaria visita suya de ahora, como tampoco las había encontrado en las anteriores.


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249 págs. / 7 horas, 16 minutos / 66 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Gente Terrible

Edgar Wallace


Novela


I

Henry el Lancero entró en el cuartelillo de policía de la calle Burton para presentar sus credenciales, pues había salido de Dartmoor el pasado lunes, después de siete años de reclusión.

Avanzó, cabizbajo, y, con expresión ceñuda en su cara amarilla, surcada de costurones, entregó su documento al sargento del puesto.

—Henry Beneford, licenciado. Vengo a presentarme…

Y entonces vio al inspector Long, el Apostador, como le llamaban; y sus ojos chispearon. Era una verdadera contrariedad que el Apostador estuviera presente. Resultó que había acudido a identificar a un ratero muy conocido.

—Muy buenas, inspector. ¿Aún vive usted, según veo?

—Vivo y muerdo —contestó jovialmente el inspector Arnold Long.

Henry el Lancero alargó su feo labio.

—Me extraña que su conciencia le deje dormir por las noches. ¡Por la astucia y la mentira, me ha hecho usted pasar siete años a la sombra!

—Y espero conseguirte en breve otros siete —repuso el Apostador, con animación—. Si de mí dependiera, Lancero, te mandaría a la cámara de la muerte, donde se lleva a otros perros locos como tú; y algo saldría ganando el mundo.

El prolongado labio superior del ex presidiario empezó a crisparse espasmódicamente. Los que le conocían sabían que ante advertencia tan ominosa lo más prudente era escapar; pero, aunque Arnold Long conocía perfectamente al Lancero, no se sintió alarmado en absoluto.

El hombre había sido, efectivamente, Lancero por espacio de dieciocho meses en el Ejército inglés; pero su carrera militar quedó cortada, a consecuencia de una paliza que propinó a un cabo, al que dejó sin conocimiento. Era un matón, un hombre sin escrúpulos y muy peligroso. Pero también el Apostador era hombre peligroso.


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223 págs. / 6 horas, 31 minutos / 71 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Día de la Concordia

Edgar Wallace


Novela


Prólogo

En pie, ante una larga mesa de acero, un joven trabajaba afanosamente, armado de unas pinzas y un punzón. El objeto de su atención era un molde o plancha de imprenta, y aunque le temblaba la mano y por razones de conveniencia propia, trabajaba con solo una de las doscientas bombillas que iluminaban el inmenso taller de la imprenta de Ponters, no cometía ningún error. En una ocasión, alzó la cabeza y escuchó. No había más ruido que el repiqueteo de una linotipia en el piso de abajo, donde el turno de noche estaba componiendo una revista dominical; y sirviendo de fondo a este martilleo, el ruido sordo y prolongado de las prensas en el sótano.

El hombre que trabajaba se limpió el sudor de la frente; e inclinándose de nuevo sobre la forma prosiguió su labor con increíble rapidez.

Era un hombre de veintitrés a veinticuatro años. Tenía la cara redonda y los ojos apagados. Tom Elmers era aficionado a la bebida algo más de lo prudente; y desde el día en que Delia Sennett le había dicho, en su tono tranquilo y reposado, que tenía otros planes muy distintos de los que él le exponía con tal vehemencia, no había intentado reprimir sus inclinaciones.

De nuevo levantó la cabeza y escuchó, llevando la mano a la llave de la luz, dispuesto a apagarla; pero no oyó ningún ruido de pasos en el pasillo de piedra; y continuó su trabajo.

Tan embargado estaba que, cuando llegó realmente la interrupción, no se dio cuenta de la presencia de otra persona en el taller; y, sin embargo, debería haber recordado que cuando Joe Sennett estaba de servicio nocturno, invariablemente llevaba zapatillas; también debería haber sabido que la puerta giratoria se abría sin producir ruido.

El viejo Joe Sennett, regente de la imprenta Ponters Limited, quedó en pie, recostado en la puerta y mirando con asombro al solitario obrero. Luego se acercó suavemente y se detuvo a la altura de este.


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143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 123 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos de Mí Mismo

Miguel de Unamuno


Cuentos, Colección


Ver con los ojos

Era un domingo de verano; domingo tras una semana laboriosa; verano como corona de un invierno duro.

El campo estaba sobre fondo verde vestido de florecillas rojas, y el día convidando a tenderse en mangas de camisa a la sombra de alguna encina y besar al cielo cerrando los ojos. Los muchachos reían y cuchicheaban bajo los árboles, y sobre éstos reían y cuchicheaban también los pájaros. La gente iba a misa mayor, y al encontrarse saludaban los unos a los otros como se saludan las gentes honradas. Iban a dar a Dios gracias porque les dio en la pasada semana brazos y alegría para el trabajo, y a pedirle favor para la venidera. No había más novedad en el pueblo que la sentida muerte del buen Mateo, a los noventa y dos años largos de edad, y de quien decían sus convecinos: «¡Angelito! Dios se lo ha llevado al cielo. ¡Era un infeliz, el pobre…!» ¿Quién no sabe que ser un infeliz es de mucha cuenta para gozar felicidad?

Si todos estaban alegres, si por ser domingo bailoteaba en el pecho de las muchachas el corazón con más gana y alborozo, si cantaban los pájaros y estaba azul el cielo y verde el campo, ¿por qué el pobre Juan estaba triste? Porque Juan había sido alegre, bullicioso e infatigable juguetón; porque a Juan nadie le conocía desgracia y sí abundantes dones del buen Dios, ¿no tenía acaso padres de que enorgullecerse, hermanos de que regocijarse, no escasa fortuna y deseos cumplidos?

Desde que había vuelto de la capital en que cursó sus estudios mayores, Juan vivía taciturno, huía todo comercio con los hombres y hasta con los animales, buscaba la soledad y evitaba el trato.


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Dominio público
130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 559 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Tres Novelas Ejemplares y un Prólogo

Miguel de Unamuno


Cuentos, Colección


Prólogo

I

¡TRES NOVELAS EJEMPLARES Y UN PRÓLOGO! Lo mismo pude haber puesto en la portada de este libro Cuatro novelas ejemplares. ¿Cuatro? ¿Por qué? Porque este prólogo es también una novela. Una novela, entendámonos, y no una nívola; una novela.

Eso de nívola, como bauticé a mi novela —¡y tan novela!— Niebla, y en ella misma, página 158, lo explico—, fué una salida que encontré para mis… —¿críticos? Bueno; pase— críticos. Y lo han sabido aprovechar porque ello favorecía su pereza mental. La pereza mental, el no saber juzgar sino conforme a precedentes, es lo más propio de los que se consagran a críticos.

Hemos de volver aquí en este prólogo —novela o nívola— más de una vez sobre la nivolería. Y digo hemos de volver así en episcopal primera persona del plural, porque hemos de ser tú, lector, y yo, es decir, nosotros, los que volvamos sobre ello. Ahora, pues, a lo de ejemplares.

¿Ejemplares? ¿Por qué?


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Dominio público
94 págs. / 2 horas, 45 minutos / 615 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Terror

Edgar Wallace


Novela corta


Capítulo I

O’Shea estaba más trastornado que nunca, llevando así toda la noche. Zanqueaba arriba y abajo de la herbosa pendiente, murmurando entre dientes, dirigiéndose con las manos a algún invisible auditorio, celebrando con cacareos sus propias y misteriosas ocurrencias…; y de madrugada se había echado sobre el pequeño Lipski, que se había atrevido a encender un cigarrillo con desprecio de las instrucciones, y le había golpeado con salvaje brutalidad, sin que los otros dos hombres hubieran osado intervenir.

Joe Connor estaba tumbado en el suelo, masticando una brizna do hierba y observando con ojos sombríos la inquieta figura. Marks, que estaba junto a él con las piernas cruzadas, observaba también, pero había una torcida sonrisa de desprecio en sus delgados labios.

—Loco como una cabra —comentó Joe Connor en voz baja—. Si despacha esta faena sin hacernos ir a la cárcel para el resto de nuestras vidas, estaremos de suerte.

Soapy Marks se lamió los secos labios.

—Es más listo cuando está loco. —Hablaba con el refinado deje que da la cultura. Algunos decían que Soapy había estudiado para cura antes que el deseo de un modo de vivir más fácil e ilícito hiciera de él uno de los más hábiles (y posiblemente el más peligroso) delincuentes de Inglaterra—. La locura, mi querido compañero, no implica estupidez. ¿No puedes hacer que el tipo ese deje de gimotear?

Joe Connor no se levantó. Volvió los ojos en la dirección de la postrada figura de Lipski, que se quejaba y maldecía entre sollozos.

—Se le pasará —dijo con indiferencia—. Cuanto más le zurra O'Shea, más lo respeta.

Reptando, se acercó algo más a su confederado.


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85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 112 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Calzado de Blanco

Edgar Wallace


Cuento


1

Jack Trevor no era celoso. Se dijo esto a sí mismo una docena de veces; se lo dijo a Marjorie Banning sólo una vez.

—¡Celoso! —flameó ella, y añadió, ganando control de su ira—: No acabo de comprenderte. ¿Qué entiendes tú por celoso?

Jack se sintió, y pareció, incómodo.

—La palabra «celoso», desde luego, suena tonta en este caso —trompicó—. Lo que quiero decir es «suspicaz».

Volvió a aturullarse.

Estaban sentados en el Parque, bajo un olmo aparrado, y, aunque no se encontraban lejos de la enloquecedora multitud, la misma locura de ésta la ahuyentaba lo suficiente como para dejarla minimizada a una cantidad perdonable. Había a la vista exactamente tres parejas de enamorados, una niñera con un cochecito, un policía y unos cuantos niños jugando.

—Lo que quiero decir es… —dijo Jack desesperadamente—. Me fío de ti, cariño, y… bueno, no quiero conocer tus secretos, pero…

—¿Pero…? —repitió ella fríamente.

—Bueno, meramente señalo el hecho de que te he visto tres veces pasar en un coche despampanante…

—Un coche de una cliente —dijo ella con calma.

—Pero, seguramente, el acicalar el cabello de la gente no requiere el mediodía y la tarde completos —insistió él—. La verdad es que lamento profundamente darte la lata, pero el hecho es que siempre que te he visto en el coche ha coincidido con los días en que, según tus palabras, no podías quedar conmigo por las tardes.

Ella no respondió inmediatamente.

Él se lo estaba poniendo muy difícil, y ella se resintió amargamente, no sólo de las dudas y sospechas albergadas por él respecto a sus movimientos, sino del hecho de no poder ofrecerle explicación alguna. Lo que más le dolía era la justificación que su silencio podía darle.

—¿Quién ha estado inoculándote esas ideas? —preguntó ella—. ¿Lennox Mayne?


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19 págs. / 34 minutos / 117 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Clave Número 2

Edgar Wallace


Cuento


El Servicio Secreto no se ha aplicado jamás a sí mismo esta denominación tan melodramática. Sus miembros, si acaso hablan de él alguna vez, lo aluden con la ambigua expresión de «el Departamento»; advertid que ni siquiera dicen «el Departamento de Información». Es un organismo notable, no obstante, y, de las personas que lo integraban, no era la menos notable un tal Schiller (aunque ocupaba, justo es confesarlo, un puesto de categoría secundaria).

Era un joven suizo dotado de poderosa inventiva y poseído de una auténtica pasión por los idiomas extranjeros. Conocía a todos los maleantes de Londres (maleantes desde un punto de vista violentamente político), y resultaba útil para el director general del Departamento, por más que a Bland y demás miembros directivos… bueno, no es que les disgustase, pero… no sé cómo expresarlo.

Observad a un brioso corcel cuando pasa junto un papel blanco que revolotea en el camino. No llega a espantarse, pero sí mira con expectación el agitado objeto.

Nunca entró en el Gran Juego, aunque hacía cuanto podía para conseguirlo. Pues el Gran Juego estaba reservado a quienes, en palabras de Bland, «habían rumiado claves en la cuna».

Por algún conducto misterioso, Schiller llegó a enterarse de que Reggi Batten había sido muerto a tiros cuando sustraía las órdenes de movilización del XIV Regimiento Bávaro de una caja de seguridad, en Munich. El lamentable suceso tuvo lugar en 1911, y fue descrito como «accidente de aviación».


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17 págs. / 31 minutos / 88 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Los Quiebra-prisiones

Edgar Wallace


Cuento


Fue el tipo de incidente que podía esperarse que ocurriese en el Servicio de Información, y puede referirse en pocas palabras.

Alexander Barnes, que gozaba de moderada fama como hombre de mundo, regular asistente a los estrenos teatrales y figura familiar en determinados círculos sociales, fue arrestado bajo acusación de disparar voluntariamente contra Cristóbal P. Supello. Con él fue también acusado un americano que dio el nombre de «Jones».

Los hechos declarados como probados en el sumario pueden resumirse así:

Barnes y Jones habían estado cenando en el Atheneum Imperial y después se fueron paseando hasta Pall Mall. Pocos minutos después el policía que prestaba servicio en el extremo que desemboca en la plaza de Waterloo oyó tres tiros disparados en rápida sucesión. Las detonaciones venían de la dirección de la estatua del Duque de York, y el agente corrió hacia el sonido, uniéndosele otros dos policías procedentes del extremo opuesto de la calle. Supello yacía muerto en el suelo. Alcanzaron a Barnes y a Jones en lo alto de las escaleras que descienden desde el Duque de York hasta el parque de San Jaime, y los prendieron sin dificultad.


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15 págs. / 26 minutos / 54 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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