Encanto mío: De modo que te pasas el día y la noche llorando,
porque te abandonó tu marido; no sabes qué hacer y solicitas
consejo de tu anciana tía, a la que, por lo visto, supones muy
experta. No estoy tan enterada como tú te lo imaginas; pero
desde luego que no soy del todo ignorante en el arte de amar
o, más bien, de hacerse amar, que a ti te falta un poco. A mis
años creo que me debe estar permitido confesarlo.
Me cuentas que no tienes para él otra cosa que atenciones,
cariños, caricias y besos. De ahí tal vez procede el daño;
creo que te excedes en besarlo.
Tenemos en nuestras manos, querida, la potencia más terrible
que existe: el amor.
El hombre, dotado de su fuerza física, la ejerce por la
violencia. La mujer, dotada del encanto, domina por la
caricia. Es nuestra arma, arma temible, incontrastable, pero
que es preciso saber manejar.
Somos, sábelo bien, las dueñas de la tierra. Narrar la
historia del Amor desde los orígenes del mundo, equivaldría a
narrar la historia del hombre mismo. Todo arranca del Amor:
las artes, los grandes acontecimientos, las costumbres, la
moral, las guerras, el derrumbamiento de los imperios.
En la Biblia tropiezas con Dalíla y Judit; en la Leyenda, con
Onfala y Helena; en la Historia, con las Sabinas, Cleopatra y
tantas más.
Reinamos, pues, como soberanas omnipotentes. Pero es
indispensable que empleemos, lo mismo que los reyes, una
diplomacia refinada.
El Amor, pequeña mía, está hecho de primores, de sensaciones
imperceptibles.
Sabemos que es fuerte como la muerte; pero es también tan
frágil como el vidrio. El choque más insignificante lo quiebra
y nuestro dominio se derrumba, sin que podamos ya
reconstruirlo.
Tenemos el poder de hacernos adorar, pero necesitamos una
cualidad minúscula: el discernimiento de matices en la
caricia, la percepción sutil de lo excesivo en la
manifestación de nuestra ternura.
Información texto 'El Beso'