Textos más vistos publicados el 7 de noviembre de 2021 | pág. 2

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fecha: 07-11-2021


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Un Santo

Francisco Acebal


Cuento


Hacía muchos años que conocía yo á doña Jacoba, sin advertir en su porte cambio de importancia. Desde mi niñez la veía siempre la misma, las mismas arrugas, las mismas canas, conservando, no sé si por artes ocultas, décadas enteras, la misma falda de estameña, el corpiño con el escudo carmelita y la correa de charol pendiente á la cintura.

Aquel pasar los años sin tocar á Jacobita nos hacía pensar á los pocos lugareños de Pedralba que en su casa entrábamos en algo menos fugaz que la naturaleza humana. Yo experimentaba ante ella la impresión de tranquilidad, de vago sosiego que me infundían las imágenes de madera vieja puestas en los altares de la Colegiata, aunque en esta semejanza, debía de influir no poco, la veneración que me inspiraba la señora, el culto que en el corazón le rendía, por su vida de santa: santidad de antigua usanza, mansa, calladita, pero rígida, sin indulgencia, ni para el prójimo ni para sí misma.

Además, y este es el nudo fuerte que á ella me unía, doña Jacoba era la madre de mi amigo Ignacio. Su infancia y la mía estaban trabadas en la memoria como infancias hermanas, y si doña Jacobita se recreaba en evocar la niñez de su hijo, le era imposible apartar de su recuerdo el mío, que como planta parásita se enredaba entre sus memorias.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 46 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Vanidad de Vanidades

Francisco Acebal


Cuento


Los vaivenes de la moda decorativa, que en cada época impone á las moradas como á los hombres, distintos perjeños, avecindaron en un saloncito de los duques de Montiél, una Venus de mármol y una armadura de hierro. La escultura, copia fiel de Venus Capitolina, pretende encubrir su desnudez de niña casta, apenas adolescida, en la entibiada luz de un rincón, sobre los tonos marchitos de un tapíz flamenco; su cuerpo tiembla de pudor y sus manos encienden deseos de mirar lo que recatar intentan.

La armadura, esplende al pié de una chimenea tallada en roble. Caladas la visera y ventalla de la celada borgoñona, reluciente la coraza tranzada, de la que penden escarcelas de launas, forradas con terciopelo carmesí; enteros los quijotes y las grebas que rematan en los piés por alpartaces de mallas. Hermoso ejemplar, milanés por la elegancia de las líneas, nurembergo por lo varonil, y sobrío del adorno.

La vida monotona y tristona de aquel viejo palación, se alteró una noche con desusada batahola mundana que rebullía en salones, lejanos del gabinete en que estaba la armadura y la Capitolina.

El rumorcillo de fiesta, resonó tímido de estancia en estancia, llenando por un instante, salones siempre cerrados, desiertos, austeros.

Venus temblaba de verse envuelta en luz, expuesta á las miradas de un mundo frívolo, de gentecillas procaces.

—Vecina, vecina,—exclamó dirigiéndose á la armadura—vecina, por Dios, quite ese ceño tan hosco que me da miedo, humanícese un poco, rompa usted por unos instantes esa tiesura.

Y la armadura, con su continente rígido:

—¿Quién charla ahí?


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 84 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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