Textos más populares este mes publicados el 8 de enero de 2023 | pág. 2

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fecha: 08-01-2023


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Malos Recuerdos

Javier de Viana


Cuento


Para Luis Reyes y Cirico Borges, amigos.


La víspera se había combatido con encarnizamiento, sin que hubiera sido posible afirmar a cual de los bandos pertenecían los laureles del triunfo.

Siempre ocurría lo mismo: ninguna batalla tenía otra significación ni otra importancia, que el mayor o menor desangre de los adversarios. La guerra no debía concluir por combinaciones tácticas, sino por el aniquilamiento de uno de los combatientes... o de los dos.

Semejantes a dos perros bravos, irreconciliables, cuando se encontraban, reñían hasta que uno de ellos, agotadas las fuerzas, se alejaba un poco e iba a echarse, ensangrentado, erizado el pelo, rojas las pupilas, secas las fauces, hirviente la cólera. El otro, el triunfador, se echaba en el sitio del combate, ensangrentado, erizado el pelo, rojas la pupilas, secas las fauces, hirviente la cólera.

Desde cada uno de sus sitios de reposo, continuaban mirándose y gruñendo. Ni el vencido tenía objeto en marcharse más lejos, ni el vencedor tenía porque espantarlo. ¡De todos modos, en cuanto estuvieran descansados volverían a agarrarse a diente!

Por eso, al siguiente dia de una batalla, los dos ejércitos dormían tranquilos, a pocas leguas uno de otro, curando sus heridos y restaurando sus fuerzas.

Uno de los bandos despertaba después de prolongado sueño reparador, sin importársele un ardite del resultado de la batalla.

La carneada fué abundante; las reses eran gordas y como había mucha leña, se churrasqueó mucho y bueno. La indiada quedó contentísima.

A la vera de un cañadón de lecho pedregoso, había un grupo de soldados. Como el tiempo era espléndido no habían necesitado armar las carpas que se improvisaban con los ponchos y trozos de alambre del vecino.


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Dominio público
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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

Simple Historia

Javier de Viana


Cuento


Saturno sacudió las crines enredadas y fijando en el juez sus ojos grandes, negros, sinceros y bravos, dijo, con severidad y sin jactancia:

—«Viá declarar, ¿por qué nó?... viá declarar todito, dende la cruz a la cola. Antes no tenía porqué hablar y aura no tengo porqué callarme. Hay que rairle a la alversidad y cantar sin miedo, sin esperar al ñudo compasión, que no llega jamás pal que ha perdido la última prenda en la carpeta’e la vida.

El indio volvió a sacudir la cabeza, escupió y siguió diciendo:

—«A mí me han agarrao, y dejuramente había’e ser ansina: más tarde o más temprano se halla el aujero en que uno ha’e rodar... No me viá quejar, ni a llorar lástimas, que pa algo dijo ¡varón! la partera que me tiró de las patas. Viá contar todo, pues, pa desensillar la concencia, y disculpen si aburro, porque mi rilato va ser largo como noche’e invierno...

Velay, señor juez: Yo me crié con don Tiburcio Díaz, que, sin despreciar a los presentes, era güeno como cuchillo hallao. Supo tener fortuna y la jué perdiendo, porque le pedían y daba, le robaban y se dejaba robar; cuando vendía era al fiao. Asina se le jueron reditiendo los caudales y aconteció que al mesmo tiempo que dentraba en la vejez, entraba en la pobreza. Con eso...

—¡Concrétese a su caso! —exclamó impaciente el juez.

—¿Cómo dice? —interrogó Saturno.

—Que se ocupe de usted y su caso.

—P’allá voy rumbiando; pero precisa que me den tiempo, porque ninguna carrera se larga sin partidas.


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Dominio público
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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

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