Textos más vistos publicados el 8 de marzo de 2017 | pág. 3

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fecha: 08-03-2017


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Los Bosques de Maine

Henry David Thoreau


Viajes


El Ktaadn

Parte I

El 31 de agosto de 1846 partí desde Concord, en Massachusetts, en compañía de un pariente que se dedica al comercio maderero en Bangor, viajando por ferrocarril y vapor hacia esa población y los bosques de Maine, para dirigirnos a un dique en el ramal occidental del Penobscot, en cuya adquisición estaba él interesado. Desde ese lugar, que se encuentra a treinta millas de la carretera militar de Houston y a cinco más allá de la última cabaña de troncos, me proponía efectuar excursiones al Monte Ktaadn, la segunda mayor elevación de Nueva Inglaterra, distante unas treinta millas, y a algunos de los lagos del Penobscot, ya fuera solo o con el acompañamiento que pudiera agenciarme. En esa época, en que las actividades madereras han cesado, no es habitual encontrar un campamento en una zona boscosa tan lejana, y me alegró poder aprovechar la circunstancia de que por entonces hubiera allí una cuadrilla de trabajadores dedicados a reparar los daños causados por los desbordamientos debidos al deshielo primaveral. A la montaña se puede acceder de forma más fácil y directa, a caballo o a pie, desde el flanco nordeste, por el camino del Aroostook, y por el río Wassataquoik; pero en tal caso se disfruta mucho menos del entorno natural, muy poco del glorioso paisaje fluvial y lacustre, y no se tiene la experiencia del batteau y la vida del barquero. Yo tenía suerte, además, en lo relativo a la estación del año, ya que en verano los enjambres de moscas negras, mosquitos corrientes y otros muy pequeños o, como les llaman los indios, «no-visibles», hacen casi imposible andar por el bosque.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Oro Abundante

Jack London


Cuento


Siendo esta una historia —más real de lo que pudiera parecer— de una región minera, es de esperar que sea una narración de desdichas. Pero esto depende del punto de vista. Desdicha es un calificativo muy suave en lo que a Kink Mitchell y Hootchinoo Bill se refiere; es de dominio público en la región del Yukon que ellos tienen una opinión formada sobre el tema.

Fue en el otoño de 1896 cuando los dos socios bajaron a la orilla este del Yukon y sacaron una canoa de Peterborough de un escondite cubierto de musgo. El aspecto de aquellos dos hombres era realmente desagradable. Después de un verano de exploración, lleno de privaciones y más bien escaso de alimentos, se habían quedado con la ropa hecha jirones y tan consumidos que parecían cadáveres. Dos nubes de mosquitos zumbaban alrededor de sus cabezas. Llevaban el rostro recubierto de arcilla azulada. Cada uno guardaba una provisión de esta arcilla húmeda, y cuando se les secaba y caía de la cara volvían a embadurnársela. Su voz revelaba claramente el descontento, y sus movimientos una irritabilidad que hablaba del sueño interrumpido y de la lucha inútil con aquellos pequeños diablos alados.

—Estos bichos hubieran sido mi muerte —gimoteó Kink Mitchell cuando la canoa, alcanzando la corriente, se apartaba de la ribera.

—¡Ánimo, ánimo! Ya se acabó —contestó Hootchinoo Bill, queriendo hacer cordial su voz fúnebre, que resultaba horrible—. Dentro de cuarenta minutos estaremos en Forty Mile, y entonces… ¡Malditos diablejos!

Una de sus manos soltó el remo y cayó sobre el cogote en un ruidoso cachete. Puso un nuevo emplasto de arcilla en la parte dañada, jurando furioso al mismo tiempo. A Kink Mitchell no le hizo la menor gracia. Únicamente aprovechó la oportunidad para cubrir con otra capa de arcilla su propio cogote.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Lejana Destilería

Jack London


Cuento


La verdad de Thomas Stevens puede haber sido tan indeterminada como la X, y su imaginación, la de la mayoría de los hombres, elevada a la enésima potencia; pero preciso es reconocer que jamás se ha encontrado una mentira en ninguna de sus palabras o acciones… Él puede haber jugado con las probabilidades y orillado el último extremo de la posibilidad, pero la trama de sus relatos siempre ha estado bien organizada. Que él conocía el norte como un libro, nadie puede negarlo. Que había viajado mucho y puesto sus pies en infinidad de sendas desconocidas, lo demuestran muchas pruebas. Aparte de lo que yo personalmente he averiguado, conozco a hombres que le han visto en todos los lugares, pero principalmente en los confines de Ninguna Parte. Allí estaba Johnson, el exagente de la Hudson Bay Company, que le había albergado en su factoría del Labrador hasta que sus perros hubieron descansado un poco y él estuvo en condiciones de continuar el viaje. Estaba Mac-Mahon, el agente de la Alaska Commercial Company, que le había encontrado en Dutch Harbour y, más tarde, entre las islas más lejanas del grupo de las Aleutianas. Era indiscutible que había guiado una de las primeras exploraciones de los Estados Unidos; y la historia asegura positivamente que, en condiciones parecidas, sirvió a la Western Union cuando intentó llevar hasta Europa el telégrafo de Alaska a Siberia. Más adelante fue Joe Lamson, el capitán de la ballenera, sitiado por el hielo en las bocas del Mackenzie, quien le había visto llegar a bordo en busca de tabaco.


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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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