Capítulo 1
Cuando Tristán de Leonís, Caballero de la Tabla redonda, e Iseo
la Morena, reina del país de Cornualla, hubieron exhalado a un
tiempo el último suspiro (siendo muy ardua faena el desenlazar sus
cuerpos estrechamente abrazados), al pie de un espino cubierto el
año todo de blanca flor, en las landas de Bretaña, país de
encantamiento, se celebró un conciliábulo de fadas para tratar de
la suerte del hijo que habían dejado los dos amantes.
No vierais, por cierto, cosa más linda que el tal espino. La
albura que cubría enteramente sus ramas estaba rafagueada de un
rosa muy sutil, y el viento, al agitar su follaje, hacía caer una
lluvia de pétalos siempre olorosos. No era un arbusto, sino un
árbol grande, y su mole de plata parecía que alumbraba todo el
bosque, el cual se extendía casi una legua en derredor. Y le tenían
miedo los labriegos a aquel bosque, sabiendo que lo poblaban
trasgos y brujas, y, sobre todo, que en el grueso tronco del espino
se hallaba preso nada menos que el sabio Merlín, protobrujo y mago
en jefe.
Contábase que le había encerrado en tal cárcel su discípula y
amada Bibiana, a quien el brujo, senilmente enamorado, dio cierto y
que se sirvió de él para jugarle una mala pasada. Las crónicas, que
no entienden de achaques del corazón, aseguran que Bibiana sufrió,
al encerrar a Merlín, una equivocación fatal, de la cual le pesó
mucho, y bien quisiera deshacerlo; mas yo os digo que las largas
guedejas, más blancas que las flores del espino, de Merlín, no
atraían a la maga, y al darle prisión, quiso librarse del peso y
enojo de sus ternezas tardías.
Leer / Descargar texto 'La Última Fada'