Textos más populares esta semana publicados el 11 de julio de 2024

Mostrando 1 a 10 de 33 textos encontrados.


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fecha: 11-07-2024


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El Árbol de la Ciencia

José Fernández Bremón


Cuento


I

Érase el mes de mayo, a la caída de la tarde, en un hermoso día.

Las muchachas salían a los balcones, las macetas ostentaban esas galas de la primavera con que pueden adornarse las plantas que vegetan a fuerza de cuidados, privadas de la atmósfera libre de los campos, sin espacio donde desarrollar sus raíces y sin jugos con que alimentarse.

Estaba el cielo sereno, si cielo puede llamarse lo que distingue el habitante de la corte por el tragaluz que forman los tejados.

No hacía viento.

Asomada en uno de los balcones de cierta calle había una joven, al parecer de dieciocho años, ocupada en arreglar una maceta; la bella jardinera examinaba con atención los botoncillos de la planta, sonriendo de satisfacción al contemplar su lozanía. Parecía decir con sus sonrisas: «Ésta es mi obra».

Y la planta impertérrita no esponjaba sus hojas, ni erguía sus ramas al contacto de aquellas manos blancas y suaves.

¡Qué ingratas son las plantas!

¿Será ficción la sensibilidad que les atribuyen los poetas bucólicos cuando se trata de las heroínas de sus versos?

¿Será la sensitiva entre los vegetales lo que entre nosotros una niña nerviosa?

¿Tendrán corazón las setas y pensarán las calabazas?

Sientan o no las plantas, como afirman algunos, la que era objeto de tales caricias no se daba por entendida.


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Dominio público
26 págs. / 46 minutos / 65 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mujer de Tres Caras

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivían en una alegre casita (que hasta un jardineito tenía) tres ladrones, o más bien tres rateros, que coincidencias del oficio llevaron a vivir en estrecha comunidad.

No eran gente de pelo en pecho, ni eran ladrones "con fractura", ni de aquellos de "la bolsa o la vida", no; era gente que tomaba para sí lo ajeno sin dejar rastros de sangre y sin ocasionar mayores ayes.

Los tres eran jóvenes y llevaban a cabo sus hazañas en pueblos o ciudades de menor cuantía, donde la policía es lerda y bisoña. Convertido el producto del robo en dinero contante, volvían al punto de su residencia y entonces entregábanse al juego fullero. Si en el juego les iba bien, el robo se dejaba para otra oportunidad, quedando como un recurso supremo.

A poco de vivir en común, diéronse cuenta nuestros pajarracos de la necesidad que tenían de una criada que les guardara la casa en sus ausencias y que corriera con los quehaceres domésticos. Uno de ellos, Pérez (a) el "Zurdo", propuso para el objeto a una modista sin trabajo que él conocía por haber hecho vida con un amigo suyo.

—Es bonita?, dijo García (un hombręcillo de unos 24 años, cenceño, medio gibado), poniendo los ojos como balas.

—Bonita, no; —respondió el "Zurdo"—; pero simpática sí... Es una mujer de unos 45 años...

—Es vieja; hay que buscar otra, respondió García.

—No, dijo Ramírez. El amor hay que hacerlo fuera de casa. Que venga la modista.

Juana, que asi se llamaba la mujer propuesta por el "Zurdo", era uno de esos seres que nacen con una inquietud peligrosa en el alma. Desde niñera hasta modista (título como doctoral que había adoptado para el último tercio de su galantería) todo había sido, todo había hecho, menos vivir con ladrones. Fué por eso que aceptó gustosa el ir a la misteriosa casita, como escondida en las afueras de la gran metrópoli, en la seguridad de que pronto sería más que una doméstica.


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Dominio público
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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Primera Peseta

José Fernández Bremón


Cuento


No dar dinero a los chicos era en mi familia sistema rigoroso. Mi primera peseta la gané privándome del chocolate matutino que aborrecía a causa de un atracón que me puso a la muerte a los nueve años de edad, en un asalto a la despensa. Tenía entonces diez años, y en combinación con la cocinera, me procuré una renta diaria de dos cuartos por lo que ella dejaba de comprar, y yo sustituía, con ventaja para mi gusto, el desayuno oficial, tostando mi panecillo francés con sal y aceite. Con aquella renta mi posición se hizo desahogada: podía comprar aleluyas, peones, pelotas y convidar a merengue a algún amigo, aunque jamás logré reunir una peseta: mi capital estaba siempre en calderilla.

Tuve un día ambición, aspiraciones: la lotería primitiva saliendo todos los lunes brindaba con la suerte al que dispusiera de nueve cuartos, precio de la cédula más barata, y permitía elegir números a voluntad desde diez cuartos en adelante y esto hice.

Qué emoción el lunes al oír pregonar a los chiquillos «¡Los hijos de la lotería a ochavo!». Y qué alegrón al saber que había acertado un ambo que me valió catorce reales. Había enriquecido de repente.

Desde entonces he jugado a la lotería muchas veces, pero aquel primer premio ha sido el último, a pesar de haber contribuido al ensayo de la lotería de irradiación en que alguien sospechó si tendría una infalible martingala.


Madrid, 13 de marzo de 1903


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La "Piña" del Señor

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivía en el año del señor de 1860, en remota y mediterránea provincia, Doña Ramona de Z., linajuda y garbosa señora que frisaba en los setenta años. Era el último vástago viviente de los de Z., y sólo ella habitaba la solariega casa de tan sonada familia. Su única compañía éranlo cuatro criadas, dos, hijas de esclavos, menores que Doña Ramona, y dos, mozas de veinte años la una y de diez y seis la otra, hijas de la Rita, una de las dos primeras, que habían venido al mundo casi sin darse cuenta la propia madre, pecado que Doña Ramona supo perdonar magüer que era asáz católica.

Las dos mulatillas —como llamábalas Doña Ramona, cuando dábanla fatiga— eran con todo la niña de sus ojos: eran las que la peinaban, las que la calzaban, las que le llevaban el chisme más gordo del barrio, y marchaban delante cuando la noble señora iba a oir su misa todos los días, llevando en el brazo la alfombrilla en la cual debía arrodillarse; las que, en fin, corrían a la calle cuando sonaba la música anunciadora del bando que el señor Gobernador hacía leer en las cuatro esquinas de la plaza.

Pero las dos chicuelas no gozaban por igual del favor y afecto de la augusta señora, que ya comenzaba a hablar de legados. Era la preferida la mayor, la Juanita, por su inocencia, su devoción y respetuoso amor por Doña Ramona. No así la Carmencita, un tanto revoltosa y más dada a ciertos placcrcillos mundanos, que daban mala espina a la ilustre dama.

Andando el tiempo, la Juanita llegó a ser el alma de la casa, y Doña Ramona depositó en ella toda su confianza.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Ejército de Carámbano

José Fernández Bremón


Cuento


Hacía muchos años que no veía a mi amigo Carámbano; pero conservaba muchos recuerdos de sus extravagancias: últimamente me habían dicho que su familia le había llevado a un manicomio. Calculen ustedes la sorpresa con que me lo encontraría suelto en una calle de Madrid, y la desconfianza con que recibí sus abrazos y sinceras demostraciones de amistad.

—Tenemos que hablar mucho —me dijo después de terminados los saludos—. ¿Tienes mucha prisa? Sentémonos en aquel banco: sé que escribes algo, y quiero comunicarte un proyecto que pienso presentar a las Cortes. Ya sabes que siempre nos hemos entendido.

Le di las gracias por el favor y nos sentamos.

—¿Es algún proyecto económico?

—Sí: quiero economizar sangre.

—Vamos. ¿Tienes alguna receta contra el cólera?

—No —repuso Carámbano poniéndose muy serio—. Se trata de una revolución en la ciencia de la guerra: de evitar el reemplazo: de trasformar las armas: de conquistar el universo.

La actitud pacífica de mi amigo me había tranquilizado; pero aquellas palabras me pusieron en guardia.

—Siento decirte que tengo alguna prisa —exclamé al oír aquel exordio.

—La vida es larga —repuso el loco—, y mi proyecto corto: te advierto además que he decidido que me escuches.

—Eso es otra cosa.

—Pues, entonces, continúo: ¿has visto en el circo de Price los toros amaestrados que se exhiben estas noches?

—No: pero he visto monos, elefantes, perros, cabras y otros muchos animales domesticados.

—Perfectamente: entonces estarás convencido de la superioridad del hombre sobre toda clase de animales, y del escaso número de ellos que aprovecha para su bienestar. Es un absurdo creer que dominamos el planeta, mientras haya leones y tigres en la selva, mientras el rinoceronte haga su capricho en los bosques africanos y la pantera aceche en Java al viajero extraviado.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Futuro Dictador

José Fernández Bremón


Cuento


Discutirán los oradores, gritarán hasta los mudos, se harán ridículos todos los sistemas de gobierno, y el órgano del entusiasmo desaparecerá del cerebro de los hombres. «¿Qué hemos hecho?», dirán todos cruzándose de brazos. Pero sólo comprenderán lo que han deshecho. Habrá ??? semanales y gobiernos por horas como los coches de alquiler. El poder será un columpio donde todos suban y bajen meciéndose por turno.

Pero un día pregonarán los ciegos esta Gaceta extraordinaria:


Los accionistas de la compañía anónima El ??? universal han decidido nombrar gerente perpetuo del país al opulento banquero don Próspero Fortuna. La compañía indemnizará a los agraviados: colocará en sus oficinas a todos los escritores que tengan buena letra: adelantará fondos a los hombres de palabra, repartiendo a ??? acción un dividendo: serán satisfechos los atrasos de las clases superiores y se mejorará el rancho de las tropas; sí, ciudadanos, nuestros soldados almorzarán café con leche.

La compañía iluminará por su cuenta la población, para que se vea mejor vuestra alegría.

Madrileños:

Las fiestas durarán tres días: id a los teatros: entrad en los cafés: pedid cubiertos en las fondas: paseaos en los coches de alquiler: tomad lo que se venda: todo está pagado. ¡Viva don Próspero Fortuna!


La Gaceta caerá en Madrid como una bomba. Oigamos a los periódicos de entonces. Fragmentos de un artículo doctrinal de La ???, periódico muy serio:


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Torre Inclinada de Pisa

Narciso Segundo Mallea


Cuento


La familia de V. estaba de duelo. Había muerto su jefe. Las empresas de pompas fúnebres habían acudido en tropel a ofrecer sus servicios y en un santiamén se transformó en cámara mortuoria la mundana sala o recibimiento de la casa. Los muros fueron cubiertos con grandes paños de terciopelo negro y echáronse telas funebres a porfía sobre cuanto trasto no fué posible sacar de la amplia sala. En el centro estaba el costoso ataúd rodeado de altos candelabros de bronce. Por la mirilla de la tapa se veía la cara del "Tacaño" —que así apodaban las gentes al muerto— blanca, no cárdena, marfilinamente blanca.

Mariquita P. sabía por propia experiencia que a la ocasión la pintan calva, y tan luego supo la muerte de su vecino, se dijo: esta no se me escapa...

Pisaba ya los 40 y, aunque no hermosa, era atrayente: alta, delgada, con grandes ojos almendrados y unos dientes que ella sabía eran hermosos. No era ya caso de esperar; sus amigas de la infancia eran algunas abuelas. Mucho espulgó; perdió ocasiones que más tarde diéronla pena. No había más remedio que aguantar la pócima que antes no quiso apurar: el tendero Ramírez.

Ella sabía que el tendero la quería y que de ella dependía su unión con él; que sólo debía ir denodadamente contra la timidez de aquel hombre sencillo... No era, por otra parte, Ramírez un partido despreciable. Rico, con treinta años de residencia honesta en el paísqué mejor contrapeso para su tilde de viejo y feo? Los dos eran amigos de la familia del muerto y debían encontrarse en el velorio.

Cuando Mariquita entró en la capilla ardiente vió a Ramírez en un rincón todo compungido, y le dirigió una mirada llena de coquetería que turbó al ingenuo comerciante.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

En el Cuerpo de un Amigo

José Fernández Bremón


Novela corta


I. El pacto

—¿Cree usted en el diablo?

—¡Vaya una pregunta!

—Tengo una idea peregrina; me falta un año para emanciparme del curador y entrar en posesión de mis bienes: hasta entonces no podré realizar mi matrimonio con Clotilde, ni entrar en su casa, cuyas puertas me ha cerrado su madre, y no teniendo en qué emplear estos doce meses, se me ha ocurrido pasarlos en el cuerpo de usted.

—Luciano, ¿se ha vuelto usted loco?

—No lo sé fijamente, don Braulio; pero hace un rato me seduce este pícaro pensamiento. Estoy cansado de ser joven: me miro al espejo y veo siempre el mismo rostro: me toman todos por informal y distraído, y quisiera ser persona de respeto, al menos por una temporada. Si usted me prestase su cuerpo, yo le cedería el mío durante un año. Nuestras almas mudarían de alojamiento; podría realizar el ideal de los viejos, ser joven y lo pasado pasado, y yo entraría triunfalmente en los salones de mi enemiga, preparándome con una vida normal y sosegada al bienestar que unido a Clotilde me promento.

Don Braulio se sonreía. Luciano prosiguió:

—Por eso le preguntaba a usted hace un momento: ¿cree usted en el diablo?


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Cena de un Poeta

José Fernández Bremón


Cuento


Cuando Arturo concluyó su última redondilla tenía mucha hambre, pero no había en su chiribitil sino algunos tomos de poesías, y el Diccionario de la lengua roído por los ratones; para colmo de dolor se elevaban de todas las cocinas de la vecindad vapores apetitosos. Era la noche de Navidad. Arturo, que hasta entonces sólo había pedido inspiración a las Musas, suplicó rendidamente a las nueve hermanas que le diesen de comer.

—Ya sabéis —dijo mentalmente para conmoverlas— que no tengo más familia que vosotras.

Después, como tenía fe en la poesía, se asomó a su elevada ventana y esperó, fijando la vista en la chimenea más cercana para ver si distinguía algo entre las columnas de humo, pues sabido es que el humo es el correo con que se comunican los de abajo y los de arriba.

¡Oh sorpresa! A pesar de la actividad que reinaba en todos los fogones, que atestiguaban excitantes olorcillos, y el escandaloso estruendo de los fritos, y las graves cadencias de las cacerolas, la chimenea no humeaba. Pero había una razón: estaba cubierta por una especie de globo metálico que terminaba en un tubo retorcido, que se extendía en espiral cayendo después entre las tejas. ¿Quién interceptaba aquel humo? Arturo calculó la dirección y longitud del canal de hierro, y no tuvo la menor duda de que los gases eran conducidos a la habitación inmediata, la única guardilla vividera que había al lado de la suya, residencia de un profesor jubilado, cuya obesidad contrastaba con la pobreza en que vivía.

El poeta se indignó de aquel abuso no previsto por las leyes; cortar los humos a una casa, encarcelar lo más libre de la naturaleza, quitar a un habitante de la guardilla lo único que pasa por delante de su ventana era un atentado, y resolvió pedir cuenta a su vecino.

—¿Quién? —dijo éste desde su cuarto al sentir que llamaban a su puerta.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Bolsillos de los Muertos

José Fernández Bremón


Cuento


Pedro Chapa había sido conserje de un cementerio, y estaba rico: vivía retirado y habíamos adquirido mucha confianza. Todas las noches tomábamos juntos el café, y gustaba de narrarme, entre sorbo y sorbo, y taza tras taza, algunos episodios de su vida sepulcral, que así llamaba al período de tiempo que pasó siendo vecino de los muertos.

—Aquí inter nos —le pregunté una noche—, ¿ha violado usted muchas sepulturas?

Chapa respondió sonriéndose:

—Una sepultura es como una carta cerrada; pocos curiosos resisten a la tentación de abrir algunas, y soy algo curioso.

—La verdad es —le dije aparentando pocos escrúpulos para animarlo— que de nada aprovechan a los muertos las alhajillas con que les adornan.

—Está usted equivocado; ya no hay esa costumbre: puedo asegurarle a usted que en todos los cadáveres que he registrado no he hallado más alhaja que aquel reloj, olvidado sin duda en el bolsillo de un chaleco por no tener cadena.

Y Pedro descolgó de la relojera una saboneta de oro.

—Está parada —dije examinándola—; ¿por qué no le da usted cuerda?

—Es inútil: no anda.

—Llévela usted a un relojero.

—Sepa usted que este reloj ha recorrido las mejores relojerías de Madrid: todos los artífices me han dicho: «La máquina es muy buena: todas las piezas están completas y sin lesión, y sin embargo, el mecanismo no funciona. No sabemos en qué consiste».

—No he visto mayor anomalía...

—Yo sé en qué consiste: este reloj no está parado, sino muerto, y marca su última hora.

—¿Cree usted que esos objetos mueren?

—A todas las máquinas les llega su última enfermedad, que no tiene compostura. En fin, no pudiendo componer el reloj, lo colgué de este clavo, y aquí yace —dijo Chapa colocándolo en su sitio.


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5 págs. / 10 minutos / 18 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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