A Nicaragua
A la República Argentina
R. D.
Prefacio
Podría repetir aquí más de un concepto de las palabras liminares de
Prosas profanas. Mi respeto por la aristocracia del pensamiento, por la
nobleza del Arte, siempre es el mismo. Mi antiguo aborrecimiento a la
mediocridad, a la mulatez intelectual, a la chatura estética, apenas si
se aminora hoy con una razonada indiferencia.
El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América, se propagó
hasta España y tanto aquí como allá el triunfo está logrado. Aunque
respecto a técnica tuviese demasiado que decir en el país en donde la
expresión poética está anquilosada a punto de que la momificación del
ritmo ha llegado a ser un artículo de fe, no haré sino una corta
advertencia. En todos los países cultos de Europa se ha usado del
hexámetro absolutamente clásico sin que la mayoría letrada y sobre todo
la minoría se asustasen de semejante manera de cantar. En Italia ha
mucho tiempo, sin citar antiguos, que Carducci ha autorizado los
hexámetros; en inglés, no me atrevería casi a indicar, por respeto a la
cultura de mis lectores, que la Evangelina de Longfellow, está en los
mismos versos en que Horacio dijo sus mejores pensares. En cuanto al
verso libre moderno..., ¿no es verdaderamente singular que en esta
tierra de Quevedos y de Góngoras los únicos innovadores del instrumento
lírico, los únicos libertadores del ritmo, hayan sido los poetas del
Madrid Cómico y los libretistas del género chico?
Hago esta advertencia porque la forma es lo que primeramente toca a
las muchedumbres. Yo no soy un poeta para muchedumbre. Pero sé que
indefectiblemente tengo que ir a ellas.
Cuando dije que mi poesía era mía, en mí sostuve la primera condición
de mi existir, sin pretensión ninguna de causar sectarismo en mente o
voluntad ajena, y en un intenso amor a lo absoluto de la belleza.
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