Textos más populares esta semana publicados el 14 de marzo de 2017 | pág. 2

Mostrando 11 a 13 de 13 textos encontrados.


Buscador de títulos

fecha: 14-03-2017


12

Matías Sandorf

Julio Verne


Novela


A ALEJANDRO DUMAS

Os dedico este libro, dedicándole también a la memoria del narrador del mismo Alejandro Damas, vuestro padre. En esta obra he intentado hacer de Matías Sandorf el Montecristo de los Viajes extraordinarios. Os ruego aceptéis la dedicatoria como un testimonio de mi profunda amistad.

JULIO VERNE

* * *

RESPUESTA DE M. A. DUMAS

QUERIDO AMIGO:

Estoy muy conmovido por el buen pensamiento que habéis tenido al dedicarme MATÍAS SANDORF, cuya lectura comenzaré a mi vuelta, el viernes o sábado. Tenéis razón al asociar en vuestra dedicatoria la memoria del padre a la amistad del hijo. Nadie se hubiera encantado tanto como el autor del MONTECRISTO con la lectura de vuestras creaciones luminosas, originales, seductoras. Hay entre vos y él un parentesco literario tan evidente, que vos, más bien que yo, sois hijo suyo. Os amo desde hace tanto tiempo, y con el mayor placer me considero vuestro hermano.

Os doy gramas por vuestro perseverante afecto, y os aseguro una vez más, y con el mayor cariño, mi fina amistad.

A. DUMAS

Primera parte

I. La paloma mensajera

Trieste, la capital de la Iliria, se divide en dos ciudades diferentes: la una nueva y rica, Theresienstadt, correctamente edificada en la orilla del pequeño golfo sobre el cual el hombre ha conquistado su suelo; la otra vieja y pobre, irregularmente construida, encerrada entre el Corso, que la separa de la primera, y las pendientes de la colina del Karst, cuya cima está coronada por una ciudadela de aspecto pintoresco.


Información texto

Protegido por copyright
497 págs. / 14 horas, 30 minutos / 157 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Martín Paz

Julio Verne


Cuento


I. Españoles y mestizos

El dorado disco del sol habíase ocultado tras los nevados picos de las cordilleras; pero a través del transparente velo nocturno en que se envolvía el hermoso cielo peruano, brillaba cierta luminosidad que permitía distinguir claramente los objetos.

Era la hora en que el viento bienhechor, que soplaba fuera de las viviendas, permitía vivir a la europea, y los habitantes de Lima, envueltos en sus ligeros abrigos y conversando seriamente de los más fútiles asuntos, recorrían las calles de la población.

Había, pues, gran movimiento en la plaza Mayor, ese foro de la antigua Ciudad de los Reyes. Los artesanos disfrutaban de la frescura de la tarde, descansando de sus trabajos diarios, y los vendedores circulaban entre la muchedumbre, pregonando a grandes voces la excelencia de sus mercancías. Las mujeres, con el rostro cuidadosamente oculto bajo la toca, circulaban alrededor de los grupos de fumadores. Algunas señoras en traje de baile, y con su abundante cabello recogido con flores naturales, se paseaban gravemente en sus carretelas. Los indios pasaban sin levantar los ojos del suelo, no creyéndose dignos de mirar a las personas, pero conteniendo en silencio la envidia que los consumía. Los mestizos, relegados como los indios a las últimas capas sociales, exteriorizaban su descontento más ruidosamente.

En cuanto a los españoles, orgullosos descendientes de Pizarro, llevaban la cabeza erguida, como en el tiempo en que sus antepasados fundaron la Ciudad de los Reyes, envolviendo en su desprecio a los indios, a quienes habían vencido, y a los mestizos, nacidos de sus relaciones con los indígenas del Nuevo Mundo. Los indios, como todas las razas reducidas a la servidumbre, sólo pensaban en romper sus cadenas, confundiendo en su profunda aversión a los vencedores del antiguo Imperio de los incas y a los mestizos, especie de clase media orgullosa e insolente.


Información texto

Protegido por copyright
54 págs. / 1 hora, 34 minutos / 145 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Historias de Jean Marie Cabidoulin

Julio Verne


Novela


Capítulo I. Partida retrasada

¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?

—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.

—Es gran contrariedad.

—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.

—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?

—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.

—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.

—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.

—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?

—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.

Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?

—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.

—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.

—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.

Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.

—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.


Información texto

Protegido por copyright
166 págs. / 4 horas, 51 minutos / 145 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

12