Textos más populares esta semana publicados el 17 de diciembre de 2020 | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 31 textos encontrados.


Buscador de títulos

fecha: 17-12-2020


1234

El Rey de Nieve

José Zahonero


Cuento


Á Rosarito Labra.

I

Muy señora mía, de mi mayor consideración: Es necesario que abandone V. por un momento sus cacerolitas de hoja de lata, las faenas domésticas de su casa de muñecas; pare V. los traviesos piececillos (esos piececillos que zapateando por el severo despacho de papá, repiquetean en el pavimento de un modo tan vivo que semeja el redoble de un tamboril), y se ocupe de V. del tiempo frío que corre ó que nos obliga á correr en este Diciembre.

Ea, pues: un poquito de atención, que allá va un cuento blanco como la nieve que le inspira con su argentado esplendor, é inocente con esa inocencia de medio perfil que oculta del otro lado tantas picardigüelas, como pueda expresar una hermosa y alegre carita que yo me sé y V. conocerá por el espejo.

Sin más por hoy, diré que me coloco á sus piés, y no los beso porque asustaría con tal acción, pues sería mucho beso para cosa tan menuda, porque los dos piececillos juntos apenas hacen una almendra de tamaño regular. Suyo afectísimo, etc…

II

Se llevaban las gentes los enrojecidos dedos de la mano á la boca, con porfía de golosos, y bailaban como si tuvieran hormiguillo.

Nevaba á más y mejor.

Madrid se había dado polvos de arroz; los faroles habían aparecido con gorros de dormir; los árboles habían envejecido en una noche y tenían bigotes blancos y canas en la cabeza; el cielo parecía de nácar, con tornasoles amoratados; el suelo de plata, y toda perspectiva, por su mate trasparencia, un paisaje de pantalla.

Solo los pobres y los pájaros estaban tristes: aquellos, porque siempre terriblemente lo están, y estos, porque no hallaban punto donde fijarse. Volaban á la tierra y sentían en sus patitas el frío de la nieve; y ¡zás! al tejado; apenas se posaban en él, á otra parte, viéndose condenados á volar de aquí para allá.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 60 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Nido de Luz

José Zahonero


Cuento


Á Enriqueta.

I

Frente por frente de mi casa vive un joven escritor.

Es pobre, me consta, y es feliz, lo infiero.

Me consta que es pobre, porque le veo volver á su casa con el rollo de papeles que sacó al salir, y vuelve triste; además, su nombre no es muy conocido. Debe ser dichoso mi vecino, porque… porque lo infiero así por cierto estudio que desde mi ventana hice mirando indiscretamente; mejor dicho, acechando su vida y costumbres.

Su casa es original, todos cantan en ella; la mujer canta, canta su hija, canta su criada, y él á veces atruena la vecindad con su voz áspera, con pretensiones de sentimental.

Veo por las noches su lámpara encendida, el montón de libros que coloca sobre su mesa de trabajo y la multitud de blancas cuartillas que aparecen esparcidas en desorden sobre la mesa y los libros.

Le veo ir y venir; unas veces se sienta y escribe, luego vuelve á su paseo, se detiene, piensa; abre este, el otro libro, mira al techo, se muerde las yemas de los dedos, emprende de nuevo su faena con la pluma, y en muchas ocasiones rasga en menudos pedacitos las cuartillas escritas.

En casos tales, su tristeza es profunda, tal vez duda de sí mismo, recuerda al empresario que no paga justamente el trabajo, al lector indiferente, que ni sabe ni quiere saber tal vez lo que lee, al crítico petulante que injuria y escarnece al autor. Sin duda este pobre literato, sin duda mi vecino se halla en la impotencia y teme no hallar carne ni hueso á que infundir un alma, palabras apropiadas en las que guardar encendidas ideas, ó en que ocultar candentes sentimientos generosos; lucha el escritor con la obra que resiste á la inspiración y al tenaz empeño del obrero, como la piedra al mazo y al cincel.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 49 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Maestrín

José Zahonero


Cuento


I

El sol, el hermoso y espléndido sol, iluminaba con brillo y magnificencia; era aquella la más bella mañana de Mayo. La luz prestaba visos de raso á los espesos campos de trigo, altos ya y verdes aún, vigorizaba los indecisos colores de la tierra, teñía de bronce oscuro y férreo morado los montes, hacía saltar vivo centelleo de las fuentecillas y riachuelos y en ondas y cintas de fuego, chispas y deslumbradores reflejos, caían sus rayos sobre las tersas aguas de la bahía.

Margarita miraba con alborozo infantil aquella bailadora superficie, aquel mar claro y terso sobre el cual resaltaban inmóviles los buques, de modo que hubiera podido decirse que, en vez de anclas, habían echado cimientos, convirtiéndose en casas ó que aprovechaban aquella dulce paz para reposar de sus viajes y de sus combates con las tempestades; veíanse los cascos oscuros, las arboladuras rectas, sin que por unos ó por otras se indicasen la menor ondulación ni el menor vaivén. Cuando por acaso viraban, hacíanlo tan imperceptiblemente como cambia de postura quien duerme sueño tranquilo y profundo. El viento, muy suave, volvía sus proas.

Como los pajarillos, van de un vuelo de esta á la otra rama, pero sin salir á cortar largo espacio bajo aquel sol ardiente, iban los botes y lanchas de uno á otro navio.

Margarita tenía echada la cortina blanca de listones azules sobre su balcón, y en él cosía mirando y remirando por debajo de la cortina al puerto y al muelle.

En este, un bullicioso desconcierto de voces de niños alegraba el alma. Eran los que producían aquel bullicio, pilluelos de la playa, diablos del mar de los que se revuelcan y saltan por la arena, rebuscan sus conchas y caracolillos; pescan mariscos en las ásperas rocas, se zambullen al fondo como buzos y nadan como peces.


Leer / Descargar texto

Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 48 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Chino del Abanico

José Zahonero


Cuento


I

Á la Sra. Marquesa de Valdegamas.


No tiene media pulgada de altura; su carita redonda es menor que un botón de camisa; va lindamente vestido; habita en un hermoso país, no lejos de un kiosco de campanillas con picos y cuernos chinescos junto á un bosquecillo de árboles frutales y en un espacio alfombrado por verde esmeralda cortado por la franja plateada de un arroyuelo y bordado por hierbezuelas aplastadas en forma de estrella; en lontananza se ven las azules montañas sobre las cuales luce un rojizo esplendor que lo mismo puede ser el brillante anuncio de la aurora como el último fulgurar del sol poniente.

Thong-Thing es feliz, pero ha estado á punto de perder su dicha para siempre.

Ya había él leído antes de salir de Pekin que no hay nadie en el mundo contento con su suerte. Y en esto se pasaba pensando la mayor parte del tiempo.

Yo quería viajar (se dijo un día), recorrer todos los países, pero sin abandonar el mío, sin salir de mi casa, véase que locura; y sin embargo, nada le era difícil al sabio Kungo Kunquin, y me redujo al tamaño que hoy tengo, y de igual manera redujo mi casa, mi huerto, mi país á una medida proporcional á la mía, hizo lo propio con Mininga, con mis hijos, con mis criados y mis amigos, y puso todo y nos puso á todos en un abanico, y por arte de su magia hemos recorrido medio mundo sin salir de país chino. Pero francamente me aburro, quiero ver las cosas más de cerca y he de aventurarme á correr riesgos y sorpresas. Mininga está, como se ha visto, muy entrenida asomada al mirador, y no bien se duerma la niña, nuestra dueña que de continuo nos zarandea de uno á otro lado ó nos priva de la luz cerrando bruscamente el abanico, me escaparé. ¡Vaya si me escaparé!


Leer / Descargar texto

Dominio público
12 págs. / 21 minutos / 47 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Marinita Peregrina

José Zahonero


Cuento


I

Fue rubia y blanca; pero el oro de sus cabellos se volvió de un tinte trigueño, y la blancura de su rostro se cambió en pálido con manchas amoratadas. Iba de aquí para allá pidiendo limosna; pero un día se atrevió á salir de un país donde no hallaba socorros. Figuraos una hojita que, desprendida del árbol, es arrastrada con el polvo por el viento y marcha á merced de los caprichos de su soplo, violento unas veces, leve otras; así marchaba Marinita por un camino abierto en el valle, como si el viento la impulsara, caminando de prisa, parándose bruscamente y volviendo á emprender su paso.

Aunque ya se hacía sentir el frío del invierno, aún había algunos hormigueros abiertos, y cerca de una piedra descubrió uno, chiquito como un dedal, y paróse á contemplarle, cuando de pronto empezaron á caer del cielo gruesas gotas de agua, que mojaron el roto y ligero vestido de la niña y humedecieron sus carnes.

Entonces la niña, acobardada, miró alrededor por ver si descubría donde guarecerse, y no halló una casa, ni una choza, ni una roca, ni un árbol, y bajó sus ojos para mirar al hormiguerito, y pensó:

—¿Por qué harán las casas sobre la tierra y no como las hormigas, en la tierra? Sería más fácil esto. Bastaría un agujerito en el suelo.

Pensando así, y disponiéndose á continuar su camino, dirigió una mirada de despedida al hormiguero, y no le halló, se había cerrado.

—¡Quién fuera tan pequeñita, tan pequeñita como una hormiga! —dijo compungida Marinita Peregrina.

II

La lluvia había cesado, pero el viento no; y la niña que tenía sus vestidos y su cuerpo empapados, tiritaba de frío.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 39 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Envoltura

José Zahonero


Cuento


I. Mariano ríe

Los mineros del «Pozo Margarita» cobraban el sábado su exiguo jornal á razón de dos pesetas diarias, una para vivir ellos durante la semana y otra para sus familias que habitaban en las aldeas de los alrededores de la mina y en los arrabales pobres de la ciudad.

Eran hombres de manos ásperas y fisonomías rudas; vestían mal y se alimentaban con miserables ranchos de patatas y bacalao y algunos con puchero tan repleto de garbanzos cuanto escaso de carne; no obstante, aquellos hombres trabajaban gastando sus fuerzas en buscar la riqueza oculta bajo la tierra, se hundían en los pozos como en una fosa, para ellos no alumbraba el sol, pasaban el día en la oscuridad ó á la débil luz de una lámpara; el aire puro del campo, impregnado de aromas, no vivificaba sus pulmones constantemente obligados á una asfixiante atmósfera y exponían su vida bajando por las gargantas del pozo y caminando por galerías profundas con peligro de ser aplastados por un desprendimiento ó un hundimiento. Su deber era penetrar todos los días en una sepultura, que tal vez se cerrara para ellos; ésto que para nosotros es suelo que pisamos fijando los ojos en el espacio azul, era para ellos un cielo.

Llegar á lo alto, donde crecen las menudas briznas de hierba, costábales verificar un escalamiento fatigador y peligroso. Miraban á la región de las flores, en la que todos vivimos indiferentes, con la consoladora ilusión con que miramos nosotros á la región de las estrellas.

El sábado había llegado, pero dióse aquel sábado una novedad que llamó la atención de todos los trabajadores.

—¿No sabes, Mariano, que ha venido á la mina el señor Midel con su hija? —dijo un minero á otro.

—El Sr. Midel, Pedro, es el amo principal.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Pocita de la Rosa

José Zahonero


Cuento


I

Tan limpio como podéis dejar un espejo echándole vuestro aliento y pasando luego por el empañado cristal un lienzo, quedó una mañana el cielo al soplo de la brisa. El sol alumbraba con luz intensa, y á ella debían los erguidos árboles su tono de vivo colorido, y por ella lucía su hermosura una rosa, Rosa fuego, colocada en lo más alto de un espléndido rosal.

Que no me vengan á mí con razones que nieguen cosas, que aunque no las sé me las sospecho desde hace mucho tiempo. ¡Cómo que había de estarse aquella rosa sin su coquetería correspondiente siendo bella á no pedir más! Y mucho que presumía dejándose mecer suavemente por la brisa como una linda criolla en su hamaca, en tanto le hacían el rorro dos importunos moscardones y andábale á las vueltas, para plantarle un beso al descuido, una blanca y aturdida mariposa.

¿Quién sabe lo que la flor soñaría?

Tal vez le pareciera poco elevado el puesto en que se hallaba, que es propio y natural en los afortunados no estar jamás satisfechos con la suerte y aún es más insaciable el deseo de ostentación en los vanidosos.

Pues ni más ni menos; lo que os digo. Rosa fuego soñaba para sí en mayor fortuna. «¡No puede menos, se decía; he de estar yo destinada á grandes cosas; segura estoy en que he de coronar la cabeza de alguna dama menos bella que yo, pero á quien yo haré más bella que todas las otras damas; tal vez me arrebate un príncipe para hacer conmigo un delicado obsequio á alguna reina; tal vez me cante algún poeta; pero no he de estar mucho tiempo prendida á este rosal insociable que hiere con sus espinas á cuantos se acercan á admirar mis colores y aspirar mi fragancia; no he de vivir yo como mis hermanas enorgullecidas con lo que son! Ya me canso de ver siempre lo mismo. ¡Oh, qué desgraciada soy aquí presa; qué feliz he de ser en un solo día, pasando de mano en mano haciendo abrirse todos los ojos de admiración!»


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 37 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Saragüete de los Ratones

José Zahonero


Cuento


I

¡Vaya una despensa que habitaba no hace mucho, una familia de ratones!

De Jauja puede uno reirse pensando en tan provisto lugar; allí había perniles, chorizos y uvas pendientes del techo; grandes cajas de jalea, un número prodigioso de quesos manchegos, y galletas, y pastas que no había más que pedir.

Formadas en hilera, lustrosas y relucientes, veíase un batallón de botellas, con morriones plateados las del Champagne, etiquetas doradas y elegantes por bandas y petos, con monteras de oro las que contenían vinos generosos, y bonetes encarnados las del vino de mesa; y tan soberbia legión parecía por su esbelta presencia dispuesta á llevar á cabo los más gloriosos finales de un banquete.

Con decir que en aquella despensa no faltaba ni mazapán, ni turrón, que había sacas de azúcar, y que de vez en cuando se guardaba en ella algún que otro pastelón, hemos dicho lo bastante para comprender la sabiduría que el viejo patriarca de una familia de ratones tuvo al elegir por morada lugar de tal abundancia y riqueza.

Sí, señor; allí se habían bonitamente colocado, abriendo un agujero por detrás de una panzuda olla de manteca, toda una familia de ratones, padre, madre, hijos y parientes políticos.

El lugar era á propósito; pintábase en el suelo de la semi-oscura despensa un disco de luz que parecía una luna llena; pero sí que los ratones eran tontos; desde luego comprendieron que aquel redondel luminoso no era, ni mucho menos, la luna, sino la luz que penetraba por una gatera; ergo había gato en la casa; de aquí la necesidad de andarse con precaución.

¡Qué fortuna haber hallado lugar tan espléndido! No carecía de peligros; pero, ¿qué riqueza se encuentra sin graves riesgos? ¿qué tesoro sin miedo y sobresaltos?

El viejo ratón lo inspeccionó todo antes de permitir que saliera á recorrer sus posesiones su codiciosa familia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 36 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Gorrión Estudiante

José Zahonero


Cuento


I

Es muy laudable en todos el deseo de instruirse y si este deseo impulsa á ejecutar aquello que á la instrucción conduzca, la alabanza ha de ser mayor, porque es muy merecida. Pues señor, en pueblecillo próximo á Madrid, San Fernando, según yo creo, uno de los Carabancheles, según dicen otros autores, si bien disputan sobre si en el de Arriba ó en el de Abajo, nació un gorrioncillo muy listo. Por lo que de él parloteaban ciertos pajarillos, parece que el tal era hijo de un pájaro sabio, admiración de las gentes en las ferias, pues con su pico sacaba de un puchero adivinanzas y profecías y habría llegado á mayores habilidades si el amor no le hubiera hecho fugarse de su jaula y huir con una pajarilla á poner nido como un pájaro cualquiera.

Y de esta calaverada nació el gorrión de mi cuento. Como el talento se hereda, cuando ya pudo volar y ya piaba claro, pensó el pajarillo en seguir una carrera; quiero decir, en tender el vuelo en una dirección determinada y con un propósito decidido.

El veía en el suelo la hierbecilla refrescada por millares de pequeñas y lucientes gotitas de rocío; veía en los árboles los botones que en las ramas anunciaban el comienzo de la primavera á la claridad de la mañana, teñida ya por el rubor rosado de la aurora; miraba ondular como un mar los crecidos y verdosos trigos; sentía correr, produciendo glú glú constante y alegre, una fuente próxima y el pío pío de unos polluelos que se hacían lugar bajo las alas de la gallina madre, y como clarines de guerra oía sonar el canto de los gallos. Y pensó:

—¡Qué grande es el mundo! ¡Pero á bien que yo tengo alas y pronto le correré!


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 88 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cartouche

José Zahonero


Cuento


Á D. Manuel Pardo Regidor.

I

Tomasillo y Antoñico andaban por sendas, caminos y veredas, unas veces pisando la nieve ó sobre el hielo, y otras recibiendo los ardientes rayos del sol de Julio, mendigando en invierno y espigando por los rastrojos en verano, y siempre picoteando los desperdicios de las aldeas ó de las eras, sin otro amigo ni otra ayuda que la compañía de un perrillo feo y flaco, de nombre Chusco.

Noche tras noche, y día tras día, pasaban los huerfanillos y el perro rebuscando leña que robar en el monte, mendrugos que recoger en las aldeas y uvas y espigas que cosechar en el campo.

Se les veían las carnes por los jirones de sus camisillas raídas y de sus calzones rotos, y sus piececillos se arrecían de frío sobre el hielo ó se abrasaban en la arena de la llanura, y las guijas y pedruscos les herían sus plantas como las zarzas punzaban sus carnes.

Pero casi nunca estaban tristes, porque Chusco, su compañero, era un perro que acreditaba tal nombre y correteando unas veces, ladrando sin causa ni motivo otras, y haciendo mil diabluras, les recordaba el jugueteo y les provocaba al retozo.

Llevóles su buena estrella, que hasta entonces sin duda no comenzó á lucir, á la puerta de un soberbio palacio de la ciudad, construido todo él de piedra, que en puertas y ventanas, aparecía, por los dibujos elegantes y sutiles calados, no de piedra, sino de finísimo papel recortado con tijeritas de bordar.

Dispúsose un criado á llenarles el zurrón de mendrugos y á darles dos grandes cazuelas de sobras de comida, cuyo olor había de tener gran fuerza en la nariz de Chusco, pues no bien le llegó al hociquillo, debióle recorrer por todo el cuerpo, puesto que le salía la satisfacción por el rabo; tanto lo agitaba con vivo movimiento de un lado á otro y de arriba abajo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 58 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

1234