Textos por orden alfabético inverso publicados el 19 de marzo de 2017 | pág. 2

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fecha: 19-03-2017


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La Bola de Nieve

Alejandro Dumas


Novela


I. Cuarenta grados a la sombra

Como un canto de difuntos de un esplendoroso día de mayo que acaba de borrarse con destino a la eternidad, así se lamentaba la voz triste y sonora del almuédano.

—¡Por Alá! ¡Qué calor hace en Derbent! Sube a la azotea, Kassim, y observa si el sol ya se oculta tras las montañas. ¿Está todo rojo por poniente? ¿Hay alguna nube en el cielo?

—No, tío; hacia el ocaso todo sigue tan azul como los ojos de Kitshina. El sol se acuesta en toda su majestad, como una rosa flamígera incrustada en el pecho del atardecer: ni siquiera su última mirada sobre la tierra dispone de una sutil bruma que traspasar. Ya ha desplegado la noche su abanico de estrellas; ya se ha hecho la oscuridad.

—Sube, sube hasta la azotea, Kassim —exclamó la misma voz—, y fíjate bien, a ver si se desprende el rocío del cuerno de la luna. ¿No se oculta tras el arco iris nocturno, igual que una perla en su irisada concha?

—No, tío; la luna parece flotar en medio de un océano azulado, y baña el mar con lenguas de fuego. Los tejados están tan secos como las estepas del Mogán, y los escorpiones corretean por ellos, tan felices.

—O sea —añadió el viejo, con un suspiro— que mañana hará tanto calor como hoy. Kassim, lo mejor será que tratemos de dormir.

El viejo se durmió y soñó con el dinero que atesoraba. Su sobrina hizo lo propio, pero sus sueños eran los propios de una muchacha de dieciséis años en cualquier lugar del mundo, es decir, tenían más que ver con el amor. Toda la ciudad se entregó al descanso, contemplando en sueños cómo Alejandro Magno construía las murallas que defienden el Cáucaso o forjaba las puertas de hierro de Derbent.

A eso de la medianoche, todo estaba en calma.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Helénicas

Jenofonte


Historia


Prólogo

Jenofonte ha sido siempre conocido y admirado por tres de sus obras: la Anábasis, o expedición de Ciro, la Ciropedia y las Memorias socráticas; pero la gloria que estas obras han proporcionado a su autor, han perjudicado a sus restantes escritos, pues los han oscurecido. Y no es porque no les correspondan, así por el estilo, como por la propiedad del lenguaje, ya por la fluidez y galanura de la narración o por la elevación de sus ideas; antes al contrario, con justicia puede decirse de este autor lo que no puede afirmarse de casi ningún escritor, es a saber: que en cualquiera página que se abra la colección de sus obras, siempre y en todas partes merece el dictado de abeja ática, que ya le dieron sus contemporáneos por su fluidez y gracia en el decir.

Cierto que, así por la importancia del objeto como por el elevado fin que se proponen, son aquellas obras superiores a los pequeños tratados de Jenofonte, el Agesilao, la república ateniense y lacedemonia, la Apología, el Económico, el Comandante de caballería, etc.; pero no puede decirse lo mismo respecto de sus Helénicas, es decir, la historia de Grecia y en especial de la guerra del Peloponeso durante los años 411 a 362, antes de Jesucristo, que escribió nuestro autor como continuación a la de Tucídides. Y, sin embargo, pocos son los que piensen en Jenofonte al mencionarse aquella celebérrima guerra en que, con ardor digno de mejor causa y con lances variadísimos y verdaderamente épicos, se desangraron y desunieron todos los estados, grandes y pequeños, de Grecia, preparando su decadencia y su sujeción al coloso macedonio.


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El Pueblo Aéreo

Julio Verne


Novela


1. UN VIAJE PELIGROSO.

—¿Y el Congo americano? —inquirió Max Huber—. ¿Acaso no falta agregar un Congo americano?

—¿Para qué, mi querido Max?— le contestó John Cort—. ¿Acaso nos faltan grandes extensiones en los Estados Unidos? ¿Qué necesidad hay de colonizar tierras en otros continentes cuando aún tenemos centenares de miles de kilómetros cuadrados de territorio virgen entre Alaska y Texas?

—¡Pero si las cosas continúan así, las naciones europeas terminarán por repartirse África y nada quedará para tus compatriotas!

—Ni los norteamericanos ni los rusos tienen nada que hacer en el Continente Negro —repuso John Cort con acento terminante.

—¿Pero por qué?

—Porque es inútil fatigarse caminando en busca de lo que se tiene al alcance de la mano…

—¡Bah! Ya verás, querido amigo. El Gobierno Federal de los Estados Unidos reclamará uno de estos días su parte en el postre africano.

Si hay un Congo francés, otro belga, y otro alemán, hay un Congo independiente que sólo espera la oportunidad de dejar de serlo. Y a esto cabe agregar la enorme extensión sin explorar que llevamos ya tres meses recorriendo…

—Explorando como curiosos y no como conquistadores, Max.

—La diferencia no es considerable, digno ciudadano de los Estados Unidos —aclaró Max Huber—. Te repito que esta parte de África podría convertirse en una magnífica colonia de la Unión… tiene territorios extraordinariamente fértiles, que esperan tan sólo que se los utilice, bajo la influencia de una irrigación natural de gran generosidad…

—Y un calor igualmente generoso —lo interrumpió John, secándose la transpiración que le bañaba la frente.

—¡Bah! No hagas caso —replicó Max —. Todo es cuestión de aclimatarse. Recién estamos en primavera. Espera que llegue el verano y me dirás.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Náufrago del Cynthia

Julio Verne


Novela


1. El amigo del señor Malarius

Ni en Europa, ni en ninguna otra parte existe, probablemente, un sabio cuya fisonomía sea tan universalmente conocida como la del doctor Schwaryencrona, de Estocolmo. Su retrato, reproducido por los comerciantes al pie de la marca de fábrica en millones de botellas selladas con lacre verde, circula con éstas hasta en los últimos confines del globo.

En honor a la verdad, es preciso aclarar que estas botellas no contienen más que aceite de hígado de bacalao, medicamento apreciable y hasta benéfico, que para los habitantes de Noruega representa todos los años, en buenas coronas, totales de siete a ocho cifras.

En otro tiempo, los pescadores monopolizaban este comercio; pero en la actualidad son más científicos los procedimientos de extracción, y el príncipe de esta industria especial es, precisamente, el célebre doctor Schwaryencrona.

Puede afirmarse que no hay ninguna persona que no haya fijado la atención en el retrato, que con su barba en punta, su nariz corva, sus antiparras y su bonete de nutria constituye un tipo especial. El grabado no será tal vez de los más finos, pero la semejanza es notable; y en prueba de ello, he aquí lo que sucedió un día en la escuela primaria de Noruega, en la costa occidental de Noruega, a Pocas leguas de Bergen.

Acababan de dar las dos de la tarde; los escolares se hallaban en clase en la gran sala enarenada; las niñas a la izquierda, los muchachos a la derecha; y seguían en la pizarra la demostración de una teoría que les enseñaba su profesor, el señor Malarius, cuando de pronto abrióse la puerta y apareció un hombre cuyo traje compuesto de pelliza, grandes botas, gruesos guantes y bonete de nutria, todo guarnecido de pieles, llamó la atención general.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Castillo de los Cárpatos

Julio Verne


Novela


I

Esta historia no es fantástica, es sólo novelesca. ¿Hay que deducir que no es verdadera, dada su falta de verosimilitud? Sería un error. Vivimos en una época en la que todo ocurre; casi se tiene derecho a decir que todo ha ocurrido. Si nuestro relato no es verosímil hoy, puede serlo mañana, gracias a los recursos científicos de que dispone el futuro, y nadie se atrevería a incluirla entre las leyendas. Además, nadie cree ya en las leyendas al final de este práctico y positivo siglo XIX, ni en Bretaña, la comarca de los esquivos korrigans, ni en Escocia, la tierra de los brownies y los gnomos, ni en Noruega, la patria de los ases, de los elfos, de los siífos y de las valquirias, ni siquiera en Transilvania, donde el marco de los Cárpatos se presta de forma tan natural a cualquier evocación psicagógica. Sin embargo, conviene observar que la región transilvana está aún muy apegada a las supersticiones de las primeras edades.

Esas provincias de la extrema Europa fueron descritas por el señor de Gérando y visitadas por Eliseo Reclus. Ninguno de ellos mencionó la curiosa historia en que se basa esta novela. ¿Acaso no llegó a su conocimiento? Quizá sí, pero no quisieron darle crédito. Es muy de lamentar, pues la hubieran contado, el uno con la precisión de un analista, el otro con esa poesía instintiva que impregna sus relaciones de viaje.

Puesto que ni uno ni otro lo hicieron, voy a tratar de hacerlo yo en su lugar.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Castillo de Eppstein

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

Introducción

Ocurrió durante una de esas prolongadas y maravillosas veladas que pasamos, durante el invierno de 1841, en la residencia florentina de la princesa Galitzin. En aquella ocasión, nos habíamos puesto de acuerdo para que cada uno contase una historia, un relato que, por fuerza, había de ser del género fantástico. Todos habíamos narrado ya la nuestra, todos menos el conde Élim.

Era un joven alto, rubio y bien parecido, delgado y pálido también. Mostraba, normalmente, un aspecto melancólico, que marcaba un fuerte contraste con accesos de alocada alegría que en ocasiones sufría, como si de una fiebre se tratase, y que se le pasaban de forma súbita, como un ataque. En su presencia, la conversación ya había versado sobre cuestiones semejantes; pero cada vez que le preguntábamos acerca de apariciones, aunque no fuera más que la opinión que tenía sobre el particular, siempre nos había respondido, con una sinceridad de las que no dejan lugar a dudas, que él creía en ellas.

¿Por qué? ¿Cuál era la causa de aquella seguridad? Nadie se lo había preguntado nunca. Además, en lo tocante a estas cosas, uno cree en ellas, o no, y no resulta fácil dar con una razón que explique el motivo de tal fe o de tal incredulidad. Por ejemplo, Hoffmann pensaba que sus personajes eran todos reales, y no le cabía ninguna duda de que había visto a maese Floh o de que había trabado conocimiento con Coppelius. Por eso, cuando ya se habían contado las más singulares historias de espectros, apariciones y fantasmas, y el conde Élim nos había comentado que creía en ellas, nadie dudó ni por un instante de que así fuese.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Edgar Poe y sus Obras

Julio Verne


Crítica, Biografía


I

Escuela de lo extraño - Edgard Poe y el señor Baudelaire - La existencia miserable del novelista - Su muerte - Anne Radcliff, Hoffmann y Poe - Historias extraordinarias - Doble asesinato en la calle Morgue - Curiosa asociación de ideas - Interrogatorio de testigos - El autor del crimen - El marinero maltés

He aquí, mis estimados lectores, un novelista americano de alta reputación; ustedes conocen su nombre, muchos probablemente, pero pocos su obra. Permítanme por consiguiente contarles sobre el hombre y su obra; ambos ocupan un importante lugar en la historia de la imaginación, porque Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto; se le pudiera identificar como el fundador de la escuela de lo extraño; ha hecho retroceder los límites de lo imposible; él tendrá imitadores. Éstos intentarán ir más allá, de exagerar su estilo; más de uno creerá que le sobrepasará, pero no logrará ni siquiera igualarlo.

Les diré en primer lugar que un crítico francés, el señor Charles Baudelaire, ha escrito, delante de su traducción de las obras de Edgard Poe un prólogo no menos extraño que la propia obra. Quizás este prólogo requeriría a su vez algunos comentarios aclaratorios. Sea como sea, se ha hablado de él en el mundo de las letras; se han fijado en él, y con razón: el señor Charles Baudelaire era digno de explicar al autor americano a su manera y yo no le desearía al autor francés otro comentarista de sus obras presentes y futuras que un nuevo Edgard Poe. Ambos fueron hechos para comprenderse. Además, la traducción del señor Baudelaire es excelente y le tomaré prestado los pasajes citados en el presente artículo.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Dos Años de Vacaciones

Julio Verne


Novela


PRÓLOGO

Muchos Robinsones han despertado ya la curiosidad de nuestros jóvenes lectores. Daniel de Foe, en su inmortal Robinsón Crusoé, ha puesto en escena al hombre solo; Wyss, en su Robinsón Suizo, a la familia; Cooper, en El Cráter, a una sociedad con sus múltiples elementos, y yo en La Isla Misteriosa he presentado a algunos sabios luchando con las necesidades de su penosísima situación.

Se ha escrito también El Robinsón de doce años, El Robinsón de los hielos, El Robinsón de las niñas, y otros; pero con ser tan grande el número de novelas que componen la serie de los Robinsones, no la considero completa, y he creído que para ello sería conveniente publicar un libro cuyos protagonistas fueran algunos jovencitos de ocho a trece años, abandonados en una isla, luchando por la vida en medio de las contrariedades ocasionadas por la diferencia de nacionalidad; en una palabra, un colegio de Robinsones.

Verdad es que en Un capitán de quince años procuró demostrar lo que pueden el valor y la inteligencia de un niño enfrente de los peligros y de las dificultades de una responsabilidad muy grande para su edad; pero se me ha ocurrido después que si la enseñanza contenida en dicho libro ha de ser para muchos provechosa, se hacía necesario completarla.

He aquí los dos motivos que me han impulsado a escribir esta nueva obra, que me permito ofrecer al público bajo el título de: Dos años de vacaciones.

JULIO VERNE.

I

—La tempestad. —Un «schooner» desamparado. —Cuatro muchachos en el puente del «Sloughi». —La mesana hecha pedazos. —Visita en el interior del yate. —El grumete medio ahogado. —Una ola por la popa. —La tierra a través de las nieblas de la madrugada. —El banco de arrecifes.


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Cómo Distinguir a un Adulador de un Amigo

Plutarco


Tratado, Filosofía


1

Platón dice, querido Antíoco Filópapo, que todos perdonan al que declara amarse mucho a sí mismo, pero que esto produce, junto con otros muchos males, el mayor mal de todos, por el cual no es posible ser juez justo e imparcial de sí mismo. «En efecto, el amor se ciega ante lo amado», a menos que uno se acostumbre por el estudio a amar las cosas hermosas más que las innatas y familiares. Esto proporciona al adulador un gran espacio abierto en medio de la amistad, al tener como una útil base de operaciones contra nosotros nuestro amor por nosotros mismos, por el que, siendo cada uno mismo, el principal y más grande adulador de sí mismo, admite sin dificultad al de fuera como testigo, juntamente con él, y como autoridad aliada garante de las cosas que piensa y desea. Pues el que es censurado como amante de aduladores es muy amante de sí mismo, ya que, a causa de su benevolencia, desea y cree tener él todas las cualidades, deseo éste que, en cierto modo, no es absurdo, pero cuya creencia es peligrosa y necesita mucha precaución. Pero si, en realidad, la verdad es algo divino y principio, según Platón, «de todos los bienes para los dioses y de todos los bienes para los hombres», el adulador corre el peligro de ser un enemigo para los dioses y, particularmente, del dios Pitio, por cuanto siempre contradice la máxima «conócete a ti mismo», creando en cada uno el engaño hacia sí mismo y la propia ignorancia y la de todos los bienes y males que le atañen en relación a sí mismo, al hacer a los unos incompletos e imperfectos y a los otros imposibles de corregir.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Cómo Debe el Joven Escuchar la Poesía

Plutarco


Tratado, Filosofía


1

Querido Marco Sedacio, si como decía el poeta Filóxeno, de las carnes las más sabrosas son las que no son carnes, y de los peces los que no son peces, dejemos que lo demuestren aquellos de los que Catón decía que tenían el paladar más sensible que el corazón. Porque de las cosas que se dicen en la filosofía está claro para nosotros que, con las que no tienen aspecto filosófico, los jóvenes precisamente se complacen más y se ofrecen a sí mismos obedientes y sumisos. En efecto, ellos no sólo se entusiasman con placer cuando leen las fábulas de Esopo y las sentencias poéticas y el Ábaris de Heráclides y el Licón de Aristón, sino también cuando leen las doctrinas sobre las almas, si están mezcladas con mitología. Por ello, conviene vigilar cuidadosamente que ellos sean comedidos no sólo en los placeres de la comida y de la bebida, sino, aún más, que se acostumbren a serlo en las audiciones y lecturas, como usan con moderación de un companage que agrada, y tomen de ellas lo útil y saludable, pues ni las puertas cerradas guardan a una ciudad de su conquista, si por una de ellas se deja entrar a los enemigos, ni la continencia en los demás placeres salva al joven, si se entrega, sin darse cuenta, al que viene de la audición.

Pero cuanto más se apegue este placer al hombre que es dado por naturaleza a sentir y razonar, tanto más daña y destruye, si es descuidado, a aquel que lo acepta. Por tanto, ya que no es, quizá, posible ni provechoso apartar de la poesía a un joven de la edad que tienen ahora mi Soclaro y tu Cleandro, debemos vigilarlos muy bien, porque están más necesitados de dirección en las lecturas que en las calles.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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