Cuando tengáis un poco de dinero desocupado,
queridos lectores, y la resolución suficiente para exponeros al vómito
de Veracruz y a los caprichos de ese pícaro mar, que algunas veces es
más inconstante que una coqueta de quince años, dad una vueltecita por
el extranjero. Si vais a los Estados Unidos, veréis entre otras cosas
curiosas, atropellarse los hombres y las mujeres en los caminos de
fierro, en los vapores, en las diligencias, en el teatro, en las calles;
y si queréis la explicación de toda esta barahúnda, observad que todo
lo hacen hoy. La mujer enamorada se casa hoy; el ladrón ratero es arrestado hoy; el comerciante concluye su negocio hoy; el proyectista realiza su proyecto hoy. En Inglaterra ya se sabe que es lo mismo, y ninguno de los nobles lores guarda sus vinos para mañana, sino que se los beben todas las tardes.
Pero los descendientes de los antiguos hidalgos españoles, vivimos
muy despacio y muy a la bartola, para apresurarnos a concluir nuestros
negocios hoy.
Si va un pretendiente al ministerio a agitar el despacho de la
centésima solicitud que tiene presentada, para que le paguen íntegro por
haberse incorporado en la Villa de Guadalupe con el ejército
Trigarante, el oficial, agobiado de fatiga, teniendo con una mano que
manejar los papeles, mientras con la otra se limpia los dientes con un
popote, pues acaba de almorzar, le dice:
—Es imposible despachar a usted, amigo mío; tengo un mundo de
quehacer, y los papeles me ahogan. Son las dos de la tarde, y no hay
tiempo para nada. Me voy a acordar con el ministro.
—Señor: con ésta van treinta solicitudes que presento, y todas se han perdido.
—Pues bien, para mañana sin falta buscaré la solicitud.
—Y ¿cuándo estará despachada?
—Para mañana también.
—Es decir, que confío en que usted…
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