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fecha: 19-11-2020


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Para Mañana

Manuel Payno


Cuento


Cuando tengáis un poco de dinero desocupado, queridos lectores, y la resolución suficiente para exponeros al vómito de Veracruz y a los caprichos de ese pícaro mar, que algunas veces es más inconstante que una coqueta de quince años, dad una vueltecita por el extranjero. Si vais a los Estados Unidos, veréis entre otras cosas curiosas, atropellarse los hombres y las mujeres en los caminos de fierro, en los vapores, en las diligencias, en el teatro, en las calles; y si queréis la explicación de toda esta barahúnda, observad que todo lo hacen hoy. La mujer enamorada se casa hoy; el ladrón ratero es arrestado hoy; el comerciante concluye su negocio hoy; el proyectista realiza su proyecto hoy. En Inglaterra ya se sabe que es lo mismo, y ninguno de los nobles lores guarda sus vinos para mañana, sino que se los beben todas las tardes.

Pero los descendientes de los antiguos hidalgos españoles, vivimos muy despacio y muy a la bartola, para apresurarnos a concluir nuestros negocios hoy.

Si va un pretendiente al ministerio a agitar el despacho de la centésima solicitud que tiene presentada, para que le paguen íntegro por haberse incorporado en la Villa de Guadalupe con el ejército Trigarante, el oficial, agobiado de fatiga, teniendo con una mano que manejar los papeles, mientras con la otra se limpia los dientes con un popote, pues acaba de almorzar, le dice:

—Es imposible despachar a usted, amigo mío; tengo un mundo de quehacer, y los papeles me ahogan. Son las dos de la tarde, y no hay tiempo para nada. Me voy a acordar con el ministro.

—Señor: con ésta van treinta solicitudes que presento, y todas se han perdido.

—Pues bien, para mañana sin falta buscaré la solicitud.

—Y ¿cuándo estará despachada?

—Para mañana también.

—Es decir, que confío en que usted…


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Máscaras

Manuel Payno


Cuento


Llegó por fin el carnaval, llegó el día de alboroto y de locura, en que las viejas se vuelven mozas, las muchachas ancianas, y los rostros de máscara se cubren, como si fuese necesario, con otra máscara. Citas, proyectos amorosos, declaraciones, pequeñas venganzas y graciosos chascos, todo tiene lugar en estos días en que la costumbre autoriza ciertas acciones y ciertas palabras, que no se dirían sin rubor si faltase la careta.

¿Pero no es, por ventura, todo el año día de máscara? ¿Qué amante habla a su querida sin careta? ¿Qué muchacha no se pone todo el año la careta para engañar a su novio? ¿Qué cortesano deja de usar en palacio la careta? ¿Cuándo les ha faltado careta a los jesuitas, a los mayordomos de monjas, a los hermanos de la Santa Escuela, a los cocheros de Nuestro Amo, a los que salen en las procesiones con su escapulario y su estandarte?

Cuando veas venir, lector querido, un hombre de semblante humilde, de ojos bajos y de voz suave y meliflua que te habla de los deberes del matrimonio, de la educación de los hijos, del cumplimiento de los deberes sociales, si eres casado, si tienes hijas bonitas desconfía de él y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando se te acerque un político y te hable de libertad, de amor a la patria, de sacrificios nobles y desinteresados, no te mezcles en sus proyectos, porque no te hará más que instrumento de algunas miras que oculta debajo de estas palabras que inspiran honradez, y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando un vista, un administrador de aduana marítima, un guarda, un colector de diezmos, digan que han aumentado las rentas, que han sido destituidos por honradez, y que están pereciendo de hambre porque en esta nación no se recompensa el mérito, no te creas de sus primeras palabras, y di para tus adentros: ¡Este hombre puede tener careta!


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Pretendientes del Café

Manuel Payno


Cuento


En una noche de estas que tienen los días de la semana, en que a los filarmónicos del salón de la ópera italiana no les place repetirnos la tan celebrada Lucrecia de Borgia o Beatrice de Tenda y en que los artistas dramáticos de los corrales de Nuevo México y Principal no están de humor para representarnos la famosa comedia de magia La pata de cabra, o algún vaudeville francés lleno de galicismos, me envolví en una senda cuanto vieja capa, me dirigí


con el ceño hasta la frente
y el sombrero hasta los ojos,
 

a uno de esos espléndidos cafés llenos de cristales, de espejos, de bujías y de cuadros dorados, y como cosa muy natural en estos tiempos, no tenía un real de plata con que tomar chocolate, me contenté con oír las acaloradas conversaciones sobre política, literatura y bellas artes que se suscitan noche con noche en parajes semejantes.


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Las Vendutas

Manuel Payno


Cuento


Dejemos un momento esa eterna charla política; abandonemos a los hombres que tienen más patriotismo y más talento que nosotros, el cuidado de turbar la tranquilidad pública y de hacer la revolución; olvidemos las injurias que hicieron a los edificios y al honor nacional los voluntarios americanos, y no pensemos más que en divertirnos y pasar la vida alegremente: al fin, para lo poco que dura… no vale la pena el echarse encima cuidados que Dios no manda… Pues dicho y hecho, al teatro… al teatro… ¿y a qué? A ver un drama cadavérico, o una comedia por la milésima vez… y a pesar de esto, algunos actores no saben el papel; otros hablan tan despacio como si estuvieran en agonía; otros chillan descompasadamente, y lloran hasta inspirar cólera… ¡Oh!, ¡pero el baile!… Eso sí, las formas graciosas y esbeltas de las muchachas, su gallardía… nada dejan que desear… pero ¿y esas piruetas tan monótonas?… Todas las noches pararse en las puntitas de los pies; todas las noches dar vueltas a derecha e izquierda; todas las noches una música tan detestable: es gana, lo único que es posible es fastidiarse en este México, que con tanta justicia detestan nuestros elegantes que se han educado en París.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Enfermedad. El Entierro. El Pésame

Manuel Payno


Cuento


I

Hace tiempo, queridísimo lector mío, que Yo, hombre como todos, de carne y hueso, lleno, por supuesto, de pasiones y de flaquezas humanas, aunque no ministeriales, porque hasta ahora no he sido bastante malo ni bastante viejo para ser ministro en esta bien sistemada república monárquica, me quité mi seudónimo por cierta maldita equivocación de un impresor que copió un artículo de un Yo de España; y Yo de México, inocente de todo punto, reporté las consecuencias. Disgustado del maldecido Yo de España, me metí a viajero, y vi, lo que todos ellos, luengas y remotas tierras, beodos y groseros por millones, y otras cosillas más; pero al fin regresé a mi país como un baúl vacío, es decir, sin ningún conocimiento ni gracia más. Después de mis viajes me metí a político y, ¡oh lector querido!, esto fue un poquito peor; los monarquistas me llamaron ruin; los aristócratas y firmones del Tiempo, que corre desde su alta y sublime altura, me arrojaron una que otra vez una mirada de compasión, y descendieron hasta hacerme el honor de tenderme su real mano, con la arrogancia con que un magnate de lando tira una moneda al baldano pordiosero; los ministros me llamaron vil, y los periodistas de paga sacaron a luz algunos importantes rasgos de mi fecunda e interesante vida pública y privada. Desengañado, querido lector, acaso mucho más de lo que tú estarás al leer mis mamarrachos, he abandonado el puesto que la patria me había indicado, y me reduzco ahora, en unión de mi bueno y festivo amigo Fidel, a comerme el pan que ha producido algunos granos de trigo, que dizque nos arrojaron de limosna in illo tempore; y persuadido de que todo en el mundo es mentira, falacia, engaño, traición, maldad e ingratitud, vuelvo de nuevo a ser lo que se llama un filósofo, por el estilo de Platón o de Sócrates, que es a la única medianía a que he aspirado en mi vida.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Casa de Vecindad

Manuel Payno


Cuento


Esas señoras que andan siempre en soberbios landós, que van a la comedia, a la ópera, a las tertulias, deben tener una vida muy agitada. El vivir en una gran casa amueblada lujosamente, el ver la luz al través de vidrios verdes, el alumbrarse con esperma, el pisar alfombras, el descansar en doradas camas, como que ofende a la miseria de esos pobres que se ven por las calles y apenas tienen unos miserables harapos con que cubrirse. La conciencia no puede estar tranquila. La vida, la vida media es lo que hay: se goza de calma, de tranquilidad: una modesta casita, un ajuar de la calle de la Canoa, pocos criados, y 50, 80, 100 pesos seguros para el puchero, constituyen la felicidad de una familia. Tales eran las razones que con tono melancólico decía yo a mi querida Adelaida, razones que encierran a poco que el lector fije su atención, la más profunda filosofía, pero de esa filosofía a que apela el jugador cuando pierde, el político cuando cae, y el enamorado cuando lo desprecian; de esa filosofía que nos engaña a nosotros mismos, y que constituye una lucha entre los labios y el corazón. Pero con sinceridad o sin ella, yo estaba en el caso de predicar las ventajas de la medianía a mi Adelaida, porque mi posición por una de tantas vueltas que da este pícaro mundo, me ponía en necesidad de renunciar a la casa sola, a los vidrios de colores, a los sofás de cerda y a decidirme a entrar a esa vida media tan ventajosa y tan dulce.

—¿Has escuchado, Adelaida?… la vida retirada, una modesta casita. Ponte tu tápalo y vamos a buscarla esta misma tarde, pues los escribanos, jueces, procuradores, ministro ejecutor y toda la demás honradísima gente de esa clase, vendrán mañana, y…


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Portal

Manuel Payno


Cuento


No hay cosa más difícil que comenzar un artículo de costumbres, una poesía, una oración cívica, o cualquier cosa en que se necesite forzosamente disponer a los lectores a que usen de benevolencia con el autor y a que escuchen con paciencia, ya que no con placer, los diálogos entre las vecinas de la casa de los Dolores, las quejas contra el rigor de una querida o contra las inclemencias del destino, o los padecimientos de los héroes de la libertad, que aunque muy sublimes, los sabe ya todo el mundo, adornados de la poesía o prosa con que los han revestido los oradores anuales.

¿Es introducción ésta? Todo tiene, menos eso; pero llevaba yo media hora de estar con la mano en la mejilla sin poder escribir una silaba, y era fuerza comenzar. Me ocurre que si yo hubiera viajado por Florencia, por Parma o por Milán, quizá esas ciudades tendrían portales de mármoles, y en esos portales pasarían cosas bonitas, cuya descripción serviría de exordio o introducción a este artículo, en vez de traer por los cabellos a las oraciones cívicas y a las poesías. Si fuera anticuario, podría también explicar si los romanos fueron los primeros que construyeron los portales, o fueron los griegos, los godos o los persas; pero ni anticuario ni viajante, sólo puedo decir que en un portalito de Santa Anita sostenido con puntales y cuñas, pasan la noche los indios que se embriagan; que el portal de Toluca estaba ocupado en un día de Muertos sólo por mi elegante persona, y la más elegante de un nevero que quería se refrescaran los transeúntes en el mes de noviembre; y por último, que en el portal de San Juan del Río se sienta una mujer delante de un hachón con una olla de atole de anís y otra de tamales, y que también mi elegante persona, unida a la de otros jóvenes de capa romana, tomó su atole y sus tamales, y por poco le cuesta bajar a la negra, hórrida, lívida, tétrica y melancólica tumba.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Pésame

Manuel Payno


Cuento


—Vamos, ¿es posible que no haya usted sabido la noticia tan infausta, amigo mío?

—¿Cuál?, diga usted

—¡Amigo mío! Don Nabor Alcayata ha muerto. ¡Pobrecito! ¡Dios lo tenga en su gloria! ¿No me ve usted de luto riguroso?

En efecto, el hombre que me hablaba estaba vestido de negro, o más bien de color de ala de mosca, y su gran frac de agudo faldón, su pantalón de tapabalazo, y su sombrero cónico en forma de shakó, indicaban perfectamente bien que si no pertenecía a esa sabia y bienaventurada generación de liones, sí era un buen vividor y seguro concurrente a los pésames, a los bautismos, a los velorios, a los días de santo, y a toda función donde hay algo que meter debajo de las narices.

—¿Con que me acompañará usted a dar el pésame a la señora doña Canuta, por la muerte de su esposo? —me dijo el viejo enlutado.

—Hay la dificultad —le contesté—, que no estoy de luto riguroso.

—En efecto, el chaleco es de raso negro, y ya sabe usted que las cosas que tienen lustre no son a propósito; pero eso se remedia muy pronto. En dos pasos va usted a su casa y se pone un traje, así como el mío, que aunque está un poco usado, es de paño de San Fernando; figúrese usted que el año de… cuando entró aquí el conde de Revillagigedo, me regaló mi padre este vestido que me sirvió para los lutos del… infante… ¡Oh, qué chocolate daban en los pésames en tiempo de Revillagigedo!

Diciendo estas palabras, mi hombre me condujo hasta la puerta de mi casa, y yo con la curiosidad de observar minuciosamente lo que pasa en una casa mortuoria, subí, y en un santiamén bajé con mi vestido negro sin lustre.


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El Ómnibus de Tacubaya

Manuel Payno


Cuento


Uno de tantos días entré, como tengo de costumbre, a tomar el famoso beef-steak de Paoli. Todo el mundo que vive en México, y aun muchos foráneos, saben que el café de Paoli, uno de los más elegantes y concurridos de la capital, está situado en la calle de Plateros, y que se sirve en él a todas horas el delicado y sustancioso plato referido, por lo que me tomo el trabajo de recomendar a los gastrónomos lectores, que cambien sus tres y medio o cuatro reales por tan agradable mercancía, y sigo con mi cuento.

Entré como digo, y apenas me hube instalado en una mesa, cuando se presentó un mozo bastante aseado, con una servilleta, una copa, un cubierto y una torta de pan, diciéndome con risa picaresca:

—¿Bistec, señor?

—Sí, pero recomienda al cocinero que esté blando.

—¿Y tortilla?

—También.

—¿Y costillas?

—¡Hombre!

—¿Y café?

—Veremos…

—Pedro, Pedro —gritó un cofrade que estaba sentado en otra mesa.

—Voy allá, señor.

—Pedro —gritaron de la pieza de adentro.

—Pedro —exclamó otro joven elegante que entraba.

—En esto tocaron en la cantina la campanilla, para que vinieran otros criados en auxilio de Pedro; y éste, repitiendo bistec y tortilla, desapareció como una exhalación.

A poco se oyó el eco sordo de la voz de Pedro, que daba sus órdenes en la cocina: «Cinco bisteces con papas, dos tortillas y cuatro costillas».

Mientras traían el almuerzo, me acerqué a una mesa a tomar unos periódicos.

—¿Qué va usted a hacer? —me dijo un viejo regordete de antiparras cabalgando sobre la ternilla de la nariz.

—A entretener un rato el tiempo recorriendo los periódicos entre tanto…

—¡Disparate! Nada traen estos papeles que merezca atención.

—No obstante, veremos El Diario…


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El Matrimonio

Manuel Payno


Cuento


I

Días hace que tenía deseos de escribir un artículo de costumbres; pero me sucedía precisamente lo que al cura, que no repicaba por trescientos mil motivos; el primero, por falta de campanas: hay entre nosotros muchas costumbres, tales como la de pretender empleos, la de ser ricos de la noche a la mañana, la de criticar todo sin entenderlo, etcétera; pero eso me daba materia para un renglón, y después… ¿Cómo hacer sonreír a los lectores? ¿Cómo amenizar las columnas del Siglo XIX? ¿Cómo granjearme la nota de maligno, de mordaz, de conocedor del mundo si se quiere? Nada de esto era posible porque hay momentos, horas, días, y hasta meses enteros, que el poco entendimiento que vaga en el cerebro se esconde en lo más profundo de los sesos, y ésos son cabalmente los momentos en que el poeta suda, se arranca los cabellos, llora, tira la pluma desesperado, y pide a Dios una gota de genio, una gota de talento, un soplo de inspiración. La inspiración no viene porque es una muchacha retrechera y algo voluntariosa, y entonces se exclama en voz sepulcral con Victor Hugo: ¡Maldición!, o con Calderón y Lope: ¡Válgame Dios! Pero sigo con mi cuento, antes que los sufridos lectores exclamen: ¡Válgame Dios, qué pesado! Decía que no tenía asunto para artículo de costumbres, cuando he aquí que mustia y solemne se avanza la Semana Santa con sus tinieblas, sus monumentos, sus procesiones, su pésame, y tras de todos estos graves misterios se agolpa el mundo de México, vario, mezclado y confundido.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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