INTRODUCCIÓN
Los astrónomos, al lanzar una mirada escrutadora á las profundidades del
espacio, vieron que la Divinidad se empequeñecía y reculaba
indefinidamente ante el poderoso objetivo de los telescopios, como los
histólogos, analizando los elementos atómicos de los tejidos,
desesperaron de poner jamás al alcance de sus escalpelos el espíritu
humano: los astrónomos dudaron de Dios cuando el telescopio fracasó en
el cielo, y los médicos dudaron del alma cuando el microscopio
descompuso el nervio sin descubrir la X devorante de la vida; y es que
el alma es la eterna quimera del individuo, como Dios es la quimera
irresoluble del Cosmos.
Si es verdad, como dice Moleschott, que la inteligencia es un movimiento
de la materia y que el hombre, como ser pensante, es producto de sus
sentidos; y si es cierto, como afirma Taine, que «el pensamiento y la
virtud son productos como el vitriolo y el azúcar,» ¿qué resta del
espíritu, esa inmortal mariposuela voladora que la consoladora filosofía
mística supone aleteando á través de las inmensidades siderales, en
busca de su castigo ó de su salvación perdurable, después del último
convulsivo estertor de la carne agonizante?...
Nada...
El alma no está en el vientre, como suponían los cartesianos, ni en la
sangre, ni en el cerebro, y los que antiguamente se denominaron
fenómenos psíquicos, son manifestaciones de la materia; vibraciones
magnéticas de la carne omnipotente que ama, que desea, que sufre...
Eso es lo que la ciencia halló en el hombre: huesos que se mueven
obedeciendo á órdenes musculares, y músculos que se contraen bajo el
imperio de los nervios, que vibran sensaciones... ¡Materia, en fin, por
todas partes! Materia que impresiona, materia que vibra, que se contrae
y que obedece con la pasividad de lo inerte...
Leer / Descargar texto 'De Carne y Hueso'