Al señor abate Victor de Villiers de l’Isle—Adam
Attende, homo, quid fuisti ante ortum et quod eris usque ad occasum.
Profecto fuit quod non eras. Postea, de vili materia factus, in otero
matris de sanguine menstruali nutritus, tunica tua fuit pellis secundma.
Deinde, in vilissimo panno involutus, progressus es ad nos, sic indutus
et ornatus! Et non memor es quae sit origo tua. Nihil est aliud humo
quam sperma foetidum, saccus stercorum, eibus vermium. Scientia,
sapientia, ratio, sine Deo sicut nubes transeunt. Post hominem vermis;
post vermem foctor et horror. Sic, in non hominem, vertitur omnis homo.
Cur camem tuam adornas et impinguas quam, post paucos dies, vermes
devoraturi sunt in sepulchro, animam, vero, tuam non adornas, quae Deo
et Angelis ejus praesentenda est in coelis!1
—San Bernardo (Meditaciones, t. II).
Bollandistas (Preparación para el Juicio Final)
Una tarde de otoño en la que, junto a personas con opinión, tomábamos
el té alrededor de un buen fuego, en casa de uno de nuestros amigos, el
barón Xavier de la V… (pálido joven a quien las largas fatigas
militares soportadas en África, siendo joven aún, le habían vuelto de
una debilidad de carácter y de un salvajismo de costumbres poco común),
la conversación recayó sobre un tema de lo más sombrío: se trataba de la
naturaleza de esas coincidencias extraordinarias, asombrosas,
misteriosas, que suceden en la existencia de algunas personas.
—He aquí una historia —nos dijo— que no acompañaré con ningún comentario. Es verídica. Quizás les parezca impresionante.
Encendimos unos cigarrillos y escuchamos el siguiente relato:
Información texto 'Intersigno'