Textos más populares esta semana publicados el 22 de enero de 2024

Mostrando 1 a 10 de 17 textos encontrados.


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fecha: 22-01-2024


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Almas Cándidas

Horacio Quiroga


Cuento


Un matrimonio joven que vivía en el campo tuvo un perro inteligente, grande y bueno. Se llamaba León. Vigilaba la chacra próspera, arreaba los bueyes, era su grande amigo. Mucho le querían; y si a un perro así no se quiere, ¿a quién se va a tener cariño en este mundo? Cuando se enfermó, se miraron sin saber qué hacer. Dormía todo el día, se restregaba horas enteras contra el marco de las puertas. Una mañana Emilio le llamó y no pudo levantarse. Hizo un esfuerzo, alzó la cabeza a todos lados, desorientado, y la dejó caer gimiendo. Lo llevaron en seguida a la cocina.

Aunque viéndole envejecer y acercarse a una muerte injusta para el noble amigo, estuvieron todo el día preocupados. Cuando de noche fueron a verle, estaba peor. Se acostaron callados, uno al lado del otro; no tenían ciertamente ganas de hablar. Después de largo rato de silencio ella le preguntó:

—¿Es difícil curar a los perros, no?

—Difícil.

Todos los fieles recuerdos de León, a la muerte, surgieron entonces, uno tras otro.

A la mañana siguiente León no conocía más. Se estremecía sin cesar, y no pudieron abrirle la boca. En cuclillas a su lado, le miraban sin apartar la vista, esperando verle morir de un momento a otro.

De tarde murió. Esa noche comieron apenas.

—¿Murió a las dos?

—Sí, a las dos y media.

Cuando se pierde un animal así, bueno como pocos, justo es que no se piense sino en él. Mas en lo hondo sentíanse disgustados de sí mismos por haber sido injustos con León. ¿Para qué quererle así si al otro día habrían de tirarle en el monte, como a una cosa que no se quiere más?

De codos sobre la mesa jugaban distraídamente con el cuchillo.

Dos o tres veces ella quiso hablar y se detuvo. Al fin dijo:

—Hay personas que entierran a los perros. Eso es ridículo, yo creo.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Caza del Tatú Carreta

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos míos:

En mi carta anterior les prometí un relato divertido. ¡Quién había de decirme que en plena selva, cazando un enorme animal salvaje, me iba a reír a carcajadas!

Así fue, sin embargo. Y los indios que cazaban conmigo, aunque son gente muy seria cuando cazan, bailaban de risa, golpeándose la barriga con las rodillas.

Pero antes debo decirles que esta fiesta de monte tuvo lugar un mes después de mi encuentro con el tigre cebado. Los cinco canales que me había abierto en carne viva con sus garras se echaron a perder, a pesar del gran cuidado que tuve.

(Las uñas de los animales, hijitos míos, están siempre muy sucias, y precisa lavar y desinfectar muy bien las heridas que producen. Yo lo hice así; y a pesar de todo estuve muy enfermo y envenenado por los microbios.)

Los cazadores de que les hablé en mi anterior carta me llevaron acostado sobre una mula hasta la costa del Paraná y cuando pasó un vapor que volvía del Iguazú, lo detuvieron descargando al aire sus escopetas. Fui embarcado desmayado, y hasta tres días después no recobré el conocimiento.

Hoy, un mes más tarde, como les dije, me encuentro sano del todo, en los esteros de la gobernación de Formosa, escribiéndoles sobre una cáscara de tatú que me sirve de mesa.

Bien, chiquitos. Por el título de esta carta ya han visto que se refiere a la cacería de un tatú. (Ante todo, es menester que sepan que el quirquincho, la mulita, el peludo y el tatú son más o menos un mismo y solo animal.) Oigan ahora lo que nos pasó.

Anteayer atravesábamos el bosque para alcanzar esa misma noche las orillas del río Bermejo, tres indios y yo. Caminábamos hambrientos como zorros, cuando...


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Los Cachorros de Aguará-Guazú

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Voy a contarles ahora, chiquitos, la historia muy corta de tres cachorritos salvajes que asesiné —bien puede decirse—, llevado por las circunstancias.

Hace ya algún tiempo, poco después del asunto con la serpiente de cascabel, que les conté con detalles, tres indios de Salta enfermos del chucho y castañeteando los dientes, llegaron a venderme tres cachorritos de aguará -guazú casi recién nacidos.

Yo no tenía vacas, ustedes bien saben; ni una mala cabra para alimentar con su leche a los recién nacidos. Iba, pues, a desistir de adquirirlos, por mucho que me interesaran los zorritos, cuando uno de los indios, el más flaco y más tiritante de chucho, me ofreció en venta también dos tarros de leche condensada, que extrajo con gran pena del bolsillo del pantalón.

¿Habrán visto indio más pillo? ¿De dónde podía haber sacado sus tarros de leche? De un ingenio, seguramente. Estos indios de Salta van todos los otoños a trabajar en los ingenios de azúcar de Tucumán. Allí aprenden muchas cosas, Y entre las cosas que aprenden, aprenden a apreciar la bondad de la leche cuando sus chicos están enfermos del vientre.

El indio poseedor de los tarros de leche condensada era seguramente padre de familia . Y pensó con mucha razón que yo le compraría sus tarros para criar a los aguaracitos. Y el demonio de indio acertó, pues yo, entusiasmado con los cachorritos, que compré por un peso los tres, pagué 10 por los dos tarros de leche. Y a más pagué un paquete de tabaco, y un retrato de mi tío, que vio colgado en la carpa. Hasta hoy no sé qué utilidad puede haberle reportado ese retrato de mi tío.

Crié, pues, a los cachorros de aguará-guazú, o gran zorro del Chaco, como también se le llama.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Cacería de la Víbora de Cascabel

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

¿Se acuerdan ustedes de la extraña cartera de bosillo que tenía aquel amigo ciego que vino una noche de tormenta a visitarme, acompañado de un agente de polícia? Era de víbora de cascabel. ¿Y saben por qué el hombre estaba ciego? Por haber sido mordido por esa misma víbora.

Así es, chiquitos. La víboras todas causan baño, y llegan a matar al hombre que muerden. Tienen dos glándulas de veneno que comunican con sus dos colmillos. Estos dientes son huecos, o, mejor dicho, poseen un fino canal por dentro, exactamente como las agujas para dar inyecciones. Y como esas mismas agujas, los dientes de la víbora de cascabel están cortados en chanfle o bisel, como los pitos de vigilante y los escoplos de carpintero.

Cuando las víboras hincan los dientes, aprietan al mismo tiempo las glándulas, y el veneno corre entonces por los canales y penetra en la carne. En dos palabras: dan una inyección de veneno. Por esto, cuando las víboras son grandes y sus colmillos, por lo tanto, larguísimos, inyectan tan profundamente que llegan a matar a cuanto ser muerden.

La víbora más venenosa que nosotros tenemos en la Argentina es la de cascabel. Es aún más venenosa que la yarará o víbora de la cruz. Cuando no alcanza a matar, ocasiona enfermedades muy largas, a veces parálisis por toda la vida. A veces deja ciego. Y esto le pasó a mi amigo de la cartera, quien no tuvo otro consuelo que transformar la piel de su enemiga en un lindo forro.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Princesa Bizantina

Horacio Quiroga


Cuento


Cábeme la honra de contar la historia del caballero franco Brandimarte de Normandía, flor de la nobleza cristiana y vástago de una gloriosa familia. Su larga vida sin mancha, rota al fin, es tema para un alto ejemplo. Llamábanle a menudo Brandel. Hagamos un silencio sobre el galante episodio de su juventud que motivó este nombre, y que el alma dormida de nuestro caballero disfrute, aun después de nueve siglos, de esa empresa de su corazón.

Tenía por divisa: La espada es el alma, y en su rodela se veía una cabeza de león en cuerpo de hiena (el león, que es valor y fuerza, y la hiena, animal cobarde, pero en cuya sombra los perros enmudecen). Su brazo para el sarraceno infiel fue duro y sin piedad. De un tajo hendía un árbol. No sabía escribir. Hablaba alto y claro. Su inteligencia era tosca y difícil. Hubiera sido un imbécil si no hubiera sido un noble caballero. Partía con toda su alma y honor de rudo campeón, y estuvo en la tercera cruzada, en aquella horda de redentores que cargaban la cruz sobre el pecho.

Adolescente, sirvió el hipocrás en la mesa del barón de la Tour d’Auvergne, nombre glorioso entre todos: túvole el estribo con las dos manos (estribos de calcedonia, ¡ay de mí!) e hizo la corte a la baronesa, puesto que su paje era.

Treinta años tenía cuando llevó a cabo las siguientes hazañas:

En Flandes arrebató la vida a quince villanos que le asaltaron en pleno bosque.

En España aceptó el reto del más esforzado campeón sarraceno y le desarzonó siete veces seguidas, resultas de lo cual obtuvo en posesión admirable doncella, pues el infiel, en su orgullo, insensato, había puesto por premio a quien le venciera la propiedad absoluta de su prometida en amor. El paladín rescatóla mediante diez mil zequíes que Brandimarte llevó consigo a Francia en letras de cambio.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Cacería del Hombre por las Hormigas

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

Si yo no fuera su padre, les apostaría veinte centavos a que no adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de frío… y desnudo como una criatura recién nacida.

¿Han visto cosa más tremenda, chiquitos? Tiritando también a mi lado y desnudo como yo, está un indio apuntándome con la linterna eléctrica como si fuera una escopeta, y a su círculo blanco yo les escribo en una hoja de mi libreta… esperando que las hormigas se hayan devorado toda la carpa.

¡Pero qué frío, chiquitos! Son las tres de la mañana. Hace varias horas que las hormigas están devorando todo lo que se mueve, pues esas hormigas, más terribles que una manada de elefantes dirigida por tigres, son hormigas carnívoras, constantemente hambrientas, que devoran hasta el hueso de cuanto ser vivo encuentran.

A un presidente de Estados Unidos llamado Roosevelt, esas hormigas le comieron, en el Brasil, las dos botas en una sola noche. Las botas no son seres vivos, claro está; pero están hechas de cuero, y el cuero es una sustancia animal.

Por igual motivo, las hormigas de esta noche se están comiendo la lona de la carpa en los sitios donde hay manchas de grasa. Y por querer comerme también a mí, me hallo ahora desnudo, muerto de frío, y con pinchazos en todo el cuerpo.

La mordedura de estas hormigas es tan irritante de los nervios que basta que una sola hormiga pique en el pie para sentir como alfilerazos en el cuello y entre el pelo. La picadura de muchísimas puede matar. Y si uno permanece quieto, lo devoran vivo.

Son pequeñas, de un negro brillante, y corren en columnas con gran velocidad. Viajan en ríos apretadísimos que ondulan como serpientes, y que tienen a veces un metro de anchura. Casi siempre de noche es cuando salen a cazar.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Cóndor

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

Lo que les conté en mi carta anterior sobre los zorritos que quise criar y no pude estuvo a punto de repetirse ayer mismo aquí, sobre el lago Nahuel Huapi. Lo que esta vez quise criar fueron tres pichones de cóndor. Yo los había visto días atrás en la grieta de una montaña que cae a pico sobre el lago, formando una lisa pared de piedra de 50 metros de altura. Ese acantilado, como se llama a esas altísimas murallas perpendiculares, forma parte de la cordillera de los Andes. A la mitad de la altura del acantilado existe una gran grieta en forma de caverna . Y en el borde de esa grieta yo había visto tres pichones de cóndor que tomaban el sol, moviéndose sin cesar de delante a atrás.

Ustedes saben, porque se los he contado, que en el momento actual no hay cóndores en nuestro Jardín Zoológico. Parece mentira, pero así es. Los que había murieron de reumatismo y otras enfermedades debidas a la falta de ejercicio. Y por más que se ha hecho, no ha podido conseguirse más cóndores.

Al ver aquellos tres pichones con su pelusa gris, tomando juntos el sol moribundo, deseé cazarlos vivos para ofrecérselos a Onelli. Los pichones de aves carnívoras como los pirinchos y los cóndores, se crían muy bien en cautividad.

¿Pero cómo cazarlos, chiquitos? Era imposible trepar por aquella negra y fantástica muralla de piedra, sin una saliente donde poder hacer pie. Iba, pues, a perder las esperanzas de poseer mis condorcitos cuando un muchacho chileno, criado entre precipicios y cumbres de montaña, se ofreció a traérmelos vivos, siempre que yo lo ayudara con mis compañeros.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Cacería del Yacaré

Horacio Quiroga


Cuento infantil


Chiquitos:

Los dos perros de caza que yo tenía, no existen más. Uno lo perdí hace ya una semana en un combate con una víbora de la cruz; el otro fue triturado ayer por un inmenso yacaré.

¡Y qué perros eran, chiquitos míos ! ¡Ustedes no hubieran dado cinco centavos por ellos: tan flacos y llenos de cicatrices estaban. Mis pobres perros no se parecían a esos lanudos perros grises de policía que ustedes ven allí, juguetones y reventando de grasa, ni a esos leonados perros ovejeros, que peinan con el pelo partido al medio. Los míos eran perros de monte, sin familia conocida, ni padres muchas veces conocidos tampoco. Pero como perros de caza, bravos, resistentes y tenaces para correr, no tenían iguales.

Fíjense bien en esto: el instinto de cazar en los animales, y el perro entre ellos, es una cuestión de hambre. Cuanta más hambre tienen más se les aguza el olfato, y mayor es su tenacidad para perseguir a su presa. Un perro gordo, con el vientre bien hinchado, prefiere dormir la siesta en un felpudo a correr horas enteras tras tigre.

Los animales, como los hombres, hijos míos, son más activos cuando tienen hambre.

Bueno. Perdí mis perros, y si no pude vengar el primero, pues era de noche y estábamos en un pajonal, tuve en cambio el gusto de crucificar —como ustedes lo oyen— al yacaré que me devoró el segundo.

La historia pasó de este modo:

Ayer, al entrar el sol, estaba acampado a la orilla del río Bermejo, en el territorio del Chaco, cuando vi pasar, muy alto, una bandada de garzas blancas. Las seguí con la vista, pensando en el gusto con que habría bajado de un tiro dos o tres, para enviarles las largas plumas del lomo, o «aigrettes», como las llaman en las casas de modas.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Charlábamos de Sobremesa

Horacio Quiroga


Cuento


Y la conversación recayó sobre el tema a que forzosamente llegaban los cuentos de impresión: las supersticiones.

—En cuanto a creencias más o menos arraigadas —dijo un extranjero—, los pueblos europeos, y en particular el francés, dan un tono tal de verosimilitud a sus narraciones, que el espíritu de los que oyen obsta largo tiempo antes de razonar fríamente. Una leyenda medieval, por ejemplo, oída en mi infancia, me causó una impresión profunda, de que apenas los años transcurridos han logrado desasirme.

Hela aquí, sencillamente contada en dos palabras:

«Un caballero cazaba en una tarde de invierno. Había nevado todo el día; el campo estaba completamente blanco. Con el rifle al hombro, se acercó al castillo de un amigo, que pasaba sobre el puente levadizo. El castellano llegó a la poterna y vio en la contraescarpa al caballero, que le saludó.

»—¿Vas de caza? —preguntó el castellano.

»—Sí —respondió el caballero.

»—Hace mucho frío.

»—No lo siento.

»—Los lobos han salido del bosque.

»—Peor por ellos.

»—Entonces, buena suerte.

»—Gracias, pero cuida de hacer fuego duradero, pues sea la pieza que fuere, vendré a comerla contigo.

»El caballero partió con el rifle preparado y se perdió en la distancia.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

De una Mujer a un Hombre

Horacio Quiroga


Cuento


—Sí —replicó impaciente el doctor Zumarán — . Ya conozco la fórmula: las cosas deben ser dichas, cueste lo que cueste… Ante el altar de la Verdad, aun una mentira que fue largo tiempo mentira, adquiere súbita pureza, por el solo hecho de ser confesada… ¡Ya! ¡Sé todo esto!…

Hubo un pequeño silencio. La noche caía ya. Adentro, en el escritorio, no se veía sino nuestras caras y los chismes de níquel de la mesa. Alguno de nosotros replicó:

—También conocemos todos lo que hay de fórmula y lo que hay de realidad: pero eso no obsta para que nos esforcemos en transmutar el programa ideológico en propia sustancia vital.

—Sí. sí —reafirmó Zumarán —. Ser cristianos por intelectualidad y pretender serlo por corazón… O serlo por corazón y aspirar a serlo de carácter. Es una noble tarea. ¿Ustedes no han conocido a ningún tipo violento, de buen corazón como suelen serlo casi todos ellos, empeñado en aprender a contenerse cuando la llamarada de indignación le sube a los ojos ante una perrería de cualquier vecino o de uno de sus hijos? Es la cosa más triste que pueda verse. Nadie más que él sabe que comprender es perdonar… que responder con una canallada a otra es hacerse digno de ella… (que no se debe pegar a los chicos… ¡Linda música! Yo he conocido a muchos con esta angélica pretensión, y su vida, les repito, no era agradable. Algo de esto pasa con la Verdad. Las cosas deben ser dichas… Sí, cuando por la pared opuesta no está guiñándonos el ojo una Verdad bastante criminal como para aniquilar dos o tres sueños de dicha. ¡Linda obra la de decir las cosas, entonces…!

El silencio se reprodujo. Quien más, quien menos, todos tenemos idea de algunas de estas Verdades que han rozado o clavado el dientecito en nuestra vida. Pero Zumarán, en su carácter de médico, debía estar bastante informado al respecto, y se lo insinuamos así.


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Publicado el 22 de enero de 2024 por Edu Robsy.

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