Textos publicados el 24 de marzo de 2019

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fecha: 24-03-2019


El Tonto

Arturo Robsy


Cuento


El tonto del pueblo, un nadilla en el que la naturaleza había demostrado toda su flagrante estupidez, hacía años que dejara de ser un muchacho y, con ello, su última y escasa belleza (la de la piel suave y el cutis lampiño) se esfumó para siempre.

El tonto del pueblo acostumbraba a pasear sin rumbo por las calles torcidas y por las calles rectas interrogando con sus ojos de pez los escaparates y los andares de las buenas mozas, y pidiendo, en ocasiones, un pitillo al primer conocido que veía, o una copichuela en los bares de benevolentes dueños.

El espectáculo de su indolente y serena estolidez era, pues, la costumbre de aquel pueblo (o ciudad) hasta el punto que ya no se reparaba en él, habitualmente una sombra más, itinerante; un motivo ornamental a caballo entre el tipismo y la pobreza y, desde luego, una molestia en las ocasiones en que se aventuraba a pedir algo aquel hombrecito enteco de ojos como de buey y andar despreocupado.

Vivía, por uno de esos milagros burocráticos, en su propia casa, donde antes hubo una mujer vieja y algo pariente y nada más que soledad ahora. Una vecina, por caridad, le pasaba las sobras de sus comidas y, con eso y con los mendrugos que le daban en determinados cafés, se iba apañando tan ricamente e incluso recogía el suficiente dinero para adobarse el cuerpo con vino grueso a cambio de algunos recadillos sin importancia.

Así era nuestro tonto, capaz de medrar en este tiempo donde no mama quien no llora, y donde no se llena los carrillos quien no ofrece ocho horas de su día a tal o cual sociedad anónima. Él, sin embargo, repetía estos consecutivos milagros parapetado en su sonrisa desleída y en sus ojos quietos y pálidos, que mismamente parecía de plástico.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Pobre

Arturo Robsy


Cuento


Unos mueren y otros nacen,
pero el juego no se acaba jamás.

—Proverbio hindú
 

Aquel tipo harapiento, muy joven todavía, no daba explicaciones; tampoco la dio cuando, en el último año, abandonó una carrera en cuyos estudios estaba cosechando méritos suficientes para augurarle un buen porvenir: simplemente desapareció y anduvo por las tierras que más le apetecieron hasta llegar a esa ciudad, en mitad de una costa, donde había encontrado, quizá, algo de lo que empezó a buscar en la universidad.

Las cosas no habían cambiado mucho para él: ahora era pobre, pero antes incluso de ser estudiante, también lo fue y no por propia vocación. Su padre, un carpintero sureño, conoció tiempos de mayor esplendor hasta que los plásticos y aluminios desplazaron la madera. Si aquel, el hijo del carpintero, pudo estudiar, fue debido a las becas que obtuvo desde los nueve años.

Ahora era distinto: mal vestido, casi hambriento, con un zurrón terciado al hombre y la barba descuidada, pensaba seriamente en establecerse en aquel lugar y vivir su vida de pobre voluntario y por vocación.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

La Taberna

Arturo Robsy


Cuento


Nota

Algunos amigos, con un criticismo notable, me piden que escriba un cuento enjundioso, un cuento en el que pretenda decir algo, en el que, como es moda, me "comunique".

Y como el mundo, por el momento, es de la juventud, y la juventud es considerablemente rebelde, mis amigos y yo decidimos escribir un cuento moral, un

CUENTO PARA EPATAR BURGUESES

(épater les bourgeois)

Prefacio

Mucho antes de que Emilio Zola escribiese su famosa novela "La taberna", ya existían como entidades con vida propia:

a) Los taberneros.
b) Los sinvergüenzas.
c) Los burgueses propiamente dichos.
d) Y los intelectuales.

Y mucho después de que Zola haya pasado a ser un clásico del naturalismo, todavía sobreviven estas cuatro especies de humanoides.

Cuento

La historia comienza en la Gran Ciudad, en uno de los barrios pobres ("barrios obreros" se les llama ahora) por donde iban paseando dos presuntos intelectuales: uno muy joven y otro que no lo era tanto aún cuando lo disimulaba con una melena "a la moda" y una mirada tan agresiva y violenta como era capaz de fingir.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Beso

Arturo Robsy


Cuento


Creo que se puede explicar claramente. Existe una acción y son dos protagonistas los que la comparten. Naturalmente, también hay un lugar y una situación anterior y posterior.

Esto bastaría para aclarar de qué se trata: dos que se besan. Una pareja como las que se pueden ver en los parques, en un rincón oscuro de un "Night-Club", o en lo profundo de una playa a la hora del ocaso. Dos sobre los que no hay que poner atención ninguna por costumbre o por educación, según se quiera.

Ahora, como escritor, debo buscar una definición apropiada y brillante. ¿Qué es el beso? Algo más que una caricia. Un intento de apoderarse del alma del ser amado. Un encuentro de ilusiones y un poco de olvido para todos...

En fin: en este aspecto soy un fracaso, y el beso, por esta vez, va a quedar sin ser definido, aunque, por pundonor, voy a recurrir a una encuesta: tomo desde mi escritorio el teléfono y llamo a Pedro:

—¿Oye? Soy Arturo, Pedro: ¿quieres decirme qué es el beso?

No he reparado en la hora, de madrugada, y Pedro dice unas cuantas insensateces antes de hacerse cargo de la realidad. También está acostumbrado a mi falta de oportunidad y por eso contesta:

—Una porquería —y es que ha cenado abundantemente y toda referencia al amor le produce ardor de estómago.

Sin desfallecer, hago mi segunda llamada: es Luis quien responde, un viejo compañero de cuando el servicio en la Armada:

—El beso es el sobrante de ambición que se regala —Luis es un psicólogo. Un psicólogo oscuro y certero que comprende hacia donde apunta el subconsciente.

Le toca el turno a Rafael, el buen hombre que sueña en el coche que va a comprarse:

—Hombre... un beso es algo así como... —lo piensa un poco más— Es la esperanza que no necesita manifestarse con palabras.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Día Vacío

Arturo Robsy


Cuento


A la hora de picar las columnas de los periódicos que, al día siguiente, aparecerían oliendo a tinta fresca y ensuciando los dedos de los lectores poco precavidos a esa hora precisamente, los linotipistas consultaban con los ojos a los redactores y éstos a los inmóviles teletipos.

Todos —menos los teletipos impávidos— menearon la cabeza con desesperanza.

—Nada —dijo uno.

—Nada —repitió otro.

Y la palabra nada fue rodando por las mesas plastificadas de la redacción, por los teléfonos blancos y negros y grises (según la categoría), por los pasillos estrechos, hasta las profundidades del taller, donde aguardaban las linotipias inmóviles.

Desde las doce de la noche anterior (las 24:00) el mundo parecía haberse detenido y, con él, los teletipos, los teléfonos y las emisoras.

Desde las doce de la noche anterior ningún jeque árabe había embargado suministros de petróleo, ningún judío había apiolado a un par de palestinos, ningún general había establecido la ley marcial.

Desde las doce de la noche anterior nadie dio un golpe de estado, nadie secuestró un avión con ciento ochenta pasajeros, nadie pagó un rescate por un hijo o un cuñado.

Desde aquella hora ningún club de fútbol traspasó jugadores, ningún entrenador se peleó con la directiva, ningún equipo marcó un gol.

Casi parecía el fin del mundo. Ningún ministro inauguró pantanos o polígonos industriales y ni siquiera salió al extranjero a cumplir una apretada agenda de trabajo. Ningún ex dio conferencias fingiéndose rojillo o demócrata, ni murió un solo muchimillonario.

El monstruo del Lago Ness, tan oportuno y cumplidor antaño, tampoco se removió en las profundidades ni devoró a las inocentes ovejas de la orilla. Los americanos del norte tampoco inventaron ningún nuevo deporte, ni permitieron desmandarse y hacer de las suyas a sus negros.


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Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.