Textos más populares esta semana publicados el 24 de diciembre de 2021 | pág. 2

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fecha: 24-12-2021


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Casa de Préstamos

Arturo Reyes


Cuento


—Mire usted—me dijo el prestamista sonriendo benévolamente—en estacasase admite todo, y á esto y á una poca de conciencia que tengo se debe la prosperidad de mi casa. Aquí se dá dinero por todo; aquí vienen todos los afligidos y todos se van relativamente consolados; y puesto que dice usted que su visita es principalmente por estudiar la miseria del pueblo en este establecimiento, suelte usted el sombrero, siéntese en esa mesa como si fuese un nuevo empleado y así podrá usted presenciar las cien escaramuzas que tengo que librar á diario con mis enemigos, que solo esgrimen, como armas, las lágrimas, el ruego, la astucia y á veces hasta la amenaza.

—¿Y no resulta usted nunca vencido?

—En un principio si, muchas, muchísimas veces, las primeras; pero ya es muy difícil: en este negocio se puede ser algo tirano con la vanidad, pero no con el hambre; lo que deja de ganarse con esta se gana con la otra... Pero póngase usted en su sitio, que ya diviso alguna guerrilla del ejército enemigo.

Y tomé posesión del puesto que me indicaba, y pronto vi atravesar la puerta de cristales una vieja rugosa, plegada y carcomida, con el vestido sucio, chancleteando torpemente y con un envoltorio en el delantal.

—Dios lo bendiga á osté, señó Don José; cómo está osté de salú?; y el ama?; y la señorita Rosario?... Qué requetebonita que está la señorita Rosario... Cuánto rocío que le ha puesto Dios en la cara!

—Y qué traes hoy por aquí?—contéstale Don José, tecleando sobre el mostrador como sobre un piano.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Campanillita

Arturo Reyes


Cuento


I

Como claveteado en la típica montura jerezana, recto en ella como una pica; en una mano las riendas y la otra apoyada en la cadera; bañado en luz; luciendo el flamante marsellés de pana, el encarnado ceñidor y el amplísimo pavero, avanzaba el señor Joseito el Campanillea por la carretera de Almería una mañana de estío, ginete en una yegua, grande como la del Apóstol, que con la boca en el pretal, rectas como rehiletes las orejas, enarcado el robusto cuello y ondulante la larguísima cola, movía como por música los finísimos remos cuando...

—¿Aonde vá lo más retepinturero de los de pámpana amarilla de mi tierra?—preguntóle afectuosamente Isabel la Gallardota, asomándose á la puerta del ventorrillo que resguardaba del sol un enorme parral, del que pendían aterciopelados racimos.

—Hola, ¡primor de los primores! pos pá Cala der Morá; voy á ver si arrecojo unos pencos en sarmuera!—repúsole aquél, refrenando el paso de su cabalgadura.

—Y ¿no quiee su mercé hoy ni catar, tan siquiera, la sargalona?

—Pos ¿cuándo dije yo que nones arguna vez á cosas tan de mi gusto?—murmuró el señor Joseito; y después, arrojando una mirada escrutadora en el interior del establecimiento, continuó:—Pero tu hombre ¿por donde anda? ¿se lo han llevao los civiles?

—Mi hombre—repúsole la Gallardota dejando escapar un hondo suspiro—mi hombre anda aventao, desde jace ya cuatro días no le veo ni el pelo de la ropa, ni le jurgo los carcetines.

—Y eso ¿cómo y por qué? ¿es que le ha tocao la quinta?

¡Otra cosa es la que le debía tocar! pero ¿por qué no desmonta usté, y se sienta usté y se bebe usté un par de cholos, der que tenemos pá cuando vienen los príncipes?


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Dominio público
6 págs. / 12 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Andalucía

Arturo Reyes


Cuentos, colección


En el olivar del Tardío

I

Veinte años acababa de cumplir Toval, el Puchi, un chaval airoso y fuerte como un pino, cuando una mañana fría y luminosa en que el sol doraba las cumbres, en que el cielo despojábase, á sus besos, de sus brumas matutinales; en que piaban melancólicamente las alondras entre los riscos del monte; en que el laurel rosa lucía sus tintas más carmesíes en las risueñas cañadas donde destrenzábanse los arroyos en raudales cristalinos; en que los gallos se retaban de corral á corral con arrogantes cacareos; mañana en que se adornaba la vida con sus más bellos atavíos, cogió Toval, ya engalanado con flamante pantalón de pana, rojo ceñidor, entre marsellés y chaqueta de paño burdo, amplio pañuelo de seda blanco á guisa de corbata, sombrero de rondeña estirpe y recios zapatones de vaqueta; cogió Toval—repetimos—la reluciente vizcaína, los bordados bolsones de la pólvora y los plomos, y salió del lagar, tan alegre al parecer, como el día, y tan ágil como un corzo.

—Que no vengas mu tarde, Tovalico—le gritó su madre asomándose á la puerta de la casa.

—No tenga usté cuidiao, que estaré aquí á sol poniente.

—Que no eches por los Jerrizales—le gritó de nuevo aquélla, que no se apartó del umbral del edificio hasta ver perderse á lo lejos á su gallardo retoño.

Cuando la vieja penetró de nuevo en el lagar, su marido, ceñudo y con la mirada torva, entreteníase en contemplar el alegre chisporroteo de la leña húmeda, sentado junto al fuego que brillaba bajo la gran chimenea, sobre cuyo amplísimo alero parecían entonar los limpios peroles un canto á la condición hacendosa de su dueña.

—¿Qué tiées, Juan?—preguntó á éste su mujer, posando en él con interrogadora expresión sus ojillos obscuros y maliciosos.


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Dominio público
90 págs. / 2 horas, 39 minutos / 124 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Mis Parrales

Arturo Reyes


Cuentos, colección


Al Excmo. Sr. D. Mariano Catalina,
Ilustre autor de “La Poesía Lírica en el Teatro antiguo”.

Testimonio de gratitud, admiración y cariño

A. Reyes

En la carretera

I

Cuando Lola la Azucena se asomó á la puerta de su chozajo, embellecido por las trepadoras que lo cubrían casi totalmente de hojas y flores, ya el sol inundaba la carretera, animada por el resonante bulle bulle de peones y de ginetes, y por el alegre tintineo de las esquilas de las acansinadas recuas que conducían á la capital, desde los amplios paseros de la vega, el dulcísimo y oloroso fruto de las vides andaluzas.

Ya el sol—repetimos—embellecía el paisaje; piaban alegremente los gorriones entre las ramas de los frondosos álamos y de los plátanos orientales que flanquean el camino; rendíanse los pencares al peso del fruto en sazón;fulgía como de mármol blanquísimo el risueño caserío entre el verdor ya pálido de los viñedos y el esmeralda de los huertos; una brisa fresca y acariciadora susurraba plácida en el ramaje; un arriero tumbado, boca abajo, sobre el aparejo de su cabalgadura, canturreaba, con acento rítmico y quejumbroso, una copla popular; cómodamente sentada bajo el toldo de una galera, una muchachota de tez renegrida, dientes blanquísimos y ojos dormilones, apretábase contra el conductor, un zagal greñudo y atlético en cuyo semblante notábase el efecto del contacto tentador; una pareja de la guardia civil avanzaba hacia la población con paso acompasado y marcial apostura.


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Dominio público
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 96 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Mar y Tierra

Arturo Reyes


Cuento


I

—A ver, tú, Cantinero, á ver si les das un achuchón á esos bigardones, antes de que se nos venga encima el Levante.

Y en tanto dirigíase aquél á dar cumplimiento á la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense, la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban todos ó casi todos la abrumadora faena.

Descendió ágil y rápido el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:

—Vamos á ver si tenemos una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa, caballeros.

—Si te creerás tú que embotellar estos bombones repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro á uno de los enormes fardos,—es lo mismo que bordar en muselina.

—¡Como que va á ser menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa ó dos onzas de bizcochos mostachones

—¿Mosta... qué?

—Mostatiros que sus peguen por malitos que seis!

—Y seis catorce!—exclamó en tono de zumba Paco el de la Malagueta.

Le miró al soslayo el Cantinero, y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y meditabundo, y díjole al llegar junto á él, al par que le colocaba sobre un hombro la encallecida mano.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 78 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A Punta de Capote

Arturo Reyes


Cuento


I

—Comadre, mu güenos días.

—¡Josús y cuánto güeno por aquí! ¡Qué méritos habré jecho yo esta noche pasá pa tener este alegrón por la mañana!

—Pos no repique usté mucho, comadre, que entoavía puée ser que concluya usté por ponerme en mitá de la del Rey.

—Eso no lo jaría yo nunca, asín viniera usté á traerme dos disjustos emparmaos.

—Un colirio es lo que yo vengo á traerle á usté, un colirio pa que vaya usté mejoran» de una miajita de los ojos.

—Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo estoy mal de la vista.

—Y tan mal como está usté; pero por mí no deje usté su jacienda, que no tengo yo priesa ninguna.

—Pos mire usté, si usté me lo premite, yo voy á seguir planchando este camisón, porque, según parece, mi señor don Paco, tiée hoy que vestirse de gala pa dir á ver á algún diputao á cortes.

—¿A un diputao, verdá? No es mal diputao elque tiée que ver su caballero de usté; otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no tenía calcetines de colores.

—¿Pero por qué ha de ser usté siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser verdá que tengan que dir dambos á jacer esa visita?

—¡Que por qué no ha de ser verdá!—exclamó incorporándose como sacudida por un fleje de acero, Rosalía la Chiripera—porque no lo es, porque yo sé que no lo es... la jacer una visita! ¡y tan visita! como que dambos tiéen que dir hoy á pendonear con dos archiduquesas que acaban de llegar de Sivilla, dos asperones más jarticos de roar que un mingo sobre un tapete.

—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que la gente le dice ó lo que á usté se le antoja?


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8 págs. / 15 minutos / 78 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en su Vida Privada

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular de Vizcaya

I

El pueblo que cuenta el siguiente cuento, que recogí de su boca á la sombra occidental del excelso Ganecogorta, se calla el pensamiento filosófico que el cuento encierra, pero yo creo que el pensamiento es éste: la felicidad ó la infelicidad que el amor da, guarda proporción con la pureza ó impureza con que se profesa el amor. Por consecuencia de esto, como el amor del Diablo tiene que ser impuro, el amor tiene que hacer infeliz al Diablo.

El que lea ú oiga este cuento, convendrá, al recordar este introito, en que soy tan listo como aquél que decía: «si aciertas que llevo aquí uvas, te doy un racimo.»

Por si hay quien tema que el Diablo me lleve en venganza de haberme metido en su vida privada, debo tranquilizarle con una noticia: la de que el Diablo, cuando así lo quiere Dios que manda más que él, es más impotente que un rey constitucional, y más bestia que los que blasfeman de Dios.

II

Un día estaba el Diablo dale que le das á las in oseas con el rabo, y de repente interrumpió aquella operación, exclamando disgustado de sí mismo:

—Ea! es indigno de mí este entretenimiento, que hasta en la tierra me pone en ridículo, pues allí no hay quien no sepa y diga burlándose de mí, que cuando no tengo que hacer, con el rabo mato moscas. Tic por aquí á esta mosca, tic por allá á la otra! Es verdaderamente grotesco que un personaje como yo se entretenga en estas niñerías. Entretenimientos más dignos de mí y de mi trascendental misión de propagar el mal son los que deben constituir mis solaces, así en la vida pública como en la vida privada, y en busca de estos entretenimientos, voy á dar una vuelta por la tierra.

Decidido el cornudo á hacer un viaje por acá, comenzó los preparativos del viaje, y lo primero que pensó fué la forma y traje que había de adoptar.


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15 págs. / 27 minutos / 64 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Fuente de la Sabiduría

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular recogido en la merindad de Marquina (Vizcaya)

I

Sancho López de Urberuaga, no se había tenido nunca por tonto, ni por tal había tenido nadie, sino antes bien, por tan discreto como los viejos de la merindad de Marquina decían haberlo sido cuando mozo el caballero de Barroeta, cuya tontería había llegado á ser proverbial desde el Urola al Lea, y desde el mar al Urco y Oiz; pero empezaba á creerse tan falto de seso, como el caballero de Barroeta lo era desde que salió de la mocedad, y las gentes más discretas empezaban á participar de su opinión.

La razón que tenía el solariego de Urberuaga para sospechar que se había tornado tonto como el caballero de Barroeta, es lo que en breves cláusulas voy á explicar.

Dejóle su padre buena casa, buena ferrería. buen molino, buena heredad, labrantías, buenos bosques de carboneo, buenos ganados y buenos castañares y manzanares, y á pesar de no haber sido nunca holgazán, ni vicioso ni manirroto, de tal modo había menguado su herencia paterna, que quedaba reducida á la casa solar, ya tan desvencijada, que á no ser por la yedra, que la abrazaba y sostenía hubiera dado en el suelo; á unas tierrecillas labrantías, dilatadas á modo de estrechos listones, á ambas orillas del río, desde la revuelta que éste da pasado el solar de Ubilla, hasta Aspilza; el bosque costanero que dominaba el solar á la banda diestra del río; y hasta una veintena de cabezas de ganado mayor y menor, y no cuento entre los cortos bienes de Sancho, la ferrería y el molino de Aspilza, porque éstos, lejos de ser labrantes y molientes, como lo eran cuando de su padre los heredó, eran ya sendos montones de ruinas por haber carecido y carecer su señor de haberos monedados para conservarlos y repararlos.


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11 págs. / 20 minutos / 59 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Atezayaga

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular recogida en el valle de Guernica


En tiempos muy antiguos, no empezaba el mar á donde ahora se llama Mundaca, y en aquél tiempo se llamaba Munácoa y no Menosca como dijeron los historiadores romanos, á cuyo oído era refractaria la lengua que que hablaba en esta región, y persevera en ella después de haber sido la de toda la península ibérica. El mar empezaba entonces bastante más allá; pero las olas fueron atacando la punta de tierra por sus dos obstados y concluyeron por circunvalarla, de lo que resultó la isla de Izaro, cuyo nombre significa isla marina. Entonces, naturalmente, aquél pedazo de tierra tenía otro nombre, porque, no podía tener, el de Izaro no estando aislado en el mar; entonces se llamaba Atezayaga, que equivale á portería ó lugar de porteros; y se llamaba así con muchísima razón, como vamos á ver en este relato, que sustancialmente he recogido de boca del pueblo.

En Atezayaga había una casa solariega y tan noble, que á cuantos procedían de ella, con sólo acreditar esta procedencia, se los relevaba en todos los imperios y monarquías á donde iban de pruebas de nobleza, se les concedían gracias y privilegios y los linajes más encumbrados y esclarecidos se creían honrados con emparentar con ellos.

Sin embargo de esto, los del solar de Atezayaga eran muy pobres, como que todas sus riquezas materiales se reducían á unas cortas tierras labrantías, á algunos ganados, á un molino, á una ferrería donde labraban algunos quintales de fierro con el carbón que producían sus bosques y el mineral que producía una venera que tenían cerca de ellos, y á la pesca que extraían, del mar que azotaba su modesta propiedad territorial.


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4 págs. / 7 minutos / 56 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Donde las Dan las Toman

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando Pepa la Tripicallera penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona, acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el reducido balcón.

Entró Pepa en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin decir oxte ni moxte en una silla, apoyó un codo en el espaldar y la mejilla en la palma de la mano y dió comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.

La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:

—¡Que Dios te los dé mu güenos!

—Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye por volverme loca.

—Pos hija tú tiées la culpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, asín es que ya sabes, ¡por un gustazo un trancazo!

—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán, marecita.

—Ya te lo decíamos yo y toito el mundo antes de que fueras á la parroquia.

—Sí, madre, pero es que yo tenía una venda en los ojos e mi cara.

—Y la tiées, pero, en fin, vamos á ver lo que tenemos de nuevo.

—Pos lo que hay de nuevo, es que yo no pueo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me trompecé con mi hombre y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con ese gallo minino.

—¿Y qué más?


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 54 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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