Antes de leer
El niño vive en perpetua curiosidad. Él quiere saberlo todo,
quiere aprenderlo todo. Ved cómo sobre la tierra sedienta caen las
gotas de la lluvia que, en el acto, se secan. No de otra manera, en
el ánimo infantil, caen cuantas novedades llegan a él. Por eso es
tan grave la responsabilidad del que enseña. Acaso, una mala
semilla destroza un corazón.
Cuentan los viajeros que recorrieron las orillas del Ganges,
allá en la lejana y dorada India, que en el territorio llamado
Titnebrais se crían las rosas más encendidas y galanas, las más
frescas y odorantes que hay en el mundo.
Cierto Genio maléfico, enemigo de todo lo bueno, quiso destruir
aquel vergel maravilloso, y lo hizo abriendo con su vara un agujero
en el centro del jardín, depositando allí la semilla del arbusto
llamado Brunar. Ese es el arbolillo del odio, el de los pecados, el
de los crímenes. Donde él se desarrolla, desaparece lo bello y se
borra lo bueno. En efecto, el encantador paraíso de las rosas quedó
para siempre desierto. Todos los lindos arbustos perecieron.
No creáis que ocurre cosa distinta cuando en el alma del niño se
deposita un germen virulento. Así, pues, los que escriben para
distraer a los muchachos, han de examinar muy detenidamente el
granito de saber y de fantasía que van a entregar a los inocentes
lectores.
Y esa obligación moral, no solamente se impone a los hombres
honrados, sino que les marca el camino que han de seguir en su
relación literaria con los jóvenes a quien dedican sus páginas. No
lo olvidaré yo ciertamente.
Las armas de la victoria
En verdad que la espada con que el soldado defiende su patria,
humilla al enemigo malo y le derrota, es merecedora del aplauso y
del amor. Pero hay otras herramientas, hay otros útiles con que los
hombres ganan victorias imperecederas.
¿Dónde están? ¿En qué consisten?
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