El Gato
Javier de Viana
Cuento
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 49 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Mostrando 1 a 10 de 29 textos encontrados.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 49 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
—Nunca carece apurarse pa pensar las cosas, pero siempre hay que apurarse p'hacerlas, —explicaba el viejo Pancho.— Antes d'emprender un viaje se debe carcular bien el rumbo y dispués seguirlo sin dir pidiendo opiniones que con seguridá lo ostravean.
Y si hay que vandiar un arroyo crecido y que uno no conoce, por lo consiguiente, cavilar pu'ande ha de cáir y pu’ande v'abrir y cerrar los ojos: Dios y el güen tino lo han de sacar en ancas.
Dicen que “vale más rodiar que rodar”, pero yo creo que quien despunta un bañao por considerarlo fiero, o camina río abajo esperando encontrar paso mejor, o quien ladea una sierra temiendo espinar el caballo, no llega nunca o llega tarde a su destino.
—¿Y pa casarse? —preguntó irónicamente al narrador, celibatario irreductible, don Mateo.
—Pa casarse hay que pensar muchísimo. De día cuando se ve la novia y está cerca; de noche cuando está lejos y no ve... Pa casarse hay que pensar muchísimo, y...
—¿Y?...
—Y cuando se ha pensao muchísimo, sólo un bobeta se casa.
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 117 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Contaba ño Luz:
Una güelta, la perrada estaba banqueteando con las achuras del novillo vicien carniao, cuando se presientó un perro blanco, lanudo, feo, con las patas llenas de cascarrias de barro que sonaban al andar como los cascabeles de la víbora de ese nombre.
Los perros suspendieron la merienda y se abalanzaron sobre el intruso, revolcándolo y mordiéndolo, hasta que “Calfucurá”, jefe de aquella tribu perruna, se interpuso, imponiendo respeto.
—¿Qué andás haciendo'? —interrogó airadamente “Calfucurá”.
—Tengo hambre, —respondió con humildad el forastero.
—¿Y no tenés amos?
—Tuve; pero m’echaron porque una noche dentraron ladrones en casa y se alzaron con varias cosas.
—¿Y no ladrastes?
—No.
—¿Por qué?
—Tuve miedo; soy maula.
—¿Sos joven?
—Si.
—¿Tenés buenos dientes?
—Sí... ¡Hace cinco días que ando cruzando campo y sin comer!... De tuitos laos m'espantan y tuitos los perros me corren!...
—¡Hacen bien! —sentenció “Calfucurá”.— El trabajo del perro, como el del polecía, es ser guapo; siendo flojo no vale la carne que come, porque sin trabajar naides tiene derecho a comer!... Ahí tenes esas tripas amargas; enllená las tuyas y seguí viaje...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 43 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
El águila, el carancho, el chimango y el gavilán, son los filibusteros del aire.
No producen nada y sus carnes son duras y nauseabundas.
Pero son valientes, y en la lucha por la existencia se exponen, como todos los bandoleros, a múltiples riesgos.
Y, además, trabajan; porque combatir y matar implican un considerable desgaste de fuerzas.
Su laboriosidad poco apreciable sin duda, es dañina y egoísta, por igual en las rapaces citadas y en las hormigas y otras muchas sabandijas, entre las cuales cabe incluir a los profesionales de la política.
En unos prima la fuerza.
En otros la astucia.
El ingenio en los demás.
Fuerza, astucia, ingenio, constituyen valores positivos, condenables sí, pero despreciables no.
En cambio, el cuervo, el urubú indígena, ese gran pajarraco desgarbado y sombrío, rehuye el peligro de la lucha y la fatiga del trabajo.
Indolente, despreciativo, con su birrete y su negra toga, tiene la actitud desdeñosa de un dómine pedante o de un distribuidor de la injusticia codificada por los pillos, para dar caza a los incautos e inocentes.
El cuervo posee un olfato privilegiado y unas rémiges potentes.
Los temporales y las epizootias carnean para él. Desde enormes distancias siente la hediondez de las osamentas y surcando veloz el espacio, es el primero en llegar al sitio del festín.
Concurren otros holgazanes tragaldabas, pero él los mira con indiferencia despectiva. Ninguno ha de aventajarle en tragar mucho y a prisa.
Al sentirse ahito, da unas zancadas y antes de remontar el vuelo se despide de los menesterosos que quedan picoteando el resto de la carroña, diciéndoles sarcásticamente con su voz gangosa:
—Hasta la vuelta.
¡La vuelta del cuervo!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 30 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Los mellizos Melgarejo eran tan parecidos físicamente, que, a no estar juntos, resultaba difícil, aun a quienes a diario los trataban, saber cuál era Juan y cuál Pedro. Sus temperamentos, en cambio, contrastaban diametralmente. Expansivo, audaz y valentón, Pedro; reconcentrado, tranquilo y prudente, Juan. Pedro hería constantemente a Juan con ironías sangrientas. Cuando alguien expresaba la dificultad de distinguirlos, él acostumbraba decir:
—Es fácil: insultennós... Si es mi hermano, afloja; si soy yo, peleo. He oído decir que en el cristiano, la mitad de la sangre es sangre, y la otra mitad es agua... Cuando nosotros nacimos parece que yo me llevé toda la sangre y Juan el agua... ¡Pobre mi hermano!... ¡Es flojo como tabaco aventao!...
Cierta tarde de domingo, en la pulpería Juan estaba por comprar unas bombachas... Pedro entró en ese instante y dijo con hiriente sarcasmo:
—¿Por qué no te compras mejor unas polleras?...
Rió de la ocurrencia. Empurpúresele el rostro a Juan, quien exclamó airado:
—¿Querés probar quien de los dos es más guapo?... ¡Comprométete a acetar lo que yo proponga!. ..
—¡Acetao!
Juan extendió entonces la mano izquierda sobre el mostrador, y dijo a su hermano:
—Poné la tuya encima.
Pedro la puso... Y entonces el otro, desenvainando la daga y con un golpe rápido, dejó las dos manos clavadas al madero del mostrador...
Ninguno de los dos lanzó un quejido; ninguno de los dos hizo un ademán ni manifestó un gesto de dolor.
-Y aura... ¿qué decís? —preguntó Juan.
—Que sos mi hermano —respondió Pedro.
—¿Saco la daga?...
—Sacala o dejala... ¡a tu gusto!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 26 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
En las crudas noches de invierno, la peonada que ha trabajado desde el alba hasta el crepúsculo, soportando estoicamente el frío, el viento y la lluvia, semidesnudo a veces, sin probar bocado a veces, sin tomar un amargo, olvida todas las fatigas al sentarse alrededor del fogón.
Las llamaradas del hogar secan sus ropas, calientan sus cuerpos y reavivan el buen humor, que nunca se apaga en el alma de aquellos hombros sanos, fuertes y buenos.
Mientras beben con fruición el mate, insuperable bálsamo, y observan con avidez cómo se va dorando lentamente el costillar ensartado en el asador, comienzan las guerrillas de epigramas, de retruécanos, de dicharachos.
Y terminada la cena viene la segunda tanda del cimarrón, y con ella los cuentos, siempre ingeniosos y pintorescos,
Y difícilmente escapa al relato de algún episodio de la historia de “Don Juan’’, historia interminable, porque la fecunda imaginación del gaucho le va agregando de continuo nuevos episodios en que interviene toda la fauna conocida por él.
Las aventuras, variadas al infinito, tienen siempre por protagonista a Don Juan, quien, como el negro Misericordia de los fantoches, sale siempre triunfador.
El gaucho tiene singular simpatía por Don Juan, —el zorro,— y no le guarda rencor por las muchas fechorías de que le hace víctima el astuto animalito.
¿Que en ocasiones, —en las largas travesías,— mientras duerme tranquilo sobre una loma, le corta el maneador y lo deja a pie en medio de la soledad del campo?
Una travesura que lo encoleriza por un rato y que bien pronto olvida.
Él mata corderos, asalta gallineros, roba guascas, pero su viveza, su astucia, su gracia, su audacia le hacen perdonar sus arterías.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 40 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Jacobo y Servando se habían criado juntos y fueron siempre buenos amigos, no obstante la disparidad de caracteres: Jacobo era muy serio, muy reflexivo, muy ordenado, muy severo en el cumplimiento del deber. Servando, en el fondo bueno, carecía de voluntad para refrenar su egoísmo.
Jacobo amaba a Petra, y Servando le atravesó el caballo; conquistó a la moza con su charla dicharachera, con su habilidad de bailarín y con sus méritos de guitarrista. Y se casó con ella, sin pensar un solo instante en el dolor que le causaba a su amigo.
Una mañana, Jacobo hallábase en la pulpería, cuando cayó Servando. Llevaba un aire afligido y su caballo estaba bañado en sudor.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jacobo.
—¡Dejame!... Mi mujer está gravemente enferma y tía Paula dijo que ella no respondía, y que fuese al pueblo a buscar al médico...
—Y apúrate, pues... De aquí al pueblo hay tres leguas y pico...
—¡Ya lo sé!... ¡Sólo a mí me pasan estas cosas!... ¡Mozo!... ¡Deme un vaso de ginebra!... ¿Tomás vos?
—No.
—¡Claro!... Vos sos feliz, no tenés en qué pensar... ¡Eche otra ginebra, mozo!...
Servando convida a los vagos tertulianos de la glorieta y les cuenta su aflictivo tranco.
—¡Comprendo!... —dice uno.
—¡Me doy cuenta!... —añado otro.
—Pero hay que conformarse, ser fuerte, —concluye un tercero.
—Es lo que yo digo —atesta Servando.
—¡Mozo!, ¡sirva otra vuelta!...
Jacobo observa ensombrecido y entristecido. Sale: medita; le aprieta la cincha a su pangaré, le palmea la frente y dice:
—¡Pobre amigo!... Ayer trabajaste todo el día en el rodeo... ¡Ahora un galopo de seis leguas, entre ir y venir!... ¡Vamos al pueblo!... ¡Sí los buenos no sirviéramos para remediar las canalladas de los malos, no mereceríamos el apelativo de buenos!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 26 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Dalmiro, mocetón de veintiocho años, era hijo único de Paulino Soriano, rico hacendado en las costas del Yi.
Muerta doña Inés, la patrona, la familia, compuesta de Paulino, Dalmiro y Josefa, —sobrina huérfana recogida y criada en la casa,— holgaba en el caserón.
Cierto que la servidumbre era numerosa: negras abuelas de motas blancas, negras jóvenes y presumidas con su tez de hollín y sus dientes de mazamorra, y un cardumen de negritos y negritas que al arrastrarse por el patio parecían pichones de patos picazos.
Pero todos eran silenciosos.
La adustez del patrón no necesitaba voces para imponerse.
No era malo el viejo gaucho; pero su exagerado espíritu de orden, respeto y justicia, le imponían una rígida severidad.
Amando entrañablemente a su hijo, éste creíalo hostil.
Dalmiro era indolente en el trabajo, brusco en sus maneras, provocativo en su decir; en tanto Bibiano, un peoncito de su misma edad y criados juntos, distinguíase por su incansable laboriosidad, su modestia, su comedimiento y sensatez.
Eran compañeros inseparables y con harta frecuencia don Paulino amonestaba a su flojedad y sus arrebatos, elogiando de paso a Bibiano.
—¡Usté nunca me da razón! —exclamó amoscado, cierta ocasión.
—Porque nunca la tenes, —replicó, severo, el anciano.
Desde entonces el “patroncito” comenzó a tomarle rabia al compañero. Y esa malquerencia fué subiendo de punto al enterarse de que Bibiano requería de amores a Josefa, que ella le correspondía y que don Paulino miraba con agrado la presunta unión.
Y Dalmiro, que nunca se había preocupado de su prima, quiso interponerse, y comenzó a perseguirla, más que con ruegos amorosos, con imposiciones y amenazas. Rechazólo la moza, y ante las lúbricas agresividades de Dalmiro, se vió obligada a poner en conocimiento del patrón lo que ocurría.
Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 32 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Se va. No se muere, porque, como su contemporáneo, el gaucho, no conoce la cobardía del suicidio. En los parques de las estancias modernas lo matan, porque su desaliñada corpulencia y su aspecto campechano ofrecen una nota discordante entre las finas siluetas y el peinado follaje de los árboles exóticos...
En las quintas y chacras de los suburbios metropolitanos se les persigue encarnizadamente, porque “ocupan mucho sitio, dando demasiada sombra y son inútiles”.
El hacha brutal del horticultor tiene en apoyo de su herejía utilitaria, la sentencia doctoral de los eruditos: “El ombú, como el gaucho, no sirve para nada.”
Es verdad que a ellos nunca ofreció el ombú, como al primitivo poblador, en la alborada de la civilización nacional, el refugio de su sombra en los incendiados mediodías del desierto. Ni dió a sus frágiles moradas seguro amparo contra las furias del pampero. Ni sirvió a sus gallináceos de eficaz reparo contra los soles, las lluvias, los vientos, las comadrejas, los zorros y las iguanas... Y así, como desconocen la soberbia belleza del árbol gaucho, ignoran también sus virtudes medicinales y su posible aprovechamiento industrial...
Sucumbe, pues, gran árbol gaucho; y, como el gaucho, soporta resignado en tu agonía, el frío de la ingratitud y el sarcasmo de la ignorancia!...
Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 42 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Hubo una vez un casal humano nacido en una tierra virgen. Como eran sanos, fuertes y animosos y se ahogaban en el ambiente de la aldea donde torpes capitanejos, astutos leguleyos, burócratas sebones disputaban preeminencias y mendrugos, largáronse y sumergiéronse en lo ignoto de la medrosa soledad pampeana. En un lugar que juzgaron propicio, acamparon. Era en la margen de de un arroyuelo, que ofrecía abrigo, agua y leña. Un guanaco, apresado con las boleadoras, aseguró por varios días el sustento. El hombre fué al monte, y sin más herramienta que su machete, tronchó, desgajó y labró varios árboles. Mientras éstos se oreaban a la intemperie, dióse a cortar paja brava en el estero inmediato. Luego, con el mismo machete, trazó cuatro líneas en la tierra, dibujando un cuadrilátero, en cada uno de cuyos ángulos cavó un hoyo profundo, y en cada uno clavó cuatro horcones. Otros dos hoyos sirvieron para plantar los sostenes de la cumbrera. Con los sauces que suministraron las "tijeras” y las ramas de "envira” que suplieron los clavos, quedó armado el rancho. Con ramas y barro, alzó el hombre animoso las paredes de adobe; y luego después hizo la techumbre con la “quincha” de paja, y quedó lista la morada, construcción mixta basada en la enseñanza de dos grandes arquitectos agrestes: el hornero y el boyero.
Y así nació el primer rancho, nido del gaucho.
En la sociedad campesina, allí donde los derechos y los deberes están rígidamente codificados por las leyes consuetudinarias, para aquellas conciencias que viven, en íntimo y eterno contacto con la naturaleza; para aquellas almas que encuentran perfectamente lógicos, vulgares y comunes los fenómenos constantes de la vida, y que no tienen la insensatez de rebelarse contra ellos, consideran como un placer, pero sin entusiasmos, la llegada de un nuevo vastago.
Dominio público
50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 167 visitas.
Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.