Capítulo I
  «El profesor Joslin, quien, como nuestros lectores 
bien saben, acomete la tarea de escribir la biografía de la señora 
Aubyn, nos pide que expongamos que contraerá una deuda impagable con 
cualquier amigo de la famosa novelista que pueda proporcionarle 
información acerca del periodo anterior a su llegada a Inglaterra. La 
señora Aubyn tenía tan pocos amigos íntimos y, en consecuencia, tan 
pocos corresponsales que, en el supuesto de que existieran cartas, éstas
 tendrían un valor muy especial. La dirección del profesor Joslin es: 
10, Augusta Gardens, Kensington. Asimismo, nos ruega que digamos que 
devolverá con prontitud cualquier documento que se le confíe».
  Glennard soltó el Spectator y se 
volvió hacia la chimenea. El club se estaba llenando, pero aún tenía 
para sí la salita interior y sus ensombrecidas vistas al lluvioso 
paisaje de la Quinta Avenida. Todo era bastante gris y deprimente, 
aunque sólo hacía un instante que su aburrimiento se había visto 
inesperadamente teñido por cierto rencor al pensar que, tal como iban 
las cosas, puede que incluso tuviera que renunciar al despreciable 
privilegio de aburrirse entre esas cuatro paredes. No era tanto que el 
club le importara mucho como que la remota posibilidad de tener que 
renunciar a él representaba, en aquellos momentos, quizá por su 
insignificancia y lejanía, el emblema de sus crecientes abnegaciones, de
 los continuos recortes que iban reduciendo gradualmente su existencia 
al mero hecho de mantenerse vivo. Dado que resultaban inútiles, tales 
cambios y privaciones no los podía considerar beneficiosos, y tenía la 
sensación de que, aunque se deshiciera de inmediato de lo superfluo, eso
 no implicaba que su despejado horizonte le ofreciera una visión más 
nítida del único paisaje que merecía su atención. Y es que renunciar a 
algo para casarse con la mujer amada es más difícil cuando llegamos a 
dicha conclusión por la fuerza.
Información texto 'La Piedra de Toque'