Textos más populares este mes publicados el 26 de octubre de 2020 | pág. 3

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fecha: 26-10-2020


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La Fuerza de Voluntad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una vez conversaba yo con un carranzano más listo que un demontre (pues los hay que ven crecer la yerba), y como la conversación recayese sobre lo que puede la imaginación en nuestros actos, el carranzano me contó lo siguiente, que no eché en saco roto, como no echo nada de lo que me pueda servir para estudiar el modo de sentir, pensar y proceder del pueblo a quien tengo mucha afición, aunque no tanta que me parezca un santo ni mucho menos, porque su señoría (y perdone si le niego el su magestad, pues creo que mienten bellacamente los que le llaman soberano) suele descolgarse con cada animalada que le parte a uno de medio a medio.

II

Era hacia los años de 1836 a 1838 en que la guerra civil entre isabelinos y carlistas hacía de las suyas a más y mejor, tanto que cuando las recordamos los que no tenemos nada de belicosos ni de pícaros, no podemos menos decir a los belicosos, pícaros o inocentes que se entusiasman con ella: ¡Ay, pedazos de bestias!

Los beligerantes ordinarios en la conjunción de los valles de Carranza y Soba, eran: en Carranza un destacamento de aduaneros carlistas mandados por un carranzano conocido por Josepin el de Aldacueva, y en Soba los urbanos o paisanos armados isabelinos de los lugares confinantes con Carranza, mandados por un sobano conocido con el apodo de Geringa.

Josepin era un mocetón corpulento, de buen humor y diestro en la estrategia guerrillera; y Geringa un delgaducho como un alambre, a cuya circunstancia debía el apodo de Geringa, preocupado y caviloso como él solo, tanto que su mujer temía no se le pusiese alguna vez en la cabeza que estaba en peligro de muerte, porque entonces ni todos los veterinarios del mundo le salvaban.

Josepin y Geringa se conocían desde antes que empezara la guerra, y por cierto que merece contarse en capítulo aparte cómo se conocieron.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Amores de Clotilde

Armando Palacio Valdés


Cuento


En el cuarto de Clotilde, primera actriz de uno de los teatros más importantes de la capital, se reúnen todas las noches hasta media docena de amigos. La tertulia dura casi siempre tanto como la representación; pero tiene algunos paréntesis. Cuando la actriz necesita cambiar de traje se dirige a sus tertulios con sonrisa graciosa y ojos suplicantes:

—Señores, ¿me dejan ustedes un momentito?... un momentito nada más.

Todos se van al saloncillo y aguardan con paciencia: me he equivocado, no todos, porque el más joven de ellos, que estudia hace tres años el doctorado de medicina, aprovecha la ocasión y va a dar una vuelta por los bastidores a estirar un poco las piernas y a pescar algún beso descarriado. Pero en fin, la mayoría espera paseando o sentada a que Clotilde entreabra la puerta y asomando su cabeza de reina o de villana, según el papel que va a representar, les grite:

—Adelante, caballeros... ¿He tardado mucho?

Para D. Jerónimo siempre. Es el último que sale refunfuñando y el primero que entra en el cuarto. No acaba de transigir con esta púdica costumbre: y aunque no se atreva a expresarlo, allá en el fondo de su pensamiento encuentra poco cortés que se le eche de su asiento para que aquella mocosita se vista: ¡a él que hace treinta años pasa la vida entre bastidores y ha sido el íntimo de todas las actrices y actores antiguos y modernos!


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Testigo de Cargo

Armando Palacio Valdés


Cuento


Hay personas que no pasean jamás sino por calles céntricas. Hay otras que gustan de las excéntricas y solitarias, en los barrios extremos de Madrid, lindantes con la campiña. Las hay, por fin, que no pasean ni por unas ni por otras, y sólo encuentran alegría midiendo el pasillo de su casa a trancos, y acercándose de vez en cuando a la estufa para calentarse las manos.

Pues bien; declaro que yo pertenezco a la segunda categoría, aunque también me agrada recorrer una y otra vez mi pasillo con las manos en los bolsillos, particularmente cuando llueve, y dar unas cuantas vueltas por las calles de Alcalá y de Sevilla a las horas de más tránsito. Cuando esto último acaece, procuro que mi rostro vaya fruncido y aborrascado para adaptarse al medio ambiente; pero es contra mi gusto, bien lo sabe Dios, porque mi fisonomía, por naturaleza, es plácida y sentimental.

Así, que experimento más placer en pasearme por las afueras, donde encuentro rostros alegres que me miran sin hostilidad. Sólo allí me desarrugo y soy exteriormente lo que Dios quiso hacerme. Y he pensado algunas veces que si trasladásemos las caras de las afueras al centro, y las del centro las enviásemos a paseo, Madrid ofrecería a los ojos de los extranjeros un aspecto más hospitalario, más risueño y, sobre todo, más humano que el que ahora tiene.

No sucede lo mismo con los perros. Encuentro, generalmente, los del centro apacibles y corteses; los de los barrios extremos, agresivos, quimeristas y mucho más descuidados en el aseo de su individuo. Sin duda, la cultura, que ejerce una influencia tan triste en la raza humana, suaviza y mejora la canina.

Ignoro si el perro con quien tropecé cierto día en una de las calles más extraviadas del barrio de Chamberí era quimerista y agresivo como sus convecinos; pero sí puedo dar fe de su escandalosa suciedad.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Amor Asesinado

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Nunca podrá decirse que la infeliz Eva omitió ningún medio lícito de zafarse de aquel tunantuelo de Amor, que la perseguía sin dejarle punto de reposo.

Empezó poniendo tierra en medio, viajando para romper el hechizo que sujeta al alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor. Precaución inútil, tiempo perdido; pues el pícaro rapaz se subió a la zaga del coche, se agazapó bajo los asientos del tren, más adelante se deslizó en el saquillo de mano, y por último en los bolsillos de la viajera. En cada punto donde Eva se detenía, sacaba el Amor su cabecita maliciosa y le decía con sonrisa picaresca y confidencial: «No me separo de ti. Vamos juntos.»

Entonces Eva, que no se dormía, mandó construir altísima torre bien resguardada con cubos, bastiones, fosos y contrafosos, defendida por guardias veteranos, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas día y noche. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada de tedio a mirar el campo y a gozar la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien le expulsó de ella y colocó rejas dobles, con agudos pinchos, y se encarceló voluntariamente, sólo consiguió Eva que el amor entrase por las hendiduras de la pared, por los canalones del tejado o por el agujero de la llave.

Furiosa, hizo tomar las grietas y calafatear los intersticios, creyéndose a salvo de atrevimientos y demasías; mas no contaba con lo ducho que es en tretas y picardihuelas el Amor. El muy maldito se disolvió en los átomos del aire, y envuelto en ellos se le metió en boca y pulmones, de modo que Eva se pasó el día respirándole, exaltada, loca, con una fiebre muy semejante a la que causa la atmósfera sobresaturada de oxígeno.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Mi suicidio

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A Campoamor

Muerta «ella»; tendida, inerte, en el horrible ataúd de barnizada caoba que aún me parecía ver con sus doradas molduras de antipático brillo, ¿qué me restaba en el mundo ya? En ella cifraba yo mi luz, mi regocijo, mi ilusión, mi delicia toda… , y desaparecer así, de súbito, arrebatada en la flor de su juventud y de su seductora belleza, era tanto como decirme con melodiosa voz, la voz mágica, la voz que vibraba en mi interior produciendo acordes divinos: «Pues me amas, sígueme.»

¡Seguirla! Sí; era la única resolución digna de mi cariño, a la altura de mi dolor, y el remedio para el eterno abandono a que me condenaba la adorada criatura huyendo a lejanas regiones.

Seguirla, reunirme con ella, sorprenderla en la otra orilla del río fúnebre… y estrecharla delirante, exclamando: «Aquí estoy. ¿Creías que viviría sin ti? Mira cómo he sabido buscarte y encontrarte y evitar que de hoy más nos separe poder alguno de la tierra ni del cielo.»

Determinado a realizar mi propósito, quise verificarlo en aquel mismo aposento donde se deslizaron insensiblemente tantas horas de ventura, medidas por el suave ritmo de nuestros corazones… Al entrar olvidé la desgracia, y parecióme que «ella», viva y sonriente, acudía como otras veces a mi encuentro, levantando la cortina para verme más pronto, y dejando irradiar en sus pupilas la bienvenida, y en sus mejillas el arrebol de la felicidad.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pruebas de Amor

Felipe Trigo


Cuento


Mi amigo César es un analista insoportable. Pudiera ser feliz, porque tiene talento y buena fortuna, y es el más desdichado de los hombres.

Todo lo mide, lo pesa y lo descompone, el placer y el dolor, el llanto y la alegría, el amor y la amistad. Su corazón, sensible hasta lo infinito, se deja tocar por las más pequeñas cosas; pero el eco levantado en el corazón, plácido o triste, grande o fugaz, es entregado inmediatamente al pensamiento, que al profundizarlo por todas partes lo deja destrozado.

Llorando ante el cadáver de su padre, pensaba si en su aflicción extrema no habría algo de hipocresía consigo mismo. Y cesó de llorar. Pero en seguida le pareció fanfarronada de fortaleza su dolor sin llanto. Y lloró, llamándose miserable.

Estrenó una comedia. Y cuando el público le aclamaba, se encontró a sí propio desmedidamente fácil de halagar por los aplausos. Para evitarlos, se negó a salir a escena por segunda vez, se largó a su casa, se metió en la cama y no pudo dormir, reflexionando que la brusquedad de tal determinación tuvo mucho más de vanidosa que el haber seguido recibiendo los aplausos.

Cuando saluda a un personaje aléjase meditando si en el saludo no puso algún servilismo. Y, por si acaso, cuando le halla otro día, lo esquiva.

Vive solo, huraño, perpetuamente dedicado a vacilar, a destruirse las ilusiones.

Es un loco, sin duda.

* * *

Recuerdo que hará tres años lo encontré una tarde en el Retiro, sentado de espaldas a la gente, con la silla recostada en un árbol y entretenido en mirar el desfile de los coches. Me senté con él y no hablamos. De pronto, al paso lento de los carruajes enfilados, porque estaba en el paseo el de la Reina, cruzó junto a nosotros una victoria, en cuyo interior iban dos mujeres, saludando a César.

Una lindísima, elegante, joven.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Genio y Figura

Felipe Trigo


Cuento


El triunfo del autor iba siendo evidente. Pero un triunfo de sumisión, que tenía algo de espantoso, como el del domador en la jaula de las fieras. El teatro parecía contener una sola alma anhelosa y vencida, que quitaba a los cuerpos la sensación de ahogo en aquel aire de polvillo de luz, impregnado de sudor y esencias, a cuyo través, y contrastando con la obscura e informe aglomeración de cabezas en el patio y los anfiteatros, se veían los escotes y los trajes claros en las explosiones brillantes de las cornucopias eléctricas, llenos de flores y destellos, con abanicos que los brazos desnudos movían en silencio, como guirnalda de mariposas.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Casualidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Eran frecuentes mis escapatorias de la villa a la aldea natal, adonde me estaban siempre llamando la familia, los amigos, los recuerdos de la niñez y mi afición a la vida campesina.

Llegué a la aldea al anochecer de un día de Invierno, y como llegase cansado y hacía frío y la noche era obscura, me instalé inmediatamente junto al hogar, y siguiendo el consejo de mi padre y mis hermanos, reservé para la mañana siguiente la visita a los amigos y compañeros de la infancia, a pesar de lo muy grata que me era siempre esta visita y de mi impaciencia por hacerla.

Algunos amigos míos, menos egoístas y no más descansados que yo, pues habían pasado el día trabajando en sus heredades, arrostraron el cansancio y el frío y la obscuridad, para ir a verme tan pronto como supieron mi llegada.

Con tal motivo, aquella noche había gran tertulia en casa. Mis sobrinitos, que ordinariamente se acostaban al anochecer, con un huevo o una taza de leche casi todas las veces, y las demás con la añadidura de un azote que les daba su madre con toda la suavidad que permitía el caso, para corregir las mañas en que incurrían cuando el sueño les rondaba, estaban aquella noche despabiladísimos, y todas las amenazas de su madre de que haría y acontecería con ellos si no se iban a acostar eran inútiles, pues poniéndose bajo la salvaguardia del tío y del abuelo, las desafiaban valerosamente.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Fomes Pecatti

Antonio de Trueba


Cuento


I

Con esta pícara afición que desde chiquitín he tenido a averiguarlo todo, menos aquello cuya averiguación es pecado, apenas llegó a mi noticia el aforismo teológico de que todos tenemos dentro del cuerpo el fomes peccati, me entró gran comezón por averiguar, no si el aforismo era cierto como regla general, pues no dudaba que lo fuese, sino si esta regla tenía su excepción como todas.

Molí con mis preguntas a todo Dios, incluso la historia civil y religiosa, y todas las contestaciones que obtuve fueron que, en efecto, el fomes peccati se encierra en todo cuerpo humano, sin excepción de los más santos. Generalmente estas contestaciones se resentían de cierta metafísica, y, por consiguiente, su aridez y oscuridad las hacía inadecuadas para incluirlas en el género de literatura lisa y llana y a la buena de Dios que yo cultivo; pero entre ellas había una que no tenía aquella condición, y por consecuencia aquel inconveniente y esta contestación, que es la de la tradición. popular, es la que voy a confiar al público, un poquito ampliada y glosada, eso sí, pero en lo esencial sin quitarle punto ni coma.

Veamos, pues, con qué ejemplos al canto me afirmó la tradición popular ser cierto que todos tenemos el fomes peccati dentro del cuerpo; unos en la cabeza, otros en la boca, otros en el pecho, otros en el estómago y otros aún más abajo, como que hasta en los pies le tienen muchas personas.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Corretones

Antonio de Trueba


Cuento


I

—¿Qué noticias tenemos hoy? —preguntó el más hablador de la tertulia a un señor forastero, en el barrio de Salamanca, allá hacia fines de 1873.

—¿Ya sabrán ustedes lo de Villalain? —contestó el forastero, que por señas había huido de su pueblo porque (como a mí me había sucedido) había llevado una paliza por sospechoso de carlista y otra por sospechoso de liberal.

—Hombre, nada sabemos. ¿Pues qué ocurre?

—Lo que ocurre es que los vecinos de este barrio están expuestos a ver el mejor día a Villalain asomar por las Ventas del Espíritu Santo o los cerros de Máudes, y tener que apresurarse a emigrar a Madrid cargados con los trebejos de su casa.

—¡Hombre, ni en broma diga usted eso!...

—¿Broma? ¡No es mala la broma en que nos metieron ustedes los revolucionarios madrileños!

—¿Cómo que nosotros? Poco a poco con eso, don Francisco, que todos los que aquí estamos, menos usted, somos madrileños y ninguno tuvimos arte ni parte en la gloriosa

—Bueno, ustedes serán de los pocos que no tomaron parte en ella ni la aprobaron; pero la verdad es que los que desde lejos observábamos lo que en Madrid pasaba a raíz de la revolución de 1868, tenemos derecho a creer que casi todos los madrileños eran revolucionarios.

—Pues les niego a ustedes ese derecho.

—¿Por qué?

—Porque sólo una mínima parte de Madrid simpatizaba con la revolución. La inmensa mayoría de los madrileños la reprobábamos.

—Tengo poderosas razones para creer que o usted se equivoca, o la inmensa mayoría de los madrileños disimulaba muy bien esa reprobación.

—Diga usted cuáles son esas razones.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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