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fecha: 27-01-2021


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Dos Anécdotas

José María Blanco White


Cuento, anécdota


El general Espoz y Mina, que tan gloriosa parte tuvo en la guerra de España contra Napoleón y que después recibió tan ingrato pago de sus servidos, se granjeó la estimación de sus compatriotas tanto por su amables cualidades cuanto por sus prendas militares. Cuando se vio prensado a salir de aquella misma patria por cuya libertad había peleado con tanta bizarría, llevó consigo un muchacho a quien había recogido. Era el chico hijo de un subalterno francés que, en una repentina retirada, le hubo de dejar rezagado. A breve rato pasó por allí Mina con su estado mayor y, oyendo los lamentos del niño, que estaba sentado encima de una piedra junto al camino, se llegó a él, vio que acababa de abandonarle su padre, se compadeció, resolvió tomarle bajo su amparo, se le llevó consigo y cuidó de su educación.


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Dominio público
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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Juan José

Joaquín Dicenta


Teatro


Carta a modo de prólogo

Sr. D. José de Urquía


Querido amigo y compañero:

Me pide usted autorización para publicar Juan José en La novela corta y dedicar el número, en que mi drama se publique, a los obreros españoles.

La miseria me llevó a convivir con los humildes y con los miserables.

Entre ellos escogí modelos para personajes de mi obra; ellos, con sus dolores, con sus ignorancias, con la pobreza material y moral a que les reducían la codicia, el egoísmo y la (crueldad) de explotadores y viciosos, trajeron a mi corazón primero que a mi inteligencia el trágico poema de los desheredados, al cual quise dar vida escénica en Juan José.

Mucho ha progresado el obrero español desde que escribí la obra; pero la médula de mi drama subsiste, subsistirá mientras la mujer pueda ser empujada a la prostitución y el hombre honrado al crimen, por la miseria, por el abandono y por las explotaciones sociales.

Dedicando usted, querido Urquía, mi drama a los obreros en la fecha 1.º de Mayo, satisface mi deseo más firme. No lo he realizado antes por mi propio, temeroso de que tal acción se atribuyera a vanidad o a ansias ruines de lucro.

Gracias pues y una usted la mía a su dedicatoria.

Muy sinceramente amigo y admirador de usted.


Joaquín Dicenta

Personajes

ROSA.
TOÑUELA.
ISIDRA.
MUJER 1.ª
MUJER 2.ª
JUAN JOSÉ.
PACO.
ANDRÉS.
EL CANO.
IGNACIO.
PERICO.
EL TABERNERO.
UN CABO DE PRESIDIO.
BEBEDOR 1.º
BEBEDOR 2.º
Un mozo de taberna.
Bebedores.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Opresión del Entendimiento en España

José María Blanco White


Ensayo


[…] El que quisiese saber los nombres de los escritores y hombres de méritor que han, no diré florecido, porque bajo tal sistema es imposible, sino despuntado en España, búsquelos en los libros de la Inquisición o, lo que es lo mismo, en la lista que de ellos hit sacado Llorente. Allí hallará a Azara, Ricardos, Bails, Cañuelo, Clavijo-Fajardo, Iriarte, Samaniego, Vicente, Salas, Tabira, Calzada, Jovellanos, Urquijo; en una palabra: a cuantos se han atrevido a saber más o con mejor gusto que los inquisidores. Y no se crea que esto ha sucedido sólo desde que se introdujo el gusto a la filosofía francesa. La misma lista presenta los nombres de cuantos teólogos se apartaron de la senda escolástica en los reinados de Carlos V y su hijo Felipe.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Pastorcitos Rotos

Gabriel Miró


Cuento


Una abuelita con saboyana roja y corpiño negro, que lleva un reverendo pavo en sus brazos, camina descabezada sobre la verde lisura del tomo III de Luciano.

Hay en la orilla de un tintero de Talavera un viejo sentado en su peña, con montera de piel y capa pardal y zahones nuevecitos que antes tendía sus manos encima de lumbre de leña, y hogaño está manco y sus muñones se asoman al abismo de tinta.

En el cestillo de la labor de la madre yace derribado el negro rey Gaspar, cuya cabalgadura tiene una pata quebrada por la corva, y una labriega, que traía en la cabeza un añacal todo rubio de panes, contempla sus piernas entre la corona del mago.

Cerca del Epistolario Espiritual del venerable Juan de Ávila, una garrida lavandera se mira lisiada de brazos en el remanso de un espejito roto.

Y entre Rabelais, y algunas cuentas de mercaderes, asoma la donosa blancura de los rebaños. Y casi todos los corderos, hasta los recentales se doblan, se tuercen, se rinden por la flaqueza y ruina de los alambres de sus patitas y pezuñas, y lejos, en un trozo de soledad de la mesa, se amontonan zagalas con ofrenda de pichones, y pastores con presentalla de cabritos, de odres de vino, de cestas de huevos, de orzas de arrope, de manteca, de ristras de longanizas, de ramos de pomas y ponciles; y otras figuras más líricas, tañen adufes y rabeles, y otros muestran la gracia de la danza; y todos se asfixian bajo la escombra de molinos, de hornos, de un pozo, de un hostal cuya puerta no se abrió a los ruegos de la Santa Virgen María, y ahora tiene un portalazo como un antro hecho por ratas voraces.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Señor Cuenca y su Sucesor

Gabriel Miró


Cuento


Pasaba ya el tren por la llanada de la huerta de Orihuela. Se iban deslizando, desplegándose hacia atrás, los cáñamos, altos, apretados, obscuros; los naranjos tupidos; las sendas entre ribazos verdes; las barracas de escombro encalado y techos de «mantos» apoyándose en leños sin dolar, todavía con la hermosa rudeza de árboles vivos; los caminos angostos, y a lo lejos la carreta con su carga de verdura olorosa; a la sombra de un olmo, dos vacas cortezosas de estiércol, echadas en la tierra, roznando cañas tiernas de maíz; las sierras rapadas, que entran su costillaje de roca viva, yerma, hasta la húmeda blandura de los bancales, y luego se apartan con las faldas ensangrentadas por los sequeros de ñoras; un trozo de río con un viejo molino rodeado de patos; una espesura de chopos, de moreras; una palma solitaria; una ermita con su cruz votiva, grande y negra, clavada en el hastial; humo azul de márgenes quemadas; una acequia ancha; dos hortelanos en zaragüelles, espadando el cáñamo con la agramadera; naranjales, panizos; otra vez el río, y en el fondo, sobre el lomo de un monte, el Seminario, largo, tendido, blanco, coronado de espadañas; y bajo, en la ladera, comienza la ciudad, de la que suben torres y cúpulas rojas, claras, azules, morenas, de las parroquias, de la catedral, de los monasterios; y, a la derecha, apartado y reposando en la sierra, obscuro, macizo, enorme, con su campanario cuadrado como un torreón, cuya cornisa descansa en las espaldas de unos hombrecitos monstruosos, sus gárgolas, sus buhardas y luceras, aparece el Colegio de Santo Domingo de los Padres Jesuitas.

Sobre la huerta, sobre el río y el poblado se tendía una niebla delgada y azul. Y el paisaje daba un olor pesado y caliente de estiércol y de establos, un olor fresco de riego, un olor agudo, hediondo, de las pozas de cáñamo, un olor áspero de cáñamo seco en almiares cónicos.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Campos de Tarragona

Gabriel Miró


Cuento


Viajaba Sigüenza en un humilde y cansado tren. Era por los campos de Tarragona, campos exultantes, jugosos y embebidos de azul. Está el azul en las frondas que parecen siempre mojadas, en los troncos, que aun los robustos y viejos son tan tiernos que Sigüenza creía que pudieran abrirse y zumar un verdor hecho luz; está el azul en la encendida tierra que tiene la color gloriosa de las ruinas. Está el cielo, el mismo cielo de la comarca de Sigüenza, redundando el paisaje, como la miel caliente que penetra en el pan. Se derrama la lumbre azul dentro de los colores, avivándolos, estremeciéndolos en sí mismos... Campos de Tarragona, todavía lejos de la costa, y a través de la pompa de oro pálido Y fresco de la retama, y en todo el aire, palpita la claridad del Mediterráneo. Y ese aire de gracia de antiguos horizontes deja en el sol de la mies y en la umbría del pinar la emoción y la blancura rubia del mármol hecho carne. Vemos nuestra angosta vida iluminada y agrandada por un antaño que sonríe con todas las sonrisas de las diosas desnudas. Tierra encamada, inagotable, alma tierra que nutre la olivera, ancha y solemne como un ara, y al lado está el cerezo, oloroso y herido de fruto; tierra milagrosa que da ardor al nopal y el delicioso frío al avellano. En los ribazos se abren las ascuas de los granados; sobre los panes se doblan de abundancia los almendros; de los huertos cerrados suben las palmas; la viña invade la llanura y la mansa cuesta de los alcores; los pámpanos velludos y lustrosos de las higueras se ayuntan con la rigidez de las encinas; los pinares bajan torrencialmente por la montaña, y los algarrobos, sacando sus garras de raíces de la besana, de los barbechos, de las laderas, caminan tercos y fuertes hasta el mar, y entre los peñascales se tienden rendidos calándose sobre los eternos confines azules.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

De los Balcones y Portales

Gabriel Miró


Cuento


Caminaba Sigüenza por lo más fragoso y bravío de la comarca alicantina. Era un valle hondo y muy feraz, entre dos sierras de faldas verdes de viña y panes, y las cimas de muchas leguas yermas entrándose en el cielo.

Los pueblecitos y aldeas pardeaban agarrándose temerosamente al peñascal.

Sigüenza viajaba en jumento, que era grande y viejo y algo reacio a los mandatos del espolique y a los suaves golpes de sus calcañares, pues montaba a la jineta y todo, aunque en silla de zaleas y de rudos aciones de soga.

Y llegó a un lugar que de todos los del valle era el más encumbrado. Al lado de las primeras casas había una fuente de seis caños muy abundantes. Después halló una plaza con una añosa noguera en medio y una iglesia de hastial moreno, torre remendada y una menuda espadaña que se dibujaba limpia y graciosa en el azul.

En esa plaza, entre bardales desbordantes de manzanos y duraznos, estaba la casona donde el cansancio de Sigüenza tuvo refrigerio y se le dio posada algunos días.

Me apresuro a deciros que no era aquello parador aldeano, sino honestísima morada de dos señoras doncellonas, hermanas de un magistrado de Teruel.

El comedor y algunos dormitorios y salas tenían balcones que eran deliciosos miradores de todo el paisaje; veíase la profunda vallina, la gracia de cielo pasando entre los montes; a lo último, el mar.

El portal daba a la plaza de la noguera. Y desde el hondo vestíbulo veíase la rozagante fronda de este árbol y los verdores de los frutales que reposaban en los cercados, y la pobre parroquia de color de pan campesino con un fondo gozoso de azul, y en el silencio, de tiempo en tiempo, se oía un andar cansado de leñadores, de caminantes, de cabreros, y alguna vez pasaba una bestia cargada de maíz tierno.

Pues las señoras consumían su vida sentaditas en la entrada, pero dando la espalda al nogal y a toda la plazuela.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Discípulo Amado

Gabriel Miró


Cuento


En aquel tiempo pasaba Sigüenza muchas tardes por un lugar callado más hondo y obscuro que todos los lugares de la ciudad, porque allí las calles eran estrechas, los muros altos, el suelo empedrado rudamente como un camino aldeano. Si alguien se quedaba mirando a Sigüenza desde una vidriera, él se decía: Será un enfermo, una mustia doncella, una viejecita que cuida de su hermano beneficiado, segundo organista o maestro de ceremonias de la catedral; será una madre viuda que apenas ve a su hijo, porque este hijo mozo, disipado y alegre, vive todavía en los sitios grandes y magníficos, y cuando se recoge ya es el alba, y la madre suspira en su dormitorio, oyendo las pisadas y las toses de fatiga del hijo entre la pureza de las primeras campanas...

Y todas esas pálidas cabezas que miraban a Sigüenza no parecía que se asomasen detrás de los cristales, sino detrás del tiempo, del tiempo dormido en el viejo lugar, a la umbría de la basílica. Y en esos cuerpos se perpetúa el alma de las primitivas familias que han morado en estas mismas casas venerables y tenebrosas como retablos. Allí la piedad se ha hecho carne y piedra. Habrá matrimonios ricos, reumáticos y estériles. Los domingos les visitarán los sobrinos, vestidos austeramente, sin galas ni joyas, aunque puedan traerlas y las tengan, para que los tíos no sospechen vanidades y les malquieran.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Paseo de los Conjurados

Gabriel Miró


Cuento


Era un paseo largo, antiguo y desamparado; tenía las empalizadas podridas; las pilastras, grietosas; el piso, agreste; los bancos, rotos, con hierba en sus heridas; la fuente, seca; los árboles, polvorientos... Había dos edificios grandes, amarillos y decrépitos: el Hospital y el Hospicio. Es que en muchos pueblos, los casones viejos, opresores, húmedos son para las criaturas frágiles, doloridas y tristes. También suele suceder que una catedral venerable sirva de alojamiento de un escuadrón de caballería.

Las callejas angostas, cercanas a ese paseo de las afueras, llevan el nombre de un poeta, porque un día el Cabildo siente una lírica exaltación y decide glorificar a un peregrino ingenio escribiendo su nombre en el ladrillo, en el rótulo de una esquina. Es costoso el hallazgo de la calle porque todas ostentan el apellido glorioso de un corregidor, de un político o de un general. Por fortuna, la Naturaleza es conciliadora: hay en los extremos del pueblo una callecita que se llama la «Calle del Aire» o «Calle del Árbol», y se quita el Aire o el Árbol y lo sustituye Fray Luis de León o Garcilaso. Pero los vecinos y aun los bandos y pragmáticas municipales siguen diciendo «calle del Aire o del Árbol».

Era aquel paseo el de las familias enlutadas, de los hidalgos viejecitos y aburridos, de los lisiados y enfermos. Y cuando se cruzaban los solitarios quedábanse mirando, y volvían la cabeza para mirarse más. «Este pobre también lleva luto, o tiene la color de las enfermedades». Y diciéndolo repasaban las malaventuras suyas.

Junto al paseo comienzan los campos sembrados, las morenas tierras de labranza, los jugosos terciopelos de las alfalfas regadas por una noria cuyo gemido de cansancio penetra en el silencio de toda la tarde. Sube un ciprés al lado de una masía. Lejos ondulan las montañas.

El paseo recibe la emoción resignada y buena de este paisaje.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Pececillo del Padre Guardián

Gabriel Miró


Cuento


Cuando el tren, un tren mixto muy viejo, abandonó la humilde estación, penetró en Sigüenza todo el silencio de aquellos lugares; porque era una de esas estaciones desamparadas, sin pueblo. El pueblo que le había dado generosamente su nombre estaba perdido en la soledad, sin tren. Era una de las más castizas estaciones españolas.

Andando atravesó Sigüenza campos arrugados por la labranza, terronosos y duros. Las cebadas, antes de espigar, tenían color de maduras, quemadas de sed; la viña, apenas mostraba algunos nudos tiernos por el brote; las sendas pasaban retorcidas, huyendo delante de las masías, muchas ya cerradas por la emigración.

Y los bancales yermos, con árboles crispados; las tierras enjutas; los rastrojos inmensos, tejían, ensamblándose, la parda solana, tendida y muda bajo el cielo glorioso de la tarde.

Unos suaves oteros se iban desdoblando lejanamente.

En la profunda paz resonaban las nachas de dos campesinos.

Derribaban un ciprés venerable que estuvo más de un siglo solitario y rígido, como en oración, elevándose serenamente sobre la abundancia o la miseria del paisaje.

Al amor de una dulce umbría quedaba un rodal de sembrado fresco y vivo. Sentose Sigüenza en la linde, y las alondras huyeron quejándose.

El camino era blanco y seco, sin una huella de rebaño ni de caminante.

No había nadie en toda la tarde.

En el ocaso, subía una niebla desde el hondo transparentándose sobre las cansadas brasas del sol. Se levantó Sigüenza; y su sombra se agrandaba en las cuestas de los oteros.

A su espalda oyó las alondras que volvían, llamándose al refugio de los cachos del bancal.

Cruzó la desolación de una barranca, donde una higuera vieja desenterraba sus manos trágicas de raíces.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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