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Rubia...

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Es rubia. Tiene mucho calor en su seno, mucha pasión en su espíritu. Cuando algo la agita, efervesce como un volcán. Los que la aman y se abrazan a ella se incendian como un manojo de espigas acercado a una llama. Es traidora, porque cuando parece que acaricia, perturba la cabeza y sopla al oído la proposición del mal; ella aconseja el amor, pone alas al arrojo, impulsa al trabajo; pero no tarda también en hacer mortífero el trabajo, temerario el arrojo y sangriento el amor. Ha recibido de la madre tierra su savia benéfica; ha purificado su espíritu sobre el fuego; y ha largado su blanca y ondeada cabellera de espuma bajo el sol.

Es ella; la chica, la rubia y tentadora sirena que desde el fondo de la pipa de raulí canta su canción de vida. Al través de las tablas húmedas y unidas con el zuncho de acero, aparecen las burbujas de espuma blanca como la nieve, y parece que la malvada se ríe mostrando por las rendijas sus dientes de marfil.

Amenazadora en el fondo de cobre, cuando el blanco espumarajo se agita en la superficie y arde en el fogón el tronco de espino, se torna tranquila, soñolienta, pacífica, como envuelta en un sopor inconsciente, dentro de la gran pipa metida en el rincón de la bodega oscura. Es la crisálida que comienza a echar alitas impalpables.

La damajuana, encerrada en su cubierta de mimbres, recibe el chorro al través del largo embudo de latón, y al retirarse éste, aparece en la boca el copo de espuma que burbujea y se apaga. Es la mariposa que quiere tender el vuelo.

Más tarde, puesta en el vaso de vidrio, larga un perfume picante que llega a la garganta antes que el líquido. En la superficie, un millar de burbujas se forman y estallan. Es la esencia que vuela.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Quien Da Pan a Perro Ageno

Roberto Payró


Cuento


I. Las dos amigas

En un extremo del soberbio salón, la hermosa Elena conversa en voz baja con Marciana, su antigua amiga, mientras que Emilia, su madre, al lado de las altas ventanas, ocúpase en ejecutar un primoroso bordado que destina á la canastilla de bodas de su hija. De cuando en cuando la anciana señora levanta la vista de su labor, y fija sus ojos cariñosos en Elena, regocijándose con la alegría que resplandece en el rostro de la novia, Marciana, entre tanto, escucha con la mayor atención las palabras de su amiga, que víbran apenas en el silencio de la vasta sala.

—Tengo que comunicarte una noticia, una gran noticia... Ya te la hubiera dicho, pero como pareces olvidarte de mí ... como no vienes hace un siglo..

—¿Una noticia? preguntó Marciana afectando interés. ¿Cuál es ella?

—No, no te lo digo ... adivina si puedes, contestó la jóven, ruborizada, pero no sin cierta malicia.

—¿Lograste por fin que tu mamá accediera al proyectado viaje á París?

—Nó, nó, es mejor que eso, es mejor que eso! murmuró Elena con los ojos brillantes.

—Entonces ... no adivino.

—¿No sabes? dijo ella sonrojándose aun más. Estoy de novia ... me caso antes de tres meses!

—¿De veras?

—Oh! Y tan de veras! figúrate ... soy feliz! ¡Tan feliz!

—Y ¿quién es el afortunado?

La jóven miró á su amiga con expresión indefinible de contento y orgullo, y con volubilidad:

—Imajínate un hombre alto rubio, elegante, de bigote siempre correcto, ojos azules, boca sonriente, una cabeza artística ... y luego tan bueno, de tanto talento! .. y tambien ... tan enamorado de mí! ..

—Sí; el retrato puede ser exacto; pero no reconozco en él al retratado. ¿Quien es?

—¿No lo has reconocido? ¡qué tonta! si es Rodolfo, si es mi primo! ...

—¡Rodolfo! exclamó Marciana palideciendo.

—Sí, él, él mismo.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Dos Patios

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


En una apartada calle de Santiago, de ésas que suelen figurar más en los partes de policía que en los planos de la ciudad, existía una especie de conventillo de no mala apariencia, que constaba de dos patios cuadrados y grandes.

En el primer patio, las piezas eran espaciosas y altas y el valor del arrendamiento no estaba al alcance del inquilino pobre y desheredado. Veinte pesos no es cantidad despreciable para un jornalero, que gana el doble o muy poco más; pero sí lo es para el cajista honrado que cobra veinte pesos en la semana, o para la costurera activa que alcanza alrededor de diez, en el mismo tiempo.

El segundo patio ofrecía el aspecto general de nuestros conventillos. Salido el empedrado, no se había tenido cuidado de renovarlo, y el pavimento de tierra apretada había dejado formar charcos en diversos puntos, que ni olían bien ni presentaban un agradable aspecto. La acequia corría a tajo abierto por el medio, arrastrando hojas, desperdicios de cocina, cambuchos de botellas, corchos, papeles y otras materias igualmente putrefactas. Sus bordes tenían cierta vegetación musgosa y mezquina, que ni crecía ni se agotaba, luchando entre las aguas con jabón de las artesas derramadas que le llevaban la muerte, y los numerosos abonos, portadores de fósforo y otras materias azoadas que la comunicaban nuevo vigor y alientos nuevos. Las piezas del segundo patio se llamaban despreciativamente «cuartos» y valían entre cinco y siete pesos, según estuvieran más o menos lejos del pasadizo que comunicaba con el primero. Allí se lavaba al aire libre, se injuriaba en voz alta y se hacían muchísimas otras cosas que no permitían nunca una atmósfera respirable y limpia. Con un poquito de paciencia nos podemos orientar más en los dos patios, y tomar partido en favor del uno o del otro en la reñidísima lucha civil que los mantuvo divididos por largo tiempo.


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13 págs. / 22 minutos / 40 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Sandía

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Un roto podrá no tener camisa, cosa que le pasa muy a menudo; no tener ni una mala chupalla para taparse el mate, lo que es el colmo de la escasez; pero, eso sí, no le faltarán diez centavos en el fondo de su bolsillo para darse una pasada por un negocio en que se venda fruta y pedir con toda facha una sandilla.

Para el roto fino, de buena ley, que se come una cebolla cruda con tres ajises, sin pestañear, vale la pena vivir sólo por hartarse en el verano con la adorada, apetecida y jugosa sandía.

Colina es la mapa de las buenas sandías, de carne rosada, llenas de abundante y helado jugo. De ahí parten esas carretadas que se bambolean con el peso de la monstruosa fruta, y que se detienen en la ciudad frente a los puestos que generalmente se instalan en los edificios en construcción o en las puertas cocheras.

Allí se forma entonces una cadena, que no es ciertamente la masónica. El carretero de pie en la culata de la carreta arroja la sandía a otro de pie en el suelo de la calle, el que a su vez la dispara a su mujer, y ésta a su hijo mayor, que va acumulando el montón, dejando en diversos lados las grandes o de a veinte, las medianas o de a diez, y las chicas o de a cinco.

Ahí llegan luego los interesados, los peones que trabajan en la casa del frente; el carpintero que pone los tijerales en la del lado; el cargador que acaba de ganar un corte y quiere darse gusto con él; y la niña convidada que tiene apuro en llegar a su casa porque la está esperando su mamá.

Como la sandía es la fruta nacional por excelencia, y la que más compra nuestro pueblo, se ha amoldado su venta a las exigencias y carácter de los compradores. No se vende sandía sin estar calada. El roto no se aventura a perder su diez para que le salga una sandía verde, o desabrida. Se prueba la cala, y si está buena se le mete cuchillo.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Mosca Verde

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Tomábamos o pretendíamos tomar el fresco en la gran terraza de Alborada, una tarde de agosto abrasadora y enervante, de las poquísimas que, en aquel clima benigno, aprietan con rigor canicular. El aire estaba saturado no sólo del efluvio resinoso, ardiente, de los pinares vecinos, sino de otras emanaciones peculiares —almizcle de hormigas y escarabajos, miel y cera de panal—; y en el aire encendido revoloteaban, además de las mariposas multicolores, insectos de pedrería y esmalte, enlutadas «vacas de San Antonio», efímeras de gasa pálida, mariquitas de coral con pintas negras, mosquitos de seda color humo, mientras en la arena brincaban los saltamontes, parecidos a caballeros enlorigados y se arrastraban las chinches campesinas, limpias y de pintoresca forma, tan distintas de las urbanas.

Recostados en las mecedoras, hablábamos despacio, emperezados y esperando con ansia el primer soplo del atardecer que abanicase nuestras sienes. El tema de la conversación era que el calor disuelve las energías, y disertábamos sobre esa influencia psicológica de los climas, que ya empieza a reconocerse en la historia.

—Buena es —decía el científico— la firmeza de carácter; excelente su cultivo intensivo, y acertaría el que afirmó que del propio destino es autor cada hombre; pero a mí, esta naturaleza que nos rodea y nos agobia, me produce una impresión de fatalidad tan profunda, que casi no me atrevería a pensar en contrarrestarla. ¿Qué somos ante las fuerzas naturales?

—Lo somos todo —exclamó el pensador—. Esas fuerzas naturales, las hemos puesto a nuestros pies, a nuestro servicio. Cada día más saldremos vencedores en nuestra lucha con ellas.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Idilio

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Desde la aldeíta de Saint-Didier la Sauve, el soñador y dulce Armando se vino derecho a París. Había estudiado para cura antes de que estallara la revolución, interrumpiendo de golpe su carrera y dejándole sin saber a qué dedicarse. El hábito de la lectura y la timidez del carácter, sus manos blancas y la delicadeza de sus gustos, le alejaban del ejército y de la ardiente y furiosa lucha social de aquel período histórico, lo mismo que de los oficios manuales y mecánicos. De buena gana sería preceptor, ayo de unos adolescentes nobles y elegantemente vestidos de terciopelo y encajes... Pero ahora esos adolescentes, con ropa de luto, lloraban en el extranjero a sus familias degolladas, o ni a llorarlas se atrevían, porque no habían podido emigrar a un país donde no fuese peligroso derramar llanto...

Y el caso es que urgía decidirse a emprender un camino, porque los padres de Armando, aldeanos menesterosos, no estaban dispuestos a mantenerle a sus expensas, y el mozo, en su afinación, no acertaba ya a coger la azada ni a guiar el arado. Bocas inútiles no se comprenden entre los labriegos. El que come, que se lo gane. A París con su hatillo al hombro. Una vez allí, ya le acomodaría de escribiente, o de lo que saltase, el ebanista Mauricio Duplay, nacido en aquel rincón y grande amigo del alcalde de Saint-Didier. En la aldehuela se contaba que Mauricio Dupley, no contento con labrarse una fortuna por medio de su trabajo, actualmente era poderoso; mandaba en la capital. ¿Cómo y por qué mandaría? No le importaba eso a Armando. Se sentía indiferente a la política, que tanto agitaba entonces los espíritus.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Tránsito del Demonio

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


Clodomiro Pérez es corista varón del Teatro Municipal. Su cara de asno joven se destaca vigorosamente en la escena, y hace el regocijo de las galerías y del elemento joven que concurre a oír la ópera.

Como prisionero númida en el segundo acto de Aida, infundía pavor al mismo Amonasro. Enseguida, se le ascendió por su fealdad y por su buena conducta a sacerdote egipcio, y cuando en el fondo del templo resonaba pavorosa la ronca y tétrica acusación de traidor a la patria, sobre todas las demás se alzaba la voz de Clodomiro Pérez, que en esos momentos creía realmente tener en sus manos la vida de Radamés.

En Fausto, en el coro de las cruces, Mefistófeles, más que por la presencia de ese signo odiado para él, temblaba ante la cara que ponía Clodomiro Pérez, para vencerlo y aterrorizarlo.

Pérez era, indudablemente, el rey de los coristas. Sabía abrir los ojos desmesuradamente, mirar al vecino como para comunicarse la impresión de la romanza cantada por el tenor; mover los brazos desmesuradamente, inclinar la cabeza, en fin, dramatizar a su manera.

Clodomiro era casado con una mujer vieja y sorda, un abocastro tal, que ni siquiera había conseguido figurar en el coro femenino del Municipal, donde son cualidades que se aprecian mucho la fealdad, la vejez y el no tener oídos.

En la noche del miércoles, el pobre Pérez, dejando a su mujer en cama, con una grave enfermedad, se vio obligado a asistir al estreno de Mefistófeles, donde le correspondía el honroso puesto de demonio, para salir con el gran tenedor de tres dientes en el segundo acto, en la escena del infierno.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pajarraco

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Así como es misteriosa la vena en el juego, lo es la vena en amor. Los seductores no reúnen infaliblemente dotes que expliquen su buena sombra. Siempre que dice la voz pública: «Ese tiene con las mujeres partido loco», nos preguntamos: ¿Por qué? Y a menudo no damos con la respuesta.

Todavía, en la villa y corte, la guapeza en lances y la destreza en sports; lo escogido de la indumentaria y lo vistoso de la posición social; ese conjunto de circunstancias que rodean a los llamados por excelencia «elegantes», dan la clave de ciertos triunfos. Mas no sucede así en los pueblos, donde los profesionales del galanteo suelen gastar corbatas de raso tramado y puños postizos. Allí, sin embargo —lo mismo que aquí— existen individuos que en opinión general ejercen la fascinación, y padres y maridos los miran de reojo.

Laurencio Deza, entre los veinticinco y los treinta y tres de su edad, fue fascinador reconocido en una ciudad donde faltarán grandes industrias y actividades modernas, pero donde abundan lindos ojos negros, verdes y azules, que desde las ventanas no cesan de mirar hacia la solitaria calle, por si resuena en sus baldosas desgastadas un paso ágil y firme, y por si una cabeza morena se alza como preguntando: ¿Soy costal de paja, niña?

Laurencio ni era feo ni guapo. Tenía, eso sí, gancho, una mirada peculiar, un repertorio de frases variado, y a su alrededor flotaban, prestigiándole, las sombras melancólicas de algunas abandonadas inconsolables y de otras desdeñadas caprichosamente. A la que rondaba, sabía alternarle azúcares con hieles, rabietas de despecho con satisfacciones orgullosas, y por este procedimiento la curtía, zurraba y ablandaba a su gusto, dejándola flexible como piel de fino guante.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Olvido

Roberto Payró


Cuento


A Jorge F. Lynch.

I

— ¡Sonríes! exclamé tristemente al ver que su rostro se iluminaba, contrastando con el mío, pálido y demudado. ¡No has sufrido nunca como yo, cuando te muestras tan indiferente á mi desgracia!

—¡Bah! dijo Armando. ¿Es eso, acaso, una desgracia? Esa mujer no te ha engañado, no te ha mentido ¿qué más quieres? El tiempo se encargará de curarte, puesto que vas ya en camino de convalecer, gracias á ella. En cuanto á que yo sonría.... no lo tomes á mal; no se trata de tus recientes penas: evoco un recuerdo, y él me hace sonreir.

—Perdona; sé que no eres egoista, que me amas; pero, en el estado de espíritu en que estoy, se desea ver el semblante de los demás tan compungido como el nuestro. ¡Una de tantas locuras! —Por otra parte, sufro mucho.... á veces temo volverme loco!...

—He experimentado esos síntomas, dijo él; he sufrido los mismos dolores, y sin embargo... ¡ya me ves! —tú dices que soy el más alegre de todos tus amigos, y lo decías hace dos años también, cuando, al retirarme, por la noche, en la soledad de mi aposento, me anegaba en lágrimas abrasadoras, y mordía las almohadas en paroxismos de rábia... Porque cada cual tiene su pequeña historia ¿Quién puede decir que no lleva una espina clavada en el corazón?

Se detuvo un instante. Se habia puesto sério, y sus ojos brillaban más que de ordinario —Despues continuó:

—Déjame que te cuente esa historia: por ella verás que he sufrido más que tú, si el que sufre puede admitir alguna vez que el sufrimiento de los demás sea mayor que el suyo. Escúchame atentamente.

Había vuelto á su anterior jovialidad: sonriente me relató esta historia de lágrimas, que yo escuché conmovido.

II

La locura gobernaba como reina absoluta de la tierra: era Carnaval. Los hombres habían arrojado sus caretas.

De esto hace dos años.


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20 págs. / 35 minutos / 63 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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