Textos más populares este mes publicados el 29 de septiembre de 2016 | pág. 4

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fecha: 29-09-2016


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Irredención

Baldomero Lillo


Cuento


Cuando los últimos convidados se despidieron, la princesa, recogiendo la falda de su vestido constelado de estrellas, atravesó los desiertos salones y se encaminó a su alcoba, echando, al pasar, una postrer mirada a aquellos sitios donde, por su gracia y hermosura, más que por su simbólico traje, había sido durante algunas horas la reina de la noche.

Sentíase un tanto fatigada, pero, al mismo tiempo, alegre y satisfecha. El baile había resultado suntuosísimo. Todo lo que la gran ciudad ostentaba de más valía: la nobleza de la sangre, del dinero y del talento, desfiló por sus salones, adornados con deslumbradora magnificencia.

Pero la nota sensacional, la que arrancó frases de admiración y de entusiasmo, era la de las flores, de un pálido matiz de aurora, desparramadas con tal profusión por todo el palacio, que parecía una nevada color de rosa caída en los vastos aposentos, cubriendo las consolas, los muebles, los bronces, derramándose sobre los tapices y haciendo desaparecer bajo sus carmenadas plumillas la soberbia cristalería de la mesa del buffet. Guirnaldas de las mismas envolvían las arañas, trazaban caprichosos dibujos en los muros y orlaban los marcos dorados de los espejos. El efecto producido por aquella avalancha de flores rosadas era sencillamente maravilloso y los asistentes al baile no se cansaban de elogiar aquella fantástica ornamentación, cuya idea genial llenaba de orgullo a la hermosa dama que a solas con sus doncellas, que preparaban su tocado nocturno, se complacía en evocar los detalles de la magnífica fiesta.

Sí, aquel pensamiento originalísimo había sido de ella, únicamente de ella, y no podía menos de sonreír al recordar la cara de sorpresa del viejo administrador cuando le dio orden de despojar de sus flores a todos los durazneros en floración que existiesen en sus fincas.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Cruz de Salomón

Baldomero Lillo


Cuento


Aquella noche, la tercera de la trilla, en un rincón de la extensa ramada construida al lado de la “era”, un grupo de huasos charlaba alegremente alrededor de una mesa llena de vasos y botellas, y alumbrada débilmente por la escasa luz del candil. Aquel grupo pertenecía a los jinetes llamados corredores a la “estaca” y entre todos descollaba la arrogante figura del Cuyanito que, llegado sólo el día anterior, era el héroe de la fiesta. Jinete de primera línea, soberbiamente montado, habíase atraído desde el primer instante todas las miradas por la gallardía de su apostura y su gracejo en el decir. Excitado por el vino, relataba algunas peripecias de su accidentada vida. Él, y lo decía con orgullo, a pesar de su sobrenombre era un chileno a quien cierto asuntillo había obligado a trasponer la cordillera con alguna prisa.

Tres años había permanecido fuera de la patria cuyo nombre había dejado bien puesto en las palpas del otro lado. De ello podía dar fe la piel de su cuerpo acribillada a cicatrices. Al llegar a este punto de la conversación, de su tostado y moreno semblante, de sus pardos y expresivos ojos, brotaron llamaradas de osadía.

Envalentonado con los aplausos y las frecuentes libaciones, poco a poco fue haciéndose más comunicativo, relatando hechos e intimidades que seguramente en otras circunstancias hubiérase guardado de referir.

El corro en derredor de la mesa había engrosado considerablemente cuando, de pronto, alguien insinuó al narrador:

—¡Cuéntenos el asuntito aquel que lo hizo emigrar a la otra banda!

El interpelado pronunció débilmente algunas excusas, pero la misma voz con acento insinuante repitió:

—¡Vaya, déjese de escrúpulos de monja! ¡Aquí estamos entre hombres que saben cómo se contesta a un agravio! ¡Son cosas de la vida…! Por supuesto que habrá por medio alguna chiquilla.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Amados Muertos

H.P. Lovecraft


Cuento


Es media noche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con los muertos que amo.

Mi asiento es la fétida fosa de una vetusta tumba; mi pupitre, el envés de una lápida caída y desgastada por los siglos implacables; mi única luz es la de las estrellas y la de una angosta media luna, aunque puedo ver tan claramente como si fuera mediodía. A mi alrededor, como sepulcrales centinelas guardando descuidadas tumbas, las inclinadas y decrépitas lápidas yacen medio ocultas por masas de nauseabunda maleza en descomposición. Y sobre todo, perfilándose contra el enfurecido cielo, un solemne monumento alza su austero capitel ahusado, semejando el espectral caudillo de una horda fantasmal. El aire está enrarecido por el nocivo olor de los hongos y el hedor de la húmeda tierra mohosa, pero para mí es el aroma del Elíseo. Todo es quietud —terrorífica quietud—, con un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso.

De haber podido elegir mi morada, lo hubiera hecho en alguna ciudad de carne en descomposición y huesos que se deshacen, pues su proximidad brinda a mi alma escalofríos de éxtasis, acelerando la estancada sangre en mis venas y forzando a latir mi lánguido corazón con júbilo delirante… ¡Porque la presencia de la muerte es vida para mí!

Mi temprana infancia fue de una larga, prosaica y monótona apatía. Sumamente ascético, descolorido, pálido, enclenque y sujeto a prolongados raptos de mórbido ensimismamiento, fui relegado por los muchachos saludables y normales de mi propia edad. Me tildaban de aguafiestas y “vieja” porque no me interesaban los rudos juegos infantiles que ellos practicaban, o porque no poseía el suficiente vigor para participar en ellos, de haberlo deseado.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Mano Pegada

Baldomero Lillo


Cuento


Por la carretera polvorienta, agobiado por la fatiga y el fulgurante resplandor del sol, marcha don Paico, el viejo vagabundo de la mano pegada. Su huesosa diestra oprime un grueso bastón en que apoya su cuerpo anguloso, descarnado, de cuyos hombros estrechos arranca el largo cuello que se dobla fláccidamente bajo la pesadumbre de la cabeza redonda y pelada como una bola de billar.

Un sombrero de paño terroso, grasiento, de alas colgantes, sumido hasta las orejas, vela a medias el rostro de expresión indefinible, mezcla de astucia y simplicidad, animado por dos ojos lacrimosos que parpadean sin cesar. Una larga manta descolorida y llena de remiendos cae en pesados pliegues hasta cerca de las rodillas, y sus pies descalzos que se arrastran al andar dejan tras de sí un ancho surco en la espesa capa de polvo que cubre el camino.

Junto a él, montado en un caballo alazán de magnífica estampa, va don Simón Antonio, y más atrás, jinetes en ágiles cabalgaduras, siguen al patrón a respetuosa distancia el mayordomo y un vaquero de la hacienda.

La atmósfera es sofocante. El aire está inmóvil y un hálito abrasador parece desprenderse de aquellas tierras chatas y áridas, cortadas en todas direcciones por los tapiales, los setos vivos y los alambrados de los potreros.

Don Simón Antonio con su gran sombrero de pita sujeto por el barbiquejo de seda y su manta de hilo con rayas azules, parece sentir también la influencia enervadora de aquel ambiente. Su ancha y rubicunda faz está húmeda, sudorosa; y sus grises ojillos, de ordinario tan vivaces y chispeantes en la penumbra de sus pobladas cejas hirsutas, miran ahora con vaguedad, adormilados, soñolientos.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Gatos de Ulthar

H.P. Lovecraft


Cuento


Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el portador de historias de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que ella ha olvidado.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma y el Ensalmador

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


Al revisar los papeles de mi respetado y apreciado amigo Francis Purcell, que hasta el día de su muerte y por espacio de casi cincuenta años desempeñó las arduas tareas propias de un párroco en el sur de Irlanda, encontré el documento que presento a continuación. Como éste había muchos, pues era coleccionista curioso y paciente de antiguas tradiciones locales, materia muy abundante en la región en la que habitaba. Recuerdo que recoger y clasificar estas leyendas constituía un pasatiempo para él; pero no tuve noticia de que su afición por lo maravilloso y lo fantástico llegara al extremo de incitarle a dejar constancia escrita de los resultados de sus investigaciones hasta que, bajo la forma de legado universal, su testamento puso en mis manos todos sus manuscritos. Para quienes piensen que el estudio de tales temas no concuerda con el carácter y la costumbres de un cura rural, es conveniente resaltar que existía una clase de sacerdotes, los de la vieja escuela, clase casi extinta en la actualidad, de costumbres más refinadas y de gustos más literarios que los de los discípulos de Maynooth.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Fatal y el Príncipe Fortuné

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una reina que tuvo dos hijos. A un hada, buena amiga de la reina, le habían pedido que fuera la madrina de los príncipes y que les hiciera algún don.

—Le concedo al mayor —dijo— todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.

Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.

—No sabes lo que pides —le dijo el hada a la reina—; si no es desventurado, será perverso.

La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.

—Es posible que lo elijas todo al revés —contestó el hada—; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.

—Deseo —dijo la reina —que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.

—Bien podrías engañarte, —dijo el hada—; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.

Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Terremoto en Chile

Heinrich von Kleist


Cuento


En Santiago, la más importante ciudad del Reino de Chile, justamente cuando se producía el gran terremoto del año de 1647, en el que tantos seres perecieron, estaba atado a una pilastra de la prisión el español Jerónimo Rugera, acusado de un hecho criminal, a punto de ser ejecutado.

Don Enrique Asterón, uno de los nobles más acaudalados de la ciudad, le había echado de su casa hacía poco más de un año, donde se desempeñaba como maestro, cuando descubrió sus relaciones con su única hija, doña Josefa.

Como después de haber amonestado a su hija con severidad el noble anciano descubriese una oculta cita que se habían dado, gracias al celo de su orgulloso hijo con este motivo decidió confiar a la joven al monasterio carmelita de Nuestra Señora del Monte. Gracias a una feliz casualidad, Jerónimo había podido reanudar sus relaciones con ella, de manera que en una tranquila noche sirviendo de escena el jardín del cementerio, alcanzaron su total felicidad.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Terrible Anciano

H.P. Lovecraft


Cuento


Fue la idea de Ángelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva hacer una visita al Terrible Anciano. El anciano vive a solas en una casa muy antigua de la Calle Walter, próxima al mar, y se le conoce por ser un hombre extraordinariamente rico a la vez que por tener una salud extremadamente delicada… lo cual constituye un atractivo señuelo para hombres de la profesión de los señores Ricci, Czanek y Silva, pues su profesión era nada menos digno que el latrocinio de lo ajeno.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Historia de la Criada Gudule

Jean Lorrain


Cuento


La señora de Lautréamont ocupaba la casa más bella de la ciudad; era el antiguo edificio de la Dirección General de Impuestos, construido en tiempos de Luis XV (¡casi nada!), y cuyas altas ventanas, decoradas de emblemas y conchas, eran la admiración de todo el que pasaba por la plaza mayor los días de mercado. Era un gran cuerpo de edificio, flanqueado por dos pabellones laterales unidos por una gran verja: el patio de honor con el jardín más bello del mundo se hallaba detrás del edificio principal. Descendía de terraza en terraza, hasta los bordes de las murallas, dominaba treinta leguas de campiña y, con la más bella disposición estilo XV, albergaba en sus bosquecillos estatuas licenciosas, todas más o menos atormentadas por las diabluras de las Risas y el Amor.

Por lo que respecta a los apartamentos, estaban revestidos de paneles esculpidos del más encantador efecto, adornados con espejos, y los parquets de toda la planta baja, curiosamente incrustados de maderas de las Islas, relucían como espejos. La señora de Lautréamont, que sólo ocupaba el edificio principal, había alquilado los pabellos de los laterales a sólidos inquilinos y obtenía de ellos buenas rentas; no había nadie que no deseara vivir en el edificio de Lautréamont, y era el sempiterno tema de las conversaciones de la ciudad.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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