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fecha: 30-10-2020


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El Perro del Regimiento

Daniel Riquelme


Cuento


Entre los actores de la batalla de Tacna y las víctimas lloradas de la de Chorrillos, debe contarse, en justicia, al perro del Coquimbo; perro abandonado y callejero, recogido un día a lo largo de la marcha por el piadoso embeleco de un soldado, en recuerdo, tal vez, de algún otro que dejó en su hogar al partir a la guerra, que en cada rancho hay un perro y cada roto cría el suyo entre sus hijos.

Imagen viva de tantos ausentes, muy pronto el aparecido se atrajo el cariño de los soldados, y éstos, dándole el propio nombre de su Regimiento, lo llamaron «Coquimbo» para que de ese modo fuera algo de todos y de cada uno.

Sin embargo, no pocas protestas levantaba al principio su presencia en el cuartel, pues nadie se ahíja en casa ajena sin trabajo, causa era de grandes alborotos y por ellos tratose en una ocasión de lincharlo, después de juzgado y sentenciado en consejo general de ofendidos, pero «Coquimbo» no apareció. Se había hecho humo como en todos los casos en que presentía tormentas sobre su lomo. Porque siempre encontraba en los soldados el seguro amparo que el nieto busca entre las faldas de la abuela, y sólo reaparecía, humilde y corrido, cuando todo peligro había pasado.

Se cuenta que «Coquimbo» tocó personalmente parte de la gloria que el día memorable del alto de la alianza, conquistó su regimiento a las órdenes del comandante Pinto Agüero, a quién pasó el mando, bajo las balas, en reemplazo de Gorostiaga.

Y se cuenta también que de ese modo, en un mismo día y jornada, el jefe casual de Coquimbo y el último ser que respiraba en sus filas, justificaron heroicamente el puesto que cada uno, en su esfera, había alcanzado en ellas...

Pero mejor será referir el cuento tal como pasó, a fin de que nadie quede con la comezón de esos puntos y medias palabras, mayormente desde cada hay que esconder.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Espejo de Matsuyama

Juan Valera


Cuento


Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.

Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.

La madre no había ido nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considerar que su marido emprendía tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde había que ver tantos primores y maravillas.

En fin, cuando supo la mujer que volvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo.

No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmadas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padre le trajo. Y él no se hartaba de contar las cosas extraordinarias que había visto, durante la peregrinación, y en la capital misma.

—A ti—dijo a su mujer—te he traído un objeto de extraño mérito; se llama espejo. Mírale y dime qué ves dentro.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Toma del Huáscar en Panamá

Daniel Riquelme


Cuento


«En tanto que Mardonius sucumbía en Platea, los restos de la flota de los persas eran incendiados el mismo día en Mycale, después de una batalla ganada en la costa por los griegos desembarcados.

Durante este combate, el rumor de la victoria de la Platea habíase esparcido en las filas de los griegos como por una revelación de los dioses y había contribuido al suceso de la jornada».

Prevost Paradol.

El día 8 de octubre de 1880, a eso de las diez de la mañana, el comandante don Manuel Thomson, del crucero Amazonas, fondeado entonces en la rada de Panamá, se dirigía a tierra en la falúa capitana de su barco.

Ocho robustos marineros, especialmente escogidos para tales viajes, no exentos a la sazón de cuidados, hacíanla volar sobre las aguas a impulso de sus puños de acero.

Minutos después, Thomson subía la escalerilla del muelle con la agilidad de un guardiamarina, sin cuidarse ni poco ni mucho de la gente que a su paso lo miraba de reojo, no atreviéndose a más ante esta talla corpulenta y varonil, que a la legua revelaba un hombre.

Durante la guerra, Panamá estuvo, como se recordará, a una y a uña con los peruanos.

Y siga el cuento.

Quedó la falúa al resguardo de uno de los bogadores y los otros, teniendo por delante un horizonte de tres o cuatro horas de huelga, se largaron a toda vela por las callejas de la vecindad, vía de refrescar.

El marinero N., un bravo y sólido chilote, apartándose de los suyos, puso la proa al tabuco de un italiano, su casero; allí largó el ancla, cerca de una mesa, enfrente de una botella y a orillas de las faldas de una moza que al parecer lo aguardaba; porque era de esas navegantes, cual las gaviotas del mar, que pululan en las tabernas playeras.

Aquí es caso de decir, siquiera sea en dos palabras, quién era el marinero que designo con sólo una N., porque ahora duerme bajo las aguas del Pacífico.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Juanito

Rufino Blanco Fombona


Cuento


I

La casa, una antigua construcción española, de muros eminentes, pesadas puertas, ventanas guarnecidas por balaustres de fierro, tenía aspecto monacal; aires como de mansión á cuya sombra paseaban frentes meditabundas cubiertas de níveas tocas; pies descalzos, hechos á correr tras la cruz; almas blancas, cuna y albergue de las melancolías. Pero no; allí no habitaba la santidad sino la industria. Aquella no era casa de oración: de sus techos sólo surgía el himno del trabajo.

El caserón hacía esquina: por la una calle dos grandes puertas daban acceso á un detal de jabones; por la otra una verja, antes dorada, siempre de par en par y cuyos barrotes festoneaba una enredadera de cundeamor, permitía la entrada en la mansión del jabonero.

En el pueblo la casa no se nombraba de otra suerte sino «la jabonería». Su dueño y habitante era un industrial enriquecido que abastecía con su comercio de jabones los pueblos comarcanos.

Una noche, á cosa de las nueve, estaban en la sala de la jabonería dos personas: la una, viejecita de cabello nevado, rostro plácido, manos y piernas rígidas, sobre una silla giratoria y rodante, en un rincón de la pieza, dormitaba. Leía la otra persona á la luz de una lámpara, en el centro del salón. Era un hombre todavía joven, de complexión robusta, tez mate, ojos y barba negros, cabello ensortijado, aspecto burgués. Vestía blusa y pantalones de dril obscuro; los pies, metidos en pantuflos de grana, fulguraban con el oro de los bordados.

Todo en aquel hombre estaba diciendo cómo era él un rico de provincia. La propia sala llena de baratijas, adornos del peor gusto, mostraba ser el búcaro de aquella flor silvestre, flor de estambres dorados pero sin aroma.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pescadorcito Urashima

Juan Valera


Cuento


Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.

Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos las japonesas los viven.

Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:

—Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.

Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar.

Poco después aconteció que Urashima se quedó dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al medio día a echar una siesta.

Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y dijo:

—Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue tortuga la que pescaste poco ha, y tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Dolor de Pedro

Rufino Blanco Fombona


Cuento


Era la media noche. Pedro acababa de matar la luz de su lámpara. Los cuadros, las efigies galantes, adorno de las paredes; la bujía de cera roja del velador; el mármol resplandeciente del aguamanil; los volúmenes, de tafilete bruñido y lustroso; cuanto era sonrisa de la luz, en la estancia, cuanto devolvía el beso de oro de la lámpara en nota luminosa, entraba en la obscuridad. La habitación, paramentada de sombra, yacía en la mudez. La luz no cantó más su canto de notas risueñas. En el centro del dormitorio, Pedro, en pie, parecía una estatua cubierta de un paño fúnebre.

Y el joven entró en el lecho, y se arrebujó en las frazadas, gustoso de respirar aquel ambiente de soledad bienhechora.

Apenas reclinaba la frente, satisfecho de sí mismo, aquella noche consagrada al estudio, apenas oreaba sus párpados el ala del sueño, cuando escuchó un ruidecillo. Se puso á oír: el ruidecillo era como de patas de mosca sobre una cuartilla de papel; como de un vuelo susurrante de cínife; como de enjambre de hormigas arrastrando un ala de mariposa.

Y desde el propio lecho acechó el sitio del rumoreo. En una pata del escritorio que simula una garra de león, miró lucir una chispa como de astro, intensa, de luz amable y generosa.

Pedro creyó ver un brillante, rico regalo de algún duende; pensó que alguna hada munífica le hacía, por manera curiosa, aquel gentil presente. Pero el diamante comenzó á titilar como un Véspero, al pie del escritorio, y temblante, movía su luz bajo la zarpa de caoba.

Pedro comprendió que mal podía ser un diamante la lucecilla vivaz y móvil. Y encendió la bujía de cera encarnada.

Entonces pudo ver una cosa épica. En una red de araña, de tenue urdimbre gris, un gusano de luz, un cocuyo, se debatía prisionero, acometido por inmunda cucaracha.

Pedro se llenó de piedad y de ira.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Rotos y los Santos

Daniel Riquelme


Cuento


Un diario de provincia ha dado cuenta de cierto grave suceso ocurrido en el pueblo de X (más vale callar los nombres), en una de las noches de la semana que acaba de pasar con tan larga cola de calamidades.

Varios ladrones penetraron a la iglesia; se sustrajeron lo más valioso del sagrado ajuar y, no contentos con tal profanación, cometieron todavía otra mayor, arrastrando las imágenes de Dan José y de la Virgen hasta la plaza pública, poco menos que desnudas, donde en tal guisa, ala siguiente mañana, mostrolas el sol y pudo verlas el escandalizado vecindario: a ella, con cigarrillo en la boca, y a él con un naipe de las manos.

Una devota que oyó el caso, respetable señora que sostiene que no hay en Chile otros rotos descreídos que los soldados de la última campaña, en la cual, a su juicio, todos dejaron allá su sólida fe y devoción antiguas.

—¡Alguno de esos que han andado por el Perú! —dijo al punto la señora, son esa propensión a lo temerario que suele ser el pecado constitucional de muchas devotas.

No era dable contradecirla allí mismo, pero lo hago ahora —lejos de sus religiosas iras— en la convicción de que tales ladrones y bellacos, si bien pueden haber estado en el Perú y ser hasta peruanos de nacimiento, no son ni han sido soldados de nuestro ejército.

No niego que las necesidades de la guerra, crueles necesidades que a las veces se elevan a la altura de ese menester supremo de la conservación, que no reconocer pan duro, vino malo, ni mujer fea, que es como decir no tiene ni ley ni Dios, han puesto a nuestros rotos en el duro trance de echar mano de las cosas sagradas en más de un caso ciertamente; pero la historia severa e imparcial, que guarda en sus anales las acciones de los hombres, así generales como reclutas, puede testimoniar que aquéllos, aun en los más tristes extremos, supieron hermanar la necesidad con la devoción, que se supone perdida.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Filosofías Truncas

Rufino Blanco Fombona


Cuento


De esas raras equivocaciones tiene el destino. Aquella dama, nacida para musa ó para novia de poeta, no vivía en las estrofas de alguna gentil canción, vivía, gran señora, en un mundo del cual ella no amaba sino la pompa; y esa dulce desterrada de los poemas, consolaba su ostracismo reuniendo en su torno, músicos, novelistas, poetas, espíritus enamorados de la gloria, almas que deslumbra la verde visión de una hoja de laurel.

Esa noche parloteaban alegremente los invitados, en el saloncito carmesí. Eran hasta cinco personas: la señora, tres escritores y un viajero, recomendado de un amigo distante, y que venía de países muy remotos.

Se hablaba de todo. Se narraron sensaciones de libros y de viajes. Se picó en las ideas, como colibríes en cálices de flores.

La dama presidía. Su gentileza dejaba caer sonrisas, rosas de sus labios; y repartía miradas, besos de luz. Y eran, miradas y sonrisas, lauro lisonjero de aquella como justa.

Los escritores, á las veces, no se entendían. Bañados en el resplandor de una estrella, se tropezaban al buscar, los ojos en el cielo, la misma luz bienhechora.

Se habló de vanidad.

El novelista no negaba la suya.

—Mi vanidad es sonora como un órgano, decía.

El crítico, alma escéptica, se comparaba con Leonardo de Vinci, con Miguel Angel, con los más hermosos genios latinos y concluía porque nada que él hiciese valdría la pena.

El escéptico no se daba cuenta de su yerro. En su confesión de humilde había un rayo cegador de vanidad. El no se comparaba con los mediocres, ni siquiera con los buenos; se comparaba con los mejores y negaba la luz de su ingenio porque no ardía como un sol.

El crítico exclamaba:


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Doble Sacrificio

Juan Valera


Cuento


EL PADRE GUTIÉRREZ A DON PEPITO

Málaga, 4 de Abril de 1842.

Mi querido discípulo: Mi hermana, que ha vivido más de veinte años en ese lugar, vive, hace dos, en mi casa, desde que quedó viuda y sin hijos. Conserva muchas relaciones, recibe con frecuencia cartas de ahí y está al corriente de todo. Por ella sé cosas que me inquietan y apesadumbran en extremo. ¿Cómo es posible, me digo, que un joven tan honrado y tan temeroso de Dios, y a quien enseñé yo tan bien la metafísica y la moral, cuando él acudía a oír mis lecciones en el Seminario, se conduzca ahora de un modo tan pecaminoso? Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios. Sé que frenéticamente enamorado de doña Juana, legítima esposa del rico labrador D. Gregorio, la persigues con audaz imprudencia y procuras triunfar de la virtud y de la entereza con que ella se te resiste. Fingiéndote ingeniero o perito agrícola, estás ahí enseñando a preparar los vinos y a enjertar las cepas en mejor vidueño; pero lo que tú enjertas es tu viciosa travesura, y lo que tú preparas es la desolación vergonzosa de un varón excelente, cuya sola culpa es la de haberse casado, ya viejo, con una muchacha bonita y algo coqueta. ¡Ah, no, hijo mío! Por amor de Dios y por tu bien, te lo ruego. Desiste de tu criminal empresa y vuélvete a Málaga. Si en algo estimas mi cariño y el buen concepto en que siempre te tuve, y si no quieres perderlos, no desoigas mis amonestaciones.

DE DON PEPITO AL PADRE GUTIÉRREZ

Villalegre, 7 de Abril.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Amor de Luzbel

Rufino Blanco Fombona


Cuento


Cuando Zantigua franqueó la entrada en el gabinete, daba cima á un poema galante Luzbel, adorable poeta cuyas estrofas vuelan como irisadas mariposas; poeta gentil que cincela serventesios á modo de joyas; poeta cuyos cantos, llenos de juventud, rebosantes de vida, empapados de sentimiento, vibran como cuerdas de arpa, enternecen como caricias de mujer, fulguran como perlas de rubí, como zafiros luminosos.

Zantigua avanzó hasta el poeta. Luzbel, sumergido en éxtasis beatífico en la contemplación de su obra, llena todavía el alma con la música de sus versos, no advirtió la presencia de su amigo. Este puso la diestra en el hombro del poeta. Luzbel se volvió un poco sobresaltado.

—¡Oh, tú! Siéntate.

Pero Zantigua no obedeció; antes bien, plantándose enfrente de su amigo, mirándolo al rostro con fijeza, una sonrisa maliciosa en los labios y en los ojos, le dijo:

—¡Poeta, vengo á reírme de tí!

—Conmigo, dirás.

—No, mi querido poeta, vengo á reírme de tí.

Esta resolución del leal compañero de juventud fue tan peregrina al bardo; era tan burlesca la mirada de Zantigua, que Luzbel de súbito se sintió presa de un acceso de hilaridad; acceso que contagió al otro, de suerte que por espacio de unos momentos ambos se desternillaron de risa. Se reían con una risa estúpida de muchachos ó de locos; risa que era en el escritor, asombro, burla en Zantigua.

Cuando hubo concluído aquella tempestad de buen humor, cuando aquel simoun violento de alegría pasó, y los rostros se serenaron, el recién llegado interrogó maliciosamente á su amigo:

—¿Desde cuándo no ves á Carmen?

La pregunta, fulminada sin preámbulos, no extrañaba al poeta; de seguro nada inaudito tenía para él.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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