Textos más populares este mes publicados el 31 de agosto de 2022 | pág. 2

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fecha: 31-08-2022


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La Chingola

Javier de Viana


Cuento


A Luis Doello Jurado.


Lo llamaban el "Valle del Venteveo". Era chico: poco más de dos mil cuadras cerradas al oeste por el arco de una serranía baja y azul; al este por un río de frondoso boscaje; al norte un arroyuelo ribeteado de sauces y sarandises; al sur un cañadón sobre cuyo lecho pedregoso cantaban las aguas arpegios de vidalitas; encantando a las mojarras blancas, alegres, lindas como mañanas de otoño.

Lo llamaban el "Valle del Venteveo", quién sabe por qué; venteveos había muchos, pero ¿qué clase de pájaros no volaba sobre las lomas graciosas, o no picoteaba en la verdura de los llanos o no alborotaba en la maraña de los montes, o no se bañaba en las lagunas o no se inmovilizaba, observando el horizonte desde las cobálticas asperezas de la sierra?... Como no existían bañados, faltaban chajaes, garzas y mirasoles; pero, en cambio, las perdices infectaban las cuchillas, en los charcos remaban plácidamente patos y biguás, en los caminos saltaban en cardúmen las cachilas, en el rastrojo hormigueaban las torcaces, en los eucaliptos disputaban las cotorras con estridencias mujeriles, en los postes del corral edificaban los horneros; sobre los paraísos trinaban cardenales, calandrias, pirinchos, jilgueros, mixtos, viuditas y chingolos; en la sierra, los cuervos cuajaban los molles como enormes flores negras, mientras desde los picachos, las águilas lanzaban a la llanura la mirada combativa de sus pupilas de fuego; y en el bosque, el enjambre, las alas de todos los tamaños, las plumas de todos los colores, los trinos de todos los tonos.

Había pájaros en cantidad fabulosa en aquel valle, al cual no me explico por qué llamaron del "Venteveo", honrando un bicho ordinario, atrevido, inservible hasta para ser comido. Quizá por eso.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Prosiando

Javier de Viana


Cuento


A Bernardo Maupeu.


Como cueva de peludo era el potrero. Serpeante senda, tan angosta que las zarzas castigaban ambos flancos del caballo, y tan bajamente techada por el entrecruzamiento de las ramazones que debía el jinete mantenerse todo el tiempo echado sobre las crines; larguísima y obscura senda, en parte cortada por canalizos, en sitios obstruida por troncos atravesados, conducía al playo liso, limpio y verde, donde los matreros reposaban en absoluta seguridad.

Afuera, en el campo libre debía estar sobrando luz todavía, porque aún no habían vuelto las palomas de su excursión a los rastrojos, ni cantado la calandria la oración de silencio; pero allí, en el potril diminuto, enmurallado por árboles de veinte metros de altura y con más ramas que hijos tiene un matrimonio pobre, amulatábase el cielo y podía darse por ido el día.

Al pie de un vivaró que se alzaba a manera de torrejón sobre la chusma montaraz, el viejo don Tiburcio y el imberbe Saturno cimarroneaban y proseaban a la espera de los compañeros que salieron al mediodía en busca de carne.

Las circunstancias, el sitio, la hora, todo era propicio a la meditación, a pasar revista al pretérito, desgajando, descascarando, poniendo al descubierto el "cerno" del palo, lo que resiste, lo que perdura, lo que deslinda y orienta.

Decía el viejo:

—Asina es j'el destino 'e los hombre... Pero yo siempre he creído qu'el destino no es un bicho ciego que sacude palo p'acá y p'allá, sin carcular ni eligir, voltiando lo mesmo al inocente y al indino... No; qué querés: no creo. El destino no marca asina no más, al puro ñudo, sino que cuando tira una lechiguana pa un lao y desparrama la yel pal otro, razón no le ha de faltar p'hacerlo.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

E'un Chancho!

Javier de Viana


Cuento


A Luciano Maupeu.


Grande, gordo, barbudo, cabalgando en una yegüita petiza, flaca y peluda, Lucio Díaz llegó en un blanco atardecer de invierno a la estancia de don Filisberto Loreiro Pintos, situada en "Capao de Leao", entre las asperosidades del sur riograndense.

Cerca del galpón, bajo enorme higuero silvestre, sentado en grosera silla con asiento de cuero peludo, el dueño de casa, un viejito endeble, inmensamente barbudo, parecía dormitar. Y cuando el gaucho, deteniendo su cabalgadura, se quitó el chambergo y saludó, él observóle en silencio un buen rato, para mascullar después, sin quitar de los labios el largo y grueso cigarrillo de "río novo", liado en chala, un:

—Abaixa-te.

Lucio desmontó, y, solicitado y obtenido permiso para hacer noche, púsose a desensillar, en tanto el viejo lo observaba atentamente. Cuando, volvió de atar a soga su yegüita, don Filisberto afirmó:

—Tu es o Salao.

—Por mal nombre, sí, señor—respondió Díaz; y el viejo, siempre estudiándolo, interrogó de dónde venía.

—Del Estado Oriental.

—¿Acabau-se a guerra?...

—Entuavía no, señor; pero... ya nu hay caballos!...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Por un Olvido

Javier de Viana


Cuento


A Enrique Queirolo.


Invierno aborrecido aquel!... Era un llover que parecía que el cielo se hubiese agujereado por todas partes; y los vientos medio como locos, remolineaban, corriendo de aquí para allá, chiflaban con rabia y tan pronto se agachaban, arrastrándose por el suelo, barriendo el campo, y cacheteando bárbaramente a los árboles, como subían al cielo, llevándose por delante a los pájaros que se inclinaban, como buque que se va a pique.

—Y el frío!... ¡Virgen santísima!... El frío andaba suelto, mordiendo carnes con ferocidad de perro cimarrón.

A todo esto el sol, el único que podía sujetar un poco a aquellos tres bandidos,—la lluvia, el viento y el frío,—asomaba un poco la cabeza, miraba con un ojo solo, y se mandaba mudar en seguida, sin lástima, no digo por los hombres, pero al menos por los árboles y por los pobres corderitos recién nacidos.

¡Qué invierno canalla!

Recuerdo una vez, estaba anocheciendo y Paulino Suárez había desuñido junto al paso real de las Mulas. El arroyo estaba hondo, y si caía un chaparrón, el paso atrancado y un par de días de demora, pagando pastoreo en campo más pelado que badana.

Paulino Suárez, es claro, estaba con un humor de perro viejo acosado por la sabandija.

—¡Echa más leña, gurí!—de rezongó al muchacho que, arrollado junto al fogón, temblaba de frío lo mismo que cachila al pie de una masiega.—Y todavía no se había enderezado el chico, cuando ya el padre gritaba:

—¡Pero sopla el juego, haragán! ¿No ves que m'está augando el humo'?...

En eso se oyó a lo lejos el prolongado y triste rechinar de una carreta. El viejo prestó el oído y dijo:

—Son las carretas del pardo Serapio. ¡Siempre cachaciento el pardo!...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Arriando Novillos

Javier de Viana


Cuento


A Cándido Campos.


¡Si habré yo visto noches endiabladas, de viento, de lluvia, de frío, de truenos, de rayos, todo revuelto y enfurecido en una negrura de fondo de zalamanca!... ¡Pero esa noche!... Aquello no era llover, era diluviar. Parecía que Dios, después de haber abierto los grifos del cielo, se hubiera ido a matear con San Pedro y que, discutiendo parejeros, se hubiera olvidado de volver para cerrarlos...

Caía agua como calamidades sobrecristiano sin suerte; y, entreverados con el chaparrón, unos truenos bárbaros, amenazando romper el techo del campo, y unos relámpagos inmensos que corcobiaban en el cielo, jediendo a rayo.

¡Qué noche, madre mía!... Y era en Agosto, con un frío que daba asco.

Yo tenía las botas llenas de agua, la bombacha pegada a las piernas y el poncho, empapado, me pesaba sobre los hombros como si me hubiese caído encima uno de los cuatrocientos novillos gordos de la tropa.

Debo advertir que era en el tiempo de antes puro campo abierto, sin calles alambradas, sin corrales donde encerrar. Y llevábamos tres días, arriando novillada chúcara, liviana de pies, armada en cornamenta, sobrada de bríos, brava y potente como los espinillares del Cebollatí, de donde la habíamos recogido a tarascón de perro en los garrones.

El frío, el sueño, el cansancio, habían hecho de mí algo semejante a una pulpa blandita cubierta de espuma... asquerosa: una de esas pulpas de res flaca y cansada, que ni los perros mascan. Palabra: ¡no exagero!...

Era la primera vez que tropiaba. Los peones me consideraban un tanto cajetilla, y el amor propio me obligó a esfuerzos cpie luego comprendí eran, zonceras y zonceras peligrosas.

Pero vuelvo al relato.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Consejo de Guerra Extraño

Javier de Viana


Cuento


A F. Brito del Pino (hijo).


De esto hace ya largo tiempo.

El ejército contaba entonces con pocos jefes que no pertencieran al clásico tipo de los "militarotes".

Por regla general eran bruscos, groseros, nada sociables. Forzosamente habían de ser así, pues habiendo crecido y envejecido en continuo guerrear, primero por la independencia, después por la libertad, les faltó tiempo para cursar estudios y frecuentar salones.

Eran unos bárbaros.

A esta categoría, y de los más definidos, pertenecía el comandante Lucio Salvatierra; paisanote aindiado, petizo, rechoncho, gruñón, de cuya edad sólo se sabía que era "viejazo". Él mismo la ignoraba, como ignoraba el lugar de su nacimiento, bien que le constara ser "de allá, pu'el este", según su expresión. Se le suponía correntino, por la estampa; pero él protestaba, alegando las razones convincentes de que no lloraba para hablar, ni sabía nadar.

El caso es que, después de muchísimos años de pelear con blancos en el interior y con indios en la frontera, tenía ganado su descanso; y el gobierno de la nación se lo concedió, nombrándole jefe de la guarnición de Martín García.

Salvatierra aceptó el puesto sin entusiasmo; y luego, cuando hubo tomado posesión de su dominio, su mal humor estalló en juramentos y amenazas.

La "isla sublime" de Alberdi; la encantadora reina del Plata que soñara Sarmiento para capital de los futuros Estados Unidos de la América del Sud, se le antojó al gaucho una cancha ridícula para sus hábitos de centauro. Aquel peñasco estéril, clavado en mitad del río inmenso y donde no era posible "galopiar tres cuadras" le ponía fuera de sí. El gobierno se había burlado de él; o quizá, temiéndole, creyéndolo comprometido en alguna conspiración, lo enterraba allí junto con los presidiarios que debía custodiar, en compañía de los bandoleros que constituían la guarnición.


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Recuerdos

Javier de Viana


Cuento


A Carlos Roxlo.


Eramos cuatro: un letrado estanciero, muy rico y muy noble; mi joven político a quien un ventarrón llevó de su aldea al parlamento y de éste al ejército revolucionario; un poeta exquisito y yo, anomo.

El hacendado, el joven político y yo, teníamos sobre el poeta tres indiscutibles superioridades: la primera saber andar a caballo; la segunda, llevar unas libras esterlinas en el cinto; la tercera... no ser poetas.

Él no poseía más caudal que su gran talento. Ahora bien: podéis creerme a no, pero os aseguro bajo mi palabra de honor que el talento es de una escasísima utilidad para un soldado revolucionario.

Allí, en nuestra guerra gaucha, el ser buen jinete permite gozar el summum de las comodidades, —léase: soportar el mínimun posible de molestias —sin contar con los servicios que puede prestar a los prudentes en un día de batalla, y a todos, hasta a los temerarios, en un día de derrota.

Y el poeta era un maturrango sin enmienda. Montaba unas veces por la izquierda y otras por la derecha, argumentando con aparente lógica que, siendo el caballo igualmente alto de un lado y del otro, y teniendo la silla idénticos estribos a diestra y siniestra, no existía razón para someterse al precepto rutinario que ordena subir por la izquierda. Desgraciadamente, los caballos no querían comprender este acertado razonamiento y con frecuencia aporreaban sin piedad al poeta.

En aquella campaña, larga y ruda, nuestro trovador pasó horas amargas. Él no sabía nada más que cantar, y sus cantos suaves, tiernos, melódicos no podían interesar allí, donde, casi diariamente oíase el canto de los fusiles y los cañones. ¡Cualquiera escucha una vidalita cuando está hablando un Canet!...


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Horqueta en las Dos Orejas

Javier de Viana


Cuento


Para Andrés y Pablo.


El que construyó la Azotea del palo-a-pique debió ser un atormentado neurasténico: en las diez mil hectáreas, que entonces componían la heredad, no era posible hallar sitio menos apropiado para una población.

Alzábase la casa sobre un cerrillo pedregoso, casi rodeado, en curva estrecha, por un arroyo arbolado, que corría en el fondo; los vientos del sur, pasando sobre el bosque, azotaban furiosamente el cerro y la azotea que le servía de casquete; y los vientos del este, galopando en libertad por la cuchilla, iban a desparramar allí sus furias ladradoras.

El frente principal del edificio miraba al sur; el otro al oeste, como hecho expreso para que las humedades completasen la acción dañina de los vientos. Y por demás está decir que no había un sólo árbol. ¡Qué árbol iba a arraigar en aquel macizo granítico, donde fueron menester el barreno y la dinamita para abrir los cimientos!… De allí al paso real —único que existía en más de una legua de río— la distancia no era mayor de tres cuadras; pero de tal proclive y de tal modo erizado de guijarros y agrietado de zanjas, que para ir por leña al monte o por agua a la laguna, la carreta o la rastra debían ejecutar un rodeo de unos tres cuartos de legua por lo menos.

Sembrar, no se podía sembrar nada entre aquellas peñas donde la tierra, traída en las alas de un viento, se iba en alas de otro viento. Ni pasto nacía; apenas aquí y allá algunas maciegas de hierba larga, dura y rígida que hasta las chivas despreciaban.


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Monologando

Javier de Viana


Cuento


A Elías Regules.


Señores, escuchenmé:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—¡Me... caiga el rancho encima!... Yo p'aserruchar no soy güeno... Si juese pa meniar hacha, no digo diferente; pero esto, refregar ropa sucia o rascarse bichos coloraos, me fastidia, palabra!...


Señores, escuchenmé:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—¿El qué?... ¿Qué mete ruido el serrucho?... ¿Cómo?... ¿Qué l'eche grasa?... ¡Sí!... ¡grasa!... ¡ya ni en las tripas tengo grasa yo!... Me han secao hasta la riñonada con este trabajito de cortar coronillas en miñanguitos, como chicolate, pa la cocina conómica...

¡Me caiga... en el lomo! ¡Dios redita en un tacho'e grasa a tuita la gringuería! ¡Cocina conómica!... ¡Leña cortada en piacitos como pulpa pa pichón de calandria!... Tuito por la nación, esa que el patrón se trujo de las Uropas!... ¡Pucha!... Aura acontece que hay que trair de las Uropas los toros, los carneros, los... caballos...—casi digo una mala palabra!...—Güeno... mala palabra no es...; en antes no era mala palabra, pero aura, con la cevilización... ¡Pucha, como me cansa el serrucho!...


Señores, escúchenme:
Tuvo mi yegua un potrillo...


—Ya ni ganas pa cantar tengo... ¿Y quién va tener ganas pa cantar dispués de tres horas de meterle al serrucho, cortando sernos de coronilla?...

Como si las coronillas juecen manteca!... Y a todo esto sin tener con quien prosiar... Güeno eso no, porque yo me vareo solo, pero de tuitas layas... Aijuna! ¡un ñudo! ¡uf!... Descansá un poco Tiburcio... Echate en el suelo... ¿Tenés tabaco?... Pitá un poco... Y yo pito... ¡bah!... aunque s'enoje la gringa... ¡Pucha! ¡cómo nos han echao a perder el país los gringos!...


Señores, escúchenme:
Tuvo mi yegua un potrillo...


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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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