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Infidelidad

José Antonio Román


Cuento


Y fueron una palabra imprudente, una sonrisa maliciosa y un ligero rumor de asombro que provocó en los concurrentes su aparirición, los que llevaron á su ánimo la dolorosa certidumbre de su deshonra. Le latieron fuertemente las sienes, una repentina oscuridad le envolvió un instante y sintió que el brazo de la infiel se agitaba nervioso bajo la brusca presión del suyo. Pero había que aparentar serenidad ante aquellas pupilas impertinentes, que se clavaban en sus rostros, y ambos empezaron á repartir á diestra y siniestra saludos afectuosos y frases galantes.

Puso término á su embarazosa situación los alegradores preludios de un vals, y las brillantes parejas que discurrían por el vasto salón atrajeron sobre sí la atención del concurso. Al fin estaban salvados. Y mientras ella se instalaba entre un grupo de amigas riendo y charlando de buen humor, él deseoso de aire puro y de soledad se encaminó á la terraza. Una vez allí encendió un cigarro y se dejó caer sobre una butaca sintiéndose quebrantado por tantas emociones. Ante sus ojos se extendía gran parte de la ciudad con sus luces temblorosas, medio velada por una transparente neblina. Las torres de las iglesias se destacaban sobre el brumoso horizonte. De las solitarias calles subía hasta él una bienhechora humedad que calmaba su sobreexcitado organismo. Hacia el oriente una hermosa luna llena, brillante como un inmenso disco de bruñida plata, iluminaba las nieblas, dándoles un aspecto fantástico. Lima en aquella silenciosa medianoche, con los extrañas cúpulas de sus templos y sus balcones de bizarro estilo, traía á la mente dulces recuerdos de antiguas ciudades.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Hombres de Antaño

Norberto Torcal


Cuento


¡Eh! Colasa, sácame la chaqueta de paño y los calzones nuevos... no se te la faja de seda y el sombrero de castor de los días de fiesta... tráeme las inedias blancas que están por estrenar... Ven, ayúdame á atar los lazos de las alpargatas... ¡Recorneta! Mira que es calamidad no poder valerse uno ni aun para los más sencillos menesteres por falta del brazo que más se necesita para todo...

—¿Pues no te has pasado la vida diciendo que yo era tu brazo derecho?—observó la mujer que parecía participar del buen humor y alegría de su marido.

—Sí que te lo he dicho, y nunca con más verdad que ahora. ¡Figúrate lo que liaría yo sin tí!... Pero ¿en qué estás pensando, mujer, que no me has sacado el chaleco bordado que hace rato te he pedido?

La tía Colasa, que desde hacía media hora no paraba de ir y venir de un lado para otro, revolviendo ropas, abriendo y cerrando cajones, dando unos puntos de aguja á una camisa, estirando un poco los calzones llenos de arrugas y ayudando á su marido á vestir las antiguas pero bien conservadas prendas de su indumentaria, presentóse trayendo en sus manos el chaleco de rameadas flores de seda que desde hacía años dormía en el fondo del arcén, aguardando una ocasión solemne para salir de las oscuras profundidades en que la dueña le tenía sepultado, y lucir al sol los primores de sus artísticos y chillones bordados.

—¿Sabes que pareces un novio?—dijo la tía Colasa mirando con ojos de satisfacción y orgullo á su marido, ya emperegilado y peripuesto como si se preparara para ir á bodas.

—Un novio manco y viejo, con más achaques y alifafes que burro de gitano—replicó el tío Antón con jovial acento. ¡Recorneta! ¡Nuestros chicos si que estarían hoy hechos unos novios bien reguapos y tiesos!... ¡Que no vivieran para ver este día y ser la gloria de todos los ojos!...


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

...Et Cum Spiritu Tuo

Norberto Torcal


Cuento


En la pobre iglesia parroquial se respira un ambiente de misticismo que hace inclinar las frentes al suelo y pone en los labios silabeos de dulce plegaria.

Be pie, delante del altar, el anciano sacerdote ha dado comienzo al santo sacrificio de la misa, que oyen solamente el monaguillo y seis ú ocho viejecicas, arrodilladas sobre el duro suelo. Be hombres, ni uno sólo. Los azares de la guerra y el continuo ir y venir con las armas al hombro, preparados siempre á rechazar cualquiera agresión ó acometida de las fuerzas contrarias, los tiene ó todos, jóvenes y viejos, alejados del pueblo, sin dejarles tiempo para asistir á la santa misa, como en los días de tranquilidad y sosiego tienen costumbre de hacerlo antes de marchar al trabajo. El celoso párroco lamenta esta ausencia y pide á Dios que, cuanto antes, pasen los malos tiempos y pueda verse acompañado de sus buenos feligreses en el templo.

Un brillante rayo de sol, que por el alto ventanal penetra, sube lamiendo las doradas columnas del retablo, en cuyo centro, sonriente y graciosa, destaca la bella imagen de un San Juan Bautista con el blanco Cordero á su lado.

Fuera, en el frondoso y opulento nogal plantado á la entrada de la iglesia, los pajarillos pían alegremente, y sus gorgeos se confunden con la voz algo temblona del celebrante que, inclinada la cabeza, murmura el humilde Confiteor.

Las buenas viejecicas repiten con el sacerdote el mea culpa, dándose recios golpes en el pecho. En los ojos de algunas de ellas hay lágrimas de compunción sincera. Una paz solemne domina en el sagrado recinto, se cierne impalpable sobre el fondo de las calladas capillas solitarias, pone expresión de extática sonrisa en el rostro de los humildes santos de madera y penetra en el corazón de los devotos fieles.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En el Huerto de Arimatea

José Antonio Román


Cuento


José de Arimatea había presenciado de principio á fin el horrible suplicio del buen Jesús de Nazareth. Varias veces estuvo tentado de acudir en su socorro, y con el alma transida de pena le vió espirar enclavado en el afrentoso madero. Cuando todo concluyó, echando en olvido su habitual prudencia, corrió á mezclarse en el grupo de los fieles discípulos que se desolaban al pie de la Cruz.

Allí estaban, desencajadas por el dolor, arrasadas en copiosas lágrimas, María y Magdalena, á quienes José, con esquisito tacto, prodigó sus consuelos; les ofreció asimismo su propio sepulcro para que en él depositaran el cuerpo de Jesús.

Los apóstoles aceptaron tan generosa proposición, y guiados por José condujeron los restos del Crucificado al blanco sepulcro que durante las noches de luna, iluminado por sus trémulos fulgores, parecía del más pulido mármol. Se encontraba situado en mitad del jardín, entre macizos de geranios, terebintos y rosas. José no descuidó nada, andando diligente en los últimos preparativos del sepelio. Después, concluída la fúnebre ceremonia, abandonó el huerto cogido del brazo de uno de los apóstoles, al cual procuraba distraerle del quebranto que lo poseía. Una vez que se halló á solas se dirigió meditativo á su casa.

A la sazón la tarde moría en el remoto oriente; los purpúreos arreboles manchaban de sangre las techumbres de los edificios de Jerusalem, que estaba invadida por un tenue polvillo de oro, que resaltaba extrañamente sobre el rojo matiz del cielo. Al contemplar José aquel soberbio espectáculo suspiró con honda melancolía, y arrebujándose en su manto se dispuso á cenar.

Por la noche no pudo conciliar el sueño. Congojosas pesadillas pobladas de horrendos monstruos, de espantables vampiros, le produjeron rebeldes insomnios. En vano se revolvía en su lecho, febril, asaltado por los terrores de sus quimeras, porque no le venía el apetecido descanso.


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4 págs. / 7 minutos / 31 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Marta la Inocente

Antonio de Trueba


Cuento


La delicada composición con que termina este libro necesita un prologuito.

En Agen, ciudad del mediodía de Francia, murió hacia 1868 un peluquero llamado Jazmín. Este peluquero era un gran poeta gascón, que había asombrado, conmovido y entusiasmado, no sólo á todo el Mediodía de Francia, sino también á la sociedad literaria parisiense, con sus poemitas populares, que recitaba admirablemente. Pudo ocupar altos puestos en la capital de Francia, pero no quiso dejar de ser peluquero en su ciudad natal, y siéndolo murió, honrado de todos y de todos querido.

¿Ocurría una gran calamidad en las provincias del Mediodía? Jazmín tomaba su báculo, llegaba allá, anunciaba que iba á recitar sus poemas populares, se reunían diez ó veinte mil personas para oirle, y cuando las veía llorar y estallar de ternura y entusiasmo, invocaba su caridad, y las diez ó veinte mil personas vaciaban sus bolsillos, y la gran calamidad era instantáneamente aliviada y remediada.


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14 págs. / 25 minutos / 36 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Recompensa de un Héroe

Norberto Torcal


Cuento


Al Sr. D. Valentín Gómez.

I

Envuelta en espesa nube de polvo, con mucho cascabeleo y mucho chasquido de tralla, la vieja y despintada diligencia llegó á la plaza del pueblo entre un verdadero enjambre de chiquillos desarrapados y descalzos en su mayor parte, que desde media legua atrás venían corriendo desesperadamente por lograr la suprema felicidad de subirse á la zaga en el estribo.

—¡Ya está ahf el coche! exclamó el módico del pueblo, que en unión de cuatro ó seis personas más bajaba todas las tardes á esperar la llegada del coche correo, que les traía el pan nuestro del periódico de cada día con los últimos telegramas de la guerra de Cuba y las noticias fresquitas de la insurrección de Filipinas.

Paró la diligencia, abrióse la portezuela, y el viajero único que dentro venía descendió trabajosamente, apoyado en grueso y nudoso bastón, y sin otro equipaje que un ligero hatillo de ropa blanca. Era el tal viajero un muchacho alto y delgado en extremo, de rostro amarillento y mirada tan débil y apagada que, á primera vista, hubiérasele tomado por un anciauo abrumado con el peso de los años y las enfermedades.

De que no era, sin embargo, tan viejo como su aire enfermizo y su paso vacilante indicaban, así como de su condición de soldado que vuelve de la guerra, eran otras tantas señales y pruebas inequívocas aquel sombrero de paja de anchas alas con escarapela amarilla y roja que cubría su cabeza; aquel Irajecillo de dril claro con rayas azules que vestía, y, sobre todo, aquellos galones de cabo primero, descoloridos y medio rotos que en la bocamanga de la guerrera lucía, y aquella orucecUa plateada sujeta al pecho con estrecha cinta amarilla, que hablaba de luchas y heroísmos, de glorias desconocidas y sangre derramada por la patria allá en las oscuras soledades de cubana manigua en momentos de febril entusiasmo.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Mitad de la Deuda

Norberto Torcal


Cuento


I

Dios se lo pague todo, Hermana... Es V. la persona mejor que hay bajo la capa del cielo... es V. un ángel... es V. la mujer que más quiero en este mundo después de mi madre.

—Bueno, bueno, Juan; dé gracias á Dios porque le ha salvado, y de mí no vuelva á acordarse más en toda su vida como no sea para encomendarme á Dios en sus oraciones de cada día.

—¿Que no vuelva á acordarme yo de V.?... Vamos, Hermana, no diga V. disparates. Para eso es menester que antes me olvide de Dios y deje de pensar en mi madre y se me seque el corazón en el pecho como un pedazo de yesca, 3 de hombre me convierta en un bruto... ¡eso es!... porque¿de quién quiere V. que me acuerde sino me acuerdo de V.? A V. se lo debo todo; la vida, porque yo vine aquí, es decir, yo no vine, me trajeron al hospital casi muerto por efecto de la caída del andamio, y gracias á sus cuidados he recobrado la salud, y me encuentro al presente bueno y sano como si nada hubiese sucedido... y después, lo que vale más que la vida del cuerpo, la vida del alma, porque por V. he vuelto á creer en Dios, y he rezado por vez primera después de muchos años, muchos.. desde chico. Además..

—Sí, sí, cállese ya y acabe con todas esas letanías, ó á última hora va á echarlo todo á perder y vamos á dejar de ser amigos. Ni usted me debe á mí nada, ni hay para que decir lo que está diciendo... ¿entiende?


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La Mejor Lotería

Antonio de Trueba


Cuento


I

Juan y Juana se querían mucho y estaban en casarse, como Dios manda así que mejorase Un poco su situación, que era bastante triste, pues Juan tenía un empleillo de mala muerte, con que apenas ganaba ocho reales diarios, y Juana apenas ganaba la mitad, cose que cose todo el santísimo día.

Juan estaba colocado en una casa de comercio como mandadero, pero merecía aunque fuera una plaza de tenedor de libros, pues su letra era buena y entendía de cuentas como el primero, y la hubiera obtenido á no ser por su pícara cortedad de genio; pues estando vacante la de la respetable casa de los Sres. Risueño y Compañía, fué una porción de veces con intención de solicitarla, y al llegar á la puerta se volvió atrás por cortedad; y cuando, al fin, se atrevió á entrar, la plaza estaba ya dada, y los Sres. Risueño y Compañía le dijeron que, si llega á solicitarla un día antes, es para él aquella brevita.

Las muchachas rara vez están conformes con su y novios en que el casamiento se deje para más adelante, aunque sea con motivos tan fundados como la necesidad de sostener y no dar disgustos á una madre anciana, como que yo he oído sin querer algunas de osas conversaciones que las muchachas suelen tener entre sí, y más de una vez he oído decir: «¡Hija, qué rabia me dan los novios que dicen que no se casan mientras su madre viva!» Sin embargo de esto, Juana estaba muy conforme con Juan cuando éste decía:


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Mancha de Sangre

Norberto Torcal


Cuento


Al Dr. D. Juan B. Castro, de Caracas.


Por segunda vez desde que el sol arrojaba sus rayos de luego sobre la inmensidad desierta del planeta, la envidia babía armado el brazo criminal del bombre contra la inocencia, y de la tierra silenciosa elevábase al cielo demandando venganza el clamor de la sangre inocente derramada.

Samaí, el soberbio é irascible Samaí, el de la larga é hirsuta cabellera, el que cubría sus carnes con pieles ensangrentadas de tigres y leones por su propia inano muertos en franca y formidable lucha allá en el fondo de las selvas vírgenes ó en medio de los desiertos abrasados, acababa de matar á su hermano, el dulce y sencillo Nisraim, y sus manos, salpicadas de sangre, brillaban como circundadas de fuego bajo los vivos resplandores de las primeras estrellas, que en las profundidades del firmamento azul comenzaban á parpadear con centelleos que daban á la noche claridades de aurora risueña y diáfana.

Lleno de espanto al notar el color rojo de sus manos, y sin atreverse á entrar en la tienda de su padre con la mancha acusadora del crimen, Samaí echó á correr por bosques y llanuras sin camino, bajo el silencio solemne de la noche luminosa, en busca de la fuente cuyas refrigerantes y cristalinas aguas habían apagado muchas veces su sed y limpiado sus manos sangrientas con los despojos palpitantes de las fieras.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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