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Escenas Montañesas

José María de Pereda


Cuentos, Colección


Advertencia

Ha llegado el momento de realizar el propósito anunciado en la que se estampa en el tomo I de esta colección de mis OBRAS; y le realizo incluyendo en el presente volumen los cuadros Un marino, Los bailes campestres y El fin de una raza, desglosados, con este objeto, del libro rotulado ESBOZOS Y RASGUÑOS, en el cual aparecerán, en cambio y en su día, Las visitas y ¡Cómo se miente!, que hasta ahora han formado parte de las ESCENAS MONTAÑESAS. Por lo que toca á La primera declaración y Los pastorcillos, si algún lector tiene el mal gusto de echar de menos estos capítulos en cualquiera de los dos libros, entienda que he resuelto darles eterna sepultura en el fondo de mis cartapacios, y ¡ojalá pudiera también borrarlos de la memoria de cuantos los han conocido en las anteriores ediciones de las ESCENAS!

Con este trastrueque, merced al cual ganan algo indudablemente ambas obras en unidad de pensamiento y en entonación de colorido, se hace indispensable la supresión del prólogo de mi insigne padrino literario, Trueba, el cual prólogo es un análisis de las ESCENAS, cuadro por cuadro, y en el orden mismo en que se publicaron en la primera edición; y suprimido este prólogo, claro es que debe suprimirse también el mío, que le precede en la edición de Santander y no contiene otro interés para los lectores que el engarce de unos párrafos de Menéndez y Pelayo, en los cuales se ventila á la ligera una cuestión de arte que el mismo ilustre escritor trata con la extensión debida en el estudio que va al frente del tomo I de estas OBRAS.

Y con esto, y con añadir que todos los cuadros de este libro que no lleven su fecha al pie, ó alguna advertencia que indique lo contrario, son de la edición de 1864, queda advertido cuanto tenía que advertir al público en este lugar su muy atento y obligado amigo,

J.M. DE PEREDA.


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Dominio público
287 págs. / 8 horas, 23 minutos / 399 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Los Hombres de Pro

José María de Pereda


Novela


I

Docena y media de casucas, algunas de ellas formadas en semicírculo, a lo cual se llamaba plaza, y en el punto más alto de ella una iglesia a la moda del día, es decir, ruinosa a partes, y a partes arruinada ya, era lo que componía años hace, y seguirá componiendo probablemente, un pueblo cuyo nombre no figura en mapa alguno ni debe figurar tampoco en esta historia.

En el tal pueblo todos los vecinos eran pobres, incluso el señor cura, que se remendaba sus propios calzones y se aderezaba las cuatro patatas y pocas más alubias con que se alimentaba cada día.

Los tales pobres eran labradores de oficio, y todos, por consiguiente, comían el miserable mendrugo cotidiano empapado en el sudor de un trabajo tan rudo como incesante.

Todos dije, y dije mal: todos menos uno. Este uno se llamaba Simón Cerojo, que había logrado interesar el corazón de una moza de un pueblo inmediato, la cual moza le trajo al matrimonio cuatro mil reales de una herencia que le cayó de repente un año antes de que Simón la pretendiera.

Era Juana, que así se llamaba la moza, más que regularmente vana por naturaleza, a la cual debía algunos favores, no muchos en verdad; pero desde los cuatro mil de la herencia, fué cosa de no podérsela aguantar. Parecíale gentezuela de poco más o menos toda la que la rodeaba en su pueblo, y se prometió solemnemente morir soltera si no se presentaba por allí un pretendiente que, a la cualidad de buen mozo, reuniese un poco de educación, algo de mundo y cierto aquel a la usanza del día.


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Dominio público
143 págs. / 4 horas, 11 minutos / 182 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

El Buey Suelto

José María de Pereda


Novela


AL SEÑOR D. M. MENÉNDEZ Y PELAYO

DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS

Aunque tú nos has dicho, y has dicho muy bien, que «el que lanza al mundo un libro con sus tachas buenas ó malas, debe responder de todas, confiéselas ó no,» quiero, á buena cuenta y por lo que valga, invocarte por testigo de que al borrajear estos cuadros, casi á tu presencia, no me guió el propósito de resolver en ellos problema alguno, sino el de fantasear sobre un tema determinado, con el mismo derecho que han tenido otros escritores para fantasear con opuesta tendencia; y acusarte después, como te acuso, de haber creído y de seguir creyendo que en este rimero de cuartillas, escritas sin plan meditado y verdaderamente á vuelapluma, hay un libro que debe publicarse, porque, bien leído, no carece de útiles enseñanzas.

Esto dicho sin temor de que me desmientas, declaro que, no obstante lo mucho que pesan tus dictámenes sobre mis pareceres, por esta vez, ateniéndome al mío, diametralmente opuesto al tuyo denunciado, quedáranse estos cuadros, como algunos de sus hermanos mayores, sin ver la luz de la imprenta, á no animarme á publicarlos la esperanza de que el lector ha de perdonar las tachas de la obra, en gracia de lo virgen del terreno en que penetra.


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Dominio público
232 págs. / 6 horas, 46 minutos / 208 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Al Primer Vuelo

José María de Pereda


Novela


I. Antecedentes

«No tiene escape. Denme ustedes un aire puro, y yo les daré una sangre rica; denme una sangre rica, y yo les daré los humores bien equilibrados; denme los humores bien equilibrados, y yo les daré una salud de bronce; denme, finalmente, una salud de bronce, y yo les daré el espíritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares. In corpore sano, mens sana. Es cosa vista... salvo siempre, y por supuesto, los altos designios de Dios.

Palabra por palabra, éste era el tema de muchas, de muchísimas peroraciones, casi discursos, del menor de los Bermúdez Peleches, del solar de Peleches, término municipal de Villavieja. Le daba por ahí, como a sus hermanos les había dado por otros temas; como a su padre le dio por la manía de poner a sus hijos grandes nombres, «por si algo se les pegaba.


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Dominio público
317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 327 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Adriana Zumarán

Carlos Alberto Leumann


Novela


I

La muerte de su padre permanecía envuelta para Adriana en una penumbra de lejano misterio. Había llegado a la sospecha, luego a la certidumbre, de un suicidio. El episodio se remontaba a los primeros años de su infancia. Ella recordaba confusamente el cuadro de la habitación mortuoria, el túmulo negro, el Cristo de plata; alguien la había levantado en alto, y ella vio entonces, en el ataúd, una forma larga, cubierta desde la cabeza hasta los pies con un paño blanco; sólo aparecían las manos, traídas por encima del paño, horriblemente pálidas y tiesas. Pero no le parecieron las manos de su padre. "¿Por qué le habían tapado también la cara?" pensó más tarde. Pero por nada en el mundo lo hubiera preguntado a su madre ni a persona alguna. Se lo impidió una especie de recelo sobrecogido y la misma gravedad dolorosa del suceso. Ciertas alusiones, oídas en conversaciones íntimas, le hicieron después relacionar la tragedia con el aislamiento en que vivía—acaso desde entonces—la familia de Aliaga, y fijar su reflexión sobre la singular circunstancia de que, con la muerte de su padre, terminó toda amistad entre aquella familia y la suya, a pesar de unirlas algún parentesco.

Y guardaba también esta vaga memoria: un día, durante el luto, habiendo pedido que la llevaran a casa de las Aliaga, donde con frecuencia pasara el día jugando, su madre la reprendió con una severidad que la dejó consternada.

Después entró como interna en un colegio religioso, pasaron los años y rara vez tuvo de ellas alguna noticia. "¡Qué divina se ha puesto Laura Aliaga!"—oyó decir a una señora, en voz baja, al terminar una fiesta de caridad organizada por las damas Vicentinas. Y le dio pesadumbre pensar que acaso las había visto, sin reconocerlas. Por otra parte, le infundía cierto inexplicable temor la idea de relacionarse con ellas nuevamente.


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Dominio público
180 págs. / 5 horas, 15 minutos / 221 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Aguas Fuertes

Armando Palacio Valdés


Cuentos, Colección


EL RETIRO DE MADRID

I. MAÑANAS DE JUNIO Y JULIO

Entre las muchas cosas oportunas que puede ejecutar un vecino de Madrid durante el mes de Junio, pocas lo serán tanto como el levantarse de madrugada y dar un paseo por el Retiro. No ofrece duda que el madrugar es una de aquellas acciones que imprimen carácter y comunican superioridad. El lector que haya tenido arrestos para realizar este acto humanitario, habrá observado en sí mismo cierta complacencia no exenta de orgullo, una sensación deliciosa semejante a la que habrá experimentado Aquíles después de arrastrar el cadáver de Héctor en torno de las murallas de Ilión. El heroísmo presenta diversas formas según las edades y los países, mas en el fondo siempre es idéntico.

Cuando madrugamos para ir a tomar chocolate malo al restaurant del Retiro, una voz secreta que habla en nuestro espíritu, nos regala con plácemes y enhorabuenas. Nuestra personalidad adquiere mayor brío, nos sentimos fuertes, nobles, serenos, admirables. Los barrenderos detienen la escoba para mirarnos, y en sus ojos leemos estas o semejantes palabras: «¡Así se hace! ¡Mueran los tumbones! ¡Usted es un hombre, señorito!» Y en testimonio de admiración nos echan media arroba de polvo en los pantalones.

El día que madrugamos no admitimos más jerarquías sociales que las determinadas por el levantarse temprano o tarde. Todas las demás se borran ante esta división trazada por la misma naturaleza. Los que tropezamos paseando en el Retiro adquieren derecho a nuestra simpatía y respeto; son colegas estimables que forman con nosotros una familia aristocrática y privilegiada. A la vuelta, cuando encontramos a algún amigo que sale de su casa frotándose los ojos, no podemos menos de hablarle con un tonillo impertinente, que acusa nuestra incontestable superioridad.


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Dominio público
163 págs. / 4 horas, 45 minutos / 491 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

La Alegría del Capitán Ribot

Armando Palacio Valdés


Novela


I

En Málaga no los guisan mal; en Vigo, todavia mejor; en Bilbao los he comido en más de una ocasión primorosamente aliñados. Pero nada tienen que ver estos ni otros que me han servido en los diferentes puntos donde suelo hacer escala con los que guisa una señora Ramona en cierta tienda de vinos y comidas llamada El Cometa, situada en el muelle de Gijón. Por eso cuando esta inteligentísima mujer averigua que el Urano ha entrado en el puerto, ya está preparando sus cacerolas para recibirme. Suelo ir solo por la noche, como un ser egoísta y voluptuoso que soy; me ponen la mesa en un rincón de la trastienda, y allí, a mis anchas, gozo placeres inefables y he pillado más de una indigestión.

Arribé el 9 de febrero, a las once de la mañana, y, como siempre, comí poco, preparándome con saludable abstinencia para la solemnidad de la noche. Dios no lo quiso. Poco antes de sonar la hora, un bárbaro marinero, al trasladar un farol, lo rompió, cayó la mecha encendida sobre una pipa de petróleo, se prendió fuego, acudimos a atajarlo, y con no poco trabajo, arrojando al agua esa y otras pipas, lo conseguimos. Se quemó la caseta del piloto, mucha jarcia y una parte de la obra muerta. En fin, la avería nos tuvo afanosos y en pie casi toda la noche. Y este fué el motivo de que no fuese a comer el plato de callos de la señora Ramona, como tuve a bien comunicárselo por medio del grumete, advirtiéndole al mismo tiempo que me aguardara sin falta aquella misma noche.


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Dominio público
184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 293 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Años de Juventud del Doctor Angélico

Armando Palacio Valdés


Novela


ADVERTENCIA DEL EDITOR

Van transcurridos algunos años desde que di a la estampa varios de los papeles que me dejara en depósito mi amigo Angel Jiménez. Eran casi todos de orden filosófico, trazados con la libertad de espíritu del que escribe sólo para sí mismo y en el estilo conciso y desenfadado que le caracterizaba. El público los ha acogido con más benevolencia de la que podía esperarse tratándose de un escritor casi desconocido. Esto me anima a publicar hoy sus Memorias, que con el título de Años de juventud, encontré en uno de los legajos. Cuando empecé a leerlas confieso que experimenté una decepción. Pensaba hallar una historia circunstanciada de su vida. No es así: Las presentes páginas son más bien las memorias de sus amigos que las suyas propias. Jiménez poseía un carácter cerrado y huraño, no se interesaba demasiado por sí mismo, no tenía ansia de celebridad y gloria. En cambio, la vida privada y pública de sus amigos le agitaba más de lo justo. Tuvo algunos de relevante mérito y a ellos particularmente están consagrados la mayor parte de los capítulos de este libro. Yo hubiera preferido conocer en su intimidad la vida de un hombre a quien tanto he estimado. Sin embargo, el público no perderá nada con esta sustitución. Porque es seguro que más que la suya, oscura y tranquila, le ha de interesar la historia dramática de sus ilustres amigos,

A. P. V.

PRIMERA PARTE

I. MI VIAJE Y MI INSTALACIÓN EN LA CORTE DE ESPAÑA

Creo que mi padre tenía razón. En último resultado me hubiera convenido más permanecer a su lado, ayudarle en sus negocios, hacerlos prosperar y dejar transcurrir la vida dulcemente en el pueblo trabajando a mis horas, paseando a mis horas, durmiendo a mis horas, rezando a mis horas y no leyendo a ninguna.


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Dominio público
280 págs. / 8 horas, 10 minutos / 254 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

El Deseo

Hermann Sudermann


Novela


I

Un vivo fuego llameaba en el dormitorio del anciano médico.

Estaba él todavía en el lecho, y embargado por el sentimiento de bienestar del hombre que ve terminada la labor de su existencia. Cuando se ha estado, durante medio siglo, sentado doce horas por día en un cabriolé de médico de campo, sacudido y zangoloteado por los guijarros y los mogotes de tierra, bien se le pueden pegar a uno las sábanas alguna vez, sobre todo cuando ha dejado su tarea a salvo en manos de otro más joven.

Alargó y estiró sus miembros cascados y volvió a hundir en las almohadas su rostro gastado y amarillento, salpicado de ásperos vellos blancos, cual un viejo granito por el musgo de Islandia. Pero la costumbre, esa ama imperiosa que, durante tantos años, fuera indispensable o no, lo había sacado de su cama antes del amanecer, no le permitió descansar ni aun entonces.

Suspiró, bostezó, se avergonzó de su pereza y tomó la campanilla puesta a su cabecera, en la mesa de noche.

Su ama de llaves, vieja ruina, tan canosa y destruida como él, apareció en el umbral.

—¿Qué hora es, señora Liebetreu?—le gritó.

Al venerable reloj de la Floresta Negra que estaba colgado cerca de la cama del doctor, y cuyo despertador estridente había interrumpido más de una vez de un modo desagradable sus sueños de la mañana, no se le había dado cuerda desde el día en que el joven médico adjunto había llegado a Gromowo, «para que yo sepa bien—se complacía en decir el doctor—que en lo sucesivo mi vida está en reposo.»

—Las ocho menos cuarto, señor doctor—respondió la anciana, ocupándose en arreglar la tapa de la estufa.

—¡Vaya! ¡vaya!—exclamó él, enderezándose.—¡Qué perezoso me he vuelto! Y... ¿han llegado cartas?

—Sí, varias por correo y una que trajo personalmente el joven señor Hellinger hace dos horas.

—¡Pero, si hace dos horas, era todavía de noche!


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Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

El Molino Silencioso

Hermann Sudermann


Novela corta


I

¿Desde cuándo lleva su nombre el «Molino silencioso»? No lo sé. Desde que lo conozco es un viejo edificio medio derruido, resto lastimoso de una época ya desaparecida.

Descascarados y sin techo, sus muros, que los años desmoronan, se alzan hacia el cielo dejando paso libre a todos los vientos. Dos grandes muelas redondas, que sin duda trabajaron valientemente en otro tiempo, han roto el armazón carcomido que las sostenía, y, arrastradas por su propio peso, se han hundido profundamente en el suelo.

La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el golpe de gracia.

El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez enfermiza. Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo.

Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua corrompida. Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro.

En otro tiempo, el arroyo del molino corría alegremente, la espuma brillaba blanca como la nieve a lo largo del dique, las ruedas enviaban hasta la aldea el ruido alegre de su tictac; y, en el patio, los carros iban y venían en largas filas, mientras resonaba a lo lejos la voz potente del viejo molinero.


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96 págs. / 2 horas, 49 minutos / 83 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

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