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La Guerra Injusta

Armando Palacio Valdés


Artículo, Opinión, Viajes


La Decisión de la Francia

La dirección de El Imparcial me ha confiado la honrosa tarea de estudiar el espíritu francés en estos, para él, tan críticos momentos. Por honrosa que ella sea, no la hubiera aceptado si otros motivos que no fuesen del orden moral se ofreciesen ante mis ojos. Soy viejo, mi salud vacilante; el ruido de la Prensa me ha atemorizado siempre. ¿Por qué pasar «del silencio al estruendo», por qué abandonar el oscuro rincón donde desde hace muchos años hablo en voz baja con aquellos espíritus afines al mío, esparcidos por el ámbito del mundo, sin que la muchedumbre se entere?

¿Por qué? Porque la voz de mi conciencia, esa voz que en todo hombre se va haciendo más poderosa con los años, me lo insinúa con vivas instancias. Cuando tantos millones de seres humanos viven actualmente en Europa, entre sangre los unos, otros entre lágrimas, ¿hay derecho á invocar el temor, la enfermedad ó la vejez? Dejemos murmurar á la vil materia; no es hora de atender á sus rebeldías. Cesó la hora de las chanzas y los regalos; hay que mirar cara á cara á la bárbara realidad y llevar una mano piadosa á las heridas.

Aquí estoy, pues, y lo primero que me cumple hacer es una declaración que debo á mi sinceridad y al respeto de los lectores. No soy un neutral en el sangriento conflicto que hoy aflige á la Humanidad; no lo he sido jamás en disputa alguna que hayan presenciado mis ojos. Pude haberme equivocado; pero siempre me coloqué resueltamente al lado del que, en mi sentir, tenía de su parte la razón y la justicia. Por eso, al estallar la presente guerra, me incliné del lado de la Francia; porque pensé, y sigo pensando, que la razón y la justicia se encuentran de su parte.


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Dominio público
91 págs. / 2 horas, 39 minutos / 214 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

La Gallina y el Ángel

Arturo Robsy


Cuento


Mi hijo se ha presentado con el cuaderno abierto y la ilusión de que yo aprecie su estilo literario. Ha terminado un ejercicio de redacción y lo somete a mi docto parecer justo en el momento en que estoy a punto de meterle el diente a un artículo de opinión de mi periódico favorito.

— A ver qué te parece, Santo Padre.

Trabajosamente escrito a lápiz con la mano izquierda, leo:

"Di todo lo que sepas sobre la gallina"

"La gallina lleva a sus hijos en el vientre como todo el mundo, pero los pone aún en huevo y tiene que subirse a ellos durante veintiún días para que nazcan: este fenómeno se llama incubación. Hay gallinas de muchos colores: pelirrojas, negras, blancas y pintadas, por lo menos. La gallina, cuando nace se llama pollito, y es muy bonita. La gallina de mayor es bastante fea y muy tonta. La gallina es un ave que no sabe volar, porque está muy gorda y, también, por tonta. Cuando se la persigue corre bastante y mete un ruido que se llama cacareo. También cacarea cuando pone un huevo, de alegría seguramente, o para presumir. El marido de la gallina es el gallo, que es más bonito, más valiente y lleva en las patas clavos llamados espolones. El gallo tiene una cresta alta y roja, llena de puntas como una corona; la gallina lleva la cresta caída sobre los ojos y parece una boina. Cuando se le arrancan las plumas tiene la piel amarillenta, como si estuviera enferma. Las gallinas son aves de corral y de ellas se come todo, tanto los huevos como la carne, y, además, son muy cobardes porque saben todas que nos las queremos comer. Cuando hay que insultar a alguien que tiene miedo se le llama gallina y cuando nos asustamos se nos pone la piel de gallina."

— Sabes tú mucho sobre las gallinas, Enano. — digo disimulando la risa.—¿Estudiáis la gallina en el colegio?

— Sí. Y tú también me vas explicando cosas. ¿Te acuerdas de cuando te regalaron un milano?


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Licencia limitada
6 págs. / 11 minutos / 76 visitas.

Publicado el 23 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro Misterioso

William le Queux


Novela


DEL AUTOR AL LECTOR

En estos tiempos modernos, de agitada precipitación y grandes combinaciones, cuando el origen de familia no tiene valor alguno, las fortunas se hacen en un día, y las reputaciones se pierden en una hora, los secretos de los hombres son, algunas veces, muy extraños. Uno de éstos es el que revelo en este libro; uno que será, aseguro anticipadamente, enigmático y sorprendente para el lector.

El misterio ha sido tomado de la vida diaria, y hasta hoy la verdad concerniente a él ha sido considerada estrictamente confidencial por las personas mencionadas aquí, aun cuando ahora me han permitido que haga públicas estas notables circunstancias.

William Le Queux

I. EL DESCONOCIDO DE MANCHESTER

—¡Muerto! ¡Y se ha llevado su secreto a la tumba!

—¡Jamás!

—Pero se lo ha llevado. ¡Mira! Tiene la quijada caída. ¡No ves el cambio, hombre!

—¡Entonces, ha cumplido su amenaza, después de todo!

—¡La ha cumplido! Hemos sido unos tontos, Reginaldo... ¡verdaderamente tontos!—murmuré.

—Así parece. Confieso que yo esperaba confiadamente que nos diría la verdad cuando comprendiese que le había llegado el fin.

—¡Ah! tú no lo conocías como yo—observé con amargura.—Tenía una voluntad de hierro y un nervio de acero.

—Combinados con una constitución de caballo, porque, si no, haría mucho tiempo que se hubiera muerto. Pero hemos sido engañados... completamente engañados por un moribundo. Nos ha desafiado, y hasta el último momento se ha burlado de nosotros.

—Blair no era un tonto. Sabía lo que el conocimiento de esa verdad significaba para nosotros: una enorme fortuna. Lo que ha hecho, sencillamente, es guardar su secreto.


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Protegido por copyright
226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 100 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Prisionero de Zenda

Anthony Hope


Novela


I. Los Raséndil, y dos palabras acerca de los Elsberg

—¡Pero cuándo llegará el día que hagas algo de provecho, Rodolfo!—exclamó la mujer de mi hermano.

—Mi querida Rosa—repliqué, soltando la cucharilla de que me servía para despachar un huevo,—¿de dónde sacas tú que yo deba hacer cosa alguna, sea o no de provecho? Mi situación es desahogada; poseo una renta casi suficiente para mis gastos (porque sabido es que nadie considera la renta propia como del todo suficiente); gozo de una posición social envidiable: hermano de lord Burlesdón y cuñado de la encantadora Condesa, su esposa. ¿No te parece bastante?

—Veintinueve años tienes, y no has hecho más que...

—¿Pasar el tiempo? Es verdad. Pero en mi familia no necesitamos hacer otra cosa.

Esta salida mía no dejó de producir en Rosa cierto disgustillo, porque todo el mundo sabe (y de aquí que no haya inconveniente en repetirlo) que por muy bonita y distinguida que ella sea, su familia no es con mucho de tan alta alcurnia como la de Raséndil. Amén de sus atractivos personales, poseía Rosa una gran fortuna, y mi hermano Roberto tuvo la discreción de no fijarse mucho en sus pergaminos. A éstos se refirió la siguiente observación de Rosa, que dijo:

—Las familias de alto linaje son, por regla general, peores que las otras.

Al oir esto, no pude menos de llevarme la mano a la cabeza y acariciar mis rojos cabellos; sabía perfectamente lo que ella quería decir.

—¡Cuánto me alegro de que Roberto sea moreno!—agregó.

En aquel momento, Roberto, que se levanta a las siete y trabaja antes de almorzar, entró en el comedor, y, dirigiendo una mirada a su esposa, acarició suavemente su mejilla, algo más encendida que de costumbre.

—¿Qué ocurre, querida mía?—le preguntó.

—Le disgusta que yo no haga nada y que tenga el pelo rojo—dije como ofendido.


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Dominio público
165 págs. / 4 horas, 48 minutos / 483 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Cuento de la Serpiente Verde

Wolfgang Goethe


Cuento


En su pequeña choza, ante el gran río cuya corriente habíase acaudalado por una fuerte lluvia y que desbordaba sus riberas, estaba el viejo barquero descansando y durmiendo, rendido por las labores del día. Le despertaron fuertes voces en medio de la noche; escuchó que unos viajeros querían ser trasladados.

Al salir delante de la puerta vio dos grandes fuegos fatuos flotando encima del bote amarrado y le aseguraron que se hallaban en los más grandes apuros y que estaban deseosos de verse ya en la otra orilla. El anciano no se demoró en hacerse al agua y navegó con su destreza acostumbrada a través del río mientras los forasteros siseaban entre sí en un lenguaje desconocido y sumamente ágil, y estallaban, de vez en cuando, en fuertes carcajadas saltando por momentos en los bordes o en el fondo de la barca.

—¡Se balancea el bote! —exclamó el viejo—. Si estáis tan inquietos puede volcarse. ¡Sentaos, fuegos fatuos!

Estallaron en grandes carcajadas ante esta advertencia, se mofaron del anciano y se pusieron más inquietos que antes. Este soportó con paciencia sus malas maneras y, en poco tiempo, arribó a la otra orilla.

—¡Aquí tenéis! ¡Por vuestro esfuerzo! —exclamaron los viajeros y, al sacudirse, cayeron muchas y resplandecientes piezas de oro dentro de la húmeda barca.

—¡Santo cielo! ¿Qué hacéis? —exclamó el viejo—. Me exponéis al más grande apuro! Sí una de estas piezas hubiera caído en el agua, el río, que no soporta este metal, se hubiera levantado en terribles olas devorándonos al bote y a mí, ¡y quién sabe cómo os hubiera ido! ¡Tomad de nuevo vuestro dinero!

—No podemos tomar nada de lo que nos hemos desprendido —respondieron ellos.

—Entonces, encima me dais el trabajo de tener que recogerlas y llevarlas a enterrar bajo tierra —dijo el viejo, inclinándose para recoger las piezas de oro dentro de su gorra.


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Protegido por copyright
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 277 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Caballero de las Botas Azules

Rosalía de Castro


Novela


Un hombre y una musa

Personajes

Hombre.
Musa.

I

HOMBRE.— Ya que has acudido a mi llamamiento, ¡oh musa!, escúchame atenta y propicia, y haz que se cumpla mi más ferviente deseo.

MUSA.— (Oculta tras una espesa nube.) Habla, y que tu lenguaje sea el de la sinceridad. Mi vista es de lince.

HOMBRE.— De ese modo podrás conocer mejor la idea que me anima. Pero quisiera que se disipase el humo denso que te envuelve. ¿Por qué tal recato? ¿Acaso no he de conocerte?

MUSA.— No soy recatada, sino prudente; así que te acostumbres a oírme, te acostumbrarás a verme. Di en tanto, ¿qué quieres?

HOMBRE.— ¡Hasta las musas son coquetas!

MUSA.— Considera que soy musa, pero no dama, y que no debemos perder el tiempo en devaneos.

HOMBRE.— ¡Qué estupidez!… pero seré obediente, en prueba de la sumisión que te debo. Yo quiero que mi voz se haga oír, en medio de la multitud, como la voz del trueno que sobrepuja con su estampido a todos los tumultos de la tierra; quiero que la fama lleve mi nombre de pueblo en pueblo, de nación en nación y que no cesen de repetirlo las generaciones venideras, en el transcurso de muchos siglos.

MUSA.— ¡Necio afán el de la gloria póstuma, cuyo ligero soplo pasará como si tal cosa sobre el esparcido polvo de tus huesos! Cuídate de lo presente y deja de pensar en lo futuro, que ha de ser para ti como si no existiese.

HOMBRE.— ¿Y eres tú, musa, a quien he invocado lleno de ardiente fe, la que me aconsejas el olvido de lo que es más caro a un alma ambiciosa de gloria? ¿Para qué entonces la inspiración del poeta?

MUSA.— ¡Locas aprensiones!… El bien que se toca es el único bien; lo que después de la muerte pasa en el mundo de los vivos, no es nada para el que ha traspasado el umbral de la eternidad.


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Dominio público
255 págs. / 7 horas, 27 minutos / 335 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Lote Número 249

Arthur Conan Doyle


Cuento


Es posible que no pueda pronunciarse jamás un juicio absoluto y definitivo acerca de las relaciones de Edward Bellingham con William Monkhouse Lee, ni sobre la causa que motivó el gran terror de Abercrombie Smith. Es verdad que poseemos un relato completo y claro del propio Smith, así como determinadas corroboraciones que pudo encontrar en hombres como Thomas Styles, el sirviente; del reverendo Plumptree Peterson, miembro del Old College, y de otras personas que tuvieron oportunidad de obtener una visión pasajera de este o aquel incidente, dentro de una singular cadena de sucesos. No obstante, en lo esencial, la historia se apoya sólo en el testimonio de Smith, y la mayoría se inclinará a pensar que es más probable que un cerebro aparentemente sano sufra una sutil deformación en su textura, algún extraño defecto en su funcionamiento, que el hecho de que se haya transgredido el camino de la Naturaleza, a pleno día, en un centro de enseñanza tan afamado como la Universidad de Oxford. Sin embargo, cuando nos paramos a pensar en lo estrecho y tortuoso que es ese sendero de la Naturaleza, en lo confusamente que podemos trazarlo, a pesar de todas las luces de la ciencia, y en cómo surgen misteriosamente de la oscuridad que lo rodea enormes y terribles posibilidades, llegamos a la conclusión de que tiene que ser audaz y seguro de sí mismo el hombre capaz de poner un límite a los extraños senderos laterales por los que puede vagar el espíritu humano.


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Protegido por copyright
42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 219 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Banquero Anarquista

Fernando Pessoa


Cuento


Habíamos concluido de cenar. Frente a mí, el banquero, mi amigo, gran comerciante y acaparador notable, fumaba como quien no piensa. La conversación, que había ido apagándose, yacía muerta entre nosotros. Intenté reanimarla, al azar, sirviéndome de una idea que me pasó por el pensamiento. Me di vuelta hacia él, sonriendo.

—Es verdad: me dijeron hace días que ud. en sus tiempos fue anarquista…

—Fui, no: fui y soy. No cambié con respecto a eso. Soy anarquista.

—¡Ésa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es ud. anarquista?… Sólo si ud. le da a la palabra cualquier sentido diferente…

—¿Del habitual? No; no se lo doy. Empleo la palabra en el sentido habitual.

—¿Quiere ud. decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre ud. y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?

—Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que ud. cree. ¿Ud. duda quizás de que mis teorías sociales no sean iguales a las de ellos?…

—¡Ah, ya me doy cuenta! Ud., en cuanto a las teorías, es anarquista; en cuanto a la práctica…

—En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a las teorías. Y en la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos que ud. citó. Toda mi vida lo demuestra.

—¿¡Qué!?

—Toda mi vida lo demuestra, hijo. Ud. es el que nunca prestó a estas cosas una atención lúcida. Por eso le parece que estoy diciendo una burrada, o si no, que estoy jugándole una broma.

—¡Pero, hombre, yo no entiendo nada!… A no ser… , a no ser que ud. juzgue su vida disolvente y antisocial y le dé ese sentido al anarquismo…

—Ya le dije que no; esto es, ya le dije que no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente del habitual.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 682 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Comentarios de la Guerra de las Galias

Julio César


Historia, Estrategia


Libro I. Guerra de helvecios y Ariovisto

I. La Galia está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes. A los galos separa de los aquitanos el río Carona, de los belgas el Marne y Sena. Los más valientes de todos son los belgas, porque viven muy remotos del fausto y delicadeza de nuestra provincia; y rarísima vez llegan allá los mercaderes con cosas a propósito para enflaquecer los bríos; y por estar vecinos a los germanos, que moran a la otra parte del Rin, con quienes traen continua guerra. Ésta es también la causa porque los helvecios se aventajan en valor a los otros galos, pues casi todos los días vienen a las manos con los germanos, ya cubriendo sus propias fronteras, ya invadiendo las ajenas. La parte que hemos dicho ocupan los galos comienza del río Ródano, confina con el Carona, el Océano y el país de los belgas; por el de los secuanos y helvecios toca en el Rin, inclinándose al Norte. Los belgas toman su principio de los últimos límites de la Galia, dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente. La Aquitania entre Poniente y Norte por el río Carona se extiende hasta los montes Pirineos, y aquella parte del Océano que baña a España.


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224 págs. / 6 horas, 32 minutos / 385 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Comentarios de la Guerra Civil

Julio César


Historia, Estrategia


Libro Primero. Paso del Rubicón y toma de Italia

I. Después que Fabio entregó a los cónsules la carta de Cayo César, costó mucho recabar de éstos el que se leyese en el Senado, aun mediando para ello las mayores instancias de los tribunos del pueblo, pero nada bastó para reducirlos a que hicieran la propuesta al tenor de su contenido; y así sólo propusieron lo tocante a la República. Lucio Lentulo, uno de los cónsules, promete no desamparar al Senado y a la República, como quieran votar con resolución y entereza; pero si tiran a contemplar a César y congraciarse con él, como lo han hecho hasta ahora, tomará por sí solo su partido, sin atender a la autoridad del Senado, que también él sabrá granjearse la gracia y amistad de César. Escipión se explica en los mismos términos, afirmando que Pompeyo está resuelto a no abandonar la República si encuentra apoyo en el Senado; pero que si éste se muestra irresoluto y blandea, después, aunque quiera, en balde implorará su ayuda.


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145 págs. / 4 horas, 14 minutos / 374 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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