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Pancho el Tuerto

Rafael Delgado


Cuento


Después de aquel discurso tan erudito, repleto de citas de filósofos y de sociólogos, desde Aristóteles hasta lo más fresquito de los tomistas al uso, el Deán sorbió un polvo de lo más rico, se limpió las narices con el rico pañuelo de seda, doblóle poco a poco, arrellanóse en el comodísimo sillón y se preparó a escuchar atentamente, seguro de no ser vencido por su antagonista, y dispuesto a replicarle si era necesario.

El vejete, famoso gregoriano, discípulo de Rodríguez Puebla y compañero del «Nigromante», hizo una mueca, un gesto de mico, se colocó sobre las rodillas, asiéndole por los extremos, el bastoncillo de áureo puño y pulida contera, y, vivísimos y chispeantes los azules ojos, las cejas móviles, tremulillo el mentón, fluctuante de la sonrisa, se expresó en estos términos:

—¡Norabuena, señor y amigo mío! ¡Allá va un sucedido! Érase que se era, hace muchos años… en aquellos felices tiempos de Su Alteza Serenísima, cuando la ciencia y los saberes de todos residían en clérigos de campanillas, frailes graves, «doctores de la ley» y licenciados «in utroque», y ante todo y sobre todo, en mi grande y respetado amigo don Lucas Alamán, un cierto individuo, Francisco de nombre, a quien todos llamaban Pancho. Decidor y agudo cuando estaba en su juicio, subía y bajaba en pos de sus amigos (que los tenía por docenas y muy generosos), a quienes entretenía gratamente con dichos, coplas y cuentos, sazonados a veces con uno que otro remoque.

Pancho estaba en todas partes: en los corredores de Palacio y en el torno de las Capuchinas; en el pórtico del Gran Teatro Santa-Anna y en la portería de Santo Domingo: en los bancos de las cadenas, en conversación con pensionistas famélicos y estudiantes de tuna, o en la celebre alacena de don Antonio de la Torre, de charla con literatos y gaceteros.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 67 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Gorrión

Teodoro Baró


Cuento infantil


Nací debajo del alero de un tejado. Cuando rompí el cascarón y miré por la abertura del nido, todo me pareció muy bonito: deseaba llegase el momento de echar a volar, pero mis padres contuvieron mi impaciencia y la de mis hermanitos con sus buenos consejos. La alimentación era abundante y sana, y gracias a ella nuestras fuerzas se iban desarrollando. Por último llegó el momento tan deseado de echar a volar. La inquietud hacía que mi madre piara quejumbrosamente temiendo un accidente cualquiera, pero la nota triste convertíase en alegre cuando veía a mis hermanitos sostenerse en el espacio. Llegome la vez; extendí las alas y…

¿Adivinan lo que me sucedió? Pues voy a decírselo. No me faltaron las alas; pero la curiosidad, que es causa de tantos males, hizo que parara el vuelo en un prado en vez de detenerme en un árbol; y como en aquel prado había chiquillos y me vieron, tras de mí echaron a correr. Yo quise escapar; pero enredeme entre la hierba, no pude huir por no saber dar con la salida, que buscaba por todas partes menos donde hubiera debido buscarla, que era volando otra vez; y como a correr me ganaban los chiquillos, héteme convertido en su prisionero.

Por fortuna no di en manos de esos niños que tienen la mala y punible costumbre de martirizar a los pobres pájaros, y mis dueños me llevaron a su casa. Metiéronme en una jaula, donde colocaron algodón para que no tuviera frío. He de confesar que no estaba del todo mal. Pusieron pan en remojo y quisieron que comiera aquellas migas. No me hice de rogar; y como los niños se empeñaban en que siempre estuviera comiendo, porque les divertía verme abrir el pico y agitar las alitas, y a mí no me disgustaba atracarme, padecí una indigestión que por poco me mata; pero logré escapar de ella, si bien estuve alicaído durante tres días.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 56 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Corpus

Gabriel Miró


Cuento


Acabado el enjalbiego, dijo la señora tia, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:

—Anda, Ramonete, anda; anda y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.

—¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?

—Pues, descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?

—¡Que no había escuela!

—¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?

—Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.

—¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?

—Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la Corrionera, y Luis y Garbiel y Barbera dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...

—Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es mañana, y el señor rector predica, con que...

Y el sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena; besó la mano seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio en la negrura del portal.

Desde lo hondo llamó tímidamente:

—¡Señora tía! ¡Señora tía!

—¡Ay, Ramonete; ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?

—¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!

—¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 59 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Civilización y Cultura

Miguel de Unamuno


Ensayo


Hay un ambiente exterior, el mundo de los fenómenos sensibles, que nos envuelve y sustenta, y un ambiente interior, nuestra propia conciencia, el mundo de nuestras ideas, imaginaciones, deseos y sentimientos. Nadie puede decir dónde acaba el uno y el otro empieza, nadie trazar línea divisoria, nadie decir hasta qué punto somos nosotros del mundo externo o es éste nuestro. Digo «mis ideas, mis sensaciones» lo mismo que «mis libros, mi reló, mis zapatos», y digo «mi pueblo, mi país» y hasta «¡mi persona!». ¡Cuántas veces no llamamos nuestras a cosas de que somos poseídos!

Lo mío precede al yo; hácese éste a luz propia como posesor, se ve luego como productor y acaba por verse como verdadero yo cuando logra ajustar directamente su producción a su consumo.

Del ambiente exterior se forma el interior por una especie de condensación orgánica, del mundo de los fenómenos externos el de la conciencia, que reacciona sobre aquél y en él se expansiona. Hay un continuo flujo y reflujo difusivo entre mi conciencia y la naturaleza que me rodea; que es mía también, mi naturaleza; a medida que se naturaliza mi espíritu saturándose de realidad externa espiritualizo la naturaleza saturándola de idealidad interna. Yo y el mundo nos hacemos mutuamente. Y de este juego de acciones y reacciones mutuas brota en mí la conciencia de mi yo, mi yo antes de llegar a ser seca y limpiamente yo, yo puro. Es la conciencia de mí mismo el núcleo del recíproco juego entre mi mundo exterior y mi mundo interior. Del posesivo sale el personal.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 525 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Lobo en Cepo

Jacinto Octavio Picón


Cuento


I

A una ilustre ciudad española, donde los hombres trabajadores y valientes nacen de mujeres virtuosas y bellas, llegaron hace años dos viajeros, cuyos trajes negros ni eran enteramente seglares ni del todo eclesiásticos. Uno de ellos hablaba, aunque dulcemente, como superior; otro escuchaba con humildad y respondía con respeto. Eran ambos de continente severo, rostro lampiño y mirada que apareciera humilde si no fuese por lo tenaz, reveladora de una voluntad poderosísima. Tenían mansedumbre en la voz, daban a sus palabras el acento de una afabilidad melosa y persuasiva, pero a veces sus pupilas parecían incendiarse en el rápido e involuntario fulgurar de una energía indomable.

Pocas horas después de su llegada celebraron varias entrevistas misteriosas con gentes adineradas de la población, y a los tres días firmaron, ante notario y como subditos de potencia extranjera, la escritura de compra de un caserón antiguo convertido en fábrica por un industrial que, arruinado durante la guerra civil, tuvo que malvender su hacienda. De esta suerte la paz vino a ser provechosa, quizá, para los mismos que atizaron la lucha.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 70 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Jugada

Roberto Arlt


Cuento


Emilio Kraisler falleció de un balazo que recibió en la cabeza, a causa de su excesivo amor a la ciencia de la psicología.

El crimen no sorprendió a ninguno de sus amigos. Kraisler, en vida, había anticipado siempre semejante final con estas palabras:

—Sí; alguien tendrá un día que matarme. ¡Y qué curioso! La muerte, que en otros tiempos me causaba tanto horror, ahora me deja indiferente.

De manera que su asesinato constituye, en cierto modo, una prueba a favor de los presentimientos y su confirmación.

A Kraisler parecía divertirle la perspectiva de semejante final. Incluso lo matizaba:

—Me gustaría que me matara Enriqueta. De pronto, aparecería ante mí envuelta en un tapado de pieles, abriría nerviosamente su cartera, yo me quedaría fumando tranquilamente. Posiblemente para escarnecerla le echara una bocanada de humo a la cara; ella, encogiendo el brazo, esgrimiría el revólver, y juro que no me movería una pulgada del sitio donde me encontrara.

A veces el tenor del diálogo sufría una ligera variante.

—Pudiera ser que en vez de Enriqueta fuese Ofelia la que me asesinara. En ese caso ella me tiraría por la espalda. Entra en su estilo y en su carácter. O si no, Julia. Pero Julia le tiene tanto horror a las armas de fuego que utilizaría cianuro. Es una devota de la bioquímica.

No se puede negar que Kraisler era un hombre razonable. Su único defecto consistía en estar enamorado alegremente de la psicología experimental.

Pero no era su único defecto. Su segundo defecto consistía en sonreír siempre. Una sonrisa dulce, infantil, con una chispa de malicia en el fondo de los ojos y cierta gula de faunito en las arrugas faciales que se le trazaba en torno a la boca.

Alguien dijo una vez que esa sonrisa suya, tan personal, era una defensa contra sus emociones rápidas, y Kraisler cortó secamente la conversación. Los psicólogos le resultaban odiosos.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 26 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

La Gallina Degollada

Horacio Quiroga


Cuento


Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban, se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.

Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años y el menor, nueve. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer y mujer y marido hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 6.170 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Pequeño Escribiente Florentino

Edmundo de Amicis


Cuento


Estaba en la cuarta clase elemental. Era un gracioso florentino de doce años, de cabellos rubios y tez blanca, hijo mayor de cierto empleado de ferrocarriles que, teniendo mucha familia y poco sueldo, vivía con suma estrechez. Su padre lo quería mucho, y era bueno e indulgente con él; indulgente en todo, menos en lo que se refería a la escuela: en esto era muy exigente y se revestía de bastante severidad, porque el hijo debía ponerse pronto en disposición de obtener otro empleo para ayudar a sostener a la familia; y para valer algo pronto, necesitaba trabajar mucho en poco tiempo; y aunque el muchacho era aplicado, el padre le exhortaba siempre a estudiar. Era ya de avanzada edad el padre, y el excesivo trabajo le había también envejecido prematuramente. Con efecto, para proveer a las necesidades de la familia, además del mucho trabajo que tenía en su destino, se buscaba a la vez aquí y allá trabajos extraordinarios de copista, y se pasaba sin descansar en su mesa buena parte de la noche. Últimamente, de cierta casa editorial que publicaba libros y periódicos, había recibido el encargo de escribir en las fajas el nombre y la dirección de los subscriptores, y ganaba tres liras por cada quinientas de aquellas tirillas de papel, escritas en caracteres grandes y regulares. Pero esta tarea le cansaba, y se lamentaba de ello a menudo, con la familia, a la hora de comer. “Estoy perdiendo la vista—decía—; esta ocupación de noche acaba conmigo”. El hijo le dijo un día: “Papá, déjame trabajar en tu lugar; tú sabes que escribo regular, tanto como tú”. Pero el padre respondió: “No, hijo, no; tú debes estudiar; tu escuela es cosa mucho más importante que mis fajas; tendría remordimiento si te privara del estudio una hora; lo agradezco, pero no quiero; y no me hables más de ello”.

El hijo sabía que con su padre era inútil insistir en aquellas cosas, y no insistió. Pero he aquí lo que hizo.


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7 págs. / 13 minutos / 270 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Inteligencia espiritual y educación holista en Ramón Gallegos

Fundación Ramón Gallegos


Ramón Gallegos, educación holista, inteligencia espiritual


Que los pensamientos no te mantengan atado.

La cuerda que crees que te sujeta no existe.

Mantente en unidad con el Ser.

Ramón Gallegos

Recientemente participamos en un Satsang con el Dr. Ramón Gallegos, una reunión para indagar sobre nuestra verdadera naturaleza, nuestro ser espiritual. Fue un viaje hacia nuestro sí mismo, una práctica de meditación profunda y esclarecedora guiada por “la voz de la verdad”. Un sol resplandeciente nos recibió mientras sus rayos jugueteaban con las ramas de los árboles y las palmeras que de vez en cuando se dejaban acariciar por un suave y discreto viento que parecía provenir del reluciente lago de Chápala.

El educador holista debe ser una fuente de inspiración para los estudiantes, crear una relación de amor, pues tiene la certeza de que la necesidad más básica de cualquier ser humano es el amor y la educación tradicional ha dejado de lado este principio. Entonces, la educación holista debe ser un acto de amor, como menciona el Dr. Ramón Gallegos “donde no exista el miedo, la comparación o la amenaza, debe ser un proceso de continua indagación sobre nosotros mismos y nuestra relación con el kosmos que habitamos…” generando así alegría por vivir.

En educación holista, hablar de amor y felicidad es un asunto de vital importancia. La educación holista tiene como propósito fundamental la evolución de la conciencia y ayudar a reconocer lo que realmente somos. Este proceso de autoconocimiento genera alegría que se expresa en un estado de felicidad genuina, pues nace de nuestro ser interior. Es nuestra inteligencia espiritual, definida por el Dr. Ramón Gallegos como la capacidad de ser felices a pesar de las circunstancias, no a causa de ellas.  


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Publicado el 16 de julio de 2019 por Fundación Ramón Gallegos.

Educación holista el paradigma mexicano

Fundación Ramón Gallegos


ramón gallegos, educación holista, inteligencia espiritual


La educación holista fue creada por el Dr. Ramon Gallegos, es el autor a nivel mundial que mas ha escrito sobre el tema, 25 libros. El señala que la educación holista es el conducto para establecer el orden interno que permita a la humanidad dar un nuevo paso evolutivo, avanzar a un nuevo estadio de desarrollo. Es el único paradigma actual donde todos los elementos y niveles del proceso educativo aparecen integrados y donde el despertar espiritual es prioritario. A través de la historia de la educación, las diferentes pedagogías han tematizado solo uno o dos de los niveles de totalidad, se han centrado en la educación en su relación con el individuo, la comunidad  o la sociedad, en este sentido todas las pedagogías son válidas en su propio nivel de estudio, son piezas del gran rompecabezas educativo, fragmentos de la gran imagen, el problema surge cuando se confunde la parte con el todo, cuando a partir de ese nivel de estudio han tratado de generalizar sus resultados a todos los demás niveles o han tratado de reducir la educación a su ámbito específico de estudio, lo cual a llevado a un grave reduccionismo educativo.

El Dr. Ramon Gallegos señala que el cambio de época global que estamos viviendo tiene profundas implicaciones para la educación, nos obliga a reconocer que ya no es posible educar  seres humanos con un paradigma científico-industrial del siglo XVII para una sociedad sustentable del siglo XXI. El mundo de la ciencia es un elemento necesario pero no suficiente para construir una nueva cultura y una nueva conciencia de naturaleza holista, ya no podemos seguir reduciendo la educación a un entrenamiento de la racionalidad instrumental para que actúe dentro de la rutina laboral de procesos mecánicos tal como la sociedad científico-industrial lo necesitó en su tiempo.


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7 págs. / 13 minutos / 44 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2018 por Fundación Ramón Gallegos.

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