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Sacramento

Jacinto Octavio Picón


Cuento


Justa y Engracia eran hijas de una familia honrada, linajuda y rica, ambas casadas; Justa con un propietario que vivía de sus cuantiosas rentas, sin más trabajo que cuidar de aumentarlas, y de quien no tuvo hijos; Engracia con un bolsista de intachable reputación, pero tan confiado en su estrella que aventuraba en jugadas peligrosas más de lo que permite la prudencia. De este matrimonio nacieron dos niñas: María de la Soledad y María del Sacramento.

A poco de cumplir veintidós años la primera y uno más la segunda, su padre quedó alcanzado en una liquidación de fin de mes, y no pudiendo cumplir los compromisos contraídos, se suicidó de un pistoletazo. Engracia murió de pena algunos meses después; y Justa, mediante la cariñosa conformidad de Luis, su marido, se hizo cargo de las dos sobrinas huérfanas; doblemente impulsada, primero por cierta natural bondad, no incompatible con su dureza de carácter, y luego por el firme convencimiento de que las dos muchachas no podían decorosamente vivir solas.

Para Justa y Luis el decoro era la mitad de la vida: estaban persuadidos de que el error y el pecado son inherentes a la naturaleza humana, y de que la disculpa y el perdón forman la gloria principal con que el bueno se aventaja al malo; pero con el escándalo no transigían nunca. La opinión del prójimo, si no valía, importaba a sus ojos tanto como la misma virtud: temían más al comentario y la maledicencia que a la falta, siendo partidarios acérrimos del refrán que dice: «Pecado ignorado medio perdonado». Con tales ideas no habían de permitir que sus sobrinas viviesen solas.

Soledad y Sacramento no parecían hermanas. Eran sus cualidades morales tan diferentes y sus tipos tan opuestos, que quien ignorase la honradez de su madre pudiera suponerlas engendradas por dos amores distintos.


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9 págs. / 16 minutos / 75 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Paje Roger

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

El rey Marcial había declarado la guerra al rey Godofredo. No contento con eso, había ido a buscarle a sus propios Estados seguido de un formidable ejército fuerte y bien armado con el que esperaba vencer en breve a su contrario. Creía hallar a este desprevenido porque ignoraba que un súbdito traidor no sólo había advertido a Godofredo el peligro que le amenazaba, sino que le había revelado todos los planes de su enemigo para que los hiciese fracasar.

Caminó el rey Marcial con gran cautela, hizo el viaje a pequeñas jornadas y por último puso su campamento a corta distancia de la capital.

—No me han visto —exclamó el monarca con júbilo; porque en efecto no había encontrado a nadie por aquellos campos, ni aun a los pastores que sacaban sus rebaños en otros tiempos por allí.

Estaban rendidos después de tantos días de viaje y se retiraron a sus tiendas de campaña para descansar.

Algunos centinelas se paseaban por delante de ellas para no dormirse y dirigían miradas de codicia a la ciudad próxima en la que esperaban entrar en breve vencedores. El rey reposaba ya con agitado sueño y había encargado a sus guardias que le llamasen muy temprano; quería sorprender a Godofredo al despuntar la aurora.

La luna brillaba en un hermoso cielo tachonado de estrellas enviando sus melancólicos rayos a la tierra. Se contemplaba en las aguas de un ancho río como en un espejo. Un palacio de cristal, que se divisaba cerca de las puertas de la ciudad reflejaba también la suave claridad del astro de la noche.

—Mañana entraremos ahí —dijo un capitán señalando el bello edificio.

A eso de las doce, divisaron los soldados unos pequeños seres que se aproximaban; al pronto los creyeron duendes, pero no tardaron en convencerse de que eran niños y niñas que iban vestidos de una manera extraña con telas que parecían luminosas.

—¿Venís de la ciudad? —preguntó un centinela.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 42 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Prefacio de Francisco Vera

Tomás Carrasquilla


Cuento


I

La señora forastera, de temporada en el poblacho, obtuvo apenas fué conocida la gran fama como narradora, no tanto por su repertorio, y su verba pintoresca, cuanto por la mímica y los remedos con que solía, por dar realce a sus anécdotas, transfigurar la fealdad caricaturesca de su vejez.

Una noche de tertulia, casa de uno de los caciques de más fuste, la instaron, de sobremesa, para que contara algo de lo bueno y divertido. No se hizo rogar la vivaracha abuela: sacó su silla al centro de la sala, y antes de sentarse declamó muy airosa y oratoria:

"Atención, nobles señores Y las damas del decoro. Que esta vez voy a contaros Un cacho que no es de toro"

«Esto no es, realmente, cuento ni historias inventadas, sino un ejemplo que pasó tál y como lo aprendió una servidora de ustedes. Me lo enseñó taita Angarita, que era hombre de pluma y muchos conocimientos:

En la España del Rey nuestro señor —principia muy pausada— había… y hasta lo habrá todavía, un pueblo muy grande y muy bonito, llamado Villa de Rescatados.


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Publicado el 26 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Huevo Rojo

Anatole France


Cuento


El doctor N. depositó su taza de café sobre la chimenea, arrojó su cigarro al fuego y me dijo:

—Querido amigo, hace tiempo contó usted el extraño suicidio de una mujer atormentada por el terror y los remordimientos. Su naturaleza era fina y su cultura exquisita. Sospechosa de complicidad en un crimen del que había sido testigo mudo, desesperada por su irreparable cobardía, agitada por continuas pesadillas en las que veía a su marido muerto y descompuesto señalándola con el dedo a los curiosos magistrados, era la víctima inerte de su exacerbada sensibilidad. En este estado, una circunstancia insignificante y fortuita decidió su suerte. Su sobrino pequeño vivía con ella. Una mañana, como de costumbre, estaba haciendo sus deberes en el comedor. Ella estaba presente. El chiquillo se puso a traducir palabra por palabra unos versos de Sófocles. Iba pronunciando en voz alta los términos griegos y franceses a medida que los iba escribiendo: «La cabeza divina de Yocasta está muerta… arrancándose la cabellera, llama a Laïs muerto… vimos a la mujer ahorcada». Hizo una rúbrica con tal fuerza que agujereó el papel, sacó la lengua manchada de tinta y luego cantó: «Ahorcada, ahorcada, ahorcada». La desgraciada, cuya voluntad estaba destruida, obedeció sin defensa a la sugestión de la palabra que había escuchado por tres veces. Se levantó, sin voz, sin mirada, y entró en su habitación. Varias horas después, el comisario de policía requerido para constatar la muerte violenta, hizo esta reflexión: «He visto a bastantes mujeres suicidadas, pero es la primera vez que veo a una ahorcada».


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Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Capitán Kablukov

Leónidas Andréiev


Cuento


I

A través de los cristales cubiertos de hielo penetraban los rayos matutinos del sol invernal e inundaban de una luz fría, pero alegre, los dos aposentos que, con la cocina, constituían la morada del capitán Nicolás Ivanich Kablukov y su asistente Kukuchkin.

Nicolás Ivanich estaba bebiendo, a sorbitos, te muy caliente, en un vaso, cuya cubeta de plata constituía, con la cucharilla del mismo metal, el único lujo de su ajuar.

—¡Kukuchkin! —gritó.

Pero el asistente no dió muestras de haber oído su ronca voz.

—¡Kukuchkin!

El asistente acudió al fin. Le habían dedicado al servicio doméstico a causa de su estupidez. Tenía la cabeza pequeña, las orejas muy grandes, el cuerpo desgarbado y flaco.

—¿Por qué no acudes en seguida que se te llama? ¡Pareces tonto!

—¡A la orden, mi capitán!—gruñó el soldado.

—¡Levanta esa cabeza! ¡Mira de frente!... ¿Estás borracho?

—Sin dinero, mi capitán, mal puede uno emborracharse.

Nicolás Ivanich no quería enfadarse. Se encogió de hombros y le dijo a Kukuchkin que le llevase vodka y algo de comer y encendiese la chimenea.

—¿Qué es esto?—preguntó cuando el asistente, momentos después, colocó sobre la mesa, amén de la garrafa de vodka y una lata de sardinas, una taza muy charra, probablemente de su propiedad particular.

—Como no hay copa...

—¡Imbécil! ¿Por qué no le has pedido una a la casera?


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9 págs. / 16 minutos / 98 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Conductor del Rápido

Horacio Quiroga


Cuento


Desde 1905 hasta 1925 han ingresado en el Hospicio de las Mercedes 108 maquinistas atacados de alienación mental.

Cierta mañana llegó al manicomio un hombre escuálido, de rostro macilento, que se tenía malamente en pie. Estaba cubierto de andrajos y articulaba tan mal sus palabras que era necesario descubrir lo que decía. Y, sin embargo, según afirmaba con cierto alarde su mujer al internarlo, ese maquinista había guiado su máquina hasta pocas horas antes.

En un momento dado de aquel lapso de tiempo, un señalero y un cambista alienados trabajaban en la misma línea y al mismo tiempo que dos conductores, también alienados.

Es hora, pues, dados los copiosos hechos apuntados, de meditar ante las actitudes fácilmente imaginables en que podría incurrir un maquinista alienado que conduce un tren.

Tal es lo que leo en una revista de criminología, psiquiatría y medicina legal, que tengo bajo mis ojos mientras me desayuno.

Perfecto. Yo soy uno de esos maquinistas. Más aun: soy conductor del rápido del Continental. Leo, pues, el anterior estudio con una atención también fácilmente imaginable.

Hombres, mujeres, niños, niñitos, presidentes y estabiloques: desconfiad de los psiquiatras como de toda policía. Ellos ejercen el contralor mental de la humanidad, y ganan con ello: ¡ojo! Yo no conozco las estadísticas de alienación en el personal de los hospicios; pero no cambio los posibles trastornos que mi locomotora con un loco a horcajadas pudiera discurrir por los caminos, con los de cualquier deprimido psiquiatra al frente de un manicomio.


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9 págs. / 16 minutos / 186 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Fatal y el Príncipe Fortuné

Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont


Cuento infantil


Había una vez una reina que tuvo dos hijos. A un hada, buena amiga de la reina, le habían pedido que fuera la madrina de los príncipes y que les hiciera algún don.

—Le concedo al mayor —dijo— todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.

Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.

—No sabes lo que pides —le dijo el hada a la reina—; si no es desventurado, será perverso.

La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.

—Es posible que lo elijas todo al revés —contestó el hada—; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.

—Deseo —dijo la reina —que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.

—Bien podrías engañarte, —dijo el hada—; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.

Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Retablo de las Maravillas

Miguel de Cervantes Saavedra


Teatro, Clásico


(Salen CHANFALLA y la CHERINOS.)

CHANFALLA.—No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que te he dado para este nuevo embuste.

CHIRINOS.—Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere, tenlo como de molde; que tanta memoria tengo como entendimiento, a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte que excede a las demás potencias.

CHANFALLA.—Chirinos, poco a poco estamos ya en el pueblo, y estos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda.

(Salen el GOBERNADOR y BENITO REPOLLO, alcalde;JUAN Tostado, regidor, y PEDRO CAPACHO, escribano.)

Beso a vuesas mercedes las manos. ¿Quién de vuesas mercedes es el Gobernador de este pueblo?

GOBERNADOR.—Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?

CHANFALLA.—A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador de este honrado pueblo.

GOBERNADOR.—Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?

CHIRINOS.—Honrados días viva vuesa merced que así nos honra; en fin, la encina da bellotas, el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.

BENITO.—Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.

CAPACHO.—Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

BENITO.—Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?

CHANFALLA.—Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las Maravillas; hanme enviado a llamar de la corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales; y con mi ida se remediará todo.


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Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Diablo en el Campanario

Edgar Allan Poe


Cuento


¿Qué hora es?
—Antiguo adagio

Todo el mundo sabe, de una manera general, que el lugar más hermoso del mundo es —o era, ¡ay!— la villa holandesa de Vondervotteimittiss. Sin embargo, como queda a alguna distancia de cualquiera de los caminos principales, en una situación en cierto modo extraordinaria, quizá muy pocos de mis lectores la hayan visitado. Para estos últimos convendrá que sea algo prolijo al respecto. Y ello es en verdad tanto más necesario cuanto que si me propongo hacer aquí una historia de los calamitosos sucesos que han ocurrido recientemente dentro de sus límites, lo hago con la esperanza de atraer la simpatía pública en favor de sus habitantes. Ninguno de quienes me conocen dudará de que el deber que me impongo será cumplido en la medida de mis posibilidades, con toda esa rígida imparcialidad, ese cauto examen de los hechos y esa diligente cita de autoridades que deben distinguir siempre a quien aspira al título de historiador.

Gracias a la ayuda conjunta de medallas, manuscritos e inscripciones estoy capacitado para decir, positivamente, que la villa de Vondervotteimittiss ha existido, desde su origen, en la misma exacta condición que aún hoy conserva. De la fecha de su origen, sin embargo, me temo que sólo hablaré con esa especie de indefinida precisión que los matemáticos se ven a veces obligados a tolerar en ciertas fórmulas algebraicas. La fecha, puedo decirlo, teniendo en cuenta su remota antigüedad, no ha de ser menor que cualquier cantidad determinable.


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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