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Fausto y Dafrosa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La aguardaba en el embarcadero a boca de noche, y cuando divisó a lo lejos la barca, que avanzaba al empuje de los brazos fuertes de los remeros, abriendo estela de luz verdosa en el mar fosforescente, al corazón de Fausto se agolpó la sangre, y sus ojos se nublaron.

Venía o, mejor dicho, la traían, se la entregaban; en su poder iba a estar aquella por quien tantas veces había pasado la noche en vela, febril, paladeando acíbar, desesperando y mordiéndose los puños de rabia, o esperando insensatamente.

¿Insensatamente? Criminalmente se diría mejor. Por aquella que se reclinaba en la proa, envuelta en blancos velos, en actitud pensativa, Fausto había descendido a la delación y al espionaje como un liberto, echando negra mancha sobre el decoro de su estirpe consular. Por ella había deslizado en los oídos del emperador «apóstata» el consejo fatal al ex prefecto Flaviano, y más de una velada, a la claridad indecisa de la triple lámpara cubicularia, las sombras del cortinaje dibujaron ante los ojos espantados de Fausto la pálida figura de un varón ilustre marcado en la frente con el hierro que estigmatiza a los facinerosos... Pero en aquel instante el musical chapaleteo de los remos ahuyentaba remordimientos y angustias, y de lo profundo de las aguas la voz de las sirenas de la felicidad subía como un himno...

Descendió Fausto al muelle con precipitación, y cogiendo de manos de los esclavos el taburete de cedro, lo presentó al pie de Dafrosa, que prontamente, sin hacer hincapié, saltó a las puntiagudas piedras. A la salutación, al «¡Ave!» que en temblorosa voz articuló Fausto, respondió ella con una sonrisa triste. Y echaron a andar hacia la villa, sin que Fausto se atreviese a ofrecer el antebrazo para que Dafrosa se apoyase. Un poco de sobrealiento de la matrona indicaba, sin embargo, que no hubiese sido superfluo el auxilio.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 52 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Expedición a la Llama

Arturo Robsy


poesía


El aprendiz de poeta

Anti-prólogo


Esta vez el autor se prologa a sí mismo, porque le es imprescindible decir lo que nunca se dice en el prólogo que nos hace el amigo. El autor no es un buen poeta, sino un poeta aproximado, y este libro no es un buen libro de versos, aunque sí intenta ser un acto de fe.

No muchos lectores saldrán de él deleitados, y sí, en cambio, heridos casi todos, quizá angustiados, porque, aún en verso romance, los problemas de España siguen siendo los dolores de todos.

No es un libro para el entretenimiento ni está hecho para el comentario favorable. Se compuso con la premeditación de un puñetazo, con la osadía que da la pasión y con la esperanza de hacer daño en alguna conciencia.

Va siendo hora de hablar de España, en prosa o en romance, con la firme voluntad de no ocultarla, de decirla como es: angustiosa, quemante, dura a veces y, a veces, necia. Tampoco el mérito de la ira es del aprendiz de poeta: otros se la han dado hecha y, con ella, él ha partido en esta Expedición a la Llama, de la que no tiene intención de volver: allí seguirá quemándose hasta que el mundo resuelva.

Da el autor las gracias al auténtico prólogo, el poema esperanzado de José Luis Vargas que abre los versos, y también a la mujer anónima a la que va dedicado el último. Entre ambos, lector, las llamadas para todos.


Arturo Robsy
Veinte de Noviembre de 1985


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Licencia limitada
15 págs. / 26 minutos / 24 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Eucaristía

Antonio de Hoyos y Vinent


Cuento


Ah! le douceur de vivre indeciblement pur!

Edmond Harancourt (L’âme nue)


A don Carlos Octavio Bunge


Genuflexos, ante el altar del Santo Gonzaga, oraban en la gloria de la mañana de mayo, bañados en polícroma fanfarria de luz, con que el Sol, filtrándose al través de las historiadas vidrieras, inundaba la capilla. En la iglesia, de ese risueño gótico, todo blanco y oro, típico de las residencias de la orden, la Santa Virgen María fulguraba envuelta en un nimbo de llamas. La cabeza de la imagen se inclinaba ambigua, sin que pudiese saberse si era fatigada por el peso de la corona empedrada de diamantes y zafiros —los heráldicos gules símbolo del amor y de la alegría celestiales— o en un gesto amable de gran dama recibiendo un homenaje mientras con una mano sostenía un Jesús mofletudo, y recogía con la otra su manto de rara magnificencia zodiacal. A sus pies la imagen andrógina del franco príncipe Luis, el Santo, alzaba hacia la bóveda tachonada de luceros sus ojos pintados de azul. En búcaros de irisado vidrio, azucenas litúrgicas erguían sus tallos y abrían el virginal enigma de sus flores mientras a entrambos lados del altar descendían como por la escala de Jacob, angélica procesión de concertantes.

Arrodillados en sus reclinatorios, Juan y Jesús, oraban en espera de la reconciliación con que sus almas puras hallaríanse dignas de recibir la visita de Dios hecho hombre. Cruzados los bracitos lazados de blanco, sobre el pecho, alzadas hacia la imagen las cabezas donde aún no anidara el ave siniestra de un mal pensamiento, eras las preces en sus labios como cándidas palomas que dejando el nido volaban hacia el trono de Dios.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 196 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Entrada de Año

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fresco, retozón, chorreando juventud, el Año Nuevo, desde los abismos del Tiempo en que nació y se crió, se dirige a la tierra donde ya le aguardan para reemplazar al año caduco, perdido de gota y reuma, condenado a cerrar el ojo y estirar la pata inmediatamente.

Viene el Año Nuevo poseído de las férvidas ilusiones de la mocedad. Viene ansiando derramar beneficios, regalar a todos horas y aun días de júbilo y ventura. Y al tropezar en el umbral de la inmensidad con un antecesor, que pausadamente y renqueando camina a desaparecer, no se le cuece el pan en el cuerpo y pregunta afanoso:

—¿Qué tal, abuelito? ¿Cómo andan las cosas por ahí? ¿De qué medios me valdré para dar gusto a la gente? Aconséjame... ¡A tu experiencia apelo!...

El Año Viejo, alzando no sin dificultad la mano derecha, desfigurada y llena de tofos gotosos, contesta en voz que silba pavorosa al través de las arrasadas encías.

—¡Dar gusto! ¡Si creerá el trastuelo que se puede dar gusto nunca! ¡Ya te contentarías con que no te hartasen de porvidas y reniegos! De las maldiciones que a mí me han echado, ¿ves?, va repleto este zurrón que llevo a cuestas y que me agobia... ¡Bonita carga!... Cansado estoy de oír repetir: «¡Año condenado! ¡Año de desdichas! ¡Año de miseria! ¡Año fatídico! Con otro año como éste...» Y no creas que las acusaciones van contra mí solo... Se murmura de «los años» en general... Todo lo malo que les sucede lo atribuyen los hombres al paso y al peso de los años... ¡A bien que por último me puse tan sordo, que ni me enteraba siquiera!...

Aquí se interrumpe el Año decrépito, porque un acceso de tos horrible le doblega, zamarreándole como al árbol secular el viento huracanado. Y el Año mozo, que ni lleva pastillas de goma ni puede entretenerse en cuidar catarros y asmas, prosigue su camino murmurando con desaliento:


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 44 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En las Cavernas

Emilia Pardo Bazán


Novela corta


I

La horda, rendida y extenuada, hubiese deseado refugiarse en la cueva, entrando en ella con el apresuramiento maquinal de los borregos al acogerse al redil. Llevaban varios soles caminando, en busca de una tierra benigna, donde no abundasen las fieras y la caza no faltase, y donde sus semejantes, los humanos, no fuesen más numerosos y fuertes y los exterminasen; y nunca encontraban aquel Edén de su fantasía de primitivos, deslumbrados y aturdidos aún del primer contacto con la Naturaleza. La estepa, que después se llamó Iberia, prolongábase, al parecer, sin fin, pantanosa todavía, con densa vegetación de cañas y juncos, y arbolado a trechos; algunos gazapos la surcaban, corretones, muy difíciles de coger. Y la esperanza de la mísera ralea era que, a deshora, asomase por las ciénagas la manada de elefantes. Alguien moriría, pero los demás tendrían abundancia de sustento.

Dos se habían quedado rezagados, en conversación confidencial. Eran un hombre y una mujer.

Él, mozo y ágil, no parecía tan fatigado como ella, y se apoyaba, en actitud animosa, en un recio palo. Ella, joven y enjuta de formas, como una gamuza, ceñía a su delgada cintura largo delantal de corteza de árbol. A la luz de la luna, llena y rojiza aún, que empezaba a ascender por el cielo, como el rostro encendido de un dios, podía verse perfectamente que además de aquel rudimento de traje, la mujer ostentaba collares de conchillas y un peinado lleno de coquetería, grande, crespo, formando aureola, en el cual se clavaban a guisa de agujas puntas de colmillos de jabalí. Sus ojos ovalados se posaron en el mozo, y preguntó dulcemente:

—¿Estás muy cansado? ¿Tienes mucha hambre?

—No tanta que me quite las fuerzas. Tengo hambre de ti, Damara. De ti si que tengo hambre y sed. ¿No lo sabes?

Ella sonrió, y cariñosa repitió lo tantas veces dicho:


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 192 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

En la Noche Dormida

Emilio Bobadilla


Novela


Tout ce que nous appelons conscience n’est en somne que le commentaire plus ou moins fantaisiste d'un texte inconnu, peut-être inconnaissable.

Les èvènements de notre vie sont bien plus ce que nous y mettons que ce qu’ils contienent. Peut-être sont-ils vides par eux-mêmes. Peut-être vivre c'est inventer.


Federico Nietzsche.

I

La vió un domingo, por vez primera, en el Casino Municipal: jugaba á los caballitos en un entreacto de La viuda alegre. Los horteras de Biarritz y Bayona impregnaban con su tufo á sudor seco, removido por una somera ablución, la espaciosa sala de juego, estrecha para contener á los forasteros que acudían de Hendaya, San Juan de Luz, San Sebastián y otros puntos de los Pirineos á oir la divertida opereta austriaca. Este aire se bonificaba á ratos con el perfume que dejaban al pasar las horizontales, camino de la sala de baccarrat.

Al través de la gran puerta de cristales que daba sobre la terraza del casino se veía el mar revolviéndose en torno de los arrecifes esponjiformes de la playa. Era un día ceniciento, lluvioso y frío, de principios de Marzo.

Sixto Arcaico salía de la sala de baccarrat y donde acababa de perder 2.000 francos. Estaba displicente y nervioso, como lo atestiguaba el puro que se retorcía humeante entre sus dientes. La presencia de Cipri logró arrancarle por un momento de la cavilación en que le había sumido aquella pérdida de dinero. Sus ojos se besaron espontáneos tan pronto como se clavaron los unos en los otros, sin buscarse, casualmente. Fué una simpatía súbita. Para llegar á fijarse el uno en el otro, al través de aquel gentío, se necesitaba que una poderosa corriente magnética se estableciese entre ambos.


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Dominio público
174 págs. / 5 horas, 5 minutos / 174 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

En el Hipódromo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Es imposible separar los ojos de esa larga pista, en donde los caballos de carrera compiten, maravillándonos con sus proezas. Yo sé de muchas damas que han reñido con sus novios, porque éstos, en vez de verlas preferentemente y admirarlas, fijaban su atención en los ardides de los jockeys y en la traza de los caballos. Y sé, en cambio, cíe otro amigo mío, que absorto en la contemplación de unas medias azules, perfectamente estiradas, perdió su apuesta por no haber observado, como debía haberlo hecho desde antes, las condiciones en que iba a verificarse la carrera. Pero esta manía hípica no cunde nada más entre los dueños de caballos y los apostadores, ávidos de lucro; se extiende hasta las damas, que también siguen, a favor del anteojo, los episodios y las peripecias de la justa; y que apuestan como nosotros apostamos y emplean en su conversación los agrios vocablos del idioma hípico, erizado de puntas y consonantes agudísimas. Los galanes y los cortejos van a apostar con las señoras, y ofrecen una caja de guantes o un estuche de perfumes, en cambio de la pálida camelia que se marchita en los cabellos de la dama o del coqueto alfiler de oro que detiene los rizos en la nuca. El breve guante de cabritilla paja que aprisiona una mano marfilina bien vale todos los jarrones de Sévres de tiene Hildebrand en sus lujosos almacenes y todas las delicadas miniaturas que traza el pincel Daudet de Casarín. Yo tengo en el cofre azul de mis recuerdos uno de esos guantes. ¿De quién era? Recuerdo que durante muchos días fue conmigo, guardado en la cartera, y durmió bajo mi almohada por las noches. ¿De quién era? ¡Pobre guante! Ya le faltan dos botones y tiene un pequeñito desgarrón en el dedo meñique. Huele a rubia.


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 118 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

En el Conventillo

Baldomero Lillo


Cuento


Entre dos hileras de cuartos, cuyo aspecto sórdido denotaba la desidia o la avaricia del propietario, extendíase un espacio de quince metros de ancho por cuarenta de largo, cruzado por alambres y cordeles que sostenían pinzas de ropa de todas formas y colores.

Separadas entre sí por delgados tabiques, las habitaciones carecían de ventanas y sólo tenían una puerta, cuya parte alta ostentaba algunos agujeros para dar paso al aire del exterior.

Obreros y jornaleros ocupaban estos cuartos. En el más grande, con frente a la calle tenía su habitación la portera o mayordoma, encargada de las importantes funciones de cobrar los alquileres, de dar el desahucio a los reacios en el pago y a los que no le rindiesen el acatamiento debido a su alta investidura de representante del propietario.

En una mañana de agosto, fría y nebulosa, mujeres y niños desarrapados asomábanse a las puertas de las habitaciones. Afuera, en el patio, algunas lavanderas inclinadas sobre sus artesas batían la ropa en el agua jabonosa con los brazos desnudos, amoratados por el frio.

De pronto, de una de las piezas salió corriendo y dando chillidos una muchachita de seis a siete años seguida de cerca por una mujer que le gritaba llena de cólera:

—¡Párate chiquilla, no te digo que te pares!

Pero la pequeña, avispada y ágil, se le escabullía fácilmente entre las artesas, barriles, tinas y otros artefactos que llenaban el patio.

Cuando se convenció que la persecución resultaba inútil, la abandonó y se entró al cuarto, no sin antes conminar a la fugitiva:

—No van a ser palos los que te voy a dar cuando te pille, bribona.

La aludida, contorsionando la morena cara, hizole una serie de muecas para significarle que le importaba un ardite la amenaza.


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 51 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

En el Arroyo

Javier de Viana


Cuento


El verano encendía el campo con sus reverberaciones de fuego, brillaban las lomas en el tapiz de doradas flechillas, y en el verde de los bajíos cien flores diversas de cien hierbas distintas, bordaban un manto multicolor y aromatizaban el aire que ascendía hacia el ardiente toldo azul.

En el recodo de un arroyuelo, sobre un pequeño cerro, veíanse unos ranchos de adobe y paja brava, circundados de árboles. El amplio patio no tenía más adornos que un gran ombú en el medio y en las lindes unos tiestos con margaritas, romeros y claveles. El prolijo alambrado que lo cercaba tenía tres aberturas, de donde partían tres senderos: uno que iba al corral de las ovejas, otro que conducía al campo de pastoreo, y el tercero, más ancho y muy trillado, iba a morir a la vera del arroyo, distante allí un centenar de metros.

El arroyo aquel es un portento; no es hondo, ni ruge; sobre su lecho arenoso la linfa se acuesta y corre sin rumores, fresca como los camalotes que bordan sus riberas y pura como el océano azul del firmamento. No hay en las márgenes palmas enhiestas representando el orgullo florestal, ni secas coronillas, símbolo de fuerza, ni ramosos guayabos, ni virarós corpulentos. En cambio, en muchos trechos vense hundir en el agua con melancólica pereza las largas, finas y flexibles ramas de los sauces, o extenderse como culebras que se bañan, los pardos sarandíes. Tras esta primera línea de vegetación vienen los saúcos, el aragá, el guayacán, la arnera sombría, los ceibos gallardos, y aquí y allí, encaramándose por todos los troncos, multitud de enredaderas que, una vez en la altura, dejan perder sus ramas como desnudos brazos de bacante que duerme en una hamaca.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 59 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En Coche-cama

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A pesar de lo que voy a referir, mi amigo Braulio Romero es hombre que tiene demostrado su valor. Ha dado de él pruebas reiteradas y públicas, no solo en varios y serios lances, que le acarreó su puesto de gerente de un periódico agresivo, sino en la campaña de Cuba, en que anduvo como corresponsal siendo muy joven. Y, sin embargo, lo que me refirió una tarde que paseábamos por el umbroso parque de un balneario, ya lleno de soledad y de hojas secas de plátano, aplastadas sobre la arena —porque esto pasaba muy entrado el otoño—, es de esos casos de insuperable miedo, que aniquilan momentáneamente la voluntad y hasta cohíben la inteligencia, por clara que nos la haya dado Dios. Y Romero la tenía despierta y brillante, y, según queda dicho, el corazón bien colgado, sin sombra de apocamiento. Pero las circunstancias disponen…

—Hay una hora en que nadie deja de sentir el frío del terror —repetía él, como si quisiese excusarse, más ante sí mismo que ante mí—. ¡Y el terror es cosa muy mala! Bajo su influjo, parece que se trastornan y confunden todas las nociones de lo real. Un peligro es un peligro, y conociendo su extensión, lo arrostramos con el alma serena; el terror, en cambio, cuando no se razona, nos echa a pique. Y lo peor no es que nos quite la facultad de discurrir y de luchar; lo peor es que nos hace dudar de nosotros mismos para toda la vida. Desde aquel lance, yo he perdido la fe que tenía en un individuo para mí antes muy interesante, que se llama Braulio Romero, y a quien ya considero un fantoche…


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 64 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

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