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Libertad

Joaquín Dicenta


Cuento


Gateando por el tronco del árbol subió Manolo hasta las ramas. Una vez en ellas, no sin riesgo de desnucarse, ganó la más alta de todas. Allí, oculto por un cortinón de fragantes y húmedas hojas, estaba el nido que fabricaron dos jilgueros, acolchado con sus plumas para más lujo de las crías.

Aquel nido fue, durante semanas, ansia y desvelo de Manolo. Lo descubrió cuando sólo era canastillo de calientes y barnizados huevos. Había que esperar.

Manolo esperó, vigilando con astuta cachaza el romper de los cascarones; el salir, por la rotura, de los pollos; el brote en ellos del plumón; el fortalecimiento de patitas y de alas. Ni un día dejó de encaramarse al árbol, para contemplar el cestillo donde palpitaban las crías, bien ajenas de que eran presa declarada para aquel conquistador de ojos azules y cabellos rubios, que el aire peinaba en caracoles.

Más ajenos aún de la acechanza vivían los jilgueros padres. Manolo solo en ausencia de ellos visitaba el nidal. A los amaneceres, cuando iba la pareja en busca de arroyos mitigadores de su sed o, al caer el sol, cuando revoloteaba por el lejano peñascal para despedirse del astro, ascendía el rapaz a las ramas y, separando el cortinón de hojas, clavaba sus ojos ladrones en los pollos. Después, echaba tronco abajo, contando mentalmente los días que faltaban para el del enjaule de su presa.

Este día llegó. Fue aquel en que Manolo trepaba por el tronco del árbol, y se encaramaba a la rama última y extendía sus manos hacia el nido donde los pájaros saltaban.

Subió sin precaución alguna, sin ocultarse de los padres que revoloteaban por encima de su cabeza, amenazándole con sus engarfiadas garrillas. ¿A qué las precauciones? Los padres no le podían estorbar; eran débiles para defender a sus hijos. Dentro de poco estarían estos en poder de Manolo.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 58 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Leyenda de Hachisch

Clemente Palma


Cuento


A don Benito Pérez Galdós

I

Leticia tenía unos ojos negros de los que siempre fluía una mirada cariñosa e interrogadora de animal doméstico. ¡Qué hermosa era! ¡Qué delicioso bienestar me producía el verla cerca de mí, mientras yo llenaba cuartillas de papel en mi mesa de trabajo! Alta, delgada, pálida, extremadamente pálida, venía a sentarse frente a mí con un libro sobre las faldas, en el cual leía, en tanto que no se oía más que el febril galope de mi pluma sobre las cuartillas. Cuando en mi trabajo se abría una solución de continuidad y levantaba la cabeza, me encontraba con la mirada dulce de Leticia que intentaba indagar la causa de mi interrupción… Otras veces entraba furtivamente en mi gabinete, y recostándose sobre el espaldar de mi sillón, leía los cuentos de amor que yo escribía. El perfume de sus cabellos me denunciaba la presencia de mi amada, pero entonces fingía yo no haberla advertido, y escribía en el papel una frase de amor de aquellas que a ella, sólo a ella decía, una de aquellas solicitudes ardientes y apasionadas que sólo a ella dirigía. Al verse descubierta, Leticia enlazaba sus brazos a mi cuello y me besaba en los ojos y en los labios… ¡Pobre reina mía!


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Dominio público
16 págs. / 29 minutos / 119 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Lecturas Infantiles

José Ortega Munilla


Cuento infantil


Antes de leer

El niño vive en perpetua curiosidad. Él quiere saberlo todo, quiere aprenderlo todo. Ved cómo sobre la tierra sedienta caen las gotas de la lluvia que, en el acto, se secan. No de otra manera, en el ánimo infantil, caen cuantas novedades llegan a él. Por eso es tan grave la responsabilidad del que enseña. Acaso, una mala semilla destroza un corazón.

Cuentan los viajeros que recorrieron las orillas del Ganges, allá en la lejana y dorada India, que en el territorio llamado Titnebrais se crían las rosas más encendidas y galanas, las más frescas y odorantes que hay en el mundo.

Cierto Genio maléfico, enemigo de todo lo bueno, quiso destruir aquel vergel maravilloso, y lo hizo abriendo con su vara un agujero en el centro del jardín, depositando allí la semilla del arbusto llamado Brunar. Ese es el arbolillo del odio, el de los pecados, el de los crímenes. Donde él se desarrolla, desaparece lo bello y se borra lo bueno. En efecto, el encantador paraíso de las rosas quedó para siempre desierto. Todos los lindos arbustos perecieron.

No creáis que ocurre cosa distinta cuando en el alma del niño se deposita un germen virulento. Así, pues, los que escriben para distraer a los muchachos, han de examinar muy detenidamente el granito de saber y de fantasía que van a entregar a los inocentes lectores.

Y esa obligación moral, no solamente se impone a los hombres honrados, sino que les marca el camino que han de seguir en su relación literaria con los jóvenes a quien dedican sus páginas. No lo olvidaré yo ciertamente.

Las armas de la victoria

En verdad que la espada con que el soldado defiende su patria, humilla al enemigo malo y le derrota, es merecedora del aplauso y del amor. Pero hay otras herramientas, hay otros útiles con que los hombres ganan victorias imperecederas.

¿Dónde están? ¿En qué consisten?


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Dominio público
31 págs. / 55 minutos / 205 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Lección Suprema

Javier de Viana


Cuento


Llevaban poco más de un año de casados. Su noviazgo y su matrimonio se produjeron en forma sin precedentes en la comarca.

Tomando como pretexto la terminación de los cursos, don Lucas, el opulento comerciante en cuya casa estaba instalada la escuela, resolvió dar una gran baile.

Clorinda debió necesariamente concurrir a la fiesta, por más que supiera que, al igual de otras muchas semejantes a que había asistido, no tendría ningún aliciente para ella.

Unánime era la opinión de que no existía en el contorno muchacha más guapa, más gentil, más buena, ni más honesta que «la maistra».

Huérfana de padre y madre, había sido recogida por una tía solterona, cuya agriedad de carácter le hacía pagar bien caro el albergue y el alimento que le daba. Ella soportaba resignada y humilde, las reconvenciones injustas y el mal trato continuo; pero decidida a independizarse cuánto antes, seguía afanosamente sus estudios de maestra normal.

Con frecuencia su tía hacíale abandonar los libros, ordenándole hacer la cocina, o fregar los pisos, o lavar la ropa. E indignada porque Clorinda—, bien que con los ojos llenos de lágrimas,—obedeciera siempre sin quejarse, pretendía justificar su maldad, diciendo:

—Tengo el deber de velar por tu porvenir, y sé que aprender los quehaceres domésticos te será más útil que todas las paparruchas de los libros.

A pesar de todo obtuvo su diploma de maestra. Podía ya libertarse de aquella tiranía, pero su verdugo cayó enfermo y ella se dedicó a cuidarlo con celo ejemplar, hasta que la bilis estranguló a la vieja harpía, cuyo último acto de maldad fué hacer testamento legando la totalidad de su escasa fortuna a su sirvienta.

Dueña al fin de su destino, aceptó el puesto de maestra que se le ofrecía en un lejano distrito rural.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 21 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Lázaro

Jacinto Octavio Picón


Novela corta


Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad; y esto que es mortal se vista de inmortalidad.

(San Pablo: Epíst. Iª a los corintios, cap. XV, vers. 53.)
 

I

A mediados del siglo XVIII, en una plaza de Madrid, formando rinconada con un convento, claveteada la puerta, fornido el balconaje y severo el aspecto de la fachada, se alzaba una casa con honores de palacio, a cuyos umbrales dormitaban continuamente media docena de criados y un enjambre de mendigos que, contrastando con la altivez del edificio, ostentaban al sol todo el mugriento repertorio de sus harapos. Algunos años después, un piadoso testamento legó la finca a la comunidad vecina, y en nuestro tiempo descreído y rapaz, la desamortización incluyó en los bienes nacionales aquella adquisición que los pobres frailes debían a las legítimas gestiones de un confesor o al tardío arrepentimiento de un moribundo. Un radical de entonces, que luego se hizo, como es costumbre, hombre conservador y de orden, la compró por un pedazo de pan; y tras servir sucesivamente como depósito de leñas, mesón de arrieros, colegio de niños, café cantante y club revolucionario, vino a albergar una sociedad de baile en la planta baja y una oficina en el principal, aprovechándose lo de más para habitaciones de pago dominguero en lo interior de ambos pisos.

Aquella era la casa de los Tumbagas de Almendrilla. Nada queda de las grandezas de tan ilustre raza, y aún se teme que por falta de puntualidad en satisfacer derechos de lanzas y medias anatas, haya caducado el título que ostentaron, y cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos.


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Dominio público
96 págs. / 2 horas, 48 minutos / 156 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Las Vistas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Ya terminaba la faena de la instalación de los trajes, galas, joyas y ropa interior y de mesa y casa, lo que nuestros padres llamaban las vistas y nosotros llamamos el trousseau, cometiendo un galicismo y tomando la parte por el todo. En el gran salón, forrado de brocatel azul, retirados los muebles, se había erigido, alrededor de las cuatro paredes, ancho tablero sustentado en postes de pino, cubierto por amplias colchas y paños de seda azul también, el color predilecto de la rubia novia; y simétricamente colocado y dispuesto con cierto orden que no carecía de simbolismo, ostentábase allí el lujo de la boda, los miles de duros gastados en bonitas cosas semiinútiles.


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Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 46 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Las Vendutas

Manuel Payno


Cuento


Dejemos un momento esa eterna charla política; abandonemos a los hombres que tienen más patriotismo y más talento que nosotros, el cuidado de turbar la tranquilidad pública y de hacer la revolución; olvidemos las injurias que hicieron a los edificios y al honor nacional los voluntarios americanos, y no pensemos más que en divertirnos y pasar la vida alegremente: al fin, para lo poco que dura… no vale la pena el echarse encima cuidados que Dios no manda… Pues dicho y hecho, al teatro… al teatro… ¿y a qué? A ver un drama cadavérico, o una comedia por la milésima vez… y a pesar de esto, algunos actores no saben el papel; otros hablan tan despacio como si estuvieran en agonía; otros chillan descompasadamente, y lloran hasta inspirar cólera… ¡Oh!, ¡pero el baile!… Eso sí, las formas graciosas y esbeltas de las muchachas, su gallardía… nada dejan que desear… pero ¿y esas piruetas tan monótonas?… Todas las noches pararse en las puntitas de los pies; todas las noches dar vueltas a derecha e izquierda; todas las noches una música tan detestable: es gana, lo único que es posible es fastidiarse en este México, que con tanta justicia detestan nuestros elegantes que se han educado en París.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 49 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Infancias

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Tomás C. de Agüero

He de decirlo, aunque el atrevimiento me cueste una multa municipal: para un hombre de mi temperamento, por no decir idiosincrasia, tiene gravísimos inconvenientes la amistad de un señor alcalde, a cuya persona se profesa un arraigado y (por desgracia mutuo) ya viejo cariño, afianzado con el doble remache de sus raros talentos y no comunes virtudes. Cuando un amigo semejante se nos acerca, y, otorgando a nuestro ingenio una alcurnia que no tiene, nos pide una chispa de su luz para convertirla en pan para los menesterosos, no hay medio de resistirle, ni de negarle un esfuerzo heroico en pro de su noble intento. Y entonces se llama a las puertas del ingenio, holgado y desprevenido; pero el ingenio, que parece fundido en corazón de avaro, echa todos los cerrojos de su mazmorra, y más se esconde cuanto más se le invoca.

Y aquí las perplejidades y las angustias; porque la súplica es mandato, y el tiempo avanza, y el término fatal se acerca, y lo que era crepúsculo en la mente, llega a hacerse noche tenebrosa.

Expongo estos hechos ante el insigne jurisconsulto, para que en aprecio los tome el magistrado, como razones atenuantes, si mi franqueza llega a parecerle merecedora del papel en que se saldan con la autoridad las cuentas del desacato a ciertos preceptos de sus Ordenanzas; o no la halla bastante castigada con haberme sacado al palo, que no otra cosa es, en sustancia, poner a un hombre avezado a la oscuridad de todos los aislamientos, en estas alturas por tantos soles alumbradas y expuestas al rigor de los huracanes de la crítica.


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 38 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Siete Mujeres Feas

Arturo Robsy


Cuento


Fábula del país de los Cretinos


Siete mujeres feas estaban paradas en la calle, quejándose de su desgracia y lamentando la ausencia de un amor en sus vidas. Como la belleza produce egoísmo, así la fealdad da lugar a angustias de extensa sintomatología. Pasó por allí una octava, guapetona, cara—de—ángel, culirredonda y pechienhiesta.

—¿Por qué os quejáis? —les preguntó.

—Porque somos feas.

—¡Ah! Antiguas es lo que sois, porque hoy todo tiene remedio.

—¿Sí? ¿Podremos ser guapas? ¿Tanto como lo eres tú?

—Naturalmente. ¿Veis que elástico y levantado tengo el pecho? Pues es gracias al Cruzado Mágico Tetín, el mejor. Su peculiar diseño hace de la ubre más flácida el seno más clásico, erguido y turgente. Usad el Cruzado Mágico Tetín y veréis lo que es canela en rama.

Y las siete mujeres feas corrieron a comprarse el cruzado ése. Se lo calzaron y, al momento, sus pechos fueron idénticos a los de la mujer guapa. Pero quedaba algo más y lo descubrieron al mirarse al espejo: tenían barriguita y el culo fondón y, en la cabecera de los muslos, dos copos de grasa que hacían muy feo al llevar pantalones.

De manera que, decepcionadas, se pusieron a llorar otra vez en mitad de la calle, y su desesperación era mucho mayor que antes, porque los hermosos senos hacían resaltar mucho más sus otros defectos.

Otra mujer guapa, que pasaba por allí, se apiadó de ellas:

—¿Qué os sucede?

—¿No lo ves? Que tenemos un hermoso busto, pero nuestras caderas son feas y nuestros muslos y nuestros traseros... ¿Qué será de nosotras ahora? ¿Cómo podrán los hombres enamorarse de nosotras y tomarnos en serio?

—¿Sólo es eso? Fijaos en mí.


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Licencia limitada
5 págs. / 9 minutos / 70 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2022 por Edu Robsy.

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