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Madre por Hija

Carmen de Burgos


Cuento


María, la molinera, se rejuvenecía cada vez más desde la muerte de su marido.

Muchas personas de las que iban á llevar costales de trigo y á recoger la harina, observaban cómo de día en día la molinera se redondeaba de formas y adquiría color de manzana.

Su matrimonio había sido feliz: el marido, aunque algo brusco y rudo, fué siempre cariñoso; no faltó jamás pan en la casa ni manta de abrigo en el invierno; la molienda abundante permitía vivir bien de la maquila.

María era entonces una jovencita delgaducha, pálida, sin curvas y sin jugos; una niña apenas desarrollada, que sufría la pobreza orgánica de las hembras sujetas á la inmoralidad de la monogamia. Todos los años tenía un chiquillo y se le moría otro. Siempre pariendo y criando, entre el continuo trabajo de la casa, del corral y del molino. Cuando murió su Vicente, lo lloró con verdadero sentimiento; no puede decirse si lo amaba; estaba acostumbrada á él y no había querido á nadie con amor de hembra.

Pero desde que se murió el buen hombre, María empezó á ser joven, en el descanso de una existencia tranquila. Se encerró en el molino con sus dos hijos para que nadie tuviese que murmurar de ella.

Los libró del servicio militar: el mayor se había casado hacía un año, y ya era abuela María.

Aquella noche acababa de soltar al perro en el corralón y de correr las trancas de las puertas del molino y de la casa, cuando fuertes aldabonazos vinieron á turbar el silencio.

¡Aquel que llamaba no era Frasquillo! Ella conocía bien el modo de llamar de su hijo. Y sin embargo, debía ser algún conocido, porque el perro, que lo había olfateado, no ladraba.

Descolgó el candil del clavo, desde donde ahumaba la pared, y se dirigió hacia la puerta. El que llegaba redobló impaciente el aldabón.

—¿Quién va? —preguntó la molinera.

—Soy yo, Pepe Manteca —repuso una voz malhumorada—. Abre pronto.


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5 págs. / 10 minutos / 146 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Trenza

Javier de Viana


Cuento


Sobre la loma, el pequeño escuadrón estaba tendido en batalla. Amanecía recién, y la semiclaridad del alba iluminaba los rostros color bronce de los soldados criollos, sus largas melenas negras y rígidas y sus trajes extraños: chiripaes desgarrados por la uña de ñapindá, sombreros deformados por la lluvia y descoloridos por el sol ardiente de las cuchillas; una que otra camisa de lienzo, una que otra camiseta de merino; mucha bota de potro, mucho pie desnudo; alguna bombacha, alguna casaquilla con vivos azules.

En cuanto á armamento, unas pocas, muy pocas, pistolas antiguas, y luego, la lanza tradicional, la caña de tacuara y la moharra de hoja de tijera de esquilar.

Los caballos, impacientes, tascaban el freno, golpeaban la tierra húmeda con sus cascos pequeños y resistentes, ansiaban partir, sintiendo oprimidos sus flancos por la recia pantorrilla calzada con bota de potro —la recia pantorrilla que de tiempo en tiempo era recorrida por un estremecimiento nervioso, produciendo un imponente runrún al agitar la gran rodaja de la espuela domadora.

Nadie hablaba. Los musculosos brazos velludos se contraían sosteniendo en posición horizontal la lanza que los dedos oprimían con fuerza. Aquellos hombres incansables, engendrados en el fragor de la lucha, nacidos guerreros desde el vientre de la china marimacho, avezados al peligro que amaban como elemento indispensable á su vida aventurera, estaban pálidos, el entrecejo fruncido, la mirada brillante, el labio trémulo.

En la antecámara de la eternidad, no sintiendo aún la efervescencia del combate, la tensión especial de las células nerviosas en los momentos de entusiasmo, experimentaban algo así como el frío del miedo recorriendo su cuerpo. Por eso la recia pantorrilla se estremecía de tiempo en tiempo, produciendo un imponente runrún al agitar la gran rodaja de la espuela nazarena.


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5 págs. / 10 minutos / 120 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2023 por Edu Robsy.

El Elfo del Rosal

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


En el centro de un jardín crecía un rosal cuajado de rosas y en una de ellas, la más hermosa de todas, habitaba un elfo tan pequeñín que ningún ojo humano podía distinguirlo. Detrás de cada pétalo de la rosa tenía un dormitorio. Era tan bien educado y tan guapo como pueda serlo un niño, y tenía alas que le llegaban desde los hombros hasta los pies. ¡Oh, y qué aroma exhalaban sus habitaciones, y qué claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los pétalos de la flor, de color rosa pálido.

Se pasaba el día gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son lo que nosotros llamamos las nervaduras; para él eran caminos y sendas, ¡y no poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se había puesto el sol; claro que había empezado algo tarde.

Se enfrió el ambiente, cayó el rocío, mientras soplaba el viento; lo mejor era retirarse a casa. El elfo echó a correr cuando pudo, pero la rosa se había cerrado y no pudo entrar, y ninguna otra quedaba abierta. El pobre elfo se asustó no poco. Nunca había salido de noche, siempre había permanecido en casita, dormitando tras los tibios pétalos. ¡Ay, su imprudencia le iba a costar la vida!

Sabiendo que en el extremo opuesto del jardín había una glorieta recubierta de bella madreselva cuyas flores parecían trompetillas pintadas, decidió refugiarse en una de ellas y aguardar la mañana.

Se trasladó volando a la glorieta. ¡Cuidado! Dentro había dos personas, un hombre joven y guapo y una hermosísima muchacha; sentados uno junto al otro, deseaban no tener que separarse en toda la eternidad; se querían con toda el alma, mucho más de lo que el mejor de los hijos pueda querer a su madre y a su padre.


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5 págs. / 10 minutos / 253 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Amigo de Sor Filomena

Norberto Torcal


Cuento


Sentada en un rincón de la portería, la humilde sor Filomena va desgranando entre sus dedos las menudas cuentas de su rosario. En el silencio del melancólico atardecer, el vago silabeo de las Ave Marías de la buena hermana portera es como hilillo de agua salido de las hendiduras de agreste y solitaria peña. En la capilla la devota comunidad entrégase al ejercicio de la tarde á la vaga luz crepuscular que por los pintados vidrios de los altos ventanales se filtra.

¡Ellas sí que son dichosas, las hermanas!—piensa un momento la humilde Sor, acurrucándose un poquito más en su rincón oscuro. ¡Ellas sí que están bien cerca del buen Dios, postradas allí en la capilla, al pie del tabernáculo, bajo las dulces miradas de Jesús que amorosamente las contempla y bendice desde el radiante trono de la sagrada Custodia!

En la puerta interior del vestíbulo alguien anda y se agita sin poder alcanzar el cordón de la campanilla... Algún niño, sin duda. ¡Son tantos los que diariamente vienen ú llamar á aquella puerta!...

Sor Filomena se levanta de su asiento y ú través del cristal de la estrecha ventanilla se pone á mirar quien empuja y hace ruido á la entrada... Nadie... es decir, sí, un perro, un hermoso perro de noble cabeza, rizado pelo negro y dulces ojos azules, de mirada inteligente y húmeda que, meneando la larga cola, parece que algo pide ó desea.

La religiosa quédase mirando unos momentos al magnífico animal y, como cediendo á la santa consigna de que nadie se aleje de aquella casa sin alguna merced ó consuelo, toma de encima de la mesa un mendrugo de pan seco y se lo echa al animal, que lo coge al aire y devora con excelente apetito.


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5 págs. / 10 minutos / 28 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Condenado por Otro

José Fernández Bremón


Cuento


I

Aquel día Jacobo el albañil trabajaba con gusto; la víspera había comido mucha carne y bebido en abundancia, así es que sentía exceso de fuerza y desusada facilidad de movimientos; además, el recuerdo de una discusión política que había tenido con Blas el Largo, tabernero conservador, daba vigor a su brazo, pues cada vez que recordaba los argumentos de su amigo, respondía mentalmente, derribando de un piquetazo un trozo de pared:

—Tú eres albañil y me comprendes —le había dicho Blas—, se ha destruido mucho y hay que edificar.

Y Jacobo descargaba con ira la piqueta contra el viejo paredón, pareciéndole que echaba abajo una antigualla a cada golpe. Ya había convertido en cascote altar, trono, milicia, capital y burguesía, que consideraba como el ripio y la armadura carcomidos de una sociedad apuntalada, cuando el pico de hierro dio en un vano y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Se había llevado muchos desengaños con esos nichos o escondites que se encuentran al derribar las casas viejas; en uno había hallado suelas de zapatos, y en el más interesante el esqueleto de una criatura; pero aquel piquetazo en hueco no era como otros: le pareció haber lastimado un organismo sensible, como si la pared tuviera entrañas; introdujo el pico de hierro suavemente en la cavidad que había hecho, la agrandó con precaución, y al retirar la herramienta salió por aquel boquete un chorro de onzas de oro, y le pareció que gemían al caer.

Quedose Jacobo más pálido que las onzas; miró a todos lados, y asegurándose de que nadie le veía, recogió el dinero en sus bolsillos, y siguió trabajando hasta ocultar la boca de la mina.

Aquella noche, después de emborrachar con su mujer al guarda de la obra, sacó el resto del tesoro, y antes de que amaneciera, Rosa y Jacobo habían guardado bajo los ladrillos de su alcoba dos mil onzas de oro, después de contemplarlas con deleite.


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5 págs. / 10 minutos / 13 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Primer Herrero

Arturo Robsy


Cuento


Aquellas viejas historias que la tele asesinó...


Hubo un tiempo en que Menorca no era nada. El Mediterráneo era un juvenil mar, más amigo de los díscolos vientos y de las turbias nubes que de cobijar a los hombres. Sólo algunos pescadores se aventuraban por sus riberas dispuestos a medirse con el joven mar desde la tierra: así nacieron los boliches y los palangres, ciertos tipos de nasas y las cañas de pescar.

Pero esto era insuficiente y el mar lo sabía y sonreía feliz en las crestas de sus más impresionantes olas: el hombre tardaría muchos, muchísimos años en aventajarle.

Hubo pues, un tiempo en el que Menorca no era nada. Su lugar lo ocupaban las espumas mediterráneas, los desbocados vientos, las lluvias del otoño y las familias de los animales marinos. Solamente mar y mar, sin tierra verde, sin algodonosos bosques de pinos, sin hombres sudando sobre los arados y sin calafates encaramados a las volcadas barcas.

El rey Pons, que buscaba reino, se asomó un día a las orillas del continente, al lugar preciso en que la piedra cede al mar violento y es arena y barro. Le alucinó el Mediterráneo; le llenó el alma de sal y, con la sal, de verdosas semillas de viento del norte y de prolongados espacios.

Y Pons ya no quiso ser rey más que de las olas y la espuma. Ya no quiso los imperios de la tierra firme, ni las fuerzas de la piedra, y pensó en Menorca, pero Menorca, amigos, no existía. Menorca no era nada: ¡Pobre rey Pons a punto de naufragar con sus ilusiones!

Pero el rey Pons, que buscaba reino, rodeó el mar y conoció a todos los hombres que vivían en sus orillas. Habló con los corredores de caballos de mar, con los pastores de delfines, con los inquietos buscadores de ágatas, con los tostados olivareros y hasta fue amigo de Festos, que por aquel entonces comenzaba a manejar los primeros rojizos metales.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Boles

Máximo Gorki


Cuento


He aquí lo que me refirió un día un amigo:

"Cuando yo era estudiante en Moscú, habitaba en la misma casa que yo una de "esas señoras". Era polaca y se llamaba Teresa. Una morenaza muy alta, de cejas negras y unidas y cara grande y ordinaria que parecía tallada a hachazos.

Me inspiraba horror por el brillo bestial de sus ojos obscuros, por su voz varonil, por sus maneras de cochero, por su corpachón de vendedora del mercado.

Yo vivía en la guardilla, y su cuarto estaba frente al mío. Nunca abría la puerta cuando sabía que ella estaba en casa, lo que, naturalmente, ocurría muy raras veces. A menudo se cruzaba conmigo en la escalera o en el portal y me dirigía una sonrisa que se me antojaba maligna y cínica. Con frecuencia, la veía borracha, con los ojos huraños y los cabellos en desorden, sonriendo de un modo repugnante. Entonces solía decirme:

—¡Salud, señor estudiante!

Y se reía estúpidamente, acrecentando mi aversión hacia ella. Yo me hubiera mudado de casa con tal de no tenerla por vecina; pero mi cuartito era tan mono y con tan buenas vistas, y la calle tan apacible, que yo no acababa de decidirme a la mudanza.

Una mañana, estando aún acostado y esforzándome en encontrar razones para no ir a la Universidad, la puerta se abrió de repente, y aquella antipática Teresa gritó desde el umbral con su bronca voz:

—Salud, señor estudiante!

En qué puedo servir a usted?—le pregunté.

Observé en su rostro una expresión confusa, casi suplicante, que yo no estaba acostumbrado a ver en él.

—Mire usted, señor... Yo quisiera pedirle un favor... Espero que no me lo negará usted.

Seguí acostado y guardé silencio. Pensé: "Se vale de un subterfugio para atentar contra mi castidad, no cabe duda... ¡Firmeza, Egor!" —Mire usted, necesito escribir una carta... a mi tierra—dijo con acento extremadamente tímido, suave y suplicante.


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5 págs. / 10 minutos / 168 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de Nieve

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


—¡Cómo cruje dentro de mi cuerpo! ¡Realmente hace un frío delicioso! —exclamó el hombre de nieve—. ¡Es bien verdad que el viento cortante puede infundir vida en uno! ¿Y dónde está aquel abrasador que mira con su ojo enorme?

Se refería al Sol, que en aquel momento se ponía.

—¡No me hará parpadear! Todavía aguanto firmes mis terrones.

Le servían de ojos dos pedazos triangulares de teja. La boca era un trozo de un rastrillo viejo; por eso tenía dientes.

Había nacido entre los hurras de los chiquillos, saludado con el sonar de cascabeles y el chasquear de látigos de los trineos.

Acabó de ocultarse el sol, salió la Luna, una Luna llena, redonda y grande, clara y hermosa en el aire azul.

—Otra vez ahí, y ahora sale por el otro lado —dijo el hombre de nieve. Creía que era el sol que volvía a aparecer—. Le hice perder las ganas de mirarme con su ojo desencajado. Que cuelgue ahora allá arriba enviando la luz suficiente para que yo pueda verme. Sólo quisiera saber la forma de moverme de mi sitio; me gustaría darme un paseo. Sobre todo, patinar sobre el hielo, como vi que hacían los niños. Pero en cuestión de andar soy un zoquete.

—¡Fuera, fuera! —ladró el viejo mastín. Se había vuelto algo ronco desde que no era perro de interior y no podía tumbarse junto a la estufa—. ¡Ya te enseñará el sol a correr! El año pasado vi cómo lo hacía con tu antecesor. ¡Fuera, fuera, todos fuera!

—No te entiendo, camarada —dijo el hombre de nieve—. ¿Es acaso aquél de allá arriba el que tiene que enseñarme a correr?

Se refería a la luna.

—La verdad es que corría, mientras yo lo miraba fijamente, y ahora vuelve a acercarse desde otra dirección.


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Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Ángel Felipe

Arturo Robsy


Cuento


Publicado el 23 de enero de 1973 en el Diario Menorca.


A las doce en punto de la noche le entraron los dolores a la Señora Paca (la Señá Paca). Ligeramente estremecida pero tranquila, que ya tenía tres experiencias de antes, despertó al marido, el Felipe, y le contó el asunto: lo hablaron despacio, sin echarle demasiado énfasis:

"Que ya" — dijo la Señá Paca.

"¿Ya? — repitió el Felipe que recién emergido de las aguas del sueño, no fijaba todavía la situación.— ¿Quién viene?"

"¡El niño, marido! ¡Como si te llegase de nuevas!"

"¿Tan pronto? Creí que aún faltaba..."

La Señá Paca echó la cuenta de la vieja apoyándose los dedos en la boca: "Abril, Mayo... Para el treinta le esperaba yo, pero viene con adelanto. Jacinto se retrasó dos semanas y Gregorio vino a su hora".

El Felipe hizo el ademán de continuar el sueño: "Será una falsa alarma" — dijo.

"¡Falsa alarma! — la Señá Paca no admitía intromisiones en su ciencia — ¿Cuántas veces has traído un niño al mundo, animal? Yo sé lo que me digo y me entiendo. Anda, llama a la Tía Remedios, que se venga a ayudar, y que Dios reparta suerte."

El marido se puso el pantalón sobre el pijama; se echó al hombro el tabardo y obedeció, refunfuñando cosas acerca de las mujeres a quienes les da el parto a oscuras. La suya, Paca, era de las madrugadoras: siempre por la noche, siempre de doce a una. Y luego resultaba que no, que madrugaba, y el niño venía con un sol de todos los diablos. Estas cosas — pensaba— debieran saberse antes de la boda, que, aunque no todos los días venga un cachorro, menuda la gracia que hace pasarse una noche de claro en claro.


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Publicado el 1 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Azor

Ángela Grassi


Cuento


Cuenta, anciano, cuenta... El fuego chisporrotea en el hogar, la nieve cae en grandes copos, cuando la noche es lóbrega y el cierzo silba á lo lejos, las fantasmas de la antigüedad se presentan á nuestros ojos envueltas en un ropaje más fúnebre y misterioso... Cuenta, cuenta.

Esto decían algunos peregrinos, sentados junto al hogar de una cabaña, no muy distante de Jafta, dirigiéndose á un anciano de blanca barba y aspecto venerable.

El anciano empezó así:

—¿Habéis visitado alguna vez la pintoresca Cataluña? ¿Habéis tenido la dicha de contemplar los bellos cambiantes de su cielo, el rico manto de follaje que cubre por doquier la tierra?

¡Ah, tal vez el amor patrio ciegue mis ojos; pero no hallo montañas tan agrestes como sus montañas, no hallo ciudades tan ricas como sus ciudades, no hallo ríos, no hallo armonías tan deliciosas como las armonías de sus florestas. ¡Oh, mi bendita Cataluña! ¡Oh, afortunado país, en donde, como las flores brotan en los prados, brotan espontáneamente de las almas evangélicas virtudes...

El anciano calló, y fijó sus ojos en el espacio como si contemplase un invisible objeto...

—La historia, la historia, gritaron á coro los circunstantes.

El anciano se pasó la mano por la frente, y repuso con tristeza:

—¿Habrá algún campo de trigo en donde no crezca la cizaña? ¡Cataluña, la privilegiada Cataluña, patria de tantos héroes, también ha dado el sér á almas pérfidas y viles!...

Es una historia de ayer la que voy ó contaros. ¡Ayer!... ¡Estamos en 1102, y han pasado ya veinte años! ¡Ayer, hoy!... ¡Dos puntos en la fugitiva marcha de la vida!...


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5 págs. / 10 minutos / 69 visitas.

Publicado el 27 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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