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Remedios de Amor

Ovidio


Poesía, Tratado


Habiendo leído el Amor el título de esta obra, dijo: «Es la guerra, lo veo, es la guerra con lo que se me amenaza.» ¡Oh Cupido!, no achaques semejante maldad al poeta que, sumiso a tus órdenes, enarboló en cien ocasiones el estandarte que le habías confiado.

Yo no soy aquel Diomedes, cuya lanza hirió a tu madre, cuando los caballos de Marte la arrebataban a las etéreas regiones. Otros jóvenes no se abrasan a todas horas en tu fuego; mas yo amé siempre, y si me preguntas mi actual ocupación, te diré que es la de amar. Hay más: enseñé el arte de obtener tus mercedes y sometí al dictado de la razón lo que antes fue un ímpetu ciego. No te soy desleal, amado niño; no desautorizo mis lecciones, ni mi nueva Musa destruye su antigua labor.

El amante recompensado, ebrio de felicidad, gócese y aproveche el viento favorable a su navegación; mas el que soporta a regañadientes el imperio de una indigna mujer, busque la salud acogiéndose a las reglas que prescribo. ¿Por qué algún amador se echa un lazo al cuello y suspende de alta viga la triste carga de su cuerpo, o ensangrienta sus entrañas con el hierro homicida? Tú deseas la paz y miras las muertes con horror. El que ha de perecer víctima de pasión contrariada, si no se sobrepone a ella, cese de amar, y así no habrás ocasionado a nadie la perdición. Eres un niño, y nada te sienta tan bien como los juegos; juega, pues, ya que las diversiones son propias de tus años. Podrías lanzarte a la guerra armado de agudas flechas, pero tus armas jamás se tiñen en la sangre del vencido. Marte, tu padre, pelee con la espada o la aguda lanza, y vuelva del combate vencedor y ensangrentado con la atroz carnicería. Tú cultivas las artes poco peligrosas de Venus, por cuyos dardos ninguna madre quedó huérfana de su hijo. Haz que caiga hecha pedazos una puerta al rigor de las contiendas nocturnas, y que otra se adorne con multitud de guirnaldas.


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25 págs. / 44 minutos / 685 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Ángel Guerra

Benito Pérez Galdós


Novela


Primera parte

Capítulo I. Desengañado

I

Precipitemos la narración diciendo que la que abría se llamaba Dulcenombre, y el que entró Ángel Guerra, hombre más bien grueso que flaco, de regular estatura, color cetrino y recia complexión, cara de malas pulgas y... Pero ¿a qué tal prisa? Calma, y dígase ahora tan sólo que Dulcenombre, en cuanto le echó los ojos encima (para que la verdad resplandezca desde el principio, bueno será indicar sin rebozo que era su amante), notó el demudado rostro que aquella mañana se traía, mohín de rabia, mirar atravesado y tempestuoso. Juntos pasaron a la sala, y lo primero que hizo Guerra fue tirar al suelo el ajado sombrero, y mostrar a la joven su mano izquierda mojada de sangre fresca, que por los dedos goteaba.

—Mira como vengo, Dulce... Cosa perdida... ¡Quién se vuelve a fiar de tantísimo cobarde, de tantísimo necio!

El espanto dejó sin habla por un momento a la pobre mujer. Creyó que no sólo la mano, sino el brazo entero del hombre amado, se desprendía del cuerpo, cayendo en tierra como trozo de res desprendido de los garfios de una carnicería.

¡Querido, ay —exclamó al fin—, bien te lo dije!... ¡Para qué te metes en esas danzas?

Dejose caer el herido en el sillón más próximo, lanzando de su, boca, como quien escupe fuerte, una blasfemia desvergonzada y sacrílega, y después revolvió sus ojos por todo el ámbito de la estancia, cual si escuchara su propia exclamación repercutiendo en las paredes y en el techo. Mas no era su apóstrofe lo que oía, sino el zumbido de uno de estos abejones que suelen meterse de noche en las casas, y buscando azorados la salida, tropiezan en las paredes, embisten a testarazos los cristales, y nos atormentan con su murmullo grave y monótono, expresión musical del tedio infinito.

—¿Tienes árnica? —dijo Guerra mirándose la ensangrentada, mano.


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790 págs. / 1 día, -1 horas, 2 minutos / 597 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Posada de las Dos Brujas

Joseph Conrad


Cuento


Este relato, episodio, experiencia —como ustedes quieran llamarlo— fue narrado en la década de los cincuenta del pasado siglo por un hombre que, según su propia confesión, tenía en esa época sesenta años. Sesenta años no es mala edad a menos que la veamos en perspectiva, cuando, sin duda, la mayoría de nosotros la contempla con sentimientos encontrados. Es una edad tranquila; la partida puede darse casi por terminada; y manteniéndonos al margen empezamos a recordar con cierta viveza qué estupendo tipo era uno. He observado que, por un favor de la Providencia, muchas personas a los sesenta años empiezan a tener de sí mismas una idea bastante romántica. Hasta sus fracasos encuentran un encanto singular. Y, desde luego, las esperanzas del futuro son una buena compañía, formas exquisitas, fascinantes si quieren, pero —por así decirlo— desnudas, prontas para ser adornadas a nuestro antojo. Las vestiduras fascinantes son, por fortuna, propiedad del inmutable pasado, que sin ellas estaría acurrucado y tembloroso en las sombras.

Supongo que fue el romanticismo de esa avanzada edad lo que llevó a nuestro hombre a relatar su experiencia para su propia satisfacción o para admiración de la posteridad. No fue por la gloria, porque la experiencia fue de un miedo abominable, terror, como él dice. Ya habrán adivinado ustedes que el relato al que se alude en las primeras líneas fue hecho por escrito.

Ese escrito es el Hallazgo que se menciona en el subtítulo. El título es de mi propia cosecha (no puedo llamarlo invención) y posee el mérito de la veracidad. Es de una posada de lo que vamos a tratar aquí. En cuanto a lo de brujas, es una expresión convencional y tenemos que confiar en nuestro hombre en cuanto a que se ajusta al caso.


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Dominio público
33 págs. / 57 minutos / 674 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Socio

Joseph Conrad


Cuento


—¡Qué historia más estúpida! Los barqueros llevan años, aquí en Westport, contando esa mentira a los veraneantes. Algo tienen que contar para que pase el rato esa gente que se hace pasear en barca a chelín por barba y preguntan tonterías. ¿Hay algo más estúpido que hacer que le paseen a uno en barca frente a una playa? Es como tomar una limonada aguada cuando no se tiene sed. ¡No entiendo por qué lo hacen! Ni siquiera se marean.

Junto a su codo había un olvidado vaso de cerveza; el lugar era el pequeño y respetable salón de fumadores de un hotel pequeño y respetable y mi gusto por hacer amigos ocasionales era la razón por la que yo estaba, a hora tan tardía, sentado con él. Sus mejillas grandes, aplastadas y arrugadas estaban bien rasuradas; de su barbilla colgaba un mechón espeso y cuadrado de cabellos blancos; su balanceo acentuaba la profundidad de su voz; y su desprecio general hacia las actividades y moralidades de los seres humanos se expresaba en la gallarda colocación de su grande y suave sombrero de fieltro negro, de anchas alas, que jamás se quitaba.


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41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 59 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Scudéry

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


En la calle de Saint Honoré se levantaba la casita en que vivía Magdalena de Scudéry, conocida por sus versos llenos de donaire y por la consideración que mereció de Luis XIV y de la Maintenon.

Ya avanzada la noche —en el otoño de 1680— se oyeron en la puerta recios y vehementes golpes que resonaron en todo el vestíbulo. Bautista, que en el reducido tren de casa de la señorita ejercía a la vez de cocinero, criado y portero, había ido al campo con permiso de su ama para asistir a la boda de una hermana, de manera que la única que velaba en la casa aquella noche era la Martiniére, la camarera de la señorita. Oyó las repetidas llamadas, y se le ocurrió en seguida que, ausente Bautista, quedaba en la casa con la señorita sin auxilio ninguno. Se agolpaban en su mente los casos de violencia, de asalto de morada, los robos y los homicidios que en aquel entonces sufría París, y dio por cierto que algún grupo de perturbadores, enterados de las circunstancias de la casa, era el que alborotaba y esperaban solamente que la puerta se abriera para llevar a cabo algún intento perverso contra su dueña. Temblorosa, atemorizada y maldiciendo a Bautista, a su hermana y a la boda, se quedó quieta en su habitación, mientras continuaban resonando los golpes dados a la puerta, y en medio de ellos le pareció oír llamar una voz:

—¡Abrid! ¡Os lo pido por Cristo! ¡Abrid!

Con creciente temor se apresuró la Martiniére a coger el candelabro, con la vela encendida y se precipitó al vestíbulo. La voz del que llamaba se hizo más inteligible:

—¡Por el amor de Cristo, abridme!

—Es evidente que un bandolero no habla de este modo —pensó la Martiniére—. Es tal vez una persona que busca refugio en la casa de mi señorita, a quien sabe inclinada a hacer buenas obras. Pero seamos precavidas.


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77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 107 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Puerta Tapiada

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

En las orillas solitarias de un lago del Norte se ven todavía las ruinas de una antigua finca que lleva el nombre de R… Unos áridos brezales la rodean por entero; cierran el horizonte por uno de sus lados las aguas tranquilas y profundas, y por el otro un bosque de pinos que cuentan siglos remeda en medio de la niebla unos brazos negros de espectros. Un cielo siempre enlutado cobija como únicos moradores unos pájaros de fúnebre aspecto. A un cuarto de hora del camino, cambia de pronto la decoración: surge una aldea risueña en medio de unos prados salpicados de flores; y en un extremo de esta aldea, no lejos de la mancha verde de un bosque de alisos los vecinos señalan al viajero los cimientos de un castillo que uno de los señores de R… proyectaba levantar en aquel oasis la naturaleza pródiga. Quizá poco dispuesto a compartir con los mochuelos el caserón familiar, el barón Roderich de R… no se preocupó de continuar la construcción de la mansión de recreo comenzada por sus antecesores. Se había limitado a llevar a cabo alguna reparación en los puntos más castigados, para encastillarse en la antigua finca con un grupo de servidores, no menos taciturnos que él, y mataba el tiempo recorriendo a caballo las orillas del lago; raramente se le veía en la aldea de sus vasallos, de manera que su nombre había pasado a ser una especie de «coco» para asustar a los chicos. Había mandado disponer por encima de la atalaya, una especie de azotea provista con todo el instrumental de astronomía conocido hasta aquella fecha, y allí se pasaba a veces días y noches enteros, en compañía de un intendente, que compartía todas sus extravagancias.

En la comarca le atribuían extensos conocimientos en artes mágicas, y algunos llegaban a afirmar que le habían expulsado de Curlandia por haberse permitido sin reboso tener relaciones ilícitas con el espíritu maligno.


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53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 131 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Antonia Canta

E.T.A. Hoffmann


Cuento


Aquella noche, los miembros del regocijado Club Serapion habían comparecido puntualmente en casa de Teodoro. El viento invernal corría en anchas ráfagas, se retorcía en torbellino y con lágrimas de nieve atizaba los cristales mal asegurados en sus ribeteadas emplomaduras. Menos mal que resplandecía en la habitación, debajo del revellín de la vieja chimenea, una ancha solera de brasas; su cálida luz acariciaba con innumerables reflejos los muebles severos de obscuro color que contrastaban con la rebosante alegría de sus dueños. Pronto humean las pipas y los reunidos se colocan, en orden de edad, alrededor de la vasija del ponche de la amistad, lamida por las llamas. No falta nadie. El decano tiene allí a todos sus invitados. La copa de Bohemia se llena y pasa de mano en mano, la conversación agota sus recursos y se renuevan de cabo a cabo de la velada el ponche y las anécdotas, hasta que, exaltadas las imaginaciones, llegan a las zonas más elevadas de la excentricidad.

—Querido Teodoro —exclama de pronto uno de los reunidos, jovial vividor—, la conversación va a decaer si tú no la atizas con una de tus historias, pero algo raro, ¿me entiendes?, algo que sea al mismo tiempo sentimental, fantástico y antinarcótico.

—Brindemos —dice Teodoro— y voy a complaceros. Se trata de una anécdota, no poco chocante, de la vida del consejero Krespel. Ese digno personaje, que ha existido como vosotros y como yo, era, no hay duda, el hombre más singular que en todos los días de mi vida haya visto. Llegaba yo a las aulas de la Universidad de H… con el propósito de cursar Filosofía, cuando corrían de boca en boca por allí las particularidades del consejero Krespel. ¡Qué hombre más desconcertante! Sabed, por otra parte, que el consejero Krespel gozaba en aquella época de una reputación excepcional como sabio jurista y por su destreza como diplomático.


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20 págs. / 36 minutos / 132 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Tonelero de Nuremberg

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

A principios de mayo del año 1580, el honorable gremio de toneleros de la ciudad libre de Nuremberg se reunía, según costumbre, para celebrar su fiesta anual. Poco antes de esta solemnidad había pasado a mejor vida el síndico de la corporación, y era preciso elegir un sucesor. Por unanimidad recayó la elección en maese Martín.

No había otro tan conocedor del oficio como él. Los toneles salidos de sus manos eran, a la par que sólidos, finamente acabados; y no tenía rival para montar una bodega según las reglas gremiales. Prosperaba de día en día su reputación, y cada vez eran más numerosos sus clientes entre la gente rica y distinguida; gracias al éxito que le favoreció en todas sus empresas, gozaba de una fortuna considerable para un hombre de su clase. Al hacerse pública la elección de maese Martín, el consejero Paumgartner, que presidía la asamblea, se puso en pie.

—Vuestra elección —dijo—, mis queridos amigos, es acertadísima. A nadie podía ser conferida tan merecidamente esta dignidad. Maese Martín goza del aprecio de todos, y los que le conocen dan testimonio de su destreza en la profesión. A pesar de sus riquezas, ha conservado los hábitos y el gusto del trabajo, y su conducta en todo es un modelo digno de elogio. Saludemos, pues, a nuestro querido maese Martín y felicitémosle por haber merecido la elección unánime, que es honra y galardón de toda una vida de honradez y de laboriosidad.

Terminado su discurso, el consejero Paumgartner dio unos pasos con los brazos abiertos hacia el recipiendario. Pero maese Martín, levantándose por pura cortesía y con gran dificultad a causa de su corpulencia y obesidad, devolvió sin más ceremonias la reverencia al Consejero, y se dejó caer de nuevo en el sillón, importándole poco al parecer los abrazos fraternales del señor Jacobus Paumgartner.


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61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 277 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Isla de Sajalín

Antón Chéjov


Viajes, crónica


I

NIKOLÁIEVSK-EN-EL-AMUR – EL VAPOR BAIKAL – EL CABO DE PRONGUE Y LA ENTRADA AL ESTUARIO – LA PENÍNSULA DE SAJALÍN – LA PÉROUSE, BROUGHTON, KRUZENSHTERN Y NEVELSKÓI – LOS EXPLORADORES JAPONESES – EL CABO DE DZHAORE – LA COSTA DE TARTARIA – DE CASTRIES

El 5 de julio de 1890 llegué en barco a la ciudad de Nikoláievsk, uno de los puntos más orientales de nuestra patria. El río Amur es aquí muy ancho y el mar se encuentra solo a veintisiete verstas. El lugar es majestuoso y hermoso, pero los recuerdos del pasado de esta región, las historias que contaban mis compañeros de viaje sobre el feroz invierno y las no menos feroces costumbres locales, la cercanía del penal y el propio aspecto de la ciudad, abandonada y moribunda, quitaban cualquier deseo de solazarse con el paisaje.


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350 págs. / 10 horas, 13 minutos / 663 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Reino de las Mujeres

Antón Chéjov


Cuento


La víspera

Ahí estaba el fajo de billetes. Provenía de la dacha del bosque, del almacenista. Éste especificaba que enviaba mil quinientos rublos arrebatados a alguien por la vía judicial en un pleito ganado en segunda instancia. A Anna Akimovna no le agradaban estas cosas, y palabras como ganar un pleito y por la vía judicial le asustaban. Sabía que no había que cometer injusticias y, por alguna razón, cuando el director de la fábrica, Nazarich, o el almacenista de la dacha quitaban algo por la vía judicial, saliendo victoriosos en este tipo de asuntos, sentía temor y vergüenza y, por ello, ahora también experimentó esas mismas sensaciones y deseó esconder el fajo de billetes en cualquier sitio para no verlo.

Pensaba enfadada en que las mujeres de su generación —ella ya tenía veinticinco años— serían ahora amas de casa, se habrían casado y dormirían profundamente para despertarse por la mañana de estupendo humor. Muchas de las casadas ya tendrían niños. Sólo ella, como una vieja, se veía obligada a permanecer sentada delante de estas cartas, haciendo anotaciones sobre ellas, respondiendo la correspondencia para pasarse después toda la tarde, hasta medianoche, sin nada que hacer, a la espera de conciliar el sueño; durante todo el día siguiente la felicitarían y atendería peticiones y al otro seguramente habría un escándalo en la fábrica, pegarían a alguien o alguien moriría por causa del vodka y a ella le remordería la conciencia. Finalizadas las fiestas, Nazarich despediría a unos veinte hombres y esos veinte hombres se apelotonarían con las cabezas descubiertas junto a su puerta y sentiría remordimientos al dirigirse hacia ellos para echarlos como perros. Y todos sus conocidos la criticarían a sus espaldas y le enviarían anónimos tachándola de explotadora acaudalada, que se come la vida de los demás y chupa la sangre a sus trabajadores.


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48 págs. / 1 hora, 24 minutos / 348 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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